Frente a los obvios problemas de la llamada
primera generación de agrocombustibles (a partir
de cultivos como caña de azúcar, maíz, soya y
palma aceitera) -por ejemplo su nula o negativa
eficiencia energética- la industria y gobiernos,
apoyados en algunos investigadores académicos,
hablan de una "segunda generación" que superaría
estos problemas, y también el de la competencia
con los cultivos alimentarios. Entre las
"soluciones" propuestas se destaca el etanol
celulósico, que se refiere a la elaboración de
combustible a partir de celulosa, con residuos
de cosecha y de forrajes usados primero como
alimento animal, de pasturas, o directamente, de
árboles plantados a este fin.
Las cosas no
son tan fáciles como suenan en la propaganda. La razón principal por la que es
difícil usar celulosa para etanol, es la misma por la que los seres humanos no
podemos comer madera, marlos o pasto: no tenemos las enzimas necesarias para
procesar la celulosa, aprovechar sus nutrientes y convertirlos en energía.
Elaborar etanol a partir de celulosa exige más energía de la que consume. Mucho
más. Claro, para George W. Bush y otros gobiernos, que afirman
que usarán pasto para hacer combustibles, esto no necesariamente es un problema,
porque al estar subsidiado y representar una excelente fachada "ambientalista"
al disminuir (aunque sea sólo teóricamente) la dependencia con el petróleo,
tanto las industrias como las relaciones públicas del gobierno ganan.
En términos del
calentamiento global, el medioambiente y los intereses de la mayoría de la
población -cuyo dinero es el que se usa para las subvenciones- la relación es la
opuesta: todos pierden.
Otro problema
para el procesamiento de combustible a partir de pastos, residuos de cosecha y
sobre todo árboles, es el contenido de lignina, otra sustancia fundamental en el
metabolismo vegetal, pero que no la digieren ni siquiera las enzimas: solamente
algunas bacterias y hongos.
Por esta razón,
uno de los objetivos de las industrias que buscan establecer monocultivos de
árboles para producir celulosa, tanto para papel como para combustible, es
experimentar con árboles transgénicos para reducir el contenido de lignina.
Esto, que parece tan "práctico" para la industria, es fatal en el caso de
liberar árboles transgénicos al medioambiente: la contaminación implicaría el
debilitamiento de los árboles silvestres producto de los que se contaminaran, y
la dispersión de polen contaminante duraría no una estación de siembra, como con
los cultivos transgénicos, sino toda la larga vida del árbol.
Arborgen,
uno de los líderes en el trágico rubro de árboles transgénicos, tiene extensas
investigaciones en este tipo de árboles. En el 2007 se dedicó a adquirir viveros
de importantes compañías relacionadas, como Internacional Paper,
MeadWestvaco y Rubicon, en Estados Unidos, Nueva
Zelandia y Australia, con la intención de ampliar su investigación
y desarrollo para producción de combustibles. En el conjunto de razones falsas
que se justifican mutuamente (como que el etanol celulósico sería más efectivo
que la primera generación), la diseminación de árboles transgénicos es una
"razón" que arguye la industria de los transgénicos para justificar también el
uso de la tecnología Terminator, para hacer plantas suicidas, como "método" de
prevenir la contaminación.
Los
transgénicos se sitúan como una pieza fundamental del desarrollo de la segunda
generación de agrocombustibles, pero también la llamada biología sintética. La
biología sintética se propone construir partes y sistemas biológicos que no
existen en el mundo natural, o rediseñar sistemas biológicos para realizar
nuevas funciones. Es "ingeniería genética extrema", y por su propia (falta de)
naturaleza, extremos pueden ser también los impactos que conllevan al
interactuar con los seres vivos naturales.
Con inversiones
en esta nueva tecnología, encontramos empresas como las de biotecnología
Amyris y Genencor (una subidivisión de la empresa alimentaria
Danisco) o la danesa Novozymes, que han manipulado, con
construcciones de biología sintética, enzimas, hongos y bacterias especialmente
para el procesado de celulosa dirigido a la industria de los agrocombustibles.
Novozymes tiene un contrato de investigación en Brasil con el
Centro de Tecnología Cañera, para procesar el bagazo de caña de azúcar. También
en Brasil, Syngenta trabaja en construcciones transgénicas para la
industria de la caña.
Un enfoque aún
más extremo, lo representa la empresa del genetista Craig Venter,
Synthetic Genomics, que están en la construcción de organismos
vivos artificiales, totalmente construidos desde cero, que podrían ser usados
para acelerar el procesamiento de combustibles agroindustriales, o,
directamente, para producir combustible u otros químicos y drogas de uso
farmacéutico. Según declaró a la revista New Scientist el siempre arrogante
Craig Venter, en un par de décadas la biología sintética "será
estándar para la producción de cualquier cosa". Los impactos ambientales,
económicos, sociales y éticos de construir organismos vivos artificiales serían
tremendos, pero según Venter, pueden ser controlados con códigos de
conducta "voluntarios" de las propias empresas.
Los
agrocombustibles no serán capaces, en ninguno de los escenarios, de sustituir el
uso de combustibles basados en petróleo (la estimación es una tímida
diversificación de 5-8 por ciento del total de combustibles fósiles, que
solamente aportará ganancias extraordinarias a las mismas trasnacionales que
controlan la civilización petrolera), pero definitivamente, lo que sí aportan es
una nueva recolonización del tercer mundo, en ocupación de tierras y mano de
obra barata o semiesclava, condimentada con un amplio espectro de nuevos y
poderosos riesgos ambientales.
Silvia Ribeiro*
La Jornada
12 de febrero de
2008
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