Agrocombustibles y lógicas perversas |
Una de las muestras más claras de
las lógicas perversas del
capitalismo es el empuje que desde
gobiernos y trasnacionales se da a
la producción industrial de
agrocombustibles, principalmente
etanol y biodiesel. La mayoría de
los enunciados de esta campaña
-mediática, política y subsidiada con recursos públicos-
son falsos. Lo que sí es verdad es que el capitalismo
aprovecha los desastres que provoca para generar nuevos
negocios. Y como éstos generan nuevos desastres,
entonces habrá nuevos negocios
Los agrocombustibles se presentan como una
alternativa ambientalmente amigable, frente a los
efectos del calentamiento global y el consecuente cambio
climático –que es un desastre auténtico y una amenaza
seria para los pueblos y los ecosistemas, principalmente
para campesinos, pescadores artesanales y pastores, es
decir, los que proveen al mundo de la mayor parte de los
alimentos y son al mismo tiempo los más desposeídos del
planeta.
Pero aunque existe debate al respecto, las cifras
de eficiencia de tales combustibles no son halagüeñas.
Según David Pimentel y Tad Patzek, de la
Universidad de Cornell y de California en Berkeley,
respectivamente, por cada unidad de energía fósil usada
en la producción de agrocombustibles, el retorno es de
0.778 en el caso de metanol de maíz, 0.636 en el etanol
de madera y 0.534 en biodiesel de soya. O sea, el
balance es negativo. En lugar de aliviar el problema ¡lo
aumenta! Estos cálculos se basan en la cantidad de
insumos que son necesarios para la producción industrial
de agrocombustibles, incluyendo cultivo y procesamiento.
Por supuesto, quienes promueven los
agrocombustibles se han dedicado a denostar estos
estudios, pero aún en los cálculos alegres de otros
investigadores, la ganancia neta de energía no mejora
considerablemente. Pero ni en los estudios de
Pimentel y Patzek ni de quienes los critican
se incluyen los altos costos ambientales y sociales,
producto de la erosión y contaminación de suelos, el
aumento de uso de agua –un recurso ya en crisis y
disputa–, la pérdida de biodiversidad por el avance de
la frontera agrícola sobre áreas naturales y ecosistemas
únicos, y la disputa de tierras que en lugar de producir
alimentos se usan para alimentar autos.
En el caso de Brasil, donde la eficiencia
del etanol producido a partir de caña de azúcar aparenta
dar mejores resultados, se oculta el dato brutal,
denunciado por Vía Campesina, el Grito
de los Excluidos y otros
movimientos sociales de ese país, de que la producción
de caña de azúcar, desde la Conquista se basa en trabajo
esclavo, y ahora semiesclavo, en condiciones humanas y
laborales deplorables, a las que se agrega la
devastación ambiental producida por los grandes
monocultivos y las refinerías de etanol.
Sin embargo, Estados Unidos y
Europa han adoptado regulaciones para que se tenga
que incluir porcentajes de agrocombustibles en el
consumo de sus automóviles en el curso de la próxima
década, teóricamente, como contribución para disminuir
las emisiones de bióxido de carbono.
El G8 solicitó al Banco Mundial que abriera
créditos para apuntalar el desarrollo de este tipo de
cultivos en los países del sur, lo cual ha hecho, así
como también los bancos regionales de desarrollo. A
primera vista podría ser difícil entender por qué los
países industrializados del Norte global empujan este
tipo de producción, cuando los datos de su eficiencia
son tan controvertidos, y además no existen en esos
países tierras disponibles para ello –o directamente, no
las quieren utilizar y cuentan con que el tercer mundo
usará sus tierras para producir los agrocombustibles que
necesitan.
Un conjunto de razones explican este "negocio
redondo". Los inversores principales son la gran
industria automovilística y petrolera –las mayores
empresas del planeta– junto a las trasnacionales que
controlan el monopolio de la distribución de cereales y
las que dominan el sector de semillas y agrotóxicos, que
son las que a su vez producen transgénicos.
Como explica el economista Andrés Barreda,
de la Universidad Nacional Autónoma de México, la
industria automovilística tiene una sobreproducción
anual. Existen cerca de mil millones de vehículos en el
planeta –con una población de 6.600 millones de
personas. Se producen alrededor de 80 millones de nuevos
autos cada año, pero el consumo de los últimos años es
algo más de 60 millones. Esta poderosísima industria,
que está entre las más grandes del planeta y es la
causante principal del calentamiento global, ve ahora
una oportunidad excelente de aumentar sus ventas, sin
detener el crecimiento de la industria y con un
argumento "ambiental". Con la obligatoriedad de
incorporar una mezcla de agrocombustibles en la gasolina
debido a las nuevas regulaciones –más con el hecho
consumado de la transformación progresiva de los
proveedores– los automóviles deberán ser necesariamente
cambiados por otros que se adapten a ello.
Con los porcentajes que han decidido los
gobiernos, los agrocombustibles no competirán realmente
con la gasolina, pero de todas formas las petroleras
están en el negocio para controlar también este insumo,
utilizando sus mismas redes y en connivencia con la
industria automotriz.
Por su parte, las grandes cerealeras avizoran
excelentes negocios, debido al aumento de la producción
y los subsidios para producir agrocombustibles: ADM
ya controla 30 por ciento del mercado de etanol en
Estados Unidos, mientras que Cargill y
Bunge buscan consolidarse en los mercados
latinoamericanos. Las trasnacionales de semillas y
agrotóxicos, que son las mismas que nos han castigado
con los transgénicos, ya están ganando con el nuevo
impulso agrícola, pero, además, ellas sí "reconocen" que
actualmente los agrocombustibles no son eficientes, y
por eso están todas desarrollando cultivos transgénicos
que prometen, serán más efectivos. Aunque en el camino
dejen de ser comestibles y provoquen desastres de
contaminación.
Muchos gobiernos del sur avanzan en introducir
legislaciones que posibiliten la conversión a la
producción y consumo de agrocombustibles –en muchos
casos subsidiados con préstamos que van a engrosar las
deudas externas y por tanto pagamos todos. Toma así
nuevo impulso la producción para exportación, en
desmedro de la producción agrícola diversificada de
pequeña escala y para la soberanía alimentaria.
Y todo esto, afirman los contaminadores, es una
solución ambientalmente amigable.
Silvia Ribeiro
Grupo ETC
24 de abril de 2007
Imágen:
Rel-UITA
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