En dosis muy diluidas (en concentraciones de
1/10.000.000 ppm., esto es, una en diez millones de partes)
estas hormonas conseguían provocar el crecimiento de algunas
partes de las plantas, favorecían el enraizamiento, una
mayor masa foliar, frutos más grandes, alargamiento de los
ramilletes y cosechas superiores. Cuando la dosis se
aumentaba por encima de las 5 ppm. la sustancia destruía y
mataba a las plantas, principalmente a los cultivos de
familias diferentes a los cereales de los cuales era
extraída.
Obviamente, su extracción de forma natural era tan
cara que hacía inviable su utilización, pero estos
descubrimientos abrieron el camino a la obtención de
productos industriales sintéticos que, aplicados a los
cultivos de cereales, permitieron controlar el crecimiento
exponencial que experimentaban algunas plantas adventicias
como consecuencia de la destrucción de la estructura de los
suelos agrícolas con la fertilización química y la
mecanización intensificada (tractores y sus herramientas).
La etapa siguiente era entonces sintetizar sustancias que
tuvieran una acción similar a aquellas utilizadas para su
producción industrial.
En el escenario de la Primera Guerra Mundial, y
estimulados por el uso de armas químicas por parte de los
militares alemanes, los científicos ingleses se anotaron una
gran victoria que los puso al frente en la carrera
químico-bélica: inventaron la molécula química del Metil-Cloro-Phenoxi-Acético,
que recibió la sigla MCPA y que tiene la siguiente fórmula.
A comienzos de la Segunda Guerra Mundial la aviación
nazi (Luftwaffe) lanzó un violento ataque sobre las
instalaciones militares de investigación biológica y química
de la Imperial
Chemistry Industries -ICI-, ubicada en las
proximidades de Londres, donde se estaba preparando un arma
biológica con Bacillus antracis. Es previsible el odio que
provocaba en los alemanes imaginar a sus tropas atacadas por
una enfermedad de los caballos, y el júbilo y la propaganda
de los británicos al lograrlo. El ataque mató a más de cinco
mil investigadores, lo que motivó el traslado de los
sobrevivientes y sus trabajos a Canadá y a Fort Derrick, en
Estados Unidos. Los ingleses pensaron en rociar MCPA sobre
las plantaciones alemanas de papas y remolacha azucarera,
porque además de ser un alimento estratégico estos cultivos
representaban también la base para la producción de
combustible para las bombas voladoras V1, 2 y V9 que
atormentaban y masacraban a la población londinense.
Trabajando sobre la molécula británica de MCPA, y
haciéndole honor a su reputación de pragmatismo, los
estadounidenses buscaron bajar los costos y aumentar la
eficiencia del herbicida de uso militar, y descubrieron que
sustituyendo el metil (M) por una molécula de Cloro obtenían
el Cloro-Cloro-Phenoxi-Acético, que es 20 por ciento más
eficiente que su predecesor.
Su fórmula permite ver que los átomos de Cloro están
colocados sobre las posiciones 2 y 4, por lo que su nombre
completo pasó a ser 2,4 Diclorofenoxiacético, luego reducido
al conocido 2,4-D, que se volvió un secreto militar tan
resguardado como el Proyecto Manhattan que desarrolló la
bomba atómica.
Las investigaciones continuaron, y se descubrió algo
todavía más fantástico: cuando se agregaba un tercer átomo
de cloro en la posición 5 se obtenía un producto –el 2,4,5
Triclorofenoxiacético– que actuaba en árboles de gran porte
matándolos en pocos días, habilitando su combustión en
grandes incendios propiciados por objetivos militares.
En mayo de 1945 dos navíos cargueros militares
estadounidenses repletos de 2,4-D –con el código LN9– y de
2,4,5-T –con el código LN12– amarraron en las Islas
Marianas, en el Pacífico, próximas a Japón, para decidir la
guerra. Pero el macabro éxito de las bombas nucleares
anticipó el desenlace e impidió el uso de estas armas
biológicas.
Inmediatamente, la
Dow Chemical, junto con las ICI británicas y otras
empresas, lanzaron el herbicida 2,4-D para su uso en los
campos de cereales como el trigo, el maíz, la cebada, el
centeno y el sorgo. Las plantas adventicias se transformaron
en "hierbas dañinas" y los herbicidas pasaron a ser
"tecnociencia" para controlarlas, sistema después enseñado
en las universidades con gran empeño.
En las áreas tropicales también se comenzó a usar la
mezcla de 2,4-D y 2,4,5-T para la destrucción de bosques y
florestas, permitiendo el avance de la frontera agrícola
sobre esas zonas.
En pocas décadas, la línea de herbicidas surgida con
posterioridad al nuevo ordenamiento internacional acordado
en la Ronda Uruguay del antiguo GATT –actual OMC– pasó a ser
el mayor insumo utilizado en la agricultura en función de su
capacidad para sustituir mano de obra. La fascinación de
profesionales y estudiantes por esta metodología se explica
por el poder que confiere controlar el nacimiento,
crecimiento y multiplicación de las plantas. Su utilización
exige una versatilidad de conocimientos.
Algunos profesores
de herbicidas en América Latina –de mala
formación académica e intelectual– dicen en público que el
2,4-D y el 2,4,5-T son hormonas naturales de las plantas, y
que por eso serían inocuos o seguros desde el punto de vista
toxicológico, lo que constituye un disparate absoluto. Antes
bien, uno de los secretos industriales sobre los herbicidas
fenoxiacéticos es que durante su síntesis forman impurezas
químicas de altísimo poder tóxico. Esto fue descubierto en
Filipinas, Malasia, Singapur, Rodesia Oriental (actual
Zambia) y Rodesia Occidental (actual Zimbawe), durante y
poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando estos
países fueron escenario de guerras de liberación nacional.
Aunque estas impurezas aún no tuviesen nombre, eran
conocidas como sustancias X. En prevención de desastres
industriales, en Europa se procuró establecer controles
sobre ellas, atendiendo severamente a la temperatura y la
presión de los procesos de síntesis.
Desde el punto de vista militar, los controles sobre
estas impurezas también fueron incrementados. Durante la
guerra de Vietnam estas armas fueron empleadas como agentes
coloridos para el control de la vegetación (plantaciones de
arroz, selvas, manglares, vegetación de alta montaña, de
serranías y bosques pluviales). En cada una de estas
vegetaciones era necesario aplicar una formulación de los
mencionados herbicidas, con el agregado de un nuevo producto
denominado Picloram, cuyo nombre comercial era
"Tordon".
Para facilitar la identificación, sus embalajes fueron
coloreados:
White Agent
Agente Blanco, 2,4-D y Picloram (destrucción de
arrozales);
Purple Agent
Agente Púrpura, Picloram (destrucción de serranías);
Blue Agent
Agente Azul, Picloram y 2,4,5-T (destrucción de
bosques de montaña);
Green Agent
Agente Verde, 2,4,5-T en gas-oil (destrucción de
manglares);
Orange Agent
Agente Naranja, 2,4-D y 2,4,5-T (destrucción de
bosques pluviales).
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La operación militar de aplicación de estos
desfoliantes recibió el nombre de Ranch Hand. El producto
más utilizado fue el agente naranja, y el más contaminador
fue el agente verde, que contenía hasta 63 ppm. de TCDD
Doxinas.
Desde 1962 hasta el fin de la guerra de Vietnam se
emplearon más de 62 millones de galones (240 millones de
litros) con la finalidad de destruir la cobertura vegetal
que impedía a los sensores electrónicos enterrados a lo
largo de la carretera Ho Chi Min trasmitir datos que
permitieran ubicar los escondites de los vietcongs.
Tras la derrota de Estados Unidos y el fin de la
guerra sobraron 30 millones de litros de estos productos,
que fueron vendidos a Brasil, Bolivia, Colombia y Venezuela
para su distribución comercial entre los ganaderos, quienes,
a su vez, los utilizaron en la deforestación. El empleo de
estas sustancias en la Amazonia trajo un problema mayor, ya
que sobre la selva desecada se provocaban enormes "quemas",
generando la formación de grandes cantidades de dioxinas y
furanos.
Las empresas dejaron de fabricar estos productos luego
del desastre ambiental de julio de 1976 en Seveso, Italia,
donde se produjeron fugas de Triclorofenol y Hexaclorofeno.
En los años 80, el 2,4,5-T fue definitivamente quitado del
mercado por presentar mayor potencial de formación de
dioxinas que el 2,4-D. Este último en cambio, sigue siendo
utilizado, y de manera creciente, pues el nuevo orden de la
OMC impide que las leyes nacionales controlen el libre
comercio internacional de herbicidas. Las fábricas de 2,4-D
fueron transferidas de Estados Unidos y Europa hacia los
países en desarrollo. En la actualidad, los grandes
fabricantes se encuentran en China, Taiwán, México, Brasil,
Argentina e Indonesia, donde la calidad de estos productos
es inferior a los similares que antes se fabricaban en el
Norte.
En los países donde se continúan utilizando se
observan impactos toxicológicos en aumento sobre los
agricultores y agricultoras. Es particularmente grave la
situación en los arrozales, sobre los cuales el veneno es
descargado desde aviones. Las pequeñas gotitas que caen
desde el aire son llevadas por los vientos hasta a 100
kilómetros de distancia; como la sustancia es hormonal,
impacta en cultivos frutícolas, hortícolas y todo tipo de
plantaciones. Desde el punto de vista toxicológico, las
formulaciones actuales son mucho más peligrosas que las
anteriores, por su nivel de contaminación de síntesis y por
su forma de aplicación: una pequeña gota, bajo la acción del
calor y los rayos ultravioletas, incrementa sus dosis de
impurezas, lo que aumenta exponencialmente su toxicidad al
transformarse en 2,4-Diclorophenol (2,4-DP), de mayor
impacto tóxico por su carácter lipofílico.
Los trabajadores de las arroceras padecen, por
ejemplo, de diabetes transitoria, ataques a hígado y
riñones, desequilibrio hormonal, fiebres intermitentes,
abortos, hipertensión y, principalmente, cáncer de todo
tipo.
Investigaciones sobre el uso de desfoliantes en
Tucuruí, en la Amazonia, demostraron que las personas de
etnia africana tienen mayor sensibilidad a estos productos,
con compromiso de los riñones (orinan color coca cola).
Nuestro libro "Tucuruí: el agente naranja en una república
de bananas" incluye una cronología detallada de los impactos
toxicológicos de estos herbicidas desde la época de la
guerra de Vietnam, pasando por la represa hidroeléctrica de
Tucuruí hasta la sentencia de la Suprema Corte de Justicia
de Estados Unidos. El máximo tribunal del país
norteamericano condenó a las empresas que producían estos
herbicidas para las fuerzas armadas, pues muchos soldados
que habían pasado por Vietnam morían de cáncer, al tiempo
que sus hijos y nietos nacen, aun 40 años después del fin de
la guerra, con enfermedades cancerígenas y malformaciones
producidas por la contaminación por este tipo de herbicidas.
Todavía hoy, los índices de cáncer en Vietnam no tienen
relación alguna con los de otras regiones del planeta, y
seguirán siendo absurdamente elevados durante por lo menos
60 años más, el lapso que podrían llegar a durar las
dioxinas estadounidenses en suelo de este país asiático.
Sebastião Pinheiro
© Rel-UITA
29 de marzo de 2004