Con razón hace siete años la llamé “La brisa de la muerte”
debido a los enormes daños que causan dos compuestos
químicos en las plantaciones bananeras de Centroamérica: el
nemagón (también conocido como DBCP) y el fumazone. Miles de
campesinos esparcían sin protección ni control alguno los
químicos elaborados y distribuidos por Dow Chemical,
Occidental Chemical Corporation y Shell Oil Company que las
compañías Castle, Chiquita Brands, Dole Food Company Inc y
Standard Fruit Company aplicaban en sus plantaciones.
Nemagón y fumazone fueron utilizados a sabiendas de que
causaban esterilidad, ceguera y cáncer en los seres humanos,
así como trastornos en el sistema nervioso, pérdida del
cabello, quemaduras de la piel, impotencia sexual y
malformaciones genéticas en los recién nacidos. Además de
que sus efectos pueden pasar de una generación a otra.
Las compañías estadounidenses que fabricaban y vendían estos
compuestos conocían desde hace medio siglo todos estos
efectos, al grado que el gobierno de Estados Unidos prohibió
usarlos localmente. Pero no hizo absolutamente nada para
retirarlos del mercado y de los campos de cultivo de México,
Centroamérica, Ecuador y Filipinas, por ejemplo. En el
colmo, las trasnacionales químicas y las bananeras acordaban
estrategias conjuntas para enfrentar las posibles demandas
de los afectados bajo una criminal lógica empresarial: si el
negocio deja dinero vale la pena, aunque sea necesario
sacrificar parte de la ganancia en indemnizar a unos cuantos
afectados, a aquellos que logren vencer en los tribunales el
poder financiero de las
trasnacionales.
Y eso fue lo que hicieron en Honduras, Costa Rica y
Nicaragua, donde dejaron a 30 mil trabajadores con problemas
de salud de todo tipo. En los dos primeros países, la lucha
por lograr la indemnización mínima para los afectados lleva
años y costó la vida del líder hondureño Medardo Varela y la
de su hijo Wilmer. Nadie duda que los sicarios que los
asesinaron los pagaron las bananeras.
El nemagón y el fumazone reinaron en los campos bananeros de
Nicaragua durante treinta años (los de la dictadura de
Somoza y los primeros del gobierno revolucionario). Según
cálculos muy conservadores, causaron la muerte de 60
personas cada año y dejaron a cientos más con graves
padecimientos. Luego de muchos años de lucha legal contra la
indolencia oficial, judicial y legislativa, una juez con
sede en Chinandega acaba de dictar condena contra las
agroquímicas productoras de los terribles compuestos y las
compañías bananeras.
Murieron, se enfermaron, quedaron estériles y con secuencias
sicológicas, anota la reportera Valeria Imhof de El Nuevo
Diario, al informar de la sentencia. Ahora las
trasnacionales tendrán que pagar 97 millones de dólares a
150 ex trabajadores afectados por las sustancias mencionadas
en la década de los setenta. La juez que aplicó la ley se
llama Socorro Toruño Martínez y no sucumbió, como muchos
otros funcionarios, al poder del dinero.
En la sentencia se detallan, con pleno respaldo médico, los
padecimientos de cada uno de los 150 trabajadores, que por
concepto de indemnización deberán recibir de las
trasnacionales entre 200 mil y un millón 200 mil dólares
cada uno. Otros 51 demandantes presentaron pruebas
"deficientes", dijo el doctor Jacinto Obregón, director del
equipo de abogados nicaragüenses que llevó el juicio.
Es importante mencionar que en el juicio se probó el dolo, la
negligencia y la irresponsabilidad de las trasnacionales,
que siempre supieron que estaban comercializando y aplicando
un producto que causaba graves daños a los seres humanos.
Fue un genocidio planificado, afirma el doctor Orlando
Cardozo. El juicio se inició en 2001 en Chinandega, y la
firma de abogados estadounidense Provost Umphrey invirtió 3
millones de dólares en la tramitación del mismo. Ahora
procede que se ejecute la sentencia en Estados Unidos, sede
de las trasnacionales.
Hay que celebrar esta buena nueva. Pero también no olvidar
que hay 4 mil ex trabajadores nicaragüenses y miles más en
Centroamérica que todavía esperan que se les haga justicia.
Por algo se comienza.