delta & pine

Las Semillas de la Muerte

Basura tóxica en Paraguay

 

 

La esperanza y la justicia

 

 

Los habitantes de Rincon'í, Agustín Ruiz Aranda, sus hijos huérfanos y su viuda, los vecinos de Santa Angela, y mañana podrían ser otros, quizás usted que está leyendo esto, todos estamos siendo víctimas de un modelo de sociedad que colocó en su horizonte la utopía del progreso basado en el avance permanente de la tecnología. En el caso de la agricultura, primero fue la tecnología de la química, y ahora la de la ingeniería genética, que no es otra cosa que la manipulación de la vida misma.

 

Los vecinos de Rincon'í y Santa Angela no fueron contaminados por una decisión de seres malvados, crueles y monstruosos. En la escala de valores de personas como Nery Rivas, Cirilo Centurión, Eric Lorenz y una larga lista de funcionarios públicos paraguayos cómplices del crimen allí cometido -la misma de otros con mucho más poder y que toman decisiones a escala planetaria, como las empresas Delta&Pine y Monsanto-, el sufrimiento, el dolor y la muerte de las víctimas son, apenas, "efectos secundarios" que, en lo posible, hay que disimular. Son riesgos calculados, como los generales prevén las bajas que tendrán sus tropas en el ataque a una colina defendida por el enemigo. La diferencia es que, en este caso, los soldados no son profesionales, mucho menos voluntarios; son rehenes, son cobayos, seres a quienes ellos les otorgan menos valor que a sus mascotas.

 

La tecnología produce herramientas, y la ingeniería química o la genética son como cualquier otra, como un martillo, una azada, o la imprenta. La tecnología aplicada a la agricultura avanzó científicamente, pero su ética es la de sus propietarios, y ellos tienen una sola: la del lucro y el poder. Mientras gobiernos de todas las tendencias y "colores" ideológicos contemplan los intereses de estas grandes empresas, grupos y organizaciones civiles intentan generar un gran debate público sobre estas nuevas tecnologías descontroladas. Así, esta oposición activa ha alcanzado algunos importantes objetivos. En Europa, por ejemplo, los alimentos transgénicos, o que contengan productos transgénicos entre sus ingredientes, deben tener una etiqueta que se lo advierta al consumidor. En los últimos meses, los resultados de encuestas difundidos en aquel continente revelan que cerca del 80% de la población desconfía de los transgénicos. Como consecuencia, varias de las cadenas más importantes de supermercados anunciaron que en sus tiendas no venderán productos transgénicos, y la cadena de restoranes de comida rápida McDonald's hizo público que no los usará en ninguno de sus productos.

 

En Estados Unidos, antes bien, la situación es completamente distinta. No existe obligación de etiquetar los productos transgénicos o aquellos que los contengan, y hasta estuvieron a punto de ser declarados "productos naturales" por el actual gobierno. Aunque esa iniciativa se frustró in extremis, el presidente de Estados Unidos, William Clinton, le otorgó en abril de 1999 la Medalla Nacional de Tecnología a un equipo de cuatro científicos de Monsanto, responsable por la mayor parte de las manipulaciones genéticas patentadas por esa empresa.

 

En esencia, la lucha de los habitantes de Rincon'í y Santa Angela es la misma que se libra en todo el mundo: la del derecho a la vida, digna, informada, y en un ambiente sano. Su desenlace depende de la conciencia de todos, y de la acción que ella nos dicte. Por ahora, no hay ningún ganador definitivo.

 

 

 

 

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