La globalización en el transporte de alimentos
Comer largas distancias, comer petróleo |
Los sistemas agroalimentarios de las naciones
industrializadas son enormemente “petrodependientes”. Esto
no sólo supone una gran vulnerabilidad (el petróleo es un
recurso finito que está agotándose rápidamente), sino que
además hace que el sector contribuya de forma significativa
al cambio climático. Aunque cada eslabón de esas cadenas
alimentarias industrializadas y petrodependientes emite
gases de efecto invernadero (sobre todo CO2), un eslabón
especialmente importante es el transporte
de alimentos a larga distancia.
El informe
Eating Oil: Food in a Changing Climate, publicado en
diciembre de 2001 por la ONG británica SUSTAIN y el Centro
de Investigación Elm Farm, alerta sobre este fenómeno y lo
cuantifica. El transporte de alimentos a larga distancia
casi se ha duplicado en los últimos 30 años: concretamente,
en el período entre 1968 y 1998, el comercio internacional
de alimentos aumentó un 184% (mientras que la producción de
alimentos sólo creció el 84%), lo que significa que los
alimentos viajan más y a mayores distancias por tierra, mar
y aire.
En el Reino Unido, entre 1985/86 y
1996/98, las distancias promedio recorridas por los
consumidores para hacer la compra aumentaron un 57% (de 14 a
22 kilómetros), y también la frecuencia (de 1,68 a 2,42
veces por semana). Los planificadores de supermercados
estiman que la gente viajará en automóvil hasta 70
kilómetros (35 de ida y 35 de vuelta) sólo para ir de
compras. Y, si estos desplazamientos ya causan mucha
contaminación, los kilómetros que vuela la cesta de
alimentos que compra típicamente una familia cada semana
causarán cincuenta veces más contaminación y calentamiento
del planeta que esos viajes en coche.
Por otra parte, el transporte de
mercancías por tierra en la Unión Europea se ha triplicado
desde 1970. Los alimentos y piensos para animales
representan nada menos que un 30% de todas las mercancías
transportadas.
COMER DE LO CERCANO
Algunas formas de comercio con alimentos
resultan claramente un desatino: ¿qué sentido tiene que en
un año –1997– Gran Bretaña importase 126 millones de litros
de leche y exportase 270 millones? Además, se utiliza más
energía para transportar los alimentos que la proveniente de
los propios alimentos (en la forma de calorías alimentarias).
Por ejemplo: por cada caloría de lechuga iceberg que vuela
de Los Ángeles a Londres se están quemando 127 calorías de
combustible.
Tampoco hay que pensar que promover el
comercio a larga distancia de alimentos vaya en el interés
de los países más pobres (o más bien: de sus poblaciones más
pobres). En un período en que las exportaciones de fruta
desde Kenia se duplicaron, el consumo doméstico cayó de 30,5
a 26,5 kilos por persona y año.
Algunas clases de alimentos siempre
tendrán que ser importados, pero hay formas de transporte
mucho menos perjudiciales para el ambiente que otras. El
transporte por mar es una de las mejores opciones, ya que
–en lo que a alimentos se refiere– el transporte terrestre
genera seis veces más CO2 y el flete por aire cincuenta veces más.
Los alimentos ecológicos utilizan en su
producción menos energía que los alimentos convencionales.
La leche convencional, por ejemplo, necesita cinco veces más
energía por vaca que la ecológica. Pero en un país como Gran
Bretaña, como el 75% de los alimentos ecológicos que se
consumen son importados, queda anulado uno de los
principales beneficios ambientales de los alimentos
ecológicos. Cuando éstos son importados por avión desde
Nueva Zelanda, el consumo de energía del transporte es 235
veces mayor que el ahorro de energía en la producción
ecológica. En Gran Bretaña, una cesta típica de 26 productos
ecológicos importados ha dado seis veces la vuelta al mundo
(241.000 kilómetros).
Un estudio de caso comparaba un típico
menú inglés compuesto a base de ingredientes importados,
frente a otro cocinado con ingredientes locales comprados en
el mercado de abastos. En el primer caso, la comida había
viajado 24.364 millas y consumido 52,7 megajulios de
energía; en el segundo caso, apenas 376 millas, y 1,04
megajulios. Como se ve, las diferencias resultan
sustanciales.
Para luchar contra el cambio climático y
avanzar hacia un desarrollo que de verdad sea sostenible,
urge acortar esos largos kilómetros de viaje (y las
correspondientes emisiones de CO2)
que incorporan los alimentos. Para ello necesitamos
recentrar la producción y el
consumo sobre el territorio, promoviendo activamente el
consumo de alimentos locales y de temporada.
Comer de lo cercano es tan importante –o más– que comer
ecológico.
Daphnia
ISTAS/CC.OO.
16 de junio de 2004
Fuentes:
– Food Magazine 56 (2002).
–
www.sustainweb.org/pdf/eatoil_pr.pdf
(documento en la página web de la
organización británica SUSTAIN)
–
http://www.rel-uita.org/agricultura/alimentos/millas_alimentos.htm
– Jorge Riechmann, Cuidar la T(t)ierra,
Icaria, Barcelona 2003.
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