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Con 
un presupuesto de 2.5 millones diarios, la FAO se ha 
convertido en un gran gigante burocrático cuya función se 
pierde en papeles 
  
Para acabar con el hambre, según la FAO, se necesita sólo el 
2% del gasto militar en el mundo. 
Un presupuesto mínimo que podría acabar con el gran mal de 
nuestro mundo: el hambre de más 800 millones de personas. 
Sin embargo, la agencia de la ONU para la Agricultura 
y la Alimentación (FAO) se encuentra sumergida en una 
grave crisis reflejada en los resultados de una evaluación 
externa en el que los males de la burocratización, exceso de 
presupuesto y despilfarro salen a la luz.  
  
Hay 854 millones de personas en el mundo que sufren el 
hambre, pese a que el planeta produce alimentos en cantidad 
y calidad suficiente para todos. Sin embargo, 
el mundo también se enfrenta a la cruda realidad de tener 
que alimentar a un 50% más de personas de aquí al 2050, al 
tiempo que disminuyen la tierra y recursos hídricos y con un 
medio ambiente cada vez más amenazado por el cambio 
climático. 
  
Ante este reto, la labor de los Estados más desarrollados, 
coordinados a través de instituciones internacionales como 
la ONU, es fundamental. Sin embargo, estas 
instituciones están fallando. Así lo demuestran los 
resultados de la evaluación externa a la que se ha sometido 
la FAO, principal valedora de la lucha contra el 
hambre. Burocracia, despilfarro, ineficacia y vida de lujo 
de los empleados de la oficina central son algunos de los 
resultados que más daño han causado a la imagen de la 
organización.  
  
Con un presupuesto anual de cerca de 900 millones y con 
3.400 empleados, la FAO se ha convertido, como muchas de las 
organizaciones de la ONU, en un gran gigante burocrático 
cuya función se pierde en papeles. 
Cada minuto que pasa mueren de hambre 16 personas y la 
FAO gasta 1.500 dólares en papeles, informes y estudios. 
Una comparación que arroja sombras sobre la labor de la 
organización. Con este panorama y la ausencia de grandes 
resultados, la financiación de los países miembros ha ido 
disminuyendo, un 31% desde 1994, y desde hace al menos dos 
décadas la FAO va hundiéndose en una crisis 
financiera y de gestión. 
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¿Necesita el mundo a la FAO?, la 
respuesta de los evaluadores es 
inequívoca: “si la FAO tuviera que 
desaparecer mañana, gran parte de 
las actividades que realiza tendrían 
que inventarse de nuevo…”. |  |  
  
Su actual secretario general, Jacques Diouf, se 
defiende: “El presupuesto de la FAO lo aprueban un 
consejo de 40 Estados miembros y luego la conferencia, donde 
están todos los países, se discute sueldo por sueldo y 
puesto por puesto. De todas formas, las reglas de personal 
son idénticas a las de otras agencias de la ONU. Y 
los informes son encargados por los Estados miembros, y si 
no lo hacen técnicos con salarios, ¿cómo hacerlos?”. Ante 
estos datos muchos se plantean el futuro de la agencia. Sin 
olvidar de un gran factor: tanto la FAO, como la 
ONU, son organismo internacionales compuestos por 
Estados miembros, verdaderos responsables del estancamiento 
e ineficacia en los que se encuentra. Entre otras cosas por 
la pretendida necesidad de los estados de colocar a un 
número de sus nacionales en organismos de la ONU sean 
o no expertos, lo que incrementa los gastos de una 
innecesaria burocracia. 
  
La FAO tiene la mitad del presupuesto que el 
Departamento Forestal de California. Las ayudas recibidas 
del Banco Mundial pasaron de un 30% a un 6% mientras 
Wolfowitz era presidente. Quienes impiden que haya un 
mejor reparto de los recursos y se logre el primer de los 
Objetivos del Milenio son los países, que de manera 
individual ponen buena cara pero que en la práctica no hacen 
mucho.  
  
La FAO tiene que adaptarse a los nuevos desafíos en 
la esfera de la alimentación y la agricultura: los efectos 
del cambio climático, como las sequías o inundaciones, la 
desnutrición de una población cada vez más numerosa, las 
plagas y enfermedades de los animales, como la reciente 
plaga de langostas o la gripe aviar, el uso de la bioenergía 
o la calidad de los productos alimenticios. Para ello, 
estudiar, entender y cambiar los problemas señalados por 
estos informes es imprescindible. Jacques Diouf se ha 
comprometido “a dirigir un proceso de transformación que se 
puede basar en la voluntad del personal de la FAO 
para aplicar las reformas, si así es decidido por los 
Estados miembros”. Mejorar para seguir adelante.  
  
En el informe también se hace la siguiente pregunta: 
¿necesita el mundo a la FAO?, la respuesta de los 
evaluadores es inequívoca: “si la FAO tuviera que 
desaparecer mañana, gran parte de las actividades que 
realiza tendrían que inventarse de nuevo…”. 
  
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