Enfrentadas a un rechazo cada vez mayor en los países desarrollados,
donde son incluso objeto de una campaña de boicot, las empresas
trasnacionales que comercializan agua embotellada toman a América
Latina como su último (y todavía gigantesco) reservorio.
Semanas atrás, a fines de junio, una noticia rara recorrió el mundo:
una muy pequeña ciudad australiana había resuelto convertirse en
pionera a escala mundial y prohibir la fabricación y comercialización local de agua embotellada.
La
decisión fue tomada en una suerte de cabildo abierto por la gran
mayoría de los habitantes de Bundanoon, una localidad del estado de
Nueva Gales del Sur, y contó con el respaldo de las autoridades
comunales, de asociaciones de diverso tipo y hasta de los
comerciantes.
Sólo dos de los 350 y pico habitantes (sobre los 2.500 que pueblan
Bundanoon) que participaron en la reunión votaron en contra de la
resolución, y uno de ellos era el representante de la empresa que se
proponía extraer agua de una reserva subterránea existente en la
ciudad e industrializarla.
John Dee,
uno de los animadores de la campaña pro prohibición, señaló que la
empresa en cuestión planeaba envasar en Sidney, la capital
australiana, el agua extraída de Bundanoon y luego transportarla
hacia la localidad de origen y comercializarla allí.
Los
bundanoonenses sirvieron de ejemplo a asociaciones de otras ciudades
del estado, y el gobierno de Nueva Gales del Sur acabó ordenando a
todas las dependencias públicas que dejaran de comprar agua
embotellada y consumieran el líquido que sale de los grifos, “de
probada buena calidad”. Recomendó también la instalación de fuentes
públicas en todas las localidades del estado, cosa que ya se hizo en
la avenida principal de Bundanoon.
Los
argumentos esgrimidos por quienes triunfaron en la consulta de la
pequeña ciudad fueron
básicamente dos: uno de costos (las enormes sumas de dinero gastadas
en todo el proceso de embotellado del agua, desde la extracción a la
distribución) y otro ambiental (las botellas de plástico terminan
siendo un problema grave).
John Dee
recordó que un año antes el gobierno de Gran Bretaña había
resuelto prohibir a todas las administraciones estatales la compra
de agua embotellada, por los “gigantescos daños ambientales que
causa”.
A
esa resolución había ayudado la difusión por la cadena televisiva
pública BBC de un documental en el que se señalaba cómo la industria
del agua envasada contribuye al calentamiento del planeta en
proporciones no despreciables. Un litro de agua embotellada –se
afirmaba en ese documental– puede generar 600 veces más dióxido
carbono que uno de agua potable, a lo que hay que agregar las
dificultades y consecuencias ambientales negativas que plantea la
eliminación de los envases.
Consideraciones de ese tipo, al igual que la convicción de que el
agua embotellada no es de mayor calidad que la potable que sale de
las canillas de los hogares del país, llevaron a Le Temps a
afirmar que en naciones como la propia Suiza, Estados
Unidos u otras del “primer mundo” consumir agua envasada es “una
aberración ambiental”.
El diario destacaba, además, los escasísimos costos y pingües ganancias
en que incurren las principales trasnacionales del sector, como
Nestlé, Coca Cola, Pepsi o Danone, que muy
habitualmente se limitan a extraer el agua del grifo municipal o
estatal y a añadirle minerales antes de colocarla en el mercado. Sus
mayores costos son de envasado, etiquetado y publicidad.
Igual observación realizan tanto el investigador indio Sharad Haksar
como una dirigente de Paremos el Abuso Corporativo, una asociación
estadounidense que promueve el boicot a las empresas de agua
envasada. El canadiense Tony Clarke, en su último libro
“Embotellados, el turbio negocio del agua embotellada”, apunta que
por cada litro que envasan, las empresas del sector utilizan al
menos tres de agua potable, pero venden la suya a un precio entre
mil y 10 mil veces más elevado que la del grifo.
Los embates son grandes, y las trasnacionales han acusado el golpe. La International Bottle Association, que reúne a todas ellas, ha
ideado una contraofensiva, que en Estados Unidos tomó la
forma de “campaña nacional de educación” sobre las “ventajas
nutritivas” de la ingesta de agua embotellada. El objetivo de
Nestlé, Danone o las colas es, según admitió un directivo
de Coca Cola, “volver a seducir al gran público”.
“Uno de los factores que explican el crecimiento que hasta ahora ha
experimentado esta industria está en el marketing, en hacernos creer
que el agua embotellada llena un vacío, cuando muy a menudo no es
así”, observa un dirigente de la filial española de la asociación
ecologista Greenpeace.
Y Elizabeth
Royte, periodista estadounidense autora de trabajos de
investigación sobre el tema como el libro Bottlemania, dice que el
consumo de agua mineral debe mucho a las campañas publicitarias de
las grandes compañías, que hasta el momento han tenido éxito en
asociar a la botellita a un modelo de vida saludable y “aggiornado”.
La
resistencia creciente que encuentran en los países desarrollados ha
obligado a las trasnacionales a recostarse sobre zonas en que
todavía no han conocido su techo. América Latina es
una de ellas. Y México muy especialmente.
En 2007, México
ocupó el segundo lugar mundial (detrás de Emiratos Árabes Unidos)
en consumo de agua embotellada, con 205,5 litros por habitante al
año, representando el 52 por ciento del total de agua envasada
comercializada en América Latina.
“Como agentes
impulsores de este ‘exitoso’ proceso se encuentran los gobiernos
federales desde 1988 hasta hoy, muchos gobiernos estatales y
municipales, organismos internacionales, asociaciones y foros
mundiales, así como importantes empresas nacionales y extranjeras
que se reparten (disputan) el ‘oro azul’ arrebatado a las
comunidades rurales (campesinas e indígenas)”, señalan los
investigadores Octavio Rosas y Gonzalo Flores en la
versión mexicana de “Embotellados,
el turbio negocio del agua embotellada”,
el libro de
Tony Clarke.
Una
de las causas por las cuales “el mercado mexicano crece de manera
desproporcionada tiene que ver con que allí hay malos servicios de
abastecimiento de agua potable y las empresas explotan esa
carencia”, subraya a su vez el propio Clarke. En el resto del
subcontinente, con escasas excepciones, el panorama no
difiere en gran cosa, agrega.
América Latina cuenta por otro lado con una de las reservas de agua
más importantes del planeta, y aparece en ese plano también como una
presa codiciada.
“Concebir el agua como una mercancía por la cual se deba pagar mucho
dinero es la meta final real que persiguen las compañías
trasnacionales. El producto embotellado juega un papel fundamental
en ese cambio cultural, que apunta a que la opinión pública perciba
como natural la privatización de las instalaciones públicas de
agua", sostuvo el investigador canadiense, que ya en 2004 advertía
sobre este peligro en otro libro, “Oro azul, las trasnacionales y el
robo organizado de agua en el mundo”, escrito junto a su compatriota
y premio Nobel alternativo Maude Barlow.
Clarke
se dijo reconfortado por la toma de conciencia que se está dando en
algunos países del primer mundo acerca de esta problemática, pero
considera que en América Latina falta aún para que se dé una
evolución similar.