En el país se
deforestan cerca de 200 mil hectáreas por año y Santa Fe no se queda atrás.
El norte de la provincia tiene cada vez más soja y menos bosques. El
resultado inmediato es la pérdida de biodiversidad, en particular de
especies animales y vegetales, y otros trastornos como un mayor impacto de
las lluvias y el incremento del nivel de los ríos.
En el departamento 9 de
Julio, al noroeste de la provincia de Santa Fe, el paisaje viene cambiando
desde un tiempo a esta parte. Hace no tantos años (solamente a mediados del
siglo pasado) todavía quedaba algo de la sombra que protegía a especies
vegetales y animales que sólo habitan en esta región del país.
Hoy el horizonte es llano, y es verde: está
lleno de soja que crece donde antes crecían los bosques.
El ejemplo de 9 de Julio
-donde
desaparecieron 100.000 hectáreas de bosques nativos en los últimos 10 años-
es uno de tantos
otros que se repiten en todo el territorio argentino. Según datos del Primer
Censo Forestal, de 1914, en la época colonial los bosques, montes y selvas
de la Argentina ocupaban 170 millones de hectáreas (61% de del territorio
nacional). En 1914 quedaban aproximadamente 106 millones de hectáreas y para
1956 el número ya se había reducido a 59 millones.
Desde la década del 90, el boom de la soja
agudizó todavía más el problema. Según el primer censo agropecuario
nacional, realizado en 1937, la superficie ocupada por bosques nativos en el
país era de 37.535.308 hectáreas; en 1998 la superficie descendió a
33.190.442 hectáreas. “En 61 años hemos perdido 4.344.866 hectáreas de
bosques nativos, o 71.228 hectáreas por año”,
dijo José Pensiero, docente e investigador de la Facultad de Ciencias
Agrarias (FCA) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), quien
brindó una charla sobre el tema a adolescentes de escuelas de la ciudad, en
el Paraninfo de la casa de estudios.
Los efectos de la
destrucción
Además de ser vitales para
la preservación de la biodiversidad, los bosques son eficaces reguladores de
las altas temperaturas; importantes fijadores de dióxido de carbono (por lo
que se constituyen en una herramienta eficaz contra el efecto invernadero),
y participan notablemente en la regulación del ciclo de agua, entre otros
atributos.
En el primer
Censo Forestal, de 1914, en la época colonial los
bosques, montes y selvas de la Argentina ocupaban
170 millones de hectáreas (61% de del territorio
nacional). En 1914 quedaban aproximadamente 106
millones de hectáreas y para 1956 el número ya se
había reducido a 59 millones. |
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Según explicó Pensiero,
hay cuatro variables que permiten mostrar el comportamiento diferencial que
existe entre un bosque y un cultivo (anual o perenne) en la regulación del
agua de lluvia. Dichas variables son: intercepción, que mide el porcentaje
de agua de lluvia que queda justamente interceptada en la copa de los
árboles, troncos o ramas; infiltración, que es “el agua que llega y penetra
efectivamente en el suelo”; escurrimiento, como se llama al agua que escurre
y “lava” el suelo; y consumo, que corresponde a la que utilizan las plantas
para vivir.
”Si
comparamos estas variables entre un cultivo de soja y un bosque las
diferencias son relevantes: del 100% del agua de lluvia, un cultivo anual
infiltra sólo un 20%, mientras que en un bosque ese valor es cercano al
80%”, indicó el investigador.
En tanto, el escurrimiento
en un cultivo anual puede ser del 25-75% del agua caída, y del 10% en un
bosque. Mientras, la intercepción en un cultivo anual es nula y en un bosque
se ubica entre el 15-20%; y el consumo de agua de un bosque puede ser
superior a 1.200 mm anuales, mientras que en un cultivo anual dicho valor
resulta cercano a 400 mm anuales.
En otras palabras:
el agua que no es retenida en el suelo,
por ejemplo, un cultivo, se escurre hasta llegar a canales de desagüe que
van a parar finalmente a los ríos, provocando (entre otras cosas) el
incremento en sus niveles.
“Estos valores muestran por
sí solos la importancia que tienen los bosques en la regulación del agua de
lluvia caída”, resumió Pensiero. “No podemos saber qué hubiese pasado
en marzo si hubiese habido más bosques en la provincia, pero sí podemos
decir que el impacto de las lluvias no hubiese sido el mismo”, dijo el
investigador, en alusión a la inundación vivida en Santa Fe en el último mes
de marzo.
El manejo del bosque
Aunque generalmente no se
los vea de esta manera, los bosques nativos pueden ser una clara alternativa
de uso sustentable. La baja producción de la que se acusa a estos sistemas
muchas veces está disfrazada por el mal manejo: los bosques se deterioran si
no son bien manejados, y –por el contrario- pueden ser muy productivos si se
los trabaja adecuadamente.
El manejo sustentable del
bosque nativo requiere del uso de distintas herramientas, como el
aprovechamiento de áreas de bosques que aún conservan aptitud forestal; el
incremento de la producción, la calidad y el crecimiento maderero y
forrajero de los bosques degradados mediante tratamientos silviculturales;
la protección e incremento de la regeneración natural arbórea; la
revegetación de áreas deforestadas y de las plantaciones agroforestales en
áreas desmontadas con el fin de mejorar a largo plazo la capacidad
productiva de los sectores desprovistos de cobertura arbórea.
Romina Kippes
UNL
4 de setiembre de 2007
Tomado de:
El Santafesino
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