A tan sólo un día del fin de la Conferencia
sobre Cambio Climático las cosas no marchan bien
en Copenhague, y todo apunta que pueda cerrarse
con un sonoro fracaso. Si esto termina así las
perspectivas para una parte muy importante de la
población del planeta son realmente graves.
Crece la amenaza de nuevas guerras y crisis
contra la mayoría de la humanidad que se está
quedando sin tierra, sin bosques, sin
posibilidad de vivir decentemente en sus
hogares.
A poco más de dos jornadas del cierre, hoy la
feria amenaza ruina en medio del caos
organizativo y las diferencias de fondo. Es
importante no perder de vista qué nos depara el
próximo futuro si no se consigue un acuerdo
vinculante, justo y de ejecución rápida en
Copenhague. Ante el portazo africano y el asomo
de la revuelta del Sur contra propuestas de
acuerdos irrelevantes y vergonzosos, el propio
Obama llamó ayer a
Meles Zenawi, presidente de
Etiopía, y a
Sheikh Hasina Wazed, primer
ministro de Bangladesh para calmarlos.
¿Cuál es el miedo que va tomando cuerpo en el
Norte rico y contaminante pero también en las
megalópolis industriales del Sur (en China,
India, Brasil o México)?
Sencillamente, que si no se hace algo relevante
ya, crece la amenaza de nuevas guerras y crisis
contra la mayoría de la humanidad que se está
quedando sin tierra, sin bosques sin
posibilidades de vivir decentemente en sus
hogares. Naturalmente, el “riesgo” migratorio
puede dispararse, por cuanto emigrar es una de
las primeras estrategias que ha usado la
humanidad durante la historia cuando se han
modificado radicalmente las condiciones
climáticas. Incluso un dudoso acuerdo global
para no superar un aumento del 2°C de las
temperaturas medias sería insuficiente, ya que
para muchos estados insulares caribeños, en el
Índico y en el Pacífico todo lo que esté por
encima de 1,5°C puede ser catastrófico. Un caso
paradigmático lo constituye el destino de Tuvalu,
que, con 10.000 habitantes, puede desaparecer
pronto completamente. A pesar de su gravedad,
estos impactos palidecen ante el caso de
Bangladesh o el Sahel, donde podrían perder sus
tierras (por inundación o sequía) decenas de
millones de personas. De hecho, si no hay un
cambio real en nuestra interacción con el clima,
la International Organization for Migration (IOM)
prevé más de mil millones de refugiados
climáticos para 2050.
Es así como la catástrofe climática vuelve a
mostrarse como una cuestión de justicia. Como
decía hoy
Antonio
Gutiérrez, el alto comisionado
de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR),
hay que distinguir entre la emigración como
opción de vida, individual y para mejorar las
condiciones de vida, y las nuevas migraciones
forzadas. En este sentido, el ex primer ministro
portugués ha advertido de la disparidad
creciente entre el aumento de la migración
forzada de decenas de millones de personas hacia
el Norte y las políticas de seguridad cada vez
más xenófobas de la Unión Europea. Para
él, la UE, el continente con menos
fecundidad, necesita más inmigrantes para
sobrevivir como potencia económica y, además, es
un deber humanitario facilitar legalmente la
migración de los refugiados climáticos hacia
Europa. La alternativa es el apartheid
planetario contra la parte más vulnerable del
Sur.
A día de hoy, nada de esto parece inquietar lo
más mínimo a actores como los Estados Unidos,
la UE o la propia China.
John Kerry,
senador demócrata y responsable legislativo para
cambio climático de Obama, ha dado hoy
una esperpéntica rueda de prensa en clave de
política interna y ha pedido al mundo que
comprendiera las complejidades del sistema de
representación de los Estados Unidos.
Además, ha apostado por reducir la contribución
pública de su país al Sur en beneficio de
créditos del Banco Mundial y del FMI y ha
dejado caer que un poco más de energía nuclear
ayudaría a proteger el clima. Ni una palabra
sobre la vulnerabilidad del Sur ni la marea de
refugiados que se ve venir. Merecería figurar en
la orquesta del Titanic, aquella que siguió
tocando mientras el coloso se hundía. Como
decían los manifestantes del sábado, “tenemos
que cambiar de políticos, no de clima”.