“Cuando empezó el asunto del carbón, hace más de
veinte años, nos engañaron a todos. Dijeron que iba
a ser poco, por unos cuantos años y no contaminante.
Y cada vez es mayor”, dice el científico marino
Franco Ospina.
A menos
de 250 metros de distancia, los buques carboneros se
ven como edificios acostados o, mejor, como
monstruos de formas geométricas que engullen por
cucharadas su negra comida.
Y como esos comensales que comen de afán o con
descuido, parte de la comida queda por fuera de su
boca y se derrama en la mesa.
La escena muestra a los buques, unos 20, a partir de
dos o tres millas mar adentro, detenidos mientras
dos palas mecánicas los cargan de mineral que
extraen de barcazas que lo trajeron de los puertos.
En cada palada, el viento sopla el polvo y este
cae al mar.
Esta es apenas parte de la contaminación de la que
se quejan los habitantes de la Bahía Más Linda de
América. Parte, porque hay polución en cada uno de
los cuatro cargues y descargues que tiene el mineral
desde las minas hasta que lo almacenan en los buques
que habrán de llevarlo a puertos de Estados
Unidos y Europa: de los yacimientos de
Cerrejón, en La Guajira, o La Jagua de Ibirico, en
Cesar, lo cargan en trenes o tractomulas (camiones
con remolque); de estos, lo vacían en los patios de
puerto (cuatro puertos en veinte kilómetros de
litoral); de los patios lo montan a las barcazas,
las cuales lo llevan aguas afuera, y de estas lo
pasan, con la ayuda de las palas mecánicas, a los
buques.
Desde la ciudad o desde las embarcaciones se ven las
pilas de carbón de más de 20 metros de altura, en
los patios de los puertos. Esas pilas son remojadas
con agua tomada de afluentes, no tanto para evitar
que el viento eleve el polvo, sino para que las
altas temperaturas no enciendan el material
combustible y convierta esos puertos en infiernos.
En el mar
La explotación, el transporte, el cargue y el
descargue de carbón es permanente. De modo que esa
escena del polvillo oscuro cayendo al mar, también
lo es.
Expertos de la Corporación Autónoma Regional del
Magdalena (Corpamag), y del Instituto de
Investigaciones Marinas (Invermar), sostienen
que esa película de polvo negro queda suspendida en
la superficie y debilita el proceso de fotosíntesis,
con efectos dañinos para la flora y la fauna.
Por su parte, el capitán Franco Ospina,
científico marino y director del Acuario de Santa
Marta, considera que lo más grave es que, como las
partículas de carbón son pesadas, se van al fondo y
van cubriendo el lecho marino -llamado bentos-, una
capa blanda de más de un metro de profundidad, en la
que habitan ostras, almejas, pepinos de mar,
ofiuroideos, anémonas de mar, bivalbos, crustáceos
-como camarones-, moluscos, huevos, algas,
gusanitos, estrellas de mar, anélidos, erizos, y
adonde caen excrementos de animales marinos y quedan
los restos óseos de los vertebrados muertos.
Se trata
de una capa de vida y nutrientes, dice el
científico. Pero el carbón va cubriendo como un
tapete el lecho marino e impide que le lleguen
oxígeno y luz.
Los vientos mueven las aguas y tal agitación hace
que el material del bentos ascienda y se revuelva,
“en un proceso que se llama surgencia de
nutrientes”, el cual sirve de alimento al plancton y
éste, como se sabe, es alimento de peces. Pero el
sedimento de carbón corta esta cadena vital.
El científico marino asegura que cuando bucea en
esas partes -frente a Pozos Colorados, al sur de El
Rodadero-, el fondo del mar se ve oscuro.
“Han desaparecido animales en aguas y en playas. Por
ejemplo, escasea el chipichipi -un animalito que
tiene dos conchitas y es apetecido para
preparaciones culinarias- y las almejas”, lamenta
Ospina.
Sin contar que en los últimos cuatro años se han
hundido nueve barcazas con 600 toneladas de carbón
cada una.
“La pesca se ha disminuido más o menos en un 80 por
ciento”, calcula Ospina. Aunque no es un dato
exacto, esta apreciación la confirman muchos
habitantes de Santa Marta: “ya casi nadie se dedica
a la pesca” -comenta un paisano que se distrae
arrojando su nylon al agua, a la caída de la tarde.
Este samario cuenta que fue pescador, pero que
actualmente vive de la albañilería. “La mayor parte
de la gente busca sustento en negocios del turismo y
en la albañilería”, actividad que ha florecido.
El Artículo 113 de la Ley 1450 de 2011 que aprobó el
Plan de Desarrollo 2010-2014 prorrogó el plazo para
la implementación del cargue directo de los buques
-evitando el descargue y cargue de carbón en patios
de puertos- hasta enero de 2014.
Ferrocarriles del Norte de Colombia (Fenoco),
está construyendo Puerto Nuevo, situado en Ciénaga.
Trenes y tractomulas
“Es mejor que subas el vidrio -dijo la mujer-.
El pelo se te va a llenar de carbón”.
El carbón con el que se le iba a llenar el pelo a la
niña de La siesta del martes, el cuento de
Gabriel García Márquez, era el del humo
de la misma locomotora del tren en que viajaban, el
cual, con su hilera de vagones, penetraba por las
plantaciones de banano.
Pero el tren de hoy no es el mágico “diablo” que,
además de Gabo, menciona Rafael Escalona
en El testamento, ese vallenato en que cuenta
que irá a estudiar a Santa Marta. Era un tren lento
y de no más de una docena de vagones.
Los trenes que hoy atraviesan las planicies de La
Guajira, Magdalena y Cesar tienen más de cien
vagones cada uno, están cargados de carbón y pasan
llevando el mineral hasta los puertos de la Bahía y
vacíos de vuelta a las minas de Cerrejón y La Jagua
de Ibirico. Y la contaminación que el tren produce
no es por el humo de las locomotoras, sino por el
polvillo que va dejando a su paso.
Aunque esto ha mejorado, según el capitán Carlos
Andrade, tras una investigación en la que
él y participó hace diez años sobre los daños que
hacía el polvillo del mineral a su paso por los
pueblos que atraviesa la vía férrea.
Las empresas transportadoras, Drummond y
Fenoco, tomaron medidas de solución. Dejaron de
cargar los vagones con pirámides de carbón altas y
compraron una máquina que aplana la carga y así
evitan que el viento la riegue. Además, humedecen el
mineral desde la mina para que llegue mojado al
puerto y no se levante polvo.
Sin embargo, los hoteleros se quejan. No tanto los
del Centro, es decir, los de El Rodadero, sino los
del Sur, los de la vía que conduce a Ciénaga, como
el Soana, el Costa Azul y el Decameron. Dicen que
las sábanas, los manteles y la ropa de los huéspedes
se percuden y que las playas son cada día más
negras.
El Decameron denunció que el tren pasa tan cercano a
su edificio, que tiene problemas de seguridad para
los clientes. Le solicitó al Gobierno Nacional
permiso para cerrar y dejar cesantes a sus
trabajadores, aduciendo como causa estos problemas.
Pero ahora, las directivas del Decameron no quieren
hablar del asunto.
En fin, mientras tanto, como dice el científico
marino Franco Ospina, “los negocios
salen adelante, las transnacionales crecen, todo
prospera, menos el medio ambiente”
Investigan extraña mortandad de
peces en aguas de Santa Marta
Desde
principios de agosto, entre Ciénaga y Santa Marta,
han aparecido cientos de peces muertos. Conglios,
mojarras, sardinas, mochuelos y pez león. Peces de
fondo y media agua, de 15 a 20 centímetros de largo.
En primeras pruebas, los de Invermar
descartaron toxicidad y falta de oxígeno en aguas.
Investigan si el dragado para la construcción de
Puerto Nuevo, tiene que ver con eso.
Francisco Arias, director del DADMA. dice que
cuando dragan vierten el material en otro punto y
eso produce desequilibrio por saturación del sistema
natural. Hay alarma entre los habitantes.
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