-¿Cuál es su origen?
-Nací en
un hogar muy humilde de Cerro Chato, donde se unen Treinta y
Tres, Florida y Durazno. Me eduqué en Melo hasta que terminé
el liceo y después me vine a continuar los estudios en
Montevideo.
-De tradición blanca.
-Mezclada. Mis tíos abuelos por parte de madre integraron el
consejo de guerra de Aparicio Saravia, tengo sangre Saravia.
Mi padre era de tradición colorada, pero a pesar de esta
discordancia nunca nos hicieron sentir alguna presión al
respecto. Nos dejaron crecer en paz. Tengo dos hermanos; los
tres somos profesionales. Nuestros padres nos dijeron:
“Ustedes tienen que estudiar. Nosotros les garantizamos casa
y comida, pero nada más que eso”.
-¿En qué se desempeñaba su padre?
-Fue
pinche en los juzgados de la zona de Cerro Chato donde tenía
un hotelito, después entró en la Policía de Melo y por esa
razón abandonamos el pueblo. Allí entró de comisario. En
casa no entraban armas de fuego, alcohol ni la timba.
Terminó siendo Jefe de Policía de Cerro Largo porque en
función de sus ideas riveristas, conservadoras, durante la
presidencia de Baldomir lo designaron subjefe, y como
faltando dos años para que terminara el período el Jefe
renunció, él asumió la jefatura sin llegar nunca a ser
nombrado Jefe.
-¿Cómo le sentó Montevideo?
-Bueno,
bien porque nos vinimos todos, mi padre ya se había
jubilado, mis hermanos mayores ya estaban estudiando acá, el
que se preparaba para contador era lector de Marcha, así que
yo también empecé a leerla. Al principio nos costaba
entrarle, entender, pero después resultaba imprescindible.
Siempre digo que soy de origen quijanista, a pesar de que
viví 20 años fuera del país y me costaba conseguir Marcha.
Mi primer trabajo me lo dio Carlos Quijano.
-¿Cómo fue eso?
-Yo
estaba esperando para ser atendido de una dolencia banal en
el Hospital Maciel, y lo hacía leyendo la reciente edición
de Marcha en la cual Quijano había publicado un artículo
referido al azúcar. Tuve la intuición de que allí había
trabajo para mí, cuando apenas me faltaba un examen para
recibirme de ingeniero. Entonces me fui a Marcha donde me
recibió Nora, su secretaria. Le expliqué mi intuición y le
señalé el artículo. Nora se rió y me dijo que tenía razón:
“Quijano está buscando dos o tres personas de confianza para
que lo ayuden en la Comisión Honoraria del Azúcar”. Luis
Batlle lo había designado presidente de esa comisión. Un mes
y medio o dos meses después, a fin de 1951 yo había rendido
el último examen y estrenaba el trabajo que me confió
Quijano en Azucarlito, en la ciudad de Paysandú. Me
desempeñé como inspector allí hasta 1959. Quijano ya se
había ido, porque no pudo resistir las presiones de los
patrones del azúcar que le desvirtuaron su proyecto.
-¿Por qué se fue del país?
-Pensé
que para mi carrera era conveniente intentar hacer un
postgrado en Estados Unidos, y conseguí una beca para la
Universidad de California Los Angeles (UCLA) donde estudié
entre 1964 y 1966 y obtuve un título asimilable en Uruguay a
un Master en ingeniería industrial. Además, los
profesionales en este país ya éramos muy mal retribuidos en
aquella época. Al principio me fui solo y luego viajaron mi
mujer y mi hijo. Después regresé a cumplir con el compromiso
adquirido al aceptar la beca de trabajar por lo menos dos
años en el país, pero la verdad es que ya tenía trabajo
esperándome allá, en la Philips Morris. Recién había muerto
el presidente Gestido y se instalaba el llamado “pachecato”.
Aquello era horrible. La muerte de Liber Arce terminó de
decidirme.
-¿En qué ciudad trabajó?
-El
puesto que tenía era en Nueva York, pero nunca llegué allá.
Tenía unos parientes muy cercanos y queridos en Washington a
quienes había visitado durante mi beca y antes de volver al
Uruguay. Al pasar nuevamente por allí, camino a Nueva York,
me dicen mis parientes: “De aquí no te vas nada”. Es que en
Washington hay tantas instituciones internacionales como el
Fondo Monetario, la Organización Panamericana de la Salud,
la OEA. Me apretaron para que llenara solicitudes de empleo
en todas ellas, seguros de que en alguna quedaría. Y así
fue. Pocos meses después estaba trabajando en la OEA. Me
vine seis años antes de llegar al límite de 65 cuando se
debe renunciar obligatoriamente. A los 59 tuve un problema
cardíaco serio y me recomendaron cambiar de vida. La gente
cree que los funcionarios de estos organismos no hacemos
nada, pero la realidad es que se trabaja mucho y bajo
intensas presiones. Los militares estuvieron averiguando
quién me había recomendado y qué ideas tenía, pero se
encontraron con que había entrado por mérito y sin
recomendación de nadie. Mi cargo fue el de “especialista
principal en el Departamento de Asuntos de Ciencia y
Tecnología”. La tarea era evaluar los proyectos que
presentaban los diversos países en ese tema.
-¿Cómo llegó a la caña de azúcar?
-Justamente porque una vez me tocó evaluar un proyecto de
aprovechamiento alternativo de la caña que presentaron los
gobiernos de Jamaica y de Trinidad y Tobago. A este proyecto
original después se sumaron Guatemala, República Dominicana
y México. Luego se amplió aún más, y entraron Colombia,
Costa Rica, Argentina, Uruguay, porque cada vez que viajaba
a algún país yo lo promovía. Acá hablaba con Ancap porque
aquí no se hacía nada con respecto a la producción de
alcohol de caña, pero siempre me topé con una barrera
infranqueable.
-¿Cuándo ocurrió eso?
-La
primera vez fue en 1978, cuando Andrés Tierno Abreu era
gerente general de Ancap, y durante el gobierno de Lacalle
fue designado presidente del ente. Lo visité seis o siete
veces, y siempre encontré un rechazo a lo que, simplemente,
yo les contaba. Lo que les pedía era que fueran a ver lo que
se estaba haciendo en otros lugares. Uruguay finalmente
entró en el programa, pero cuando este ya estaba
finalizando.
-¿Por qué le parece que existía ese rechazo?
-Mire,
cuando Quijano renunció a la Comisión Honoraria del Azúcar
lo sustituyó el contador Enrique Iglesias, hoy presidente
del BID, de manera que lo conocí en aquella época. Cuando el
gobierno democrático del Uruguay lo nombró Canciller y yo
era funcionario de la OEA, aproveché un viaje de él a
Washington y le presenté por teléfono la idea y le envié
toda la documentación. El me respondió semanas después,
opinando que le parecía una iniciativa muy razonable y que
la derivaría a la OPP que era el organismo competente en esa
materia. Me dio el nombre de un ingeniero allí. No pasó
absolutamente nada. Pero que Iglesias la hubiese aprobado me
confirmó que la idea no era mala para el país. En aquel
momento había un debate muy intenso en Estados Unidos sobre
este tema, de manera que yo disponía de una enorme
información al respecto. La gran barrera era el monopolio de
Ancap y las dificultades que tenía el ente para administrar
un cambio tecnológico como el que se proponía. También
admito que el precio del petróleo –entonces por debajo de 30
dólares el barril– era un obstáculo insalvable porque
entonces producir alcohol en Uruguay no era rentable. Claro
que se podían implementar políticas que lo hicieran
rentable, pero eso escapaba a mis posibilidades.
-Aunque si se tuviesen en cuenta los costos externalizados
seguramente apareciera la conveniencia del alcohol.
-En esa
época ni se soñaba con ese tipo de conceptos que, le digo,
aún hoy está muy poco arraigado en el país. Ojalá se difunda
aún más y que el próximo gobierno aprecie que se trata de un
aspecto ineludible en cualquier política económica, social o
ambiental.
-¿Qué hizo usted cuando regresó al Uruguay?
-Durante
dos años me quedé en mi casa, y cuando me dieron el alta
médica concursé en la Facultad de Ingeniería donde ingresé
como docente. Tuve este proyecto guardado en mi cabeza, y
los compañeros de la Facultad me fueron preguntando cosas, y
así fue saliendo que la caña no sirve sólo para hacer
azúcar. Eso es lo primero que hay que entender. Acá sólo se
ha hecho azúcar, parece que el Uruguay estuviese rodeado de
paredes kilométricas hacia arriba por las cuales no entra ni
sale nada. ¿Cómo acá no se sabe que la caña sirve para hacer
alcohol? Hace más de 30 años que se hace ahí, del otro lado
de la frontera, y de una forma exitosísima. Brasil es el
país líder en la materia. Hace décadas que Estados Unidos
estudia el tema y aún hoy siguen atrasados en relación con
Brasil. Ellos vienen a aprender acá al lado. ¿Cómo es
posible que no hayamos entendido esta opción estratégica
siendo un país que carece de petróleo?
-¿En qué consiste el proyecto?
-El Plan
Agroenergético Nacional (PAN) tiene por objetivo la
generación de trabajo en el campo, de la misma manera que
Quijano nos metió en la cabeza que la ley azucarera de
aquellos años era para proteger a los productores de las
materias primas. Sin embargo las fábricas, la industria
azucarera, secuestró el proyecto y los beneficios fueron
acaparados por ella mientras se dejaban caer los mendrugos
hasta el campesino que cobraba poco, mal y nunca. Eso no se
puede volver a repetir. Nuestro enfoque apunta a crear 10
mil puestos de trabajo agrícolas para recuperar al menos la
mitad de los que se han perdido en los últimos años. La Ley
17.567 del 20 de octubre de 2002, que se aprobó por
unanimidad en el Senado, declara de interés nacional “la
producción de combustibles alternativos, renovables y
sustitutivos de los derivados del petróleo, elaborados con
materias primas nacionales de origen vegetal o animal”. El
proyecto que se discutió en el seno de la Facultad de
Ingeniería contempla que entre la materia prima y el
combustible hay una fase intermedia que, por ejemplo, puede
ser CALNU, allá en Bella Unión, pero el principal
beneficiado no debe ser la industria sino el productor de la
caña, aunque sin abandonar al industrial. Ahí está el meollo
del asunto. Si los agricultores logran llegar a la
producción necesaria, al costo que dé rentabilidad, entonces
esto es posible. De lo contrario no vale la pena.
-Pero ustedes deben tener ya una idea al respecto...
-Hemos
calculado un precio de la materia prima que incluye los
costos promedio de los productores y deja un margen
aceptable de rentabilidad. Hay que tener en cuenta que se
producirá no sólo caña, también remolacha alcoholígena y
sorgo dulce.
-¿Por qué esa diversidad?
-Es una
parte sustancial –y creemos que inédita– de nuestro
proyecto, una metodología productiva en la cual Uruguay
podría ser pionero. Se trata de romper la zafralidad que
instala la utilización de la caña exclusivamente en la
producción de azúcar que da trabajo durante seis meses. Si a
eso agregamos los tres meses de la remolacha y los dos meses
del sorgo, en total logramos trabajo continuado durante once
meses. Este es un país chico en el cual se puede producir en
la misma zona las tres materias primas. Eso ya lo sabemos.
La caña se puede producir en el Sur, sabemos que se hacía
hasta hace algunos años cuando cayó el apoyo gubernamental a
esa industria. Quiere decir que al agricultor no tiene que
apartarse de su zona, el trabajo suplementario no lo hace un
itinerante sino un trabajador rural que se podría instalar
allí mismo. No hay ningún otro país en las Américas donde se
pueda producir estos tres cultivos simultáneamente y en un
territorio reducido que achica los fletes.
-Tenemos la tierra, tenemos el conocimiento, tenemos la
gente y la materia prima: ¿qué equipamiento industrial se
necesita?
-No
tenemos ninguna destilería para hacer el tipo de alcohol que
se necesita. Las que se usan para esto son unidades
compactas que se venden llave en mano. Hay muchas en Brasil,
de diferentes modelos y casi todos muy eficaces. Este nuevo
camino reclama decisiones políticas, tiene que ser
ampliamente discutido, mejorado, afinado en sus costos y
beneficios. Nuestro cálculo es que el país podrá ahorrar una
fuerte cantidad de divisas por la disminución en la
importación de petróleo. En una primera etapa se plantea la
sustitución de un 10 por ciento de las naftas, lo que es un
objetivo modesto. Luego planteamos llegar al 20 por ciento
y, finalmente, alcanzar lo que Brasil hace hoy: por ley,
todas las naftas tienen obligatoriamente un 25 por ciento de
alcohol. Aspiramos a que esto se logre en un período de
entre ocho y diez años.
-¿Por qué tanto tiempo?
-Hay que
reactivar la remolacha que ha sido abandonada. En España hay
una variedad cuyo rendimiento agrícola es tres veces
superior al de la remolacha azucarera, y su contenido en
azúcar también es mayor, lo que significa que esta materia
prima produce más alcohol que la caña. Nosotros tenemos que
lograr variedades de estos tres cultivos que se puedan
plantar en todo el país lo que exigirá pruebas,
investigación que en algunos casos ya están hechas. Muchas
veces está el conocimiento, pero se ha abandonado o
relegado. Tenemos que rescatarlo. Además, pensamos que
también en la primera etapa se podría recuperar CALNU porque
disponer de entrada de su capacidad instalada pero ociosa
abarataría mucho los costos iniciales. Eso implicaría
mejorar de alguna manera la situación financiera de esa
industria que debe unos 40 millones de dólares de los cuales
la mitad al BROU.
-¿Tiene que haber un ingenio además de una destilería?
-La
mitad de un ingenio, sólo la primera parte del proceso en el
cual la materia prima se transforma en un jarabe que puede
continuar dos caminos: para azúcar o para alcohol. Esa
planta se puede construir de tal manera que sirva para
procesar las tres materias primas cuyos jugos irían a la
destilería. CALNU tiene esa instalación, pero su problema
financiero es tan formidable que asusta. La política de los
sucesivos gobiernos ha sido la de liquidarlo. Los
plantadores, quienes viven del plantío de la caña, son los
que resistieron, son los que saben que allá lejos hay una
transnacional llamada Mann –aquí representada por Elías
Bluth– que ha transformado a CALNU en una sociedad anónima y
que lo tiene agarrado del cuello. La gente de Bella Unión
defiende la caña porque es su trabajo, su conocimiento. Pero
ahora se trata de promover usos alternativos a la caña que
no sean sólo la producción de azúcar. Puede ser que esta
industria azucarera sea deficitaria, no lo cuestionamos,
pero afirmamos, aseguramos que esa insuficiencia no
necesariamente arrastra a la caña. De la caña se obtiene
forraje para animales, fibras para tableros, alcohol,
saborizantes, miel proteica, melaza y otros subproductos. En
países como México, Brasil, Jamaica, Guatemala, Colombia y
otros esta tecnología está funcionando exitosamente.
-Supongamos que transcurrieron los diez años en los cuales
se desarrollaron las tres etapas del proyecto. ¿Cuáles son
los beneficios que ha obtenido el Uruguay?
-Antes
que nada los 10 mil puestos de trabajo fijos en el campo y
distribuidos en todo el país: Bella Unión, Paysandú,
Mercedes, Canelones, Maldonado y Cerro Largo, y otros tantos
puestos de trabajo indirectos (estas proyecciones están
basadas en la experiencia brasileña). Estaríamos ocupando
unas 25 mil hectáreas entre los tres cultivos. Para ese
momento se tendrá que haber logrado bajar el consumo de
gasoil y aumentar el de las naftas que actualmente se
encuentran totalmente distorsionados: Uruguay consume cinco
veces más gasoil que naftas debido a la distorsión en los
precios ya que la política impositiva del Estado ha
penalizado más a las naftas que al gasoil. Nuestro proyecto
prevé que tanto las naftas como el gasoil recibirán mezcla
de alcohol. Pero en la hipótesis más modesta estaríamos
ahorrando en la importación de petróleo por lo menos 45
millones de dólares anuales, o sea el 10 por ciento de
nuestra factura petrolera. La primera destilería costaría 3
millones de dólares y seguramente sería de Ancap. Luego,
cuando la industria privada vea los resultados querrá
invertir y otras destilerías podrían ser privadas, aunque
Ancap debería conservar el monopolio de la mezcla, como
ocurre en Brasil. Pensamos que las destilerías podrían ser
pequeñas, inclusive cooperativas de productores también como
en Brasil, distribuidas en todas las regiones donde haya
producción de materia prima para abaratar los fletes.
-¿Cómo se fija el precio de la materia prima?
-Este
rubro representa por lo menos el 70 por ciento del costo del
alcohol. Para tomar un punto de referencia tomemos lo que
paga CALNU –cuando paga– por el contenido de azúcar: 0,20
centavos de dólar por kilo extraído. De acuerdo con el
rendimiento agrícola promedio eso significa 17 dólares la
tonelada de caña. Pero esta caña azucarera es un bastón
quemado, desprovisto de hojas y sin el “despunte” o copete
superior que no sirve para el azúcar. En nuestro proyecto la
caña no se quema, se pela –el ambiente agradecido– y las
hojas van a la fábrica para energía de biomasa o pueden ser
aprovechadas como forraje. Además, se procesa íntegra,
incluyendo el “despunte” o copete superior lo que agrega un
25 por ciento de peso a cada planta. Esto significa una
cantidad similar más en dinero para el productor, un 25 por
ciento más de bagazo y así sucesivamente. Al final, el
productor tendrá una rentabilidad del 30 por ciento por
encima de sus costos. El bagazo –lo que queda después de
exprimida la caña– se utiliza también como biomasa porque la
idea es que este sistema sea energéticamente autosuficiente.
En el caso de la remolacha, que no produce bagazo, el
residuo que queda después de obtenido el jugo es sin embargo
un excelente alimento para animales. Todavía veo a las vacas
en Rausa, yendo atrás del tractor que iba a tirar al campo
los residuos de las remolachas. Nadie las llevaba, iban
solitas. Como el bagazo de la caña y del sorgo es más de lo
que consumirá la planta durante esos períodos, lo que sobra
se consume durante el procesamiento de la remolacha que no
produce biomasa para energía. Por eso decimos que el corazón
de este proyecto es el bagazo, porque el ahorro energético
es sustancial.
-¿Cuál sería el costo de una planta completa: medio ingenio
y destilería?
-Al cabo
de los ocho o diez años pensamos que la inversión total
serían unos 25 millones de dólares, contando con CALNU
integrado al sistema más otras dos plantas completas
instaladas en otras zonas del país. Podría haber también una
planta de Ancap en El Espinillar.
-Con estos cultivos podría pasar lo mismo que con la soja:
transformarse en un commodity. ¿Y qué haríamos con 50 mil
hectáreas de materias primas para producir alcohol?
-Hay que
evitar políticamente que eso suceda. Pero si ocurre, hay
mercado. Estuvimos hablando de sustituir nafta y gasoil. En
Brasil lo tienen medio escondido, pero estoy convencido de
que ya están sustituyendo un 15 por ciento del gasoil con
alcohol. ¿Sabe una cosa? Es probable que si adoptamos el PAN
en 15 años la demanda de tierra será de 50 mil hectáreas
para una producción que tendrá un mercado seguro. En el
ámbito nacional habrá aumentado el consumo de nafta a
niveles que antes eran normales, porque actualmente el 32
por ciento del gasoil que se produce y se vende en Uruguay
es para automóviles. En volumen esto representa el doble de
la nafta que se usa en el país. ¿Está claro? Cada tres
litros de combustibles que usan los automóviles uruguayos,
uno es de nafta y dos son de gasoil. En cuanto el país
produzca algo que se pueda mezclar con la nafta y se abarate
el precio porque el alcohol no puede ser gravado según la
ley que ya mencionamos, entonces los automovilistas seguirán
el movimiento.
-¿Es un combustible competitivo con el gas?
-Depende
del precio al que se obtenga el gas, aunque en principio
creo que el gas sería más barato. Pero el gas no produce
empleos en el campo ni hace andar nuestras destilerías y
nuestros ingenios. El alcohol es una opción estratégica de
soberanía. Este es un proyecto que mantendrá vigencia
durante unos 25 años, mientras la matriz del petróleo sea la
dominante en los combustibles. Para después hay que ir
pensando en otra cosa. Pero mire que los europeos empezaron
a mezclar entre el 3 y el 5 por ciento de alcohol en las
naftas. No sé si aquí ya se sabe que los países asiáticos
entraron a consumir alcohol ya que es una manera rápida de
ir cumpliendo con los compromisos derivados del Protocolo de
Kyoto que regula la disminución de las emisiones de dióxido
de carbono, cuyo exceso en la atmósfera es una de las
principales razones del efecto invernadero, o sea, del
calentamiento de la Tierra. Tengo información que me llegó
desde Brasil, según la cual Japón le pidió a ese país que lo
abasteciera con 2 millones de metros cúbicos de alcohol al
año, ya que ellos no pueden producirlo, para mezclar con sus
naftas en un 5 por ciento. Nuestro proyecto nacional implica
apenas 60 mil metros cúbicos al cabo de ocho años. El día
que Japón mezcle el 10 o el 20 por ciento nadie dará abasto
solo para abastecerlo. ¿Y los demás países? Tenemos en las
manos la posibilidad de instalar una industria alcoholígena.
Pero hoy, en la realidad, lo que podemos ir creando son
fuentes de trabajo en el campo. Plantar caña, remolacha y
sorgo. Por ahora miremos para adentro, que bien lo
necesitamos.
-¿Quién está apoyando este proyecto?
-El PAN
nació en la Facultad de Ingeniería a partir de la
experiencia que yo traía. Los colegas del Instituto de
Ingeniería Mecánica y Producción Industrial (IIMPI)
participaron activamente en el replanteo del proyecto, en su
adaptación a la realidad uruguaya. La Rectoría de la
Universidad, por intermedio del prorector de Extensión,
ingeniero agrónomo Carlos Rucks, le ha dado su apoyo a este
proyecto atendiendo a su capacidad de creación de empleos
rurales de calidad ya que no serán zafrales, al igual que la
Secretaría Regional Latinoamericana de la UITA que también
está apoyando decididamente la idea que, además de generar
un ahorro importante de divisas apunta a un objetivo social
que es prioritario.
Carlos
Amorín
©
Rel-UITA
14 de
enero de 2005