Uruguay

Con Rómulo Ferreira

El oro verde

 

Ingeniero químico, ex funcionario de la OEA, Ferreira viene proponiendo en Uruguay desde hace más de 25 años la producción de vegetales para la fabricación de alcohol que, a su vez, sustituya parte del consumo de combustibles derivados del petróleo; y, además, creando 10 mil puestos de trabajo en el campo. Se trata del Plan Agroenergético Nacional, que recibe el apoyo de la Secretaría Regional de la UITA.

 

 

-¿Cuál es su origen?

 

-Nací en un hogar muy humilde de Cerro Chato, donde se unen Treinta y Tres, Florida y Durazno. Me eduqué en Melo hasta que terminé el liceo y después me vine a continuar los estudios en Montevideo.

 

-De tradición blanca.

 

-Mezclada. Mis tíos abuelos por parte de madre integraron el consejo de guerra de Aparicio Saravia, tengo sangre Saravia. Mi padre era de tradición colorada, pero a pesar de esta discordancia nunca nos hicieron sentir alguna presión al respecto. Nos dejaron crecer en paz. Tengo dos hermanos; los tres somos profesionales. Nuestros padres nos dijeron: “Ustedes tienen que estudiar. Nosotros les garantizamos casa y comida, pero nada más que eso”.

 

-¿En qué se desempeñaba su padre?

 

-Fue pinche en los juzgados de la zona de Cerro Chato donde tenía un hotelito, después entró en la Policía de Melo y por esa razón abandonamos el pueblo. Allí entró de comisario. En casa no entraban armas de fuego, alcohol ni la timba. Terminó siendo Jefe de Policía de Cerro Largo porque en función de sus ideas riveristas, conservadoras, durante la presidencia de Baldomir lo designaron subjefe, y como faltando dos años para que terminara el período el Jefe renunció, él asumió la jefatura sin llegar nunca a ser nombrado Jefe.

 

-¿Cómo le sentó Montevideo?

 

-Bueno, bien porque nos vinimos todos, mi padre ya se había jubilado, mis hermanos mayores ya estaban estudiando acá, el que se preparaba para contador era lector de Marcha, así que yo también empecé a leerla. Al principio nos costaba entrarle, entender, pero después resultaba imprescindible. Siempre digo que soy de origen quijanista, a pesar de que viví 20 años fuera del país y me costaba conseguir Marcha. Mi primer trabajo me lo dio Carlos Quijano.

 

-¿Cómo fue eso?

 

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14-01-2005

 

El futuro está en nuestras manos

 

Plan Agroenergético Nacional (PAN)

 

Por Leonardo de León

 

-Yo estaba esperando para ser atendido de una dolencia banal en el Hospital Maciel, y lo hacía leyendo la reciente edición de Marcha en la cual Quijano había publicado un artículo referido al azúcar. Tuve la intuición de que allí había trabajo para mí, cuando apenas me faltaba un examen para recibirme de ingeniero. Entonces me fui a Marcha donde me recibió Nora, su secretaria. Le expliqué mi intuición y le señalé el artículo. Nora se rió y me dijo que tenía razón: “Quijano está buscando dos o tres personas de confianza para que lo ayuden en la Comisión Honoraria del Azúcar”. Luis Batlle lo había designado presidente de esa comisión. Un mes y medio o dos meses después, a fin de 1951 yo había rendido el último examen y estrenaba el trabajo que me confió Quijano en Azucarlito, en la ciudad de Paysandú. Me desempeñé como inspector allí hasta 1959. Quijano ya se había ido, porque no pudo resistir las presiones de los patrones del azúcar que le desvirtuaron su proyecto.

 

-¿Por qué se fue del país?

 

-Pensé que para mi carrera era conveniente intentar hacer un postgrado en Estados Unidos, y conseguí una beca para la Universidad de California Los Angeles (UCLA) donde estudié entre 1964 y 1966 y obtuve un título asimilable en Uruguay a un Master en ingeniería industrial. Además, los profesionales en este país ya éramos muy mal retribuidos en aquella época. Al principio me fui solo y luego viajaron mi mujer y mi hijo. Después regresé a cumplir con el compromiso adquirido al aceptar la beca de trabajar por lo menos dos años en el país, pero la verdad es que ya tenía trabajo esperándome allá, en la Philips Morris. Recién había muerto el presidente Gestido y se instalaba el llamado “pachecato”. Aquello era horrible. La muerte de Liber Arce terminó de decidirme.

 

-¿En qué ciudad trabajó?

 

-El puesto que tenía era en Nueva York, pero nunca llegué allá. Tenía unos parientes muy cercanos y queridos en Washington a quienes había visitado durante mi beca y antes de volver al Uruguay. Al pasar nuevamente por allí, camino a Nueva York, me dicen mis parientes: “De aquí no te vas nada”. Es que en Washington hay tantas instituciones internacionales como el Fondo Monetario, la Organización Panamericana de la Salud, la OEA. Me apretaron para que llenara solicitudes de empleo en todas ellas, seguros de que en alguna quedaría. Y así fue. Pocos meses después estaba trabajando en la OEA. Me vine seis años antes de llegar al límite de 65 cuando se debe renunciar obligatoriamente. A los 59 tuve un problema cardíaco serio y me recomendaron cambiar de vida. La gente cree que los funcionarios de estos organismos no hacemos nada, pero la realidad es que se trabaja mucho y bajo intensas presiones. Los militares estuvieron averiguando quién me había recomendado y qué ideas tenía, pero se encontraron con que había entrado por mérito y sin recomendación de nadie. Mi cargo fue el de “especialista principal en el Departamento de Asuntos de Ciencia y Tecnología”. La tarea era evaluar los proyectos que presentaban los diversos países en ese tema.

 

-¿Cómo llegó a la caña de azúcar?

 

-Justamente porque una vez me tocó evaluar un proyecto de aprovechamiento alternativo de la caña que presentaron los gobiernos de Jamaica y de Trinidad y Tobago. A este proyecto original después se sumaron Guatemala, República Dominicana y México. Luego se amplió aún más, y entraron Colombia, Costa Rica, Argentina, Uruguay, porque cada vez que viajaba a algún país yo lo promovía. Acá hablaba con Ancap porque aquí no se hacía nada con respecto a la producción de alcohol de caña, pero siempre me topé con una barrera infranqueable.

 

-¿Cuándo ocurrió eso?

 

-La primera vez fue en 1978, cuando Andrés Tierno Abreu era gerente general de Ancap, y durante el gobierno de Lacalle fue designado presidente del ente. Lo visité seis o siete veces, y siempre encontré un rechazo a lo que, simplemente, yo les contaba. Lo que les pedía era que fueran a ver lo que se estaba haciendo en otros lugares. Uruguay finalmente entró en el programa, pero cuando este ya estaba finalizando.

 

-¿Por qué le parece que existía ese rechazo?

 

-Mire, cuando Quijano renunció a la Comisión Honoraria del Azúcar lo sustituyó el contador Enrique Iglesias, hoy presidente del BID, de manera que lo conocí en aquella época. Cuando el gobierno democrático del Uruguay lo nombró Canciller y yo era funcionario de la OEA, aproveché un viaje de él a Washington y le presenté por teléfono la idea y le envié toda la documentación. El me respondió semanas después, opinando que le parecía una iniciativa muy razonable y que la derivaría a la OPP que era el organismo competente en esa materia. Me dio el nombre de un ingeniero allí. No pasó absolutamente nada. Pero que Iglesias la hubiese aprobado me confirmó que la idea no era mala para el país. En aquel momento había un debate muy intenso en Estados Unidos sobre este tema, de manera que yo disponía de una enorme información al respecto. La gran barrera era el monopolio de Ancap y las dificultades que tenía el ente para administrar un cambio tecnológico como el que se proponía. También admito que el precio del petróleo –entonces por debajo de 30 dólares el barril– era un obstáculo insalvable porque entonces producir alcohol en Uruguay no era rentable. Claro que se podían implementar políticas que lo hicieran rentable, pero eso escapaba a mis posibilidades.

 

-Aunque si se tuviesen en cuenta los costos externalizados seguramente apareciera la conveniencia del alcohol.

 

-En esa época ni se soñaba con ese tipo de conceptos que, le digo, aún hoy está muy poco arraigado en el país. Ojalá se difunda aún más y que el próximo gobierno aprecie que se trata de un aspecto ineludible en cualquier política económica, social o ambiental.

 

-¿Qué hizo usted cuando regresó al Uruguay?

 

-Durante dos años me quedé en mi casa, y cuando me dieron el alta médica concursé en la Facultad de Ingeniería donde ingresé como docente. Tuve este proyecto guardado en mi cabeza, y los compañeros de la Facultad me fueron preguntando cosas, y así fue saliendo que la caña no sirve sólo para hacer azúcar. Eso es lo primero que hay que entender. Acá sólo se ha hecho azúcar, parece que el Uruguay estuviese rodeado de paredes kilométricas hacia arriba por las cuales no entra ni sale nada. ¿Cómo acá no se sabe que la caña sirve para hacer alcohol? Hace más de 30 años que se hace ahí, del otro lado de la frontera, y de una forma exitosísima. Brasil es el país líder en la materia. Hace décadas que Estados Unidos estudia el tema y aún hoy siguen atrasados en relación con Brasil. Ellos vienen a aprender acá al lado. ¿Cómo es posible que no hayamos entendido esta opción estratégica siendo un país que carece de petróleo?

 

-¿En qué consiste el proyecto?

 

-El Plan Agroenergético Nacional (PAN) tiene por objetivo la generación de trabajo en el campo, de la misma manera que Quijano nos metió en la cabeza que la ley azucarera de aquellos años era para proteger a los productores de las materias primas. Sin embargo las fábricas, la industria azucarera, secuestró el proyecto y los beneficios fueron acaparados por ella mientras se dejaban caer los mendrugos hasta el campesino que cobraba poco, mal y nunca. Eso no se puede volver a repetir. Nuestro enfoque apunta a crear 10 mil puestos de trabajo agrícolas para recuperar al menos la mitad de los que se han perdido en los últimos años. La Ley 17.567 del 20 de octubre de 2002, que se aprobó por unanimidad en el Senado, declara de interés nacional “la producción de combustibles alternativos, renovables y sustitutivos de los derivados del petróleo, elaborados con materias primas nacionales de origen vegetal o animal”. El proyecto que se discutió en el seno de la Facultad de Ingeniería contempla que entre la materia prima y el combustible hay una fase intermedia que, por ejemplo, puede ser CALNU, allá en Bella Unión, pero el principal beneficiado no debe ser la industria sino el productor de la caña, aunque sin abandonar al industrial. Ahí está el meollo del asunto. Si los agricultores logran llegar a la producción necesaria, al costo que dé rentabilidad, entonces esto es posible. De lo contrario no vale la pena.

 

-Pero ustedes deben tener ya una idea al respecto...

 

-Hemos calculado un precio de la materia prima que incluye los costos promedio de los productores y deja un margen aceptable de rentabilidad. Hay que tener en cuenta que se producirá no sólo caña, también remolacha alcoholígena y sorgo dulce.

 

-¿Por qué esa diversidad?

 

-Es una parte sustancial –y creemos que inédita– de nuestro proyecto, una metodología productiva en la cual Uruguay podría ser pionero. Se trata de romper la zafralidad que instala la utilización de la caña exclusivamente en la producción de azúcar que da trabajo durante seis meses. Si a eso agregamos los tres meses de la remolacha y los dos meses del sorgo, en total logramos trabajo continuado durante once meses. Este es un país chico en el cual se puede producir en la misma zona las tres materias primas. Eso ya lo sabemos. La caña se puede producir en el Sur, sabemos que se hacía hasta hace algunos años cuando cayó el apoyo gubernamental a esa industria. Quiere decir que al agricultor no tiene que apartarse de su zona, el trabajo suplementario no lo hace un itinerante sino un trabajador rural que se podría instalar allí mismo. No hay ningún otro país en las Américas donde se pueda producir estos tres cultivos simultáneamente y en un territorio reducido que achica los fletes.

 

-Tenemos la tierra, tenemos el conocimiento, tenemos la gente y la materia prima: ¿qué equipamiento industrial se necesita?

 

-No tenemos ninguna destilería para hacer el tipo de alcohol que se necesita. Las que se usan para esto son unidades compactas que se venden llave en mano. Hay muchas en Brasil, de diferentes modelos y casi todos muy eficaces. Este nuevo camino reclama decisiones políticas, tiene que ser ampliamente discutido, mejorado, afinado en sus costos y beneficios. Nuestro cálculo es que el país podrá ahorrar una fuerte cantidad de divisas por la disminución en la importación de petróleo. En una primera etapa se plantea la sustitución de un 10 por ciento de las naftas, lo que es un objetivo modesto. Luego planteamos llegar al 20 por ciento y, finalmente, alcanzar lo que Brasil hace hoy: por ley, todas las naftas tienen obligatoriamente un 25 por ciento de alcohol. Aspiramos a que esto se logre en un período de entre ocho y diez años.

 

-¿Por qué tanto tiempo?

 

-Hay que reactivar la remolacha que ha sido abandonada. En España hay una variedad cuyo rendimiento agrícola es tres veces superior al de la remolacha azucarera, y su contenido en azúcar también es mayor, lo que significa que esta materia prima produce más alcohol que la caña. Nosotros tenemos que lograr variedades de estos tres cultivos que se puedan plantar en todo el país lo que exigirá pruebas, investigación que en algunos casos ya están hechas. Muchas veces está el conocimiento, pero se ha abandonado o relegado. Tenemos que rescatarlo. Además, pensamos que también en la primera etapa se podría recuperar CALNU porque disponer de entrada de su capacidad instalada pero ociosa abarataría mucho los costos iniciales. Eso implicaría mejorar de alguna manera la situación financiera de esa industria que debe unos 40 millones de dólares de los cuales la mitad al BROU.

 

-¿Tiene que haber un ingenio además de una destilería?

 

-La mitad de un ingenio, sólo la primera parte del proceso en el cual la materia prima se transforma en un jarabe que puede continuar dos caminos: para azúcar o para alcohol. Esa planta se puede construir de tal manera que sirva para procesar las tres materias primas cuyos jugos irían a la destilería. CALNU tiene esa instalación, pero su problema financiero es tan formidable que asusta. La política de los sucesivos gobiernos ha sido la de liquidarlo. Los plantadores, quienes viven del plantío de la caña, son los que resistieron, son los que saben que allá lejos hay una transnacional llamada Mann –aquí representada por Elías Bluth– que ha transformado a CALNU en una sociedad anónima y que lo tiene agarrado del cuello. La gente de Bella Unión defiende la caña porque es su trabajo, su conocimiento. Pero ahora se trata de promover usos alternativos a la caña que no sean sólo la producción de azúcar. Puede ser que esta industria azucarera sea deficitaria, no lo cuestionamos, pero afirmamos, aseguramos que esa insuficiencia no necesariamente arrastra a la caña. De la caña se obtiene forraje para animales, fibras para tableros, alcohol, saborizantes, miel proteica, melaza y otros subproductos. En países como México, Brasil, Jamaica, Guatemala, Colombia y otros esta tecnología está funcionando exitosamente.

 

-Supongamos que transcurrieron los diez años en los cuales se desarrollaron las tres etapas del proyecto. ¿Cuáles son los beneficios que ha obtenido el Uruguay?

 

-Antes que nada los 10 mil puestos de trabajo fijos en el campo y distribuidos en todo el país: Bella Unión, Paysandú, Mercedes, Canelones, Maldonado y Cerro Largo, y otros tantos puestos de trabajo indirectos (estas proyecciones están basadas en la experiencia brasileña). Estaríamos ocupando unas 25 mil hectáreas entre los tres cultivos. Para ese momento se tendrá que haber logrado bajar el consumo de gasoil y aumentar el de las naftas que actualmente se encuentran totalmente distorsionados: Uruguay consume cinco veces más gasoil que naftas debido a la distorsión en los precios ya que la política impositiva del Estado ha penalizado más a las naftas que al gasoil. Nuestro proyecto prevé que tanto las naftas como el gasoil recibirán mezcla de alcohol. Pero en la hipótesis más modesta estaríamos ahorrando en la importación de petróleo por lo menos 45 millones de dólares anuales, o sea el 10 por ciento de nuestra factura petrolera. La primera destilería costaría 3 millones de dólares y seguramente sería de Ancap. Luego, cuando la industria privada vea los resultados querrá invertir y otras destilerías podrían ser privadas, aunque Ancap debería conservar el monopolio de la mezcla, como ocurre en Brasil. Pensamos que las destilerías podrían ser pequeñas, inclusive cooperativas de productores también como en Brasil, distribuidas en todas las regiones donde haya producción de materia prima para abaratar los fletes.

 

-¿Cómo se fija el precio de la materia prima?

 

-Este rubro representa por lo menos el 70 por ciento del costo del alcohol. Para tomar un punto de referencia tomemos lo que paga CALNU –cuando paga– por el contenido de azúcar: 0,20 centavos de dólar por kilo extraído. De acuerdo con el rendimiento agrícola promedio eso significa 17 dólares la tonelada de caña. Pero esta caña azucarera es un bastón quemado, desprovisto de hojas y sin el “despunte” o copete superior que no sirve para el azúcar. En nuestro proyecto la caña no se quema, se pela –el ambiente agradecido– y las hojas van a la fábrica para energía de biomasa o pueden ser aprovechadas como forraje. Además, se procesa íntegra, incluyendo el “despunte” o copete superior lo que agrega un 25 por ciento de peso a cada planta. Esto significa una cantidad similar más en dinero para el productor, un 25 por ciento más de bagazo y así sucesivamente. Al final, el productor tendrá una rentabilidad del 30 por ciento por encima de sus costos. El bagazo –lo que queda después de exprimida la caña– se utiliza también como biomasa porque la idea es que este sistema sea energéticamente autosuficiente. En el caso de la remolacha, que no produce bagazo, el residuo que queda después de obtenido el jugo es sin embargo un excelente alimento para animales. Todavía veo a las vacas en Rausa, yendo atrás del tractor que iba a tirar al campo los residuos de las remolachas. Nadie las llevaba, iban solitas. Como el bagazo de la caña y del sorgo es más de lo que consumirá la planta durante esos períodos, lo que sobra se consume durante el procesamiento de la remolacha que no produce biomasa para energía. Por eso decimos que el corazón de este proyecto es el bagazo, porque el ahorro energético es sustancial.

 

-¿Cuál sería el costo de una planta completa: medio ingenio y destilería?

 

-Al cabo de los ocho o diez años pensamos que la inversión total serían unos 25 millones de dólares, contando con CALNU integrado al sistema más otras dos plantas completas instaladas en otras zonas del país. Podría haber también una planta de Ancap en El Espinillar.

 

-Con estos cultivos podría pasar lo mismo que con la soja: transformarse en un commodity. ¿Y qué haríamos con 50 mil hectáreas de materias primas para producir alcohol?

 

-Hay que evitar políticamente que eso suceda. Pero si ocurre, hay mercado. Estuvimos hablando de sustituir nafta y gasoil. En Brasil lo tienen medio escondido, pero estoy convencido de que ya están sustituyendo un 15 por ciento del gasoil con alcohol. ¿Sabe una cosa? Es probable que si adoptamos el PAN en 15 años la demanda de tierra será de 50 mil hectáreas para una producción que tendrá un mercado seguro. En el ámbito nacional habrá aumentado el consumo de nafta a niveles que antes eran normales, porque actualmente el 32 por ciento del gasoil que se produce y se vende en Uruguay es para automóviles. En volumen esto representa el doble de la nafta que se usa en el país. ¿Está claro? Cada tres litros de combustibles que usan los automóviles uruguayos, uno es de nafta y dos son de gasoil. En cuanto el país produzca algo que se pueda mezclar con la nafta y se abarate el precio porque el alcohol no puede ser gravado según la ley que ya mencionamos, entonces los automovilistas seguirán el movimiento.

 

-¿Es un combustible competitivo con el gas?

 

-Depende del precio al que se obtenga el gas, aunque en principio creo que el gas sería más barato. Pero el gas no produce empleos en el campo ni hace andar nuestras destilerías y nuestros ingenios. El alcohol es una opción estratégica de soberanía. Este es un proyecto que mantendrá vigencia durante unos 25 años, mientras la matriz del petróleo sea la dominante en los combustibles. Para después hay que ir pensando en otra cosa. Pero mire que los europeos empezaron a mezclar entre el 3 y el 5 por ciento de alcohol en las naftas. No sé si aquí ya se sabe que los países asiáticos entraron a consumir alcohol ya que es una manera rápida de ir cumpliendo con los compromisos derivados del Protocolo de Kyoto que regula la disminución de las emisiones de dióxido de carbono, cuyo exceso en la atmósfera es una de las principales razones del efecto invernadero, o sea, del calentamiento de la Tierra. Tengo información que me llegó desde Brasil, según la cual Japón le pidió a ese país que lo abasteciera con 2 millones de metros cúbicos de alcohol al año, ya que ellos no pueden producirlo, para mezclar con sus naftas en un 5 por ciento. Nuestro proyecto nacional implica apenas 60 mil metros cúbicos al cabo de ocho años. El día que Japón mezcle el 10 o el 20 por ciento nadie dará abasto solo para abastecerlo. ¿Y los demás países? Tenemos en las manos la posibilidad de instalar una industria alcoholígena. Pero hoy, en la realidad, lo que podemos ir creando son fuentes de trabajo en el campo. Plantar caña, remolacha y sorgo. Por ahora miremos para adentro, que bien lo necesitamos.

 

-¿Quién está apoyando este proyecto?

 

-El PAN nació en la Facultad de Ingeniería a partir de la experiencia que yo traía. Los colegas del Instituto de Ingeniería Mecánica y Producción Industrial (IIMPI) participaron activamente en el replanteo del proyecto, en su adaptación a la realidad uruguaya. La Rectoría de la Universidad, por intermedio del prorector de Extensión, ingeniero agrónomo Carlos Rucks, le ha dado su apoyo a este proyecto atendiendo a su capacidad de creación de empleos rurales de calidad ya que no serán zafrales, al igual que la Secretaría Regional Latinoamericana de la UITA que también está apoyando decididamente la idea que, además de generar un ahorro importante de divisas apunta a un objetivo social que es prioritario.

 

 

Carlos Amorín

© Rel-UITA

14 de enero de 2005

 

 

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