Reino Unido
Si queremos salvar el planeta,
necesitamos congelar los biocombustibles por cinco años |
Con la producción de combustible vegetal
los automóviles pasan a competir con los seres humanos por
alimentos. En esta competencia saldrán perdiendo los seres
humanos... y el medio ambiente.
Antes
era cuestión de buenas intenciones malogradas. Ahora es
simplemente fraude. Los gobiernos que usan biocombustibles
para hacer frente al calentamiento global saben que producen
más daño que bien. Pero igual siguen adelante. En teoría,
los combustibles derivados de plantas reducirían la cantidad
de dióxido de carbono emitido por automóviles y camiones. En
su proceso de crecimiento las plantas absorben carbono y
este se vuelve a liberar cuando se quema el combustible. Al
alentar a las empresas de combustibles a pasar de plantas
fósiles a plantas vivas, los gobiernos de ambos lados del
Atlántico aseguran estar “descarbonizando” nuestros sistemas
de transporte.
La semana
pasada, en la discusión del presupuesto, Gordon
Brown anunció que extendería la desgravación
impositiva a los biocombustibles hasta el año 2010. A partir
del año que viene, todos los proveedores del Reino
Unido deberán garantizar que el 2,5% del
combustible que venden es derivado de plantas - si no lo
hacen, deberán pagar una multa de 15 peniques por litro. La
obligación sube a 5% en 2010. El gobierno espera que
para el 2050 el 33% del combustible del Reino Unido provenga
de cultivos. El mes pasado, George Bush anunció que
multiplicaría por cinco la meta estadounidense de
biocombustibles: para 2017 estarían representando el 24% de
los combustibles de transporte del país.
Pero, ¿qué tienen de malo estos
programas?
Sólo que son
una fórmula para el desastre ambiental y humanitario.
En 2004 advertí desde estas mismas páginas que los
biocombustibles generarían una competencia por alimentos
entre automóviles y seres humanos. Inevitablemente perderían
los seres humanos: los que cuentan con suficientes medios
para tener un automóvil son más ricos que los que están en
riesgo de morirse de hambre. También llevaría a la
destrucción de selvas tropicales y otros hábitats
importantes. Recibí más insultos por esa nota que por
cualquier otra que he escrito, con excepción de la nota en
la que ataqué a los conspiradores del 11 de septiembre. Me
dijeron que mis afirmaciones eran ridículas, absurdas e
imposibles. Bueno, es cierto que en algo sí me equivoqué.
Pensé que estos efectos no se materializarían por muchos
años. Ya se están produciendo.
Desde
principios del año pasado, el precio del maíz se duplicó. El
precio del trigo también alcanzó su nivel más alto de los
últimos 10 años, mientras que las existencias mundiales de
ambos cereales alcanzaron sus niveles más bajos de los
últimos 25 años. Ya se han producido disturbios por
alimentos en México y se informa que las poblaciones pobres
de todo el mundo ya están sintiendo la escasez.
El Departamento de Agricultura de
EE.UU advierte que “si sufriéramos una
sequía o una cosecha muy mala, podríamos estar ante una
volatilidad como la que tuvimos en la década de 1970 y si no
sucede este año, igual pronosticamos existencias menores
para el año que viene”. Según la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, la
causa principal es la demanda de etanol: el alcohol usado
como combustible para motores, que puede ser derivado de
maíz o de trigo.
Los
agricultores responderán a la suba de precios expandiendo
sus cultivos, pero no está claro si podrán superar la
demanda explosiva de biocombustibles. Aun si logran
hacerlo, sólo podrán alcanzar la demanda cultivando tierras
vírgenes.
Ya sabemos
que los biocombustibles son más nocivos para el planeta que
el petróleo. Naciones Unidas acaba de publicar un
informe que indica que el 98% de las selvas tropicales
naturales de Indonesia estarán degradadas o habrán
desaparecido para 2022. Hace sólo cinco años, esos
mismos organismos habían pronosticado que esto no sucedería
hasta 2032. Pero no habían tenido en cuenta los
cultivos de palma aceitera para la producción de biodiesel
destinado al mercado europeo. Esta es actualmente la
principal causa de deforestación en esa región y es probable
que pronto sea responsable de la extinción de los
orangutanes salvajes.
Pero se pone
aun peor. Cuando se queman las selvas, tanto los árboles
como la turba sobre la que yacen los árboles se transforman
en dióxido de carbono. Un informe de la consultora holandesa
Delft Hydraulics revela que por
cada tonelada de palma aceitera se producen 33 toneladas de
emisiones de dióxido de carbono, es decir, 10 veces lo que
produce el petróleo. Ese es un dato que conviene repetir: El
biodiesel derivado de la palma aceitera tiene un efecto de
cambio climático 10 veces mayor que el diesel común.
En todas
partes del mundo hay impactos similares. Los
productores de caña de azúcar están avanzando sobre terrenos
de matorrales que constituyen hábitats singulares en Brasil
(el cerrado) y los agricultores de soja están arrasando las
selvas amazónicas. En vistas del acuerdo de
biocombustibles celebrado entre los Presidentes Bush
y Lula, es probable que esto
empeore aun más. Los pueblos indígenas de Sudamérica, Asia y
África están empezando a protestar contra las incursiones de
cultivadores de combustibles en sus tierras. Un grupo
llamado biofuelwatch lanzó una petición suplicándoles a los
gobiernos occidentales que se detuvieran. Activistas de 250
grupos ya han firmado la petición.
El gobierno
británico es muy consciente de que existe un problema. El
año pasado en este blog, el Secretario de Medio Ambiente,
David Miliband, señaló que
los cultivos
de palma aceitera “están destruyendo por año un 0,7% de la
selva tropical malasia, reduciendo un recurso natural vital
(y a la vez destruyendo el hábitat natural del orangután).
Está todo conectado”. A diferencia de la política del
gobierno.
El motivo por
el cual los gobiernos están tan entusiasmados con los
biocombustibles es que no molestan a los conductores.
Aparentemente reducen la cantidad de carbono que emiten sus
autos, sin requerir nuevos impuestos. Es una ilusión
sustentada en el hecho de que sólo las emisiones domésticas
cuentan en el cálculo de nuestro total nacional. El desmonte
en Malasia no aumenta ni en un gramo nuestro impacto
oficial.
En febrero la
Comisión Europea tuvo que decidir entre uso
eficiente de los combustibles y biocombustibles. Tenía
previsto decirle a las compañías de automóviles que la
emisión promedio de carbono de automóviles nuevos en 2012
debía ser de 120 gramos por kilómetro. Luego de una fuerte
campaña de presión ejercida por Angela Merkel
en nombre de sus fabricantes de automóviles, la CE cedió y
aumentó el límite a 130 gramos. Anunció que compensaría la
diferencia aumentando la contribución de biocombustibles.
El gobierno
británico afirma que “le requerirá a los proveedores de
combustibles para transporte que informen el nivel de ahorro
de carbono y sostenibilidad de los biocombustibles que
proveen”. Pero no les exigirá que hagan algo al respecto. No
puede: sus consultores ya han demostrado que si trata de
imponer normas ambientales más amplias en materia de
biocombustibles, irá en contra de las reglas de comercio
mundial. Y hasta los biocombustibles “sostenibles” ocupan el
lugar de otros cultivos actuales, desplazándolos a nuevos
hábitats. Se cree que en el futuro habrá una “segunda
generación” de biocombustibles, producidos a partir de paja,
pasto o madera. Pero todavía existen obstáculos técnicos muy
importantes. Para cuando estén prontos los nuevos
combustibles, el daño ya estará hecho.
Necesitamos
aplicar una moratoria sobre todas las metas e incentivos
para biocombustibles, hasta que pueda producirse una segunda
generación de combustibles a un costo menor de lo que cuesta
producir combustible de palma aceitera o caña de azúcar.
Incluso cuando tengamos esa segunda generación, deberán
fijarse metas bajas y sólo aumentarlas con prudencia.
Sugiero una congelación de cinco años.
Esto
requerirá una campaña enorme, más dura que la que ayudó a
obtener la congelación de cinco años para el cultivo de
transgénicos en el Reino Unido. Ese fue un
logro importante, los cultivos transgénicos dan a las
grandes compañías un control sin precedentes sobre la cadena
alimenticia. Pero la mayoría de sus efectos son indirectos,
mientras que la devastación causada por los biocombustibles
es inmediata y ya es visible.
Esto hace más
difícil detener este proceso: alentados por la política del
gobierno, agricultores y compañías químicas están realizando
grandes inversiones. Frenarlos requerirá una formidable
batalla. Pero es una batalla que igual tenemos que dar.
Puedes
sumarte a la campaña en www.biofuelwatch.org.uk.
www.monbiot.com
George
Monbiot
Publicado
en The Guardian
9 de abril
de 2007
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