¿Llegó la hora de la verdad para el Sur?
Las medidas adoptadas por China están generando una gran
preocupación en los grandes productores(1)
del Cono Sur de Sudamérica, que comienzan a considerar la
posibilidad que el imperio de la soja tenga pies de barro.
Lo cierto es que el alto precio del grano y su voracidad
especulativa, primero los llevó a terminar con explotaciones
tradicionales –horticultura, trigo, maíz, leche– y luego a
extender la frontera agrícola en detrimento de los bosques
naturales. Cuando las tierras para la siembra de soja en
determinado país escasearon, o su precio se disparaba por la
especulación, pasaron a arrendar o adquirir campos en otros
países, práctica actualmente utilizada por grandes grupos
económicos argentinos y brasileños que están sembrando soja
en Uruguay.(2)
Según el organismo estatal uruguayo, Instituto Nacional de
Colonización, de las 540 mil hectáreas comercializadas desde
enero de 2002 hasta abril último, 20 % fueron adquiridas por
empresarios locales y el 80 % restante por extranjeros y
sociedades anónimas de capitales de nacionalidad
indeterminada. Según algunas estimaciones, ya en la campaña
2003-2004, los inversionistas argentinos habrían manejado
100 hectáreas de soja, el 40 % de la superficie utilizada en
la siembra de la oleaginosa. Como consecuencia de lo
anterior, lo precios de los campos agrícolas subieron de 695
dólares la hectárea a 2.000 y los arrendamientos pasaron de
60 dólares la hectárea a 150 dólares.
El dinero fácil encegueció a los especuladores,
impidiéndoles ver que absolutamente nada, en el actual
modelo productivo de la soja, es racional ni sostenible.
Para demostrarlo basta con recordar algunos datos:
-
En Brasil, la extensión de la frontera agrícola impulsada
por la soja, alejó cada vez más las plantaciones de los
puertos y como el país carece de una adecuada red
ferroviaria, miles de camiones recorren 1.000 kilómetros o
más para trasladar el grano a su lugar de embarque.
-
El 60 por ciento del combustible de aviación que se vende
en Brasil es destinado a los aviones fumigadores,
“privilegio” que la soja comparte con la caña de azúcar.
-
En el mismo país, la comercialización de agrotóxicos se
desarrolla en forma paralela a la soja(3)
y los fabricantes esperan un incremento de 8 por ciento en
las ventas para la zafra 2004/05 –ya habían experimentado
un alza de casi 61 por ciento en 2003– con ventas por
3.136 millones de dólares. En la soja se espera un
incremento cercano al 87 por ciento, lo cual significará
un ingreso para los fabricantes de agrotóxicos de 1.380
millones de dólares.
-
La Fundación Producir Conservando, en su reciente trabajo
“Fertilizantes para una Argentina de 100 millones de
toneladas”, reconoce que la cantidad aplicada de
fertilizantes deberá pasar de las actuales 1,7 millones de
toneladas a 4 millones. El estudio también revela que
entre 1993 y 2003 el consumo de fertilizantes creció de
320 mil a 2,3 millones de toneladas. Además,
indirectamente reconoce las consecuencias del monocultivo
cuando afirma que “resulta necesario pensar en un aumento
sustancial [de los fertilizantes] para evitar problemas de
degradación química y física de los suelos”.
-
El monocultivo de la soja constituye un problema, todavía
no resuelto, en el seno del gobierno argentino. En
noviembre de 2003 las opiniones estaban divididas: desde
la jefatura del gobierno se aducía que los propietarios de
la tierra tienen derecho a sembrar lo que quieran y el
Estado no puede privarlos de aprovechar los buenos precios
vigentes. Por su parte, el ministro de Economía, Roberto
Lavagna, quería inducir cambios en la actitud de los
productores, aumentando las retenciones a la soja y
subvencionando otros sectores. La posición de Lavagna se
basó en un discurso del economista norteamericano Peter
Rosset, director de Desarrollo Agropecuario de la
Universidad de Oakland, California, ante el Congreso
norteamericano. El especialista aseguró: “La soja se
comporta como un monstruo desatado, fuera de control. El
área bajo soja aumenta dramáticamente. El monocultivo
arrasa con nuestras zonas rurales, consumiendo y
desplazando toda otra actividad agropecuaria, reemplazando
la actividad biológica, económica y social habitual,
generando dependencia exclusiva en un solo mercado, el de
la soja, un mercado rumbo al desastre”.(4)
Por otro lado, este cuestionamiento al monocultivo, no es
nuevo. José Martí, en su “El tratado comercial entre
México y Estados Unidos”, señalaba: “Cometería un suicidio
un pueblo el día que fije su subsistencia en un solo
fruto”. Y en “Carta a la Nación, el 15 de marzo de 1885”,
afirmó: ”La tierra cuanta haya debe cultivarse, y con
varios cultivos jamás con uno sólo”.(5)
La preocupación existente llevó a que empresarios argentinos
y brasileños se reunieran en Shanghai y ofrecieran a China
la posibilidad de constituir un mercado común para la
comercialización de la soja. Su nerviosismo los hace olvidar
que vocablos como Argentina y Brasil muy poco significan, en
la medida que en ambos países los principales exportadores
de soja son tres transnacionales (Bunge,
Cargill
y Dreyfus)
cuyos intereses no necesariamente coinciden con los de los
países donde operan.
Por su parte Gustavo Grobocopatel –uno de los mayores
productores argentinos de soja y que se define como un “sin
tierra” dado que arrienda la mayoría de los campos que
explota– acaba de proponer una OPEP de la soja integrada por
Argentina, Estados Unidos y Brasil. Su argumento se basa en
que estos tres países concentran el 80 por ciento de la
oferta del grano.
Como veremos a continuación, los chinos también aprendieron
algo al respecto.
¿Adónde apunta China?
Mientras 50 barcos con un total de 2 millones 500 mil
toneladas de soja aguardan nuevos destinos o que China
destrabe sus compras, todo parece indicar que los verdaderos
objetivos de este país van más allá de una coyuntural
manipulación de los precios. De ser así, estaríamos entrando
rápidamente en lo que seguramente se denominará “la guerra
de la soja”. Los movimientos de los actores –los que venden
y los que compran– parecen confirmar este vaticinio.
Bo Xilai, ministro de Comercio de China, estuvo
recientemente en Argentina donde se entrevistó con el
canciller, el ministro de Economía y el secretario de
Comercio Internacional de ese país. En la oportunidad el
ministro aseguró que China continuará comprando soja
argentina. Curiosamente, las declaraciones del representante
del gobierno chino se efectuaron inmediatamente después que
las grandes compañías transnacionales exportadoras de soja
anunciaran la suspensión de los embarques del grano desde
América del Sur a China. Lo que Bo Xilai no manifestó –o no
trascendió– fueron las nuevas condiciones que establecerán
para que esas compras se realicen. Seguramente es un tema
que se considerará con el presidente argentino, Néstor
Kirchner, cuando este visite China en las próximas semanas.
Más aleccionadoras que las declaraciones de Bo Xilai, fueron
las de Blairo Maggi, gobernador del estado de Mato Grosso,
Brasil. Maggi, que integró la delegación que acompañó al
presidente Lula Da Silva en su reciente visita a China,
manifestó que este país quiere comprar soja directamente de
los agricultores brasileños. Y que para alcanzar este
objetivo el gobierno y empresarios chinos están dispuestos a
invertir 3.000 millones de dólares en ferrovías y puertos en
Brasil. En sus declaraciones afirmó que los puertos
brasileños no tienen condiciones para que una empresa china
traslade soja originada en Mato Grosso a China sin pasar por
las “tradings”, principalmente norteamericanas, que dominan
el sector.
Días antes de estas declaraciones, la prensa daba cuenta de
que al menos una gran estatal, la China Grains & Oil Group (CGOG)
está a la búsqueda de un socio brasileño dispuesto a
desarrollar un proyecto para producir soja y exportarla a
China. Según la evaluación de los técnicos de CGOG, producir
soja en Brasil reduciría el precio de importación.
La apuesta China parece racional, pero queda por ver la
respuesta de las transnacionales que intermedian en el
comercio de la soja, que también saben jugar pesado
Monsanto un paso adelante
Monsanto
tiene sus propias experiencias, tanto con la soja, como con
chinos y argentinos. Cuando caducó su patente de
exclusividad para fabricar glifosato, inmediatamente los
chinos comenzaron a producir el herbicida y lo lanzaron al
mercado a un precio muy inferior al que con la marca Roundup
comercializa
Monsanto. En Argentina, donde se consumen
más de 110 millones de litros anuales de glifosato, los
productores presionaron al gobierno para que permitiese el
ingreso del producto chino y lo lograron. Al poco tiempo,
debido a la diferencia de precio,
Monsanto
pasó a tener 50 por ciento de participación en este mercado,
Atanor 20 por ciento y el 30 por ciento restante –luego de
sortear una acusación de dumping presentada por
Monsanto–
proviene de China.
Consolidado su mercado en Argentina, los chinos aumentaron
el precio de su glifosato, el que pasó de 2,10 dólares el
litro a 3,50 dólares. Entre los argumentos utilizados para
explicar para el aumento, el más atendible es que los chinos
estarían exportando a EE. UU., donde obtienen mejor precio y
mayores ganancias. Incluso existen versiones no confirmadas
de que Monsanto
estaría adquiriendo glifosato chino en EE.UU. para luego
exportarlo a terceros países.
En otro orden, a principios del año
Monsanto
anunció su decisión de retirarse del mercado argentino de la
soja. Según las estimaciones de la compañía, el 50 por
ciento de las semillas de soja se vende ilegalmente(6)
y el 32 por ciento es producido en los establecimientos
agrícolas, con lo cual queda solamente un magro 18 por
ciento de semillas certificadas y con marca.
Pero Monsanto
continúa invirtiendo en Argentina entre tres y cinco
millones de dólares anuales en el área de la biotecnología y
las semillas, siendo el maíz el cultivo en el cual ahora
muestra mayor interés. Las declaraciones a la prensa de
Alfonso Alba, director general de
Monsanto
para América del Sur, son ilustrativas: “Soy optimista con
el maíz. En un país que tiene 14 millones de hectáreas
sembradas de soja, tiene que haber un momento en el que se
siembren entre cuatro y cinco millones de hectáreas con maíz(7)
si queremos una rotación sostenible a largo plazo”.
Este cambio de paradigma por parte de
Monsanto es
algo digno de tener en cuenta.
¿Se desinfla el
boom
de la soja?
No lo sabemos –en cambio sí sabemos que el actual modelo de
producirla es insostenible– pero no es de descartar que el
precio del grano siga cayendo y la colosal especulación que
se ha creado en torno a este cultivo termine mal y más o
menos rápidamente.
No sería la primera vez que esto sucede. Durante el siglo
XIX y parte del XX, Brasil experimentó un fenómeno similar
con el café y el cacao. Con estos dos cultivos extensivos
nacieron pueblos y ciudades enteras, que luego quedaron como
ruinas extravagantes testimoniando el fracaso del sistema de
acumulación capitalista. También con aquellos monocultivos
aparecieron –al igual que hoy con la soja– nuevas formas de
esclavitud y los “coroneles”(8),
brillantemente descriptos por Jorge Amado en sus novelas.
En épocas más modernas, como el sistema no cambió, los
mismos fenómenos vuelven a repetirse. Ahí tenemos la mal
llamada “crisis del café”, que según un reciente documento
del Banco Mundial es causada por la sobreproducción de
Brasil y Vietnam, hundiendo en la miseria a entre 20 y 25
millones de productores en los países subdesarrollados. Sin
embargo, esta crisis no llega a las grandes compañías, que
continúan especulando; tal como ocurre con las maniobras de
Starbucks Coffee Company, que a través de la organización
ecologista Conservación Internacional, está imponiendo
condiciones de comercialización a los productores de café
orgánico de Chiapas con el único objetivo de aumentar sus
ganancias. Mientras en Estados Unidos la taza de determinada
variedad de café se vende en la cadena Starbucks a cuatro
dólares, el productor de Chiapas recibe apenas un dólar por
kilo.
Tampoco son nuevas en la agricultura las modas que impulsan
determinados commodities para la exportación. Numerosos
campesinos de varios países de América Central fueron
inducidos por técnicos y diferentes organismos –algunos de
ellos internacionales– a apostar por “cultivos salvadores”
en su mayoría exóticos, entre otros caña india (utilizada
con fines ornamentales), palmito, cardamomo, macadamia,
pimienta, jengibre y cacao. Casi la totalidad de estos
experimentos fracasaron y su consecuencia fue mayor pobreza
para los campesinos, hoy abrumados por los préstamos
bancarios que los vendedores de ilusiones les hicieron
contraer y que ahora ponen en peligro la tenencia de su
pedazo de tierra.
Si la burbuja sojera explota, junto con millones de
hectáreas de tierras degradadas y contaminadas, quedarán por
el camino miles de productores y, como la mayoría de estos
explota tierras arrendadas –cuyo alquiler está ligado al
precio de la soja– los contratos y los préstamos bancarios
dejarán de pagarse, generando una cascada de crisis
paralelas. Un ejemplo de este peligro lo encontramos en el
caso de algunos bancos argentinos que están proponiendo a
los ahorristas invertir en fideicomisos destinados a
financiar el arriendo de tierras. Si el precio de la soja
cae abruptamente, los ahorristas verán sus depósitos
confinados en un nuevo “corralito”.
Sin duda que los técnicos y planificadores al servicio de
las transnacionales no ignoran los factores que pesan
negativamente sobre el precio futuro de la soja. Pero no hay
que descartar que sigan optando por este cultivo en virtud
de los precios del petróleo y la acelerada disminución de
las reservas mundiales del mismo. De ser así estarían
apostando al biodisel como combustible del futuro y a que,
para su elaboración, la soja resulta más barata que otros
cultivos –el girasol por ejemplo. Sin embargo esta apuesta
no toma en cuenta que social, agrícola y ecológicamente la
producción de soja, en su forma actual, es insostenible.
Mientras los chinos copian la forma capitalista de hacer
negocios, Occidente no logra –no quiere– corregir sus
ancestrales errores y los vendedores de ilusiones aguardan
el futuro con un nutrido catálogo de reserva en sus
maletines. La soja continuará dando mucho que hablar.
Enildo Iglesias
© Rel-UITA
24 de junio de 2004
Notas:
(1)
Por utilizarse una tecnología que requiere de escala, no hay
pequeños productores de soja.
(2)
La soja pasó de ser un cultivo marginal en Uruguay a ocupar
260 mil hectáreas –casi la totalidad con variedades
transgénicas– en la campaña 2003/04.
(3)
En Brasil, la soja responde por el 44,2 por ciento de las
ventas totales de agrotóxicos.
(4)
Navarro R. (2003). Soja, un plato para pocos. Revista
Veintitrés. Año 6, nº 279 (Argentina)
(5)
Roque A. (1999). José Martí: Vigencia de sus ideas sobre la
educación agraria en América Latina. Agricultura Orgánica.
Año 5, Nº 3.
(6)
Conocidas como “bolsa blanca”, es decir, sin marca.
(7)
Actualmente apenas se supera los tres millones de hectáreas.
(8)
En Brasil: Jefe político, generalmente propietario de
grandes extensiones de tierra en el interior del país.