El
modelo sojero funciona sobre la base de un agrotóxico, el
glifosato, denunciado por causar malformaciones a recién
nacidos, abortos espontáneos, cáncer y muerte. Varios
estudios confirman el daño que produce en humanos.
Ojos irritados. Dolor de cabeza y estómago. Vómitos. Piel –de
manos, cara y piernas– en carne viva. Es la historia clínica
de Maira Castillo, de sólo 4 años, que tuvo su
primera intoxicación aguda con agrotóxicos, con posterior
internación y terapia intensiva. La familia Castillo
vive en Quimilí, trabaja esa chacra desde hace cinco décadas
y no duda en la causa de sus males: miran al campo vecino,
millares de hectáreas con soja, y señalan una avioneta
bimotor que fumiga con veneno. Miles de casos, y cientos de
denuncias, se repiten desde hace diez años en decenas de
provincias, pero siempre chocaron con la misma barrera
legal, la falta de estudios que avalen el padecimiento
campesino. Aquí, una serie de investigaciones que confirman
el efecto tóxico y contaminante del glifosato, el herbicida
más utilizado en la industria sojera. Todas las acusaciones
apuntan al producto comercial Roundup –de la compañía
estadounidense
Monsanto, la empresa de agronegocios más grande del mundo–, acusado
de provocar alergias, intoxicaciones, malformaciones,
abortos espontáneos, cáncer y muerte. Campesinos, pueblos
originarios, médicos rurales, bioquímicos e investigadores
coinciden en las denuncias y responsabilizan al actual
modelo agropecuario, de monocultivo, semillas transgénicas y
químicos.
Soja, químicos y acusaciones
La soja sembrada en el país ocupa 16,6 millones de hectáreas
de diez provincias y tiene nombre y apellido: “Soja RR”, de
la empresa
Monsanto.
Se llama así porque es “Resistente al Roundup”, nombre
comercial del glifosato. El químico se aplica en forma
líquida sobre las malezas, que absorben el veneno y mueren
en pocos días. Lo único que crece en la tierra rociada es
soja transgénica, modificada en laboratorio.
Jesús María, Las Peñas, Sebastián Elcano, Villa del Totoral.
Todos pueblos y ciudades del noreste cordobés donde las
poblaciones rurales ancestrales sufrieron intentos de
desalojos por parte de empresarios y productores sojeros.
Quienes resistieron, organizados en el Movimiento Campesino
de Córdoba (MCC), este año sufre un nuevo embate:
aviones fumigadores pasan sobre sus casas, arruinan los
sembradíos, mueren los animales y la salud comienza a
resentirse. “Ya hubo intoxicaciones. Después de cada
fumigación tienen que ir al hospital. Lo que no pudieron
hacer con las topadoras lo quieren lograr con el veneno para
la soja”, afirmaron desde el MCC, integrante del
Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI).
Comunidades ancestrales acusan a la industria de los
agronegocios de contaminar aire, agua, alimentos y suelo.
Estudios médicos puntualizan en efectos agudos. “Los
síntomas de envenenamiento incluyen irritaciones dérmicas y
oculares, náuseas y mareos, edema pulmonar, descenso de la
presión sanguínea, reacciones alérgicas, dolor abdominal,
pérdida masiva de líquido gastrointestinal, vómito, pérdida
de conciencia, destrucción de glóbulos rojos, cambios de
coloración de piel, quemaduras, diarrea, falla cardiaca,
electrocardiogramas anormales y daño renal”, asegura una
recopilación de estudios realizada por el médico de la UBA
Jorge Kaczewer, especializado en ecotoxicología.
Las empresas sojeras reconocen la utilización, como mínimo,
de diez litros de Roundup por hectárea. Los campos
argentinos fueron rociados el último año con 165 millones de
litros del cuestionado herbicida. Un volumen similar al
contenido en 330 mil tanques de agua hogareños.
Malformaciones y abortos
San Cristóbal es un poblado de quince mil habitantes en el
norte de Santa Fe. En agosto de 2005, el intendente
Edgardo Martino denunció que en el primer semestre del
año se habían producido once nacimientos con malformaciones
congénitas, y tres habían fallecido a los pocos días.
También advirtió la existencia de otros tres casos en
localidades vecinas. No aventuraba causas posibles, pero
reconocía que todas las acusaciones apuntaban a las
plantaciones de soja –y los agrotóxicos utilizados–, que
habían crecido de forma exponencial en la última década.
En el mismo fenómeno habían fijado su interés un equipo
multidisciplinario de profesionales. A partir de un estudio
científico, realizado durante dos años y encabezado por el
Hospital Italiano de Rosario, vincularon malformaciones,
cáncer y problemas reproductivos con exposiciones a
contaminantes ambientales, entre ellos el glifosato y sus
agregados. El estudio, a cargo del médico e investigador
Alejandro Oliva, abarcó seis pueblos de la Pampa Húmeda
y encontró “relaciones causales de casos de cáncer y
malformaciones infantiles entre los habitantes expuestos a
factores de contaminación ambiental, como los agroquímicos”.
El relevamiento confirmó que las funciones reproductivas,
tanto femeninas como masculinas, son altamente sensitivas a
diferentes agentes químicos de la actividad agrícola.
También destaca que el efecto tóxico puede producirse
mediante dos mecanismos: el contacto directo con la
sustancia, o bien que los padres la hayan absorbido y
transmitido a través de sus espermatozoides y óvulos a los
hijos. Remarca que los factores ambientales, como la
exposición a pesticidas y solventes, contribuyen a la
infertilidad.
“Momento del parto. El bebé no llora. La madre desespera. El
niño está muerto”, relata en su libro La soja, la salud y la
gente el médico rural de Entre Ríos Gabriel Gianfellice
que, aturdido por las muertes prenatales, los embarazos que
no llegaban a término, los casos de cáncer y los arroyos
sembrados de peces muertos –todo citado en su escrito–,
comenzó a investigar qué sucedía en Cerrito –al noroeste
provincial–, lugar donde vive desde hace 28 años. “Empezaron
a aparecer dos patologías, la muerte de bebés durante el
parto y muerte fetal precoz (situación donde se produce el
embarazo, la bolsa, la placenta, pero no se produce el
bebé), que aumentó en forma extraordinaria en toda la zona
desde 1999”, asegura.
El bioquímico Eric Seralini, de la Universidad de Caen
(Francia), descubrió que el glifosato mata una gran
proporción de células de la placenta, aún en concentraciones
menores a las utilizadas en agricultura. “Esto podría
explicar la gran incidencia de partos prematuros y abortos
espontáneos”, señaló. El médico e investigador Jorge
Kaczewer remarcó que el estudio francés “confirmó que el
Roundup siempre es más tóxico que su ingrediente activo, el
glifosato”, y también confirmó que el herbicida provoca
malformación congénita, muerte neonatal y aborto espontáneo.
Fumigaciones y cáncer
El Grupo de Reflexión Rural (GRR) censó diez pueblos
con denuncias sobre contaminación con Roundup. El caso
testigo fue el barrio Ituzaingó, en las afueras de Córdoba.
Allí viven cinco mil personas, 200 de ellas padecen cáncer.
El barrio, humilde, de casas bajas, está rodeado de
monocultivo. Al este, norte y sur hay campos con soja, sólo
separados por la calle. “En todas las cuadras hay mujeres
con pañuelos en la cabeza, por la quimioterapia, y niños con
barbijo, por la leucemia”, lamenta Sofía Gatica,
integrante de las Madres de Ituzaingó (organización nacida a
medida que las enfermedades se multiplicaban), que padeció
la muerte de un bebé recién nacido (con una extraña
malformación de riñón) y, en la actualidad, su hija de 14
años convive con dos plaguicidas en la sangre, intoxicación
confirmada por estudios oficiales.
El relevamiento del GRR confirmó alergias
respiratorias y de piel, enfermedades neurológicas, casos de
malformaciones, espina bífida, malformaciones de riñón en
fetos y embarazadas. En marzo de 2006, la Dirección de
Ambiente municipal analizó la sangre de 30 chicos: en 23
había presencia de pesticidas. “En todas las familias hay
algún enfermo de cáncer, de todo tipo, pero sobre todo de
mamas, estómago o garganta”, relató Sofía, con veinte
años en el lugar, y se larga con una lista de otras
consecuencias: bebés sin dedos, con órganos cambiados, sin
maxilares y cambios hormonales. “En mi cuadra hay una sola
familia sin enfermos”, lamenta, y reconoce que todos
quisieran dejar el barrio.
Otro de los pueblos censados fue Monte Cristo, Córdoba, donde
sobre una población de 5.000 personas, entre 2003 y 2004 se
registraron 37 casos oncológicos, 29 malformaciones
congénitas e innumerables fumigaciones. En Las Petacas,
Santa Fe, 200 kilómetros al sudoeste de Rosario, viven 800
habitantes y en los últimos diez años hubo 42 casos de
cáncer y 400 personas con alergias. Sólo en octubre de 2005
murieron cinco personas de cáncer y dos de leucemia. Todos
acusan a las fumigaciones. Se repiten las historias en San
Francisco (Córdoba) y San Lorenzo, San Justo, Piamonte,
Alcorta y Máximo Paz (Santa Fe). “El cáncer se ha convertido
en una epidemia masiva en miles de localidades y el
responsables es sin duda el modelo rural. Es una catástrofe
sanitaria impulsada por las grandes corporaciones”, denuncia
el GRR.
Una historia oscura
Monsanto
es la empresa de agronegocios más grande del mundo, con
ventas en 2006 por 4.476 millones de dólares, controla el 20
por ciento del mercado de semillas. La empresa, que rechazó
hablar con este diario, publicitaba que el Roundup era
“biodegradable” y resaltaba el carácter “ambientalmente
positivo” del químico. La Fiscalía General de Nueva York
reclamó durante cinco años por publicidad engañosa. Recién
en 1997, Monsanto
eliminó esas palabras en sus envases. Tuvo que pagar 50 mil
dólares de multa. “Es la última de una serie de grandes
multas y decisiones judiciales contra
Monsanto,
incluyendo los 108 millones de dólares por responsabilidad
en la muerte por leucemia de un empleado texano en 1986; una
indemnización de 648 mil dólares por no comunicar a la EPA
datos sanitarios requeridos en 1990; una multa de un millón
impuesta por el fiscal general del estado de Massachusetts
en 1991 por el vertido de 750 mil litros de agua residual
ácida; y otra indemnización de 39 millones en Houston
(Texas), por depositar productos peligrosos en pozos sin
aislamiento”, acusa el investigador. En Argentina,
Monsanto
cuenta desde 1956 con una fábrica en Zárate (Buenos Aires),
donde radica su planta de producción de glifosato, la más
importante de América Latina. Publicidad corporativa
asegura que controla el 95 por ciento del mercado de la soja
sembrada en el país y, sobre el Roundup, festeja: “Es líder
mundial en su especialidad y ha creado una verdadera
revolución en la actividad agropecuaria de cientos de
países”.
Las muertes y las dudas
Alexis,
de un año y medio. Rocío y Cristian, ambos de
8 años. “Los primos Portillo”, como los conocían en
el paraje rural Rosario del Tala, poblado de Gilbert,
departamento entrerriano de Gualeguaychú. En siete años, de
mayo de 2000 a enero de 2007, los tres fallecieron. Otra
prima, Ludmila, de 18 meses, fue internada con un
grave cuadro de intoxicación. Norma Portillo,
mamá de Cristian, denunció la contaminación del agua
y apuntó contra el uso de agroquímicos en las plantaciones
de soja que rodean la vivienda familiar. Luego de cada
fumigación, los chicos sufrían mareos, vómitos y dolores de
cabeza. El 15 de enero de 2007, dos días antes de la muerte
de Cristian, las avionetas habían fumigado durante
todo el día.
La familia Portillo ya no se refresca en el arroyo
cercano, ya no usa el agua de pozo para cocinar y beber y ya
no habita donde siempre había vivido. Abandonaron su
histórica vivienda hace un año y se trasladaron al pueblo.
“Cuando fumigaban, nos encerrábamos en la pieza. Por días
nos dolía la cabeza, picaba la garganta y ojos. Y si llovía,
el arroyo bajaba con peces muertos. En el campo hay palomas,
perdices y liebres muertas, nada deja el veneno”, explica
Norma.
Por lo bajo, en la Dirección de Maternidad e Infancia de
Entre Ríos ya hablan del “efecto sojero”. Las versiones
oficiales, del hospital local y la Coordinación de Salud de
Gualeguaychú, primero hablaron de consanguinidad de los
padres (un matrimonio está conformado por primos hermanos),
luego echaron culpas a “una bacteria desconocida” y más
tarde al supuesto estado de desnutrición de los niños. “Es
mentira. Somos pobres, pero la comida no les faltaba”,
lamenta Norma, llora y se indigna: “Los sojeros nos
envenenan, matan a nuestros hijos y resulta que la culpa es
nuestra”.
Darío Aranda
Página 12
9 de abril de 2008
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