En un pueblecito
que visité, 18 campesinos se habían suicidado
después de que se los tragaran las deudas de los
GM. Lejos de ser unas “semillas mágicas”, las
variedades de plantas de algodón GM a prueba de
pestes han sido desvastadas por unos gusanos que
atacan los capullos y que son un parásito voraz.
Tampoco les dijeron a los campesinos que esas
semillas requerirían el doble de riego. Y esto
ha acabado siendo una cuestión de vida o muerte.
El Príncipe Carlos fue tachado de
alarmista cuando afirmó que miles de campesinos
de la India estaban suicidándose tras
utilizar cultivos transgénicos, pero era verdad.
Shankara Mandaukar
había bebido una taza de insecticida químico,
ahora sus vecinos y amigos junto a sus hijos
Ganjanan, de doce años, y Kalpana, de
catorce preparaban la cremación sobre una
ardiente hoguera levantada sobre los agrietados
y estériles campos cercanos a su sencilla casa
situada a unas 100 millas de Napgur en la
India Central. Su esposa Nirmala
Mandaukar, de 50 años, les contó cómo volvió
a todo correr de los campos para encontrar
muerto a su marido. "Era un hombre afable y
cariñoso", dijo llorando suavemente. "Pero ya no
podía más. La angustia mental era demasiado
grande. Lo hemos perdido todo".
Shankara es uno
más de los 125.000 campesinos que se estima se
han quitado la vida como consecuencia de la
despiadada campaña que ha convertido a la India
en un campo de pruebas de los cultivos
genéticamente modificados.
Ante las afirmaciones del Príncipe Carlos
en vídeo-conferencia en la capital india, Delhi,
poderosos grupos de presión de la industria
biotecnológica y prominentes políticos se han
alineado contra el Príncipe, afirmando que las
cosechas genéticamente modificadas han
transformado la agricultura de la India,
proporcionando mayores cosechas que nunca. Pero
las cifras oficiales del Ministerio indio de
Agricultura confirman efectivamente que,
conformando
una crisis
humanitaria inmensa, más de 1.000 campesinos se
quitan aquí la vida cada mes.
"Ahora estamos arruinados", dijo la viuda de
Shankara, de 38 años. "Compramos 100 gramos
de semillas de Algodón Bt (de Monsanto)
Nuestra cosecha fracasó dos veces. Mi marido se
deprimió mucho. Se fue al campo, se tumbó entre
el algodón y tragó insecticida".
Los habitantes del pueblo le colocaron en un
rickshaw y le llevaron al hospital por caminos
de cabras. "Cuando llegaron al hospital ya
estaba muerto".
Al preguntarles si el muerto era un "borracho" o
sufría otros "problemas sociales", como alegan
los funcionarios partidarios de los
transgénicos, el tranquilo y digno grupo de
campesinos estalló colérico: "¡No! ¡No!",
exclamó uno de los hermanos del muerto. "Suresh
era un buen hombre. Enviaba a sus niños al
colegio y pagaba sus impuestos". "Se vio
asfixiado por esas semillas mágicas. Nos venden
las semillas diciendo que no necesitarán
pesticidas caros pero sí los necesitan. Tenemos
que comprar las mismas semillas a la misma
compañía cada año. Nos están matando. Por favor,
cuéntele al mundo lo que está pasando aquí".
Para promocionar el consumo de semillas
transgénicas, en muchos bancos de semillas del
gobierno se prohibió la venta de las variedades
tradicionales y que a cambio de permitir que las
compañías occidentales accedieran al segundo
país más poblado del mundo, con más de 1.000
millones de personas, el Fondo Monetario
Internacional concedió préstamos a la India en
las décadas de los ochenta y los noventa,
ayudando así a lanzar una revolución económica
que engrandece a ciudades como Mumbai y Delhi a
costa de las vidas de los campesinos que han
retrocedido hasta la Edad Media.
Pueblo tras pueblo, las familias cuentan cómo
han ido endeudándose después de que les
convencieran de comprar semillas transgénicas en
vez de las tradicionales semillas del algodón.
La diferencia de precio es escandalosa:
10 libras1
por 100 gramos de semillas transgénicas,
comparado con lo que cuestan las semillas
tradicionales: menos de 10 libras por mil veces
la cantidad anterior.
Aunque las zonas de la India en las que
se han plantado semillas transgénicas se han
duplicado en dos años –hasta alcanzar los 17
millones de acres
2-,
muchos granjeros han pagado un precio terrible
porque las famosas "semillas mágicas", las
variedades de plantas de algodón transgénico a
prueba de pestes han sido desvastadas por unos
gusanos que atacan los capullos y que son un
parásito voraz. Tampoco les dijeron a los
campesinos que esas semillas requerirían el
doble de riego insostenible con la sequía
sufrida durante los últimos dos años, por eso
muchos cultivos transgénicos se atrofiaron y
murieron, dejando a los campesinos con deudas
agobiantes y sin medio alguno para poder
pagarlas.
En el pasado, cuando las cosechas fracasaban,
los campesinos podían aún salvar las semillas y
volverlas a plantar al año siguiente. Pero con
las semillas transgénicas no se puede hacer eso.
Y se debe a que las semillas transgénicas
contienen la denominada "tecnología de
exterminio", lo que significa que han sido
genéticamente modificadas para que las cosechas
resultantes no produzcan semillas aprovechables.
Como consecuencia, los campesinos tienen que
comprar nuevas semillas cada año a los mismos
prohibitivos precios, endeudándose con
prestamistas abusivos. Para muchos, eso
significa la diferencia entre la vida y la
muerte.
Los funcionarios de Monsanto declaran que
las encuestas dicen que la mayoría de los
campesinos indios quieren semillas transgénicas,
sin duda animados por
las agresivas
campañas de marketing además insisten en que las
semillas transgénicas son sólo un 50 por ciento
más caras, para terminar admitiendo que la
diferencia era de 1.000 por ciento.
Ante los rumores de inminentes indemnizaciones
del gobierno para detener la oleada de muertes,
muchos campesinos dijeron que estaban
desesperados por conseguir cualquier ayuda. El
Príncipe Carlos está tan consternado por
la grave situación de los suicidios de los
campesinos que está montando una entidad de
beneficencia, la Fundación Bhumi Vardaan, para
ayudar a los afectados y promover los cultivos
orgánicos indios en lugar de los transgénicos. Y
los campesinos de la India están también
empezando a contraatacar.
Además de tomar como rehenes a los
distribuidores de semillas transgénicas y de
organizar protestas masivas, el gobierno de uno
de los estados está emprendiendo acciones
legales contra Monsanto por los costes
desorbitados de las semillas transgénicas.
Shankara Mandaukar,
tenía unas 80.000 rupias (alrededor de 1.000
libras) de deudas cuando se quitó la vida. "Le
dije que podríamos sobrevivir", dijo su viuda,
con sus niños junto a ella mientras la oscuridad
lo invadía todo. "Le dije que podríamos
encontrar una salida. Me contestó que prefería
morir". Pero la deuda no murió con la muerte de
su marido: a menos que pueda encontrar una forma
para devolverla, no podrá permitirse llevar a
sus niños a la escuela. Perderán sus tierras,
teniendo que unirse a las hordas que mendigan
por miles a los lados de la carretera por todo
este inmenso y caótico país.
Precisamente lo más cruel de todo es que son los
jóvenes los que más sufren por el "Genocidio
transgénico", la misma generación que se suponía
iba a salir de una vida de dureza y miseria
gracias a esas "semillas mágicas".
Aquí, en el
cinturón suicida de la India, el coste del
futuro genéticamente modificado es homicidamente
alto.
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