Gran parte
de la producción industrial de leche en
Estados Unidos y México utiliza una hormona
transgénica de crecimiento bovino.
Esta hormona transgénica provoca que suba en
la leche el nivel de otra hormona llamada en
inglés IGF-1 (factor de crecimiento
insulínico tipo 1). Estudios recientes
muestran que los niveles anormalmente altos
de esta segunda hormona se asocian con el
surgimiento de cáncer de seno, próstata y
colon.
Gran parte de la producción industrial de leche
en Estados Unidos y México utiliza
una hormona transgénica de crecimiento bovino
llamada rBGH, propiedad de
Monsanto
que la denomina Somato-Tropina Bovina o BST
(por sus siglas en inglés).Es una hormona que se
le inyecta a las vacas y las hace producir hasta
el doble de leche. Esto tiene efectos muy
negativos en la salud del ganado, pero además
puede tener consecuencias fatales para quienes
consumen esos lácteos. Esta hormona transgénica
provoca que suba en la leche el nivel de otra
hormona llamada en inglés IGF-1 (factor de
crecimiento insulínico tipo 1). Estudios
recientes muestran que los niveles anormalmente
altos de esta segunda hormona se asocian con el
surgimiento de cáncer de seno, próstata y colon.
Según el doctor Michael Hansen, asesor de
la Unión de Consumidores de Estados Unidos, que
analizó y compiló estos estudios,
las vacas que reciben esta inyección tienen un
aumento significativo en la frecuencia de 16
enfermedades, incluidas mastitis y problemas de
gestación. Las vacas sufren muchísimo y, además,
la leche contiene restos de antibióticos, pus y
sangre, por las continuas enfermedades y
tratamientos a que son sometidas. Esto genera
una mayor resistencia a antibióticos en quienes
consumen esa leche y sus derivados, lo cual ya
desde antes era un grave problema de salud
pública.
Pese a que el uso de esta hormona artificial
está prohibido en Europa, Canadá,
Japón, Nueva Zelanda y
Australia, se aprobó su uso comercial en
México, Guatemala, Honduras,
Costa Rica, Panamá,
Brasil, Colombia, Ecuador,
Perú, Venezuela y ocho países de
otros continentes, basados en estudios que la
propia
Monsanto
proporcionó a las agencias reguladoras
estadounidenses.
La hormona transgénica de crecimiento bovino
está en circulación en Estados Unidos
desde 1993. Ya para esa época, su aprobación
estuvo plagada de irregularidades y en varios
documentos se señala la relación absurdamente
estrecha de
Monsanto con los funcionarios de la FDA (Administración de
Fármacos y Alimentos estadounidense), que
aprobaron la venta comercial de la hormona y de
la leche de las vacas tratadas con ésta.
En los informes de la propia
Monsanto a la FDA se registraba que las vacas sufrían más
enfermedades y que en la leche de las vacas
tratadas con la hormona bovina de crecimiento
había un aumento “significativo” (sic) de la
hormona IGF-1. Pero en sus conclusiones, la
empresa descarta que eso tenga algún impacto en
la salud humana.
No es la única vez que
Monsanto tiene este proceder: también lo ha hecho con otros estudios
que indicaban toxicidad en variedades de papa y
maíz transgénico en ratones de laboratorio. Pese
a las evidencias de daño en sus propios
experimentos, concluía: “no son importantes”,
mientras la revisión ulterior por parte de
científicos independientes mostró lo contrario.
Conforme se divulgan más informes que muestran
los riesgos de la hormona rBGH, se expresa con
más claridad el rechazo de los consumidores
estadounidenses. Grandes cadenas de
supermercados como Kroger, Safeway y la cadena
de cafeterías Starbucks han prometido a sus
clientes que no tendrán leche con hormonas
artificiales.
Ningún producto transgénico es etiquetado en
Estados Unidos, porque desde sus inicios,
las empresas productoras de transgénicos
lograron con presiones de todo tipo que no se
use una etiqueta que diga “contiene
transgénicos” o cualquier formulación que lo
indique, aunque sea verdad. Seguro desde
entonces sabían que tenían mucho que ocultar.
Ahora, frente a las acciones de esos
supermercados (motivadas por el rechazo de los
consumidores), la respuesta de
Monsanto es acosar a las autoridades para que tampoco se pueda
etiquetar que la leche “no contiene” esa hormona
transgénica.
Monsanto
alega que etiquetar es una forma de “engañar” a
los consumidores, porque la leche con hormonas
no tendría diferencias con las otras.
Como explica el doctor Michael Hansen,
los consumidores entienden muy bien qué
significa “libre de hormonas de crecimiento
bovino”, o “libre de hormonas artificiales BST”
(STB en castellano), y reconocen el valor de
productos cuya etiqueta indica “sin colorantes
artificiales” o “sin saborizantes”. La decisión
sobre si quieren o no una etiqueta informativa
es de los consumidores, no de las empresas que
lucran con estos aditivos y productos
transgénicos. En todo el mundo, las encuestas a
los consumidores sobre si prefieren o no
etiquetado de transgénicos, hallaron de 80 a 98
por ciento a favor del etiquetado.
En México, existen dos marcas de leche
orgánica, que declaran estar libres de hormonas
STB, pero esta hormona se usa en 24 cuencas
lecheras y las marcas que se abastecen allí no
declaran su contenido en sus productos.
Con los nuevos informes en circulación, los
países que aprobaron esta hormona deberían
prohibir urgentemente su uso, tal como ya hizo
la mayoría de los países industrializados.
Silvia Ribeiro*
Tomado de La Jornada, México
16 de octubre de 2007