En
la madrugada del 24 de noviembre del año 1982 nació
en el hospital de Clínicas mi hijo, Simón Santana
Farías.
Decidimos junto a su padre Ronald llamarlo Simón en
homenaje a Simón Riquelo, uno de los niños
secuestrados durante la dictadura.
Asistió a la escuela pública 166 del Barrio Obrero
de Peñarol y luego al Liceo Nº 9 de Colón. Creció
como cualquier otro niño montevideano, con la suerte
de haber viajado bastante junto a sus padres y
hermano por el interior del país, Brasil y
Argentina, debido a la actividad que desarrollaban
en un grupo de Teatro de Títeres.
Así, Simón llegó a la adolescencia y realizó cursos
de mantenimiento y reparación de computadoras, que
luego perfeccionó en Curitiba, Brasil, donde vivimos
juntos ese tiempo.
Consiguió su primer empleo, al igual que muchos
jóvenes, después de mucho caminar y presentar
currículos, en una empresa de servicios como limpia
vidrios. Luego de su regreso al “paisito” y trabajar
un tiempo en lo mismo, estaba contento por haber
ingresado a trabajar en enero de 2008 en la Empresa
Bimbo, donde realizaba tareas de limpieza en
el Departamento de Sanidad.
Simón era un joven común a quien le gustaba la
música (“No te va a gustar” “Bajo Fondo”; “Omar” y
“La Bersuit”). No tenía vicios, ni era muy afín a
los deportes. Su pasión era la computadora, que el
mismo se había armado comprando piezas sueltas y
sacando uno que otro crédito. Así vivía
pacíficamente, trabajando y entre sus afectos, su
sobrino, sus abuelos y primos y siempre que cobraba
su sueldo, después de pagar sus cuentas se daba
algún gustito con su hermano.
Soñaba con algún día tener una casita, una compañera
y formar una familia. Soñaba también con terminar
sus estudios para luego seguir la carrera de
sociología, materia que le gustaba mucho. Simón era
muy observador de las conductas humanas y como
cualquier joven uruguayo, tenía esos pequeños
grandes sueños. Tenía, porque la tarde del pasado 3
de septiembre cuando estaba realizando una tarea de
rutina en la empresa Bimbo, sufrió un
accidente que terminó con todos los sueños de sus
jóvenes 25 años y con su propia vida.
Quizás Simón sea uno más para las estadísticas de
muertes por inseguridad laboral, pero queremos que
no quede en el olvido, que su muerte no haya sido en
vano y que se cree conciencia entre los propios
obreros.
No podemos permitir que para estas grandes
transnacionales sigamos siendo mano de obra barata.
Para ellas la vida humana parece no tener ningún
valor. Aspiramos a que las autoridades pertinentes
exijan a estas empresas estrictas medidas de
seguridad, que junto a la capacitación disminuya al
máximo los riesgos en el trabajo. Es así que
exigimos justicia para que no se repitan más este
tipo de tragedias.
No tiene que costarles la vida a otros jóvenes para
que tomemos conciencia.
No sigamos aceptando condiciones de trabajo
semiesclavistas, exijamos dignidad y respeto, somos
seres humanos y como tales debemos ser tratados.
No olvidemos a Simón, que dejó su vida en un
accidente de trabajo perfectamente evitable.
Alicia Farías
Montevideo,
noviembre
de 2008