Paraguay
El
agente naranja de la soja
Una familia campesina del
paraje Pirapey llevará a juicio a la empresa norteamericana Monsanto por la
muerte de un chico rociado con Roundup, el plaguicida utilizado en los campos
sembrados con soja transgénica.
Los dos productores que aplicaron el químico ya
fueron condenados por la justicia paraguaya como responsables directos de la
muerte del niño. La historia de Silvino Talavera interpela sobre el papel
de la soja en la economía de varios países.
Esa mañana Silvino Talavera tenía
11 años. Mientras lavaba ropa en un arroyo cercano al rancho donde vivía, su
madre lo mandó a hacer los mandados. Esto es: ir hasta un almacén ubicado a unos
3000 metros de su casa, comprar carne y fideos, y volver con la compra para que
su hermana cocine el almuerzo de toda la familia. A las 10 horas del 2 de enero
de 2003, acompañado por su primo Gabriel Villasboa, Silvino partió
a cumplir la orden materna con rapidez: a la tarde debía ir a la escuela y no le
gustaba llegar tarde.
Por eso se apuró y al regresar se topó con una
fumigadora que lo roció completamente con un combinado químico, generándole la
muerte a los pocos días tras una cruel agonía.
Ni Silvino ni su mamá, Petrona
Villasboa, podían imaginar que a los pocos días una espantosa agonía
terminaría con la vida del chico que quería estudiar, que el hijo de una pobre
-pobrísima- familia campesina de Pirapey, paraje ubicado a unos 130 kilómetros
de Encarnación, se convertiría en un caso testigo sobre las consecuencias que
puede implicarle a la población la aplicación de agroquímicos, en los campos
sembrados con soja. El papel de la transnacional Monsanto es fundamental
para entender cómo una empresa, que se negó a informar durante décadas las
consecuencias para la salud de sus productos químicos, venda plaguicidas
asegurando que son inocuos para las personas y animales.
El caso, además, incluye las muertes de un
sobrino de Silvino, que falleció por problemas genéticos generados por la
intoxicación de la madre, y de un tío, asesinado a puñaladas tras realizar la
familia las denuncias por la muerte del menor.
El niño
“Le gustaba la música, quería una guitarra”,
cuenta Juan Talavera, padre de Silvino. El hombre, de 51 años,
tiene un perfil mustio, cara aindiada y una camiseta de Flamengo Fútbol Club tan
ajada que da ganas de llamarlo a Romario para que le consiga una nueva.
Flaco pero de huesos grandes, se nota que no ha comido bien. Pero eso no le ha
impedido criar a 10 hijos junto a su mujer, trabajando unas 5 hectáreas de
campo. “Antes que nos tiraran el veneno teníamos chanchos, conejos, gallinas.
Pero todo lo mató el alemán con el veneno. Perdimos un hijo, pero además ese
hombre jodió económicamente a toda la familia”, dice Juan. “Quedamos
ultimados”, afirma cuando quiere decir “deprimidos”, “no teníamos más ganas de
trabajar y costó mucho volver a empezar. Hasta una vaca lechera nos mató para
que no le hagamos juicio”, cuenta lentamente.
Juan,
como el resto de la familia, siempre habló en guaraní. Hace apenas unos años que
se expresa en castellano, un enorme esfuerzo que le exige pensar en su lengua
original, y traducir antes de abrir la boca. Petrona lo mira y asiente,
sólo algunos de sus hijos entienden el idioma de Don Quijote. Pero todos
tienen claro que Monsanto, empresa que produce el agroquímico que se
llevó a Silvino, alcanza dimensiones que Cervantes nunca imaginó
para los molinos del ingenioso hidalgo.
De otra forma, es difícil entender que un
productor agropecuario rocíe intencionalmente a un chico de 11 años con un
plaguicida porque le tiene inquina a una familia por formar parte del movimiento
campesino paraguayo que se opone al monocultivo sojero.
“Nosotros nos oponemos al modelo transgénico
que se promueve en Paraguay, pero nunca le ocupamos su tierra”.
Talavera se refiere al productor agropecuario Hernán Schlender
Thiebeaud, dueño de las tierras colindantes con su lote de tierra. También
habla de Alfredo Lauro Laustenshlager Jaroszuk, capataz del campo del
primero. Ambos fueron condenados por un tribunal penal de sentencia de
Encarnación bajo la figura de homicidio culposo el primero, por bañar con
plaguicida a Silvino. Laustenshlager fue penado por producción de
riesgos comunes ya que dos días después a ser rociado Silvino intoxicó a
toda la familia, fumigando la casa donde viven, produciendo una intoxicación
masiva a los Talavera.
Ahora, tras demostrarse jurídicamente que el
plaguicida Roundup es el responsable de la muerte de Silvino, la
familia se propone denunciar a la transnacional Monsanto por informar que
el producto químico no es peligroso. Ever Velásquez, abogado de los
Talavera, le dijo a este cronista que demandará civilmente a la empresa
norteamericana y al Estado paraguayo. “A Monsanto lo denunciaremos por
publicidad engañosa.
Mientras la Organización Mundial de la Salud
dice que el Roundup es un tóxico clase 1 (el más peligroso en la escala)
la empresa sostiene que no genera consecuencias a la salud de la población. Al
Estado lo vamos a demandar como responsable solidario ya que durante el gobierno
del presidente Nicanor Duarte Frutos se le bajó la categoría de
peligrosidad del Roundup de 1 a 4. Antes estaba catalogado como 1”,
señaló Velázquez.
Los hechos
Cuando Silvino volvía del almacén con
las cosas que le había pedido su mamá, el 2 de enero, caminó al costado de un
lote de soja propiedad Schlender, un sendero que habitualmente usaba su
familia, junto a otras que viven en la zona. Unos 100 metros antes del rancho,
el chico se topó con el productor agrícola que lo roció desde una máquina
fumigadora. Después, el empresario se defendió diciendo que las plantas de soja,
le habían impedido ver al chico.
Silvino
no pudo eludir el rápido movimiento de la máquina, y junto con la carne y los
fideos que llevaba en la bolsa, fue totalmente bañado con el agroquímico. Sin
decirle nada a su madre, al llegar a la casa, el niño se sacó la ropa envenenada
y se fue a lavar con el agua del pozo. Después se tiró a dormir, ya agitado.
“Como siempre nos habían dicho que el Roundup no era peligroso él no dijo
nada”, cuenta Petrona.
Ignorante de lo ocurrido, la hermana del chico
preparó un guiso de fideos con carne que toda la familia comió, incluido
Silvino a quien su mamá tuvo que insistirle para que dejara la cama. El
chico no se sentía bien y se negaba a levantarse. «Me llamó la atención, siempre
era de buen comer pero ese día no quería probar nada. Le picaban los ojos y le
dolía mucho la cabeza», recuerda la mujer.
Al rato todos comenzaron a descomponerse.
Vómitos y diarreas dejaron a la prole de los Talavera con un cuadro de
grave intoxicación. Juan les hizo un té con yuyos medicinales y se llevó
a la más pequeña, de 3 años, a un dispensario ubicado a 10 kilómetros sobre al
ruta que une encarnación con Ciudad de Este. Aún no sabían cuál era la causa del
malestar.
En el centro de salud, un médico dijo que la
chica estaba intoxicada, le dio unas pastillas y recomendó reposo y dieta para
toda la familia. Al volver Juan supo la verdad, pero decidió esperar pensando
que con un poco de ayuno y las hierbas medicinales que su padre y su abuelo
usaban para curar “cólicos y males por el estilo”, todo pasaría. Pero el
Silvino no mejoró
Dos días después, según consta en el relato de
la sentencia judicial, durante el mediodía, Alfredo Lauro Laustenshlager
Jaroszuk se acercó con la fumigadora hasta otro lote de soja que se
encontraba a 15 metros de la casa de los Talavera. Ayudado por una suave
brisa que iba en dirección al rancho, el productor abrió las válvulas de la
maquina y, deliberadamente, roció con el plaguicida a toda la familia, ayudado
con el viento. En el juicio Laustenshlager adujo que él sólo fumigó su
soja pero que no tenía intención de perjudicar a los Talavera. El
tribunal no le creyó.
“Tuve que poner a los chicos debajo de un
plástico para que no respiren el veneno. A Silvino, que estaba peor de
todos, también lo traje, pero todos respiramos. El agroquímico me mató a todos
los animales que tenía, además de envenenarme una pileta que teníamos para criar
algunos peces para comer. Nada quedó de todo aquello”, dice Juan.
Cuando pasó el chubasco de Roundup, y
Laustenshlager se fue, Petrona vio que su hijo, cada vez en peor
estado, se quejaba de intensos dolores en todo el cuerpo. Desesperada, lo llevó
al dispensario. De allí los derivaron al hospital de Encarnación.
A pesar de su asepsia, el relato judicial
estremece: “Siendo las 13.30 horas aproximadamente, llegan al Hospital Regional
de la ciudad de Encarnación. El menor Silvino Talavera, llega con signos
de shock, sudoroso, pálido, obnubilado (entre dormido y despierto) con fiebre
alta (39º grados) y es atendido por la doctora Fátima Elizabeth Insfran de
Rodríguez, llevándosele inmediatamente a la sala de primeros auxilios, donde
sufre un primer paro cardiorrespiratorio, y a través de técnicas de
resucitación, el paciente se recupera, transcurridos unos quince minutos del
primer paro vuelve a sufrir otro paro cardiorrespiratorio, falleciendo.
En algunas de las víctimas de las fumigaciones
realizadas por los acusados, se constató componentes químicos de productos
fitosanitarios, como ser carbamato, fenol y glifosato”. El glifosato es la base
del producto de Monsanto Roundup, y se encuentra registrado en
Paraguay con el nº 131, certificado de libre venta nº 629. Los demás
componentes integran otro producto llamado Cypertec, que se utiliza
mezclado con el Roundup, registrado bajo el nº 2287 con certificado de
libre venta.
Si bien el certificado de defunción señala que
Silvino murió de un paro cardiorrespiratorio, el tribunal consideró al
agroquímico como el causante de la descompensación general del niño. Pero la
pérdida de su hijo no finalizó la macabra secuencia de imágenes que Petrona
recrea en su memoria cuando relata todo el sufrimiento que vivió. “Una hora
después volvíamos con el cuerpito de mi hijo en un auto para enterrarlo en
nuestra tierra. Yo lo llevaba sobre mí porque no me quería separar de él, cuando
de repente del cuerpo ya muerto comenzó a salirle sangre media coagulada de sus
oídos, nariz y boca. Nunca he visto una cosa igual”, cuenta la mujer con la
tragedia pintada en el rostro.
Si el agroquímico fue la causa, la desnutrición
que mostraba el chico, producto de las míseras condiciones en que vive su
familia, fue el contexto en que el envenenamiento encontró las condiciones para
terminar con la vida de Silvino.
Fabricantes de
la muerte
Según el Movimiento Mundial de Bosques (WRM
por su sigla en inglés) “los impactos que los herbicidas a base de glifosato
pueden tener sobre la salud humana son variados: daños genéticos, tumores en la
piel, problemas de tiroides, anemia, dolores de cabeza, sangrado de nariz,
mareos, cansancio, náuseas, irritaciones de ojos y piel, asma y dificultades
respiratorias, entre otros. Diversos estudios indican que existe una relación
entre los herbicidas a base de glifosato y el linfoma no Hodgkins, un tipo de
cáncer”. Los peritos que intervinieron en el juicio de Silvino señalaron
que las intoxicaciones se producen por vía de la dermis en el 95 por ciento de
los casos.
Pero falta de información sobre los productos
de Monsanto no es nueva. Vale recordar que la misma empresa ocultó
durante 50 años que el DDT era un producto cancerígeno. Ahora está
prohibido.
Entre otras perlas curriculares, la empresa
norteamericana fue una de las proveedoras del famoso Agente Naranja,
agroquímico que el ejército norteamericano utilizó para desfoliar millones de
hectáreas de selvas en Vietnam con el objetivo de combatir a las
guerrillas que resistían la invasión, y que murieron o sufrieron graves
consecuencias tras intoxicarse con el químico. Por el hecho la empresa debió
pagar 80 millones de dólares en indemnizaciones a cientos de veteranos del
ejército americano que sufren las consecuencias de haber estado en contacto con
dicho producto, denominado naranja" por el color de los bidones donde se lo
fraccionaba.
Las consecuencias entre la población vietnamita
aún hoy no son mensurables pero sus efectos pueden observarse entre los fetos
deformes que se encuentran, enfrascados, en el hospital Tu Du de la ciudad de Ho
Chi Mind.
La periodista e investigadora francesa Marie
Monique Robin aseguró durante su reciente visita a Argentina, adonde
llegó para difundir el documental El Mundo según Monsanto, que “el
Roundup destruye todo, cualquier cultivo menos la soja transgénica, y genera
gravísimos problemas de salud para las personas”.
Petrona Villasboa
y Juan Talavera tienen claro que esto es cierto. Su pelea, para que los
culpables de la muerte de su hijo sean condenados sigue intacta. “Queremos que
Monsanto se haga responsable del daño que nos ha causado. Y no vamos a
dejar de pelear para que la muerte de nuestro hijo enseñe a los campesinos y
trabajadores del campo lo que los agroquímicos les pueden generar a la salud de
la gente”, dice Petrona.
Mientras, la familia Talavera espera
cobrar la indemnización del juicio civil que también ya ha ganado para dejar esa
tierra envenenada.
- ¿A dónde van a ir Petrona?
- A Argentina, a Misiones. Allá dicen que están
mejor.
Una familia
perseguida por las tragedias
Petrona Villasboa
forma parte de una familia que lleva décadas siendo perseguida por gobiernos,
parapoliciales y hacendados paraguayos. Su padre, Manuel Villasboa, era
un pequeño campesino que integró las legendarias Ligas Agrarias en la década del
'70. Esta organización proponía entonces la reforma agraria en Paraguay,
por lo que se granjeó la furia del dictador Alfredo Stroessner.
Petrona
recuerda a su padre como un dirigente campesino luchador, sencillo y consecuente
que nunca dio el brazo a torcer ante las injusticias cotidianas que sufrían las
comunidades campesinas paraguayas. “Fue perseguido y torturado por la dictadura.
Recuerdo como si fuera hoy un día que tuve que ver, con cinco años, como
torturaban a mi papá haciéndolo tomar 10 litros de agua. Querían que dejara la
lucha. Pero él huyó, dejó el lote que teníamos en el departamento Misiones, y
toda la familia lo seguimos hacía el exilio interno en Obligado, un departamento
ubicado al norte del país”, cuenta Petrona.
Pero para que el hombre huyera los
parapoliciales, que integraban una de las Comisiones Garrote -grupo denominado
así por los instrumentos que utilizaban para apalear a los campesinos opositores
a Stroessner hasta matarlos- les quemó el rancho a los Villasboa,
después de robarles los animales y la cosecha lista para ser llevada al mercado.
De esta forma Petrona se ha acostumbrado
a tener sucesivas pérdidas en su vida. Su cara está trazada por arrugas,
desubicadas para sus 41 años. Pero es que la existencia no le da descanso a esta
mujer aguerrida que pareciera llevar su destino a cuestas, como los esclavos en
Egipto cargaban las piedras para construir las pirámides.
Tras el envenenamiento general que sufrió su
familia con Roundup, una de sus hijas, de 17 años, tuvo un hijito que
nació con una malformación llamada hidrocefalia. Los médicos les dijeron que la
malformación podría ser genética pero que probablemente fuera producto del
plaguicida que la adolescente había aspirado. Al igual que sus pares
vietnamitas, la chica vio como su hijo se iba deformando a medida que crecía.
Pero a los cinco meses el bebé murió. “Ella todavía no puede recuperarse del
dolor que siente. Su compañero la dejó porque dice que ella no sirve para tener
hijos”, cuenta Petrona.
También murió un hermano de Petrona,
Serapio Villasboa, apuñalado por la espalada el mismo año en que murió
Silvino. “Lo encontraron tirado en un zanjón, con el cuerpo en estado de
descomposición. Él fue uno de los que más me ayudó en los primeros momentos
cuando no sabíamos qué hacer, tras la muerte de mi hijo. Lo asesinaron cuatro
meses después de que muriera Silvino, pero todavía la justicia no ha
encontrado al criminal que lo apuñaló. Para mí es imposible separar los crímenes
de mi niño y de Serapio, todo tiene el mismo origen”, afirma en voz baja pero
firme.
La propia mujer fue amenazada de muerte por un
peón de su vecino hacendado Schlender si no dejaba de reclamar justicia.
“Uno me amagó con partirme la cabeza con un machete, acá a 300 metros de mi
casa. Pero le dije que me mate porque no le voy a aflojar”.
Guillermo
Posada
Tomado de
Argenpress
15 de octubre
de 2008
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