Llegando a Ciudad
de Panamá lo que de inmediato llama la atención es la imagen de desarrollo,
modernidad y bienestar que te devuelve la capital. Una imagen que, junto a los
conceptos de “pleno empleo” y “crecimiento económico”, genera un espejismo
detrás del cual se esconde una realidad de país muy diferente.
Hablando con la gente y tomándose el
tiempo para salir de la burbuja y conectarse al mundo real, uno se da cuenta que
existen dos Panamá: el del espejo y el Panamá real.
Según datos del Frente Nacional por la
Defensa de los Derechos Económicos y Sociales (FRENADESO), Panamá
es actualmente el segundo país de América Latina con la peor distribución
de la riqueza.
El 50 por ciento de su población vive en
situación de pobreza, de la cual el 33 por ciento en extrema pobreza. Una
realidad que se vuelve aún más trágica para las poblaciones indígenas, que
representan el 11 por ciento de la población total, con índices de pobreza que
alcanzan casi el 95 por ciento.
Además, el 47 por ciento de la población
trabaja en la informalidad, el nivel de sindicalización es entre el 10 y 12 por
ciento y está prácticamente prohibido en la Administración Pública, y el salario
mínimo no cubre siquiera la canasta de alimentos.
“Nosotros preferimos hablar del Panamá
real, porque refleja el sacrificio diario de miles de personas que son
explotadas para que unos pocos puedan gozar de las riquezas del país, y donde el
desarrollo económico no equivale a desarrollo humano”, dijo a Sirel,
Saúl Méndez, secretario general del Sindicato
Único de Trabajadores de la Construcción y Similares (SUNTRACS)
y miembro del directorio del FRENADESO.
Una situación que se ha
venido profundizando a partir de los años 90, con la implementación en el
continente latinoamericano del modelo neoliberal, la entrada de las grandes
transnacionales y el inicio de la privatización de los servicios públicos y la
venta de empresas estatales.
En menos de dos décadas privatizaron todo, incluyendo los servicios básicos, los
recursos naturales, y hasta se trató de privatizar las fuentes de agua para la
generación hidroeléctrica. |
“En menos de dos décadas
privatizaron todo, incluyendo los servicios básicos, los recursos naturales, y
hasta se trató de privatizar las fuentes de agua para la generación
hidroeléctrica. Actualmente el 70 por ciento de nuestro territorio está marcado
en un mapa como posible zona de exploración minera”, explicó Méndez.
El dirigente sindical
recordó también que estas medidas fueron acompañadas por la venta de empresas de
capital nacional al capital extranjero, como es el caso de Cervecería
Nacional.
“Los empresarios nacionales
y los gobiernos corruptos que se han alternado en el poder nunca pensaron en un
desarrollo comercial e industrial con mentalidad de país, sino como especulación
pura y dura”, manifestó.
Antisindicalismo
La invasión transnacional
trajo consigo nuevas políticas antisindicales, que fueron toleradas y en algunos
casos coadyuvadas por las autoridades gubernamentales.
“Se implementaron varias
acciones, como por ejemplo desconocer a las organizaciones sindicales,
multiplicar los esfuerzos para la constitución de sindicatos pro patronales y
también comprar empresas liquidando a todos sus trabajadores, volviendo a
contratar solo al personal no sindicalizado.
Además -continuó Méndez-
se comenzó a hacer uso del sicariato como forma de persecución y de política de
Estado contra los trabajadores organizados”, aseveró.
Lo que ocurrió en Cervecería Nacional (SABMiller) no es más que un patrón
experimentado de violación a los derechos laborales, sindicales y humanos de los
trabajadores |
Una situación que se vuelve
aún más difícil a raíz de las políticas institucionales que apuntan a
flexibilizar y precarizar más el trabajo.
“Las instituciones están
entregando el país en bandeja de plata a las transnacionales, que ya se sienten
autorizadas a hacer lo que les da la gana y a violentar todo tipo de derecho. En
este sentido, lo que ocurrió en Cervecería Nacional (SABMiller) no
es más que un patrón experimentado de violación a los derechos laborales,
sindicales y humanos de los trabajadores.
Además, es el
producto de la connivencia entre capital nacional, transnacional y el gobierno,
para poder seguir operando con ‘manos libres’, irrespetando los derechos
garantizados por la negociación colectiva, la legislación laboral y los
convenios internacionales ratificados por Panamá”, concluyó Méndez
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