Estados Unidos

 

Muerte en un Wal Mart

 

Era haitiano. Tenía algo menos de 35 años. Trabajaba como empleado por una mísera paga en uno de los supermercados de la cadena Wal Mart en Estados Unidos. Murió aplastado por una horda de consumidores el primer día de la temporada de rebajas prenavideñas.

 

A pesar de estar plenamente inmersos en la mayor crisis económica de los últimos años en su país (o tal vez por eso mismo, y porque probablemente las ofertas por una tv plasma a menos de ochocientos dólares o un I-Pod de última generación a precio de remate se agotaran en pocas horas y quién sabe cuándo se presentarían otras similares) a las cinco de la mañana del 28 de noviembre pasado entre mil y dos mil estadounidenses de a pie forzaron las puertas de la sucursal de Wal Mart en Long Island, en el estado de Nueva York, abalanzándose sobre sus preciados tesoros.

 

Jditmytail Damour había perdido su trabajo unas semanas antes. Como por milagro, logró ser contratado por la paupérrima remuneración que Wal Mart acostumbra pagar a sus empleados en cualquier parte del mundo. Sería un trabajo zafral, únicamente por el período de las fiestas de Navidad y fin de año, pero para este inmigrante haitiano era mejor que nada.

 

Damour tuvo la mala suerte de encontrarse justo en el camino de las desesperadas masas consumeriles. Murió atropellado, sin que nadie le prestara atención ni siquiera cuando llegaron los “paramédicos” para intentar reanimarlo. “Hicimos una cola interminable desde la mañana anterior, ¿qué querían, que nos corriéramos y perdiéramos nuestro lugar?”, dice la corresponsal en Nueva York del diario italiano Il manifesto Giulia D Agnolo que dijo un aspirante a consumidor. Al evocar la escena, a no pocos les vino en mente la canción Construcción, del brasileño Chico Buarque, que  trata de un albañil que se desploma en plena calle desde el andamio de una obra y muere “entorpeciendo el tránsito”. D Agnolo, la periodista italiana, pensó por su lado en  El amanecer de los muertos, película de fines de los setenta que su autor, George Romero, uno de los clásicos del cine de terror, ambienta parte en un centro comercial en el que se refugian habitantes de una ciudad invadida por zombies que se alimentan de carne humana.

 

Una vez en el shopping, el “instinto” consumístico se despierta en esos sobrevivientes, que sucumben al embrujo de las ofertas. También se revela en los propios muertos vivientes, que llegan al centro comercial atraídos más por ciertos recuerdos primitivos que por el olor de sus eventuales presas.

 

El 28 de noviembre, el de la muerte de Damour, no era un día cualquiera. Se estaba en pleno “Black Friday” (“viernes negro”), que sigue al jueves de Acción de Gracias y que marca desde comienzos de los ochenta el inicio de la zafra de compras navideñas. Se esperaba que esta vez la crisis, presentada como la más grave después de la de 1929, disminuyera los ardores consumísticos de los estadounidenses, o que al menos éstos se concentraran en adquirir “lo estrictamente necesario” para la canasta familiar.

 

Pero no fue así, o al menos no en todos lados, y ni siquiera en Wal Mart, que previendo una caída de las ventas había lanzado súper ofertas de manera de minimizar eventuales pérdidas y, de paso, terminar de liquidar a los pequeños negocios con los que habitualmente arrasa gracias a su habitual combinación de precios baratos y dumping social.  Este “viernes negro”, apunta Giulia D Agnolo, las vedettes de las ventas de Wal Mart y otras cadenas no fueron los productos de primera necesidad sino los electrónicos.

 

El 28 de noviembre era también, en Estados Unidos, el “Día de no comprar nada”, el “Buy nothing day”, que los norteamericanos celebran el mismo día que el “viernes negro” y en el resto del mundo se lo hace un día después. Ideada por el artista nacido en Vancouver Ted Dave y promovida desde 1994 por la revista Adbusters, también canadiense, esta iniciativa, que año a año moviliza a decenas de miles de personas a lo largo del planeta, especialmente “altermundistas”, “apunta a mostrar en concentrado, a lo largo de 24 horas, los excesos del consumo, del derroche, y a promover un cambio cultural, un cambio de actitud”, según explica Kalle Lash, director de aquella publicación. “Este año adquiría una significación particular, porque la crisis económica es tan grave y afecta a tantos países que la gente está empezando a hacerse preguntas. ¿Es necesario seguir alimentando la cultura del consumo sin límite? ¿Va a poder soportarlo el planeta?”, agregaba Lash. Damour, por lo pronto, no lo soportó.

 

 

En Montevideo, Daniel Gatti
Rel-UITA
4 de diciembre de 2008

 

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