Toda
otra información pasa a segundo plano después de la gran
tragedia de Haití. Nos demuestra qué solo y
desamparado puede quedar el ser humano ante las
desconocidas fuerzas de la naturaleza. ¿Cómo fue posible
no poder prevenir algo así?. Una vez más cobra una
actualidad sin discusión aquella pregunta de los sabios
pacifistas que se interrogaban: ¿por qué el ser humano
es tan perverso hasta llegar en su perversidad al propio
suicidio no esperado?. Claro, si ese ser humano durante
toda su historia hubiese gastado todas sus riquezas y
búsquedas en la ciencia y no lo hubiera desperdiciado en
guerras, matanzas, fabricación de armas, métodos de
dominio del uno sobre el otro, sí, de haber dedicado
todos sus esfuerzos a la búsqueda racional de defender
la vida y no de jugar con la muerte, es muy posible que
ese ser humano hubiese llegado a saber ya de dónde
provenimos y cuáles son los peligros que nos acechan en
una naturaleza no cuidada, regulada. Es decir, buscar
todas las formas de defender la vida a través de eso tan
maravilloso que es la ciencia. Claro está, cuando se la
emplea para la vida y no para la muerte.
Y esa
eterna polémica perdura en la Alemania de hoy. En
nuestra última nota desde Bonn explicamos el drama del
Kundus. Allí, el ejército alemán que colabora con el de
Estados Unidos en la ocupación de Afganistán
cometió una agresión que no tiene disculpas. Se atacó un
“objetivo militar” desde el aire que costó la vida de
140 civiles afganos, casi todos mujeres y niños. Ante
esa matanza, sin ninguna explicación, los sectores de la
sociedad alemana que están en contra de la intervención
estadounidense en Afganistán y, más todavía, de
la colaboración alemana en ella, iniciaron un debate que
dura hasta hoy y en el cual ya participan hasta las
iglesias. La primera en salir al cruce de los hechos fue
la titular del Obispado de la Iglesia Evangélica de
Hannover, doctora Kässmann, quien destacó que se
había tratado de un crimen de lesa humanidad y que
Alemania debía retirar de inmediato sus tropas de
ese país asiático. Las estadísticas oficiales señalan
que Alemania tiene 7.200 soldados en el exterior
–como aliado de Estados Unidos– y que 83 de ellos
han muerto. Por supuesto, las estadísticas no hablan de
las víctimas, de cuántos afganos fueron muertos por
soldados germanos.
Después
de la matanza de Kundus, el gobierno alemán de la
democristiana Angela Merkel resolvió pagarles una
indemnización a los familiares de los muertos. Pero hay
que comprender de una buena vez que con dinero no se
pagan las culpas. La vida de un niño o la de una madre
no pueden cotizarse en euros. La vida no se paga con un
pedido de disculpas, ni con billetes. La religiosa
evangélica Kässmann lo dijo bien claro: “Nosotros
necesitamos más fantasía para lograr la paz no mediante
la guerra”. Por supuesto, de inmediato salió a la
palestra el cardenal Meisner de la Iglesia
Católica, tomando partida por el ejército. El diario
General Anzeiger dedica su título de tapa de ayer a este
tema: “Meisner: solidaridad con los soldados”. Y
el subtítulo lo dice todo: “El arzobispo de Colonia
justifica la intervención del ejército alemán en
Afganistán”. Al referirse a la matanza de civiles de
Kundus, dijo el cardenal católico: “Se trató de un
accidente trágico. Pero para impedir algo peor, el
empleo de las armas como última ratio es justificable”.
Ante tal respuesta tal vez sólo quepa ponerse a rezar.
Obispo de Colonia, la catedral más antigua de Europa.
El
cardenal reconoció que hay menos católicos en
Alemania que hace veinte años: “También menos
sacerdotes, menos niños, menos matrimonios y menos
dinero para la Iglesia”. Los diarios han traído la
noticia de que en Austria, durante el año 2009,
53 mil católicos dejaron de pagar su aporte a la Iglesia
Católica, es decir, abandonaron esa religión. Por su
parte, el obispo católico de Tréveris señaló
sobre el retiro de soldados alemanes de Afganistán:
“Debo decir que, a corto plazo, ese retiro no tiene
sentido. El empleo de las armas bajo determinadas
condiciones puede ser en este caso el mal menor”. Y
luego aclaró: “Yo, como obispo, no tengo el derecho ni
el deber de resolver el envío de tropas, eso lo tienen
que hacer los políticos de acuerdo con su conciencia y
su saber”.
La
discusión de siempre. La paz eterna soñada por Kant
nunca se ha logrado. Más todavía: ahora en los ejércitos
del mundo hay mujeres. Los seres que traen la vida al
mundo se visten de soldados y llevan armas. También hay
mujeres soldados (o “soldadas”, ¿cómo es lo correcto
gramaticalmente en este nuevo término? Tal vez soldadas,
porque así significa que quedan “soldadas” al sistema).
Actualmente
prestan servicio en el ejército alemán 17 mil soldadas.
Hay ya compañías de soldados con dirección femenina de
oficialas y suboficialas.
También hay pilotos mujeres (o pilotas) que conducen
aviones de bombardeo y cazas. Más de 380 soldadas
prestan servicios en misiones en el exterior. Todo
comenzó cuando la joven Tania Kreil inició un
juicio contra el Estado porque no se le permitía entrar
en el ejército por su condición de mujer. Es que la
propia Constitución negaba el servicio de las armas a la
mujer. Tania Kreil entonces invocó los principios
defendidos por la Unión Europea sobre la igualdad
de mujeres y hombres. Finalmente triunfó, ya que se
debió cambiar ese texto y permitir el servicio de las
armas también para las mujeres. Y hoy conforman el 9
por ciento de las tropas con armas, y el Ministerio de
Defensa ha señalado que, como el interés de las mujeres
aumenta, muy pronto llegarán a ocupar un 15 por ciento
de las fuerzas armadas.
La
realidad difiere de los sueños. Si uno piensa en cuántas
mujeres pacifistas perdieron la libertad durante las
guerras por pedir por la vida de sus hijos y hermanos, y
ve finalmente estos resultados, no puede dejar de pensar
sobre las fantasías de la realidad. Ni el cine se
atrevió a crear escenas donde aviones de caza conducidos
por mujeres luchan entre sí, o que una escuadrilla de
bombardeos conducida por pilotas destruyen barrios
enteros de población civil.
Con
toda admiración, el presidente del Partido
Social-Cristiano de Baviera, Horst Seehofer,
expresó ante la radio con voz engolada: “Ellas exponen
sus cabezas por nosotros”.
Tal vez
deberíamos contar con un Dostoievski o con un
Tolstoi para describir ciertas realidades actuales.
Por ejemplo, un diálogo entre soldadas después de una
misión de guerra. ¿Emplean el mismo idioma que los
hombres?
Lo
describimos porque es una realidad que se da en
Alemania, pero también en todo el mundo. Los seres
humanos hemos sido capaces de llevar a los seres que
traen la vida a jugar también con la muerte.
Los
pacifistas. Recorro un libro con sus rostros. Tengo
ganas de acariciarlos, de besarlos. Pero si alguien me
viera, tal vez comentaría: “Este tipo es un
prehistórico”.
Aunque
ante las realidades actuales no hay que rendirse. Un
ejemplo claro de todo eso es la lucha inequívoca que
llevan a cabo las organizaciones de defensa de la
naturaleza. En todo el mundo. No hay excepciones. Y
también los investigadores de la verdadera historia, que
en un trabajo de hormiga van colocando uno tras otro los
ladrillos que explican el porqué de todas las tragedias
humanas. Por ejemplo, en Alemania acaba de
aparecer un profundo estudio de la historiadora
Antonia Leugers titulado: “Los jesuitas en el
ejército de Hitler. Legitimación de la guerra y
experiencia militar”. Con toda la documentación de los
archivos eclesiásticos e intercambio de cartas entre las
máximas autoridades de la Iglesia Católica. Además trae
los nombres de los sacerdotes jesuitas que sirvieron en
las tropas del nazismo, en especial en la guerra contra
el comunismo soviético. El concepto de ellos era que,
con la derrota del comunismo, renacieran las
instituciones cristianas en Rusia y, en especial,
lograr la unidad entre la Iglesia Católica Romana con la
Ortodoxa Rusa. En el estudio se trasunta también el
profundo odio antijudío de los representantes católicos.
Toda esta documentación tendría que servir para una
profunda autocrítica de la Iglesia Católica actual que,
como se sabe, trata de hacer todo lo contrario: volver a
poner en primer lugar al papa Pío XII y nombrarlo
“santo”, pasando por alto el apoyo de ese papa al
fascismo italiano y principalmente al fascismo español
de Francisco Franco, además de las buenas
relaciones entre la Santa Sede y el nacionalsocialismo
alemán.
Con
esto se comprende por qué nuestras últimas generaciones
aprendieron poco de las últimas guerras genocidas y del
poderío económico que sigue dominando el mundo a través
de la violencia, que ya apenas si se disimula.
Hasta
ahora la ciencia ha servido a los poderes de turno y a
su búsqueda de dominio. Ojalá que una tragedia como la
de Haití nos lleve a pensar que el único camino
es el de la racionalidad. Y el primer paso a la
racionalidad es la búsqueda de la paz y el entendimiento
recíproco entre los pueblos para asegurar la vida, no
con uniformes, ni balas, sino con la mano abierta de la
paz, para lo cual hacer uso de la ciencia y avanzar con
ella para resolver los problemas que cada día pueden
asaltar a la humanidad.