Augusto Roa Bastos

 

El pequeño

gigante del Sur

“Estoy muy triste. Se rompió Augusto y no hay repuesto. Su voz cantó como ninguna el desgarramiento de Paraguay, esa tierra que en sus libros buscó una síntesis, dolorosa, quizá imposible, entre la cultura guaraní y la española”.

Eduardo Galeano

 

Augusto Roa Bastos durante

la presentación del libro.

Conocí a Don Augusto en 1999 en el marco de la campaña internacional de la UITA en apoyo a los campesinos damnificados por la transnacional Delta & Pine, víctimas de la deyección de su basura tóxica en la localidad de Rincon-í y de su inapelable desprecio por la gente. La edición española del libro “Las semillas de la muerte”, del periodista Carlos Amorín –realización emblemática de nuestra campaña– ingresaba a su fase final en Madrid y Jorge Riechmann, de Comisiones Obreras, sugirió que Augusto Roa Bastos la prologara.

 

Así, una tarde de absurdo calor en octubre de aquel año, Carlos Amorín y quien escribe esperábamos al maestro en la sala de su apartamento, en el asunceño barrio de Mburucuyá. Recuerdo que Roa Bastos descendió las escaleras sin apuro y vino a nuestro encuentro como pidiendo permiso en su propio hogar. Ese hombre que pasó dos tercios de su vida exiliado, cálido, sencillo y con amable actitud, aguardó tolerante nuestro petitorio ante la manifiesta incapacidad de nuestra parte para controlar tanto nerviosismo y ansiedad. “¿Qué es lo que ustedes quieren?”, preguntó él al fin, cordialmente. “Que prologue la edición española del libro 'Las semillas de la muerte'”, respondí sintiendo un infinito alivio.

El trueno entre las hojas

(fragmento)

 

Augusto Roa Bastos

En la prensa paraguaya nuestra campaña había adquirido dimensiones insospechadas, y Roa Bastos estaba enterado sobre la agresión y las tropelías cometidas por la transnacional algodonera estadounidense. Dos semanas después de aquel imborrable encuentro, un texto firmado por Augusto Roa Bastos llegaba a Montevideo.

 

El prefacio es una síntesis de su prosa poética y política, define sin ataduras su posicionamiento en esta sociedad, en su forma de leerla y decirla injusta, inhumana, depredadora. A escasos días de su desaparición física transcribimos un resumen de aquel trabajo vital, exento de coordenadas geográficas, sin fecha de caducidad, que es la mejor manera de recordar a Don Augusto Roa Bastos ante los límites que la muerte intenta trazar.

 

Las semillas de la muerte constituye un acta de acusación irrecusable, no sólo contra los nuevos métodos de penetración y destrucción masiva en que están empeñados los centros de poder usufructuados por las empresas multinacionales del llamado primer mundo que dominan la producción y la autonomía económica de los países del tercer mundo, en el caso de esta denuncia: el Paraguay, presa crónica favorita en el tablero de la rapiña internacional adueñada de la exangüe economía de los países más pobres.

 

La definición de este poder puede sintetizarse en su nombre de guerra: imperialismo, en sus distintos aspectos y modos de acción: económico, político, cultural, agrario, entre otros, ensañados en los países de menores recursos que con su economía primaria de estructura rural, atrasada y abierta a la penetración pirata, carecen totalmente de los medios de defensa contra este nuevo tipo de guerra: la guerra de dominación económica, sin derramamiento de sangre pero mucho más efectiva puesto que utiliza los viejos y probados métodos de la esclavitud, del chantaje, del soborno, de la apropiación y expropiación directa o indirecta del valor de los productos y del trabajo bajo el filtro informatizado de las leyes de mercado. El poder económico de las grandes potencias maneja discrecionalmente estas leyes por mediación de sus agentes y operadores.

 

En la mayoría de los casos los Estados de los propios países dependientes que no tienen poder de decisión ni de soberanía sobre su territorio y sus actividades productivas son los más leales servidores del poder imperial. Pero no se debe creer que la compleja entidad llamada imperialismo es un ente abstracto, tal un poder mágico e inmaterial que puede hacer lo que quiera aun cuando la mayoría de las veces, en la práctica, da la sensación de poder hacerlo. Y de hecho lo hace sistemáticamente.

 

El imperialismo, en su forma más extendida y dominante –conste que hablamos solamente de su acción en América Latina– es el poder de intervención que se arrogan discrecionalmente los Estados más fuertes sobre los más débiles, y este poder de intervención puede asumir, como ya lo hemos dicho, las más diversas formas que van desde las presiones diplomáticas a las amenazas solapadas o directas y su permanente guerra de zapa, la más destructiva en el aspecto económico. En este dominio juegan como factor importante y actúan con toda impunidad y patente de corso las grandes empresas multinacionales patrocinadas o apoyadas directamente por los Estados o grupos de presión de los cuales estas empresas son los tentáculos más eficaces.

 

(…) En un país, como el Paraguay, de carácter rural y estructura agraria, que depende en gran medida de su producción agrícola, esta guerra sucia de los agrotóxicos, bajo el engañoso rótulo de factores defensivos, no hace más que arruinar y destruir la agricultura, principal fuente de producción y de riqueza del país, en detrimento de la salud de los cultivadores y de la población que contornea estos predios fatales donde las semillas vencidas, tratadas con agrotóxicos y reforzadas con organismos vivos producidos en laboratorio, convierten el oro blanco del algodón en las semillas de la muerte, según las rebautiza certeramente el mismo título del libro de Carlos Amorín, restituyéndole la fama letal de esclavitud, explotación y muerte que lo acompaña desde hace siglos y no hace más que agravarse bajo el talón de hierro de la producción capitalista y las sórdidas leyes de mercado que responden exclusivamente a los intereses del lucro de las poderosas empresas multinacionales…” (Augusto Roa Bastos)

 

 

Gerardo Iglesias

© Rel-UITA

20 de mayo de 2005

  

 

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