Estados Unidos
George W. Bush tendrá una segunda presidencia al frente de
EE.UU. Y, mientras se desarrolla la gran ofensiva para
eliminar a la resistencia en la ciudad iraquí de Faluya, el
hasta ahora secretario de Estado, Colin Powell, anuncia que
este país continuará con su agresiva política exterior.
Utilizará el multilateralismo cuando pueda, pero actuará en
solitario cuando lo crea necesario. Según Powell, el
presidente no va a rectificar esta política porque "es –tal
y como afirmaba al Financial Times–, una continuación de sus
principios, sus políticas, sus creencias". La coincidencia
de ambos hechos es preocupante para quienes creen que la
invasión ilegal de Irak fue un hecho gravísimo y que está
teniendo graves consecuencias para la seguridad mundial: la
marcha de Irak hacia el caos es un foco de inseguridad que
tiene consecuencias para todo Oriente Medio, una de las
zonas más volátiles y clave en el escenario geopolítico
global.
El miedo y la conmoción que causaron los atentados del 11-S
fue utilizado de forma magistral por el equipo republicano
para ganar las elecciones. Permitió que un presidente con
escasa legitimidad por los sucesos que rodearon a las
elecciones de 2000 fuera proyectado como "comandante en
jefe" y como el líder fuerte que necesita el país para ganar
una supuesta "guerra global contra el terror". Funcionó en
las elecciones parciales al Congreso del año 2002 y ha
vuelto a servir ahora. Pero no será con la política de los
últimos cuatro años como se ganará la batalla contra el
terrorismo. Al contrario, ha sido contraproducente y ha
proporcionado a los grupos terroristas de raíz islámica
nuevos argumentos que facilitan su expansión.
Dividir al
mundo
En estos cuatro años EE.UU. ha proyectado una política
exterior unilateralista y hegemónica que considera
despreciable el Derecho Internacional. Es una retórica del
'Bien contra el Mal' que tiene grandes paralelismos con la
que utilizaba Ronald Reagan en plena Guerra Fría, cuando la
Unión Soviética fue calificada de 'Imperio del mal'. El
discurso de cruzada del presidente Bush ha dividido al mundo
entre aliados incondicionales o enemigos: "Quien no está con
nosotros, está contra nosotros". Ahora EE.UU. estaría en
guerra contra un enemigo difuso y omnipresente, apoyado por
algunos Estados, y todos los medios son válidos para hacerle
frente. Esta perspectiva basada exclusivamente en la
seguridad militar significa que se está apoyando a gobiernos
autoritarios y represivos en nombre de la lucha
antiterrorista y que se admite, incluso, el uso de la
tortura para obtener información. Según el informe de
Amnistía Internacional Human Dignity Denied, publicado a
mediados de octubre, Estados Unidos ha detenido a más de
50.000 personas durante las operaciones militares en
Afganistán e Irak, hay 25 centros de detención en Afganistán
y otros 17 en Irak, además de un número indeterminado de
prisioneros que se han enviado secretamente a bases
militares o a terceros países.
Las perspectivas son preocupantes. El ejército de EE.UU. está
empantanado en Irak y esta situación parece no tener salida.
Es una guerra que no se puede ganar porque cada acto de
brutalidad de los ocupantes incrementa las filas de la
resistencia –Faluya, estos días, puede ser un ejemplo– pero
tampoco pueden retirarse porque sería una derrota. En estas
condiciones, la celebración de elecciones libres y justas en
todo el país el próximo mes de enero será muy difícil. Y si
pudieran hacerse, no hay nada que garantice que el vencedor
sea proclive a las tesis de Washington. Sería más probable
un gobierno chiíta, cercano a las de Teherán.
La situación de Irak, con los altos costes que supone en
dinero y vidas humanas, puede frenar las tentaciones
belicistas de la próxima Administración. No es probable que
asuman una nueva invasión. Pero las grandes líneas
continuarán. Esto significa militarización y unilateralismo
de la política exterior y que continuarán los esfuerzos por
debilitar a las instituciones multilaterales como la ONU o
la Corte Penal Internacional, y el ataque a los instrumentos
del Derecho Internacional como el Protocolo de Kioto, los
Convenios de Ginebra o la Convención contra la Tortura.
También el aumento de la ayuda militar en detrimento de la
ayuda al desarrollo y cerrar los ojos ante las prácticas
autoritarias y represivas de gobiernos aliados. Todo esto
genera inseguridad e impide abordar en serio los problemas,
desde el terrorismo a la pobreza. Esta última es el problema
principal de seguridad para miles de millones de personas en
todo el mundo.
Postura de
la Unión Europea
Para la Unión Europea se abren grandes retos. Si EE.UU. no va
a hacerlo, la UE será el único actor internacional con
capacidad para defender otra visión del mundo y de la
seguridad, basada en una gestión cooperativa de los asuntos
globales. En los últimos días ha alcanzado un principio de
acuerdo con Irán sobre el control de su programa nuclear,
que demuestra que una estrategia basada en la diplomacia y
los incentivos es más eficaz que las amenazas. Para hacer
frente a otras cuestiones debe hacer avances hacia una
verdadera Política Exterior y de Seguridad Común. Debe
involucrarse en la búsqueda de una solución al conflicto de
Israel y Palestina y apoyar de forma activa una verdadera
democratización del mundo árabe. Y reconocer que el
terrorismo es una amenaza, pero que no se puede combatir con
guerras sino con otro tipo de medidas, así como la necesidad
de mejorar las condiciones de vida de las poblaciones árabes
y musulmanas porque la pobreza y la exclusión son el caldo
de cultivo en el que echan raíces los discursos extremistas.
La situación no será fácil para la UE, pero debe frenarse
cualquier deriva hacia el conservadurismo de Washington.
Muchos dirigentes autoritarios de todo el mundo, desde
Vladímir Putin a Ariel Sharon, han considerado la victoria
de Bush como si fuera propia y un respaldo a sus prácticas
de usar la fuerza de forma indiscriminada. Y también Osama
bin Laden, porque sabe que las políticas de Washington
generan odio y resentimiento y hacen crecer el
antiamericanismo (principalmente, pero no sólo, en el mundo
árabe y musulmán, donde la situación de Palestina e Irak son
percibidas como afrentas y muestras del doble rasero que usa
Occidente). La situación de Guantánamo o las fotos de Abu
Graib aumentan la legitimidad de su discurso y refuerzan las
posibilidades de reclutamiento de los grupos terroristas de
raíz islámica. Será necesario un esfuerzo de imaginación
para dar pasos en la dirección contraria.
Para ello la UE puede apoyarse en potencias intermedias que
buscan un mayor protagonismo internacional y seguir apoyando
políticamente a los organismos multilaterales. Hay un activo
a su favor: las opiniones públicas europeas se opusieron
masivamente a la invasión de Irak y no respaldan las
políticas de Bush. La UE debe seguir en esa línea. EE.UU. es
un aliado importante que se debería conservar, pero no a
cualquier precio. Como aliados, es necesario decirle que no
se le respaldará en una política que está generando más
inseguridad. Para los ciudadanos será necesario estar
alerta: muchos gobiernos y elites dirigentes, en la UE y
todo el mundo, van a intentar aprovechar la agenda interna
religiosa de Bush (coincidan o no con ella) para fomentar
políticas conservadoras, y mirarán con esperanza, y
tomándolas como modelo, las medidas que se adopten en
Washington de privatización de la seguridad social, recortes
fiscales a las clases adineradas o disminución de los
servicios sociales.
Mabel
González Bustelo *
Agencia de
Información Solidaria
17 de
noviembre de 2004
* Analista
del Centro de Investigación para la Paz (CIP).
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