Colombia
|
ALCA y TLC
Caras de una misma moneda |
|
Las consecuencias
económicas, sociales, culturales y políticas derivadas de la
globalización dependerán de las relaciones de fuerza entre
los intereses representados en la nueva sociedad global. Se
trata de un proceso que depende de la voluntad y la
capacidad de respuesta de los actores sociales.
Conforme a lo decidido en una reunión realizada en
Miami en 1995 por los gobiernos del continente, bajo las
pautas de la Iniciativa para las Américas formulada por el
presidente George Bush padre, los pueblos americanos, desde
Alaska hasta la Tierra del Fuego, están abocados a la
consolidación de un modelo de acuerdo comercial que responde
fundamentalmente a los intereses de Estados Unidos y las
transnacionales de capital norteamericano. Este fenómeno
está ocurriendo a nivel global, pero es particularmente
brutal en las Américas, dado que Washington busca
profundizar su hegemonía en este hemisferio para contar con
ventajas competitivas en su guerra comercial con sus
competidores europeos y asiáticos.
En efecto, Estados Unidos ha buscado por todos los
medios abrir los mercados latinoamericanos, a los que ha
sometido a una presión permanente para que eliminen todo
tipo de barreras a las empresas y productos extranjeros.
Desde la década de los 80, las presiones se han
ejercido a través del Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional (FMI), y luego por medio de la Organización
Mundial del Comercio (OMC) y las negociaciones de acuerdos
regionales, a saber el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN) entre México, Estados Unidos y Canadá, y
ahora el ALCA, además de acuerdos bilaterales con cada uno
de los países del sur del continente americano.
Los resultados hasta ahora han sido devastadores,
sobre todo para México. Desde 1994, cuando el TLCAN entró en
vigor, el porcentaje de la población mexicana que vive en la
miseria ha aumentado de forma exorbitante, y se produjo una
bancarrota general de la pequeña y mediana empresa
nacionales, resultando en la pérdida masiva de empleos. Como
si esto fuera poco, el campo mexicano ha sido inundado con
maíz transgénico importado a precios subsidiados por el
gobierno estadounidense, de tal manera que centenares de
miles de campesinos del país latinoamericano ya no pueden
competir en el mercado del maíz, lo que los ha obligado a
abandonar sus tierras.
El ALCA busca asimismo garantizar que los países
latinoamericanos liquiden o privaticen sus empresas
estatales, calificadas como monopolios, y concedan a las
transnacionales el derecho de ingreso, es decir, destruir
las empresas nacionales y establecer un nuevo monopolio
privado que debe ser protegido por la legislación interna.
Las políticas de “flexibilización laboral” reducirán aún más
los derechos laborales, particularmente la organización y la
negociación colectivas.
Así las cosas, varios países de Latinoamérica han
expresado sus reservas con respecto al ALCA, y abierto la
discusión de reglas alternativas para la integración
regional. Y es que tanto las negociaciones del ALCA como las
de los acuerdos bilaterales soslayan los temas relacionados
con los estándares sociolaborales y las migraciones, debido
a las asimetrías o diferencias existentes entre los países
desarrollados del norte y los países pobres del sur.
Mientras los pobladores de Estados Unidos y Canadá cuentan
con un ingreso per cápita superior a 30.000 dólares anuales,
los del sur de América y del Caribe escasamente alcanzan un
promedio de 2.500 dólares anuales. De esta manera, los
países latinoamericanos constituyen un vasto territorio para
la sobreexplotación del trabajo por parte de las
transnacionales que, a través de las maquilas, contarán con
fuerza de trabajo baratísima y con escasa capacidad de
resistencia, además del uso y abuso de los recursos
naturales de estos países.
En 2001, 214 millones de personas, casi el 43 por ciento de
la población latinoamericana, vivía en la pobreza. De ellas,
el 18,6 por ciento (92,8 millones) se encontraban en la
indigencia. Las proyecciones de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL) para 2002 pronosticaban
un aumento de la pobreza en alrededor de 7 millones de
personas, 6 de millones de las cuales serían indigentes.
Cualquier proyecto de integración tendría que responder a
esta realidad social, pero los postulados propuestos por el
ALCA pretenden enraizar en el continente reglas que limitan
las posibilidades de que las políticas y prácticas de
comercio e inversión puedan contribuir a la reducción de la
pobreza, y profundizarían aún más el cuadro de desigualdad y
exclusión en la región.
En síntesis, el ALCA no sería una zona de libre
comercio, es decir un espacio que contempla la libre
circulación de capitales, bienes y personas. Tampoco una
unión aduanera, que adiciona a lo anterior la vigencia de un
arancel externo común. Ni un mercado común, que cuenta con
políticas macroeconómicas conjuntas. El término que mejor
resumiría la relación que Estados Unidos mantendría con los
países latinoamericanos en el marco del ALCA sería el de
“anexionismo”.
El escenario mundial para esta subordinación a los
intereses de las grandes empresas transnacionales
estadounidenses y europeas es la OMC, un organismo en el que
los propios funcionarios de los gobiernos, los presidentes,
ministros y asesores se convierten en agentes de las
transnacionales, que a su vez devienen en estados privados
sin fronteras que no rinden cuentas de nada a ningún estado
y mucho menos a la ciudadanía, pero sí exigen que el estado
nación les rinda cuentas de los sacrificios realizados, a
través del Banco Mundial y el FMI.
TLC: ¿LIBRE
EXPRESIÓN DE VOLUNTAD O CHANTAJE?
Ante el estancamiento del ALCA como estaba
inicialmente diseñado y el fracaso de la reunión de la OMC
en Cancún, Estados Unidos se ha volcado hacia un modelo de
negociación bilateral con el fin de cumplir con su agenda de
política exterior. El gobierno cuenta con la autorización
del Congreso para negociar tratados de libre comercio (TLC)
con Colombia, Perú y Ecuador, y con la posibilidad de
incluir posteriormente a Bolivia.
Tres argumentos respaldan las negociaciones entre
Bogotá y Washington. En primer lugar se abriría de manera
importante el gran mercado estadounidense a los productos
colombianos; en segundo lugar, dado que Estados Unidos es el
principal destino de las exportaciones del país
sudamericano, una liberalización del comercio bilateral
jalonaría fuertemente el sector exportador colombiano; por
último, la consolidación de un acuerdo de estas
características brinda un marco jurídico seguro, que
estimula la inversión extranjera.
Pero recordemos el pasado reciente. La apertura
económica que impulsó el gobierno de César Gaviria desde los
primeros años del decenio anterior bajo el lema de
"bienvenidos al futuro", también se presentó como la gran
panacea. Se decía que el ajuste estructural de la economía y
del aparato estatal conduciría a la inserción de las
exportaciones en los mercados internacionales, al
crecimiento nacional, la reducción del desempleo y el
mejoramiento salarial. Sin embargo, luego de más de una
década de implementación de estas políticas aperturistas, el
fiasco es monumental. Todo lo que se anticipó sucedió al
revés. El Contralor General de la República lo advirtió en
un artículo publicado en el número 299 de la revista
Economía colombiana: “Sería deplorable que esta segunda fase
de la apertura, para darle algún nombre, cerrara sus puertas
de discusión a la consideración de los impactos de las
nuevas desgravaciones arancelarias -que surjan de esos
acuerdos- sobre la producción, la productividad y el empleo
remunerativo de los colombianos y que no buscará, en aras
del culto al mercado libre, una ruta selectiva y gradual que
les permita a nuestros productores y trabajadores prepararse
adecuadamente. (...) Hoy pienso, en especial, en las
improvidentes decisiones que afectaron tan duramente a
nuestra agricultura y a nuestros campesinos, en particular
de la Costa Caribe, y que no fueron capaces de orientar las
decisiones para garantizar que se superaran los atrasos y
rezagos en materia de bajo crecimiento económico, alta
pobreza y baja cobertura y calidad en educación, salud y
servicios públicos básicos.”
artículo
relacionado
27-05-2004
-
¿Integración o apertura?
Ante la ofensiva liberalizadora de Estados Unidos.
Por Luis A. Pedraza
|
El esquema de preferencias unilaterales denominado
ATPA, creado en 1991 y prorrogado hasta 2006 bajo el nombre
de ATPDEA, deja una lección importante. Salvo la
floricultura, durante el primer período (1991-2002), y las
confecciones, en el nuevo período de prórroga, ningún otro
sector ha aprovechado de manera eficiente las preferencias
otorgadas por estos acuerdos. Se estima que tan sólo el
14 por ciento de las exportaciones colombianas se canalizan
vía ATPDEA.
En 2002, Colombia exportó a Estados Unidos por 5.150
millones de dólares, 45 por ciento del total de sus ventas
al exterior. El 70 por ciento de ese monto está constituido
por petróleo y sus derivados, 7 por ciento por productos de
química básica y 6 por confecciones. Más del 80 por
ciento de las exportaciones colombianas a Estados Unidos son
productos básicos o primarios, frente a apenas 17 por ciento
de productos industriales o con algún valor agregado (Mincomex,
2003).
Para acceder al ATPDEA, el Congreso estadounidense
estableció a los países andinos, entre otras, las siguientes
condiciones: a) participar de forma satisfactoria en la
lucha contra el narcotráfico; b) colaborar en la lucha
contra el terrorismo internacional; c) cumplir los
compromisos adquiridos en la OMC; d) hacer cumplir los
derechos de propiedad intelectual, marcas y patentes,
respetando los intereses de empresas y ciudadanos
norteamericanos; e) cumplir las decisiones de tribunales
arbitrales internacionales en favor de ciudadanos
estadounidenses; f) facilitar la libre circulación de
capitales; g) que las empresas colombianas que exportan a
Estados Unidos no realicen triangulación de productos; h)
respetar las normas ambientales y laborales vigentes; i)
demostrar que el país ha cooperado en las negociaciones del
ALCA.
La estrategia de los negociadores colombianos se ha
orientado a lograr que en un eventual TLC con Estados Unidos
estas preferencias se consoliden y se vuelvan permanentes.
Esta posición ha significado ceder, como ocurrió con la
negociación del ATPDEA, en terrenos tan delicados como el de
la propiedad intelectual. Los costos derivados de estas
concesiones están aún por evaluar, pero sin duda alguna
serán mayores a los beneficios obtenidos.
Por otra parte, Colombia no representa un mercado
significativo para Estados Unidos (menos del 0,4 por ciento
de sus exportaciones totales); a la inversa, el mercado
estadounidense es esencial para Colombia. Por lo tanto, si
Bogotá pretende un acuerdo bilateral con Washington deberá
someterse a las condiciones de Estados Unidos.
La posición de Estados Unidos en la negociación del
TLC se caracteriza por la imposición de políticas
neoliberales, mediante la apertura sin condicionamientos a
las inversiones extranjeras con libre movilidad de
capitales, el control de las compras e inversiones del
Estado y sobre la propiedad intelectual. Por otra parte,
soslaya temas vitales como la eliminación de sus medidas
proteccionistas (subsidios a la agricultura), las
migraciones laborales, la seguridad social, la deuda
externa.
En este marco, los gobiernos de los países andinos que
han aceptado iniciar negociaciones bilaterales con Estados
Unidos prácticamente renuncian a la posibilidad de impulsar
procesos de integración latinoamericana, sometiéndose a
políticas de desintegración que violan los pactos y acuerdos
suscritos dentro de la Comunidad Andina de las Naciones
(CAN), como el aprobado en marzo de 2003 para intensificar
negociaciones con terceros países desde una posición
comunitaria, concomitante a la integración física de América
del Sur. Es más, en la cumbre realizada recientemente en
Quito, los gobiernos andinos plantearon su disposición de
armonizar tributos y metas económicas en función del TLC,
entre las cuales figura la adopción de un plan de
tratamiento común al Impuesto de Valor Agregado (IVA),
incrementándolo al 19 por ciento para compensar la pérdida
de los ingresos emanados de los aranceles que serán
suprimidos.
El gobierno colombiano se muestra como el más
obsecuente. Además de aceptar que las negociaciones se
desarrollen a puerta cerrada, y que en el "cuarto de al
lado" sólo participen los empresarios, reprime las
movilizaciones y acalla las voces de oposición, tildándolas
de cavernícolas. Frente a situaciones graves como la suerte
del sector agrario por efecto de la política proteccionista
de Estados Unidos, sostiene que esta realidad beneficia
al país, porque permitirá "comer subsidios" al comprar
productos agrícolas provenientes del gigante norteamericano,
o que brindará a Colombia la posibilidad de sustituir
cultivos tradicionales por productos tropicales
(uchuvas, pitahayas, borojós, mamoncillos, chontaduros,
guamas).
Recordemos que al respecto el Plan de Desarrollo
establece que "Todos los productos agrícolas procedentes del
exterior que hayan sido objeto de ayudas internas a la
producción o subsidios a la exportación o políticas
monetarias o económicas, con impacto de distorsión en los
precios, generan competencia desleal a la producción
nacional al ingresar al país. Por estas razones, Colombia
establecerá un tratamiento especial según el caso,
incluyendo políticas arancelarias para aquellos productos en
los cuales las distorsiones externas perjudiquen a los
productores nacionales en detrimento de su ingreso y del
empleo nacional"
Mientras la pobreza, la desigualdad y la concentración
de la riqueza siguen siendo constantes en América Latina y
el Caribe, se vienen promoviendo acuerdos comerciales y de
inversión que limitan seriamente las posibilidades de
desarrollo y erradicación de la pobreza en los países de la
región. Tanto el ALCA como los diversos TLC privilegian los
intereses de las grandes corporaciones por encima de los
derechos de las poblaciones.
Es justo reconocer que el comercio y las inversiones
pueden ser fundamentales para lograr un desarrollo
sostenible, reducir la pobreza y satisfacer los derechos
básicos de los ciudadanos. Sin embargo, tal como están
orientados actualmente no conducen a ninguna de esas metas.
Esta contradicción es producto de las reglas injustas que
rigen el comercio y la inversión internacional, pues los
países ricos y sus grandes empresas definen sus propios
términos de integración con la economía global, en
detrimento de los más pobres.
Lo anterior determina la necesidad de desarrollar una
campaña en procura de un comercio con justicia, que
contribuya a cambiar el marco negativo de las reglas
internacionales, especialmente aquellas en discusión en el
seno de la OMC, como es el caso de las que rigen las
inversiones y la propiedad intelectual. Pero, por el
contrario, en las Américas gana terreno la pretensión de
integrar a América Latina y el Caribe en un sistema de
reglas bajo el ALCA, cuyos contenidos pretenden ir mucho más
allá de los aspectos más preocupantes de la propia OMC.
Por otra parte, es preciso que los acuerdos de libre
comercio contemplen el respeto de las normas contenidas en
la Declaración de la Organización internacional del Trabajo
(OIT) de1998 relativa a los Principios y Derechos
Fundamentales en el Trabajo. A saber: libertad sindical,
derecho de negociación colectiva, derecho de trabajar libre
de toda discriminación, abolición del trabajo forzado,
prohibición del trabajo infantil.
Finalmente, la eliminación de la pobreza y la
promoción del desarrollo requieren de cambios radicales en
materias como agricultura, inversiones y propiedad
intelectual. Estos cambios deben permitir: que se tome en
cuenta las necesidades de soberanía alimentaria y la
producción de los pequeños productores; poner fin al dumping
de alimentos baratos que destruyen medios de vida de
millones de personas al establecer una competencia injusta
en los mercados internos; el acceso a mercados para los
países en desarrollo; equidad de poder en el mercado, para
que los países puedan disponer medidas de apoyo a los
pequeños productores y regular el comportamiento monopólico
de las corporaciones agrícolas transnacionales; regular la
inversión extranjera y ponerla en función de los intereses
de desarrollo nacional; medidas que contribuyan a asegurar
el desarrollo de la capacidad productiva local; impedir que
los inversores lesionen derechos laborales y ambientales;
controles para limitar los flujos de inversión especulativa
indirecta y de corto plazo; reglas de propiedad intelectual
que garanticen el bienestar público; facilitar el acceso a
medicamentos esenciales de bajo precio; la prohibición de
patentes sobre recursos genéticos de plantas para la
alimentación y la agricultura.
Jorge
Luis Villada
© Rel-UITA
20 de julio de 2004
|