El próximo 7 de octubre
Costa Rica decidirá mediante un plebiscito si acepta o
rechaza el Acuerdo de Libre Comercio de América Central
con Estados Unidos (CAFTA, por sus siglas en inglés) que
ya fue ratificado por los demás países de América
Central y República Dominicana. De acudir a las urnas
por lo menos 1 millón de votantes, es decir el 40 por
ciento del electorado habilitado, la decisión tendrá
carácter vinculante
Defendido por el gobierno del presidente Óscar Arias
como parte de una política comercial internacional que
busca profundizar los vínculos bilaterales con otros
países a través de una serie de Tratados de Libre
Comercio, el proyecto de TLC con Estados
Unidos es visto por otros como una ruptura política
y una entrega del Estado y sus posiciones monopólicas en
varias áreas de la economía. Hasta ahora, Costa Rica
ha firmado TLC con México, República
Dominicana, Chile, Canadá y Trinidad y
Tobago, y está negociando actualmente un acuerdo con
Panamá.
Según la página oficial del Ministerio de Comercio Exterior,
“Costa Rica es una economía pequeña, altamente
dependiente del comercio y la inversión. En este
sentido, ha desarrollado un exitoso y activo proceso de
apertura de su economía, y le ofrece la mayor
importancia a la continuidad de la integración en la
economía mundial como medio para crear oportunidades de
desarrollo y crecimiento”.
Muchos se preguntan si la firma de un TLC con
Estados Unidos creará esas oportunidades para todos.
No hay CAFTA sin UPOV
La firma de un TLC podría poner en peligro la
continuidad de la producción tradicional de miles de
pequeños campesinos, ya que habitualmente han obtenido
las semillas necesarias para su producción sin costo,
con la ayuda de los llamados “santuarios de semillas”
comunitarios, pero si el CAFTA se hiciera
realidad deberán pagar elevados precios para comprarlas.
Con la ratificación de ese acuerdo, Costa Rica
reconocería automáticamente el Convenio Internacional
para la Protección de las Obtenciones Vegetales, cuya
supervisión está en manos de la Unión Internacional para
la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV),
una organización interestatal con sede en Ginebra (Suiza).
El acuerdo UPOV se celebró en 1961, en París, y
fue enmendado en 1972, 1978 y 1991. Según su propia
definición, tiene como objetivo profundizar el
desarrollo del derecho a la propiedad intelectual de
forma tal que proteja las obtenciones vegetales y
fomente el desarrollo de nuevas variedades.
Sin embargo, algunos críticos denuncian que la UPOV
protege principalmente a las grandes compañías
transnacionales, que se sirven de la ingeniería genética
para modificar las semillas y luego patentarlas. Hasta
el momento esta opinión fue compartida por la mayoría
del Parlamento costarricense, que se negó a refrendar la
UPOV. De aprobarse el CAFTA esta decisión
se volvería obsoleta.
Según datos de ETC Group, en 2001 el 74 por ciento de
las patentes agrícolas ya estaban en manos de seis
compañías gigantes: Pharmacia (que hasta 2002
incluía a Monsanto) tenía 25 por ciento;
DuPont el 20 por ciento; Syngenta (fusión de
Novartis y AstraZeneca) el 13 por ciento;
Dow el 11 por ciento; Aventis (fusión de
Hoechst y Rhone Poulenc) el 6 por
ciento y el grupo Pulsar el 3 por ciento
restante. En 2005 el negocio global de las semillas
generó ganancias por valor de 7 mil millones de dólares
a las 18 empresas de “ciencias de la vida” más
importantes.
Pero, ¿UPOV no ofrece la opción de que los campesinos
patenten sus propias semillas? Silvia Rodríguez,
experta ambiental y profesora emérita de la
Universidad Nacional de Costa Rica, considera que
no: “Incluso si los campesinos quisieran, no sería
posible. Porque ningún pequeño productor tiene los
medios suficientes para cumplir los criterios de la
UPOV. Además, los campesinos no estarían
interesados, ya que su cultura se basa en la
solidaridad. Cuando deciden mejorar las semillas, lo
hacen para compartirlas con los vecinos, incluso con los
más lejanos”.
Hace siglos la mejora de las semillas, el intercambio con los
vecinos y la siembra del período siguiente forman parte
de las actividades tradicionales de los campesinos de
América Central, entre los cuales hay muchos
indígenas. Esta tradición, este derecho de los
campesinos, corre ahora peligro de convertirse en un
delito.
Por lo visto, firmar un TLC puede cambiarle la vida a
mucha gente.
En
Montevideo,
Dieter Schonebohm
©
Rel-UITA
26 de julio de 2007 |
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