Mientras el proceso de Concertación Nacional debate los
lineamientos del desarrollo del país, la Asamblea
Nacional tiene los días contados para leer y comprender
las 1.200 páginas (más anexos) de un complicado TPC
(TLC) entre Panamá y Estados Unidos,
que afecta radicalmente el futuro del país, documento
que, además, fue negociado en inglés, y del cual no
sabemos si existe traducción oficial al español. Se
calcula que los diputados deben leer y comprender
200 páginas diarias de tratado, a lo que se suma las
actas de la maratónica discusión en una de las
comisiones del parlamento. Obviamente el voto será, como
muchas otras decisiones de los diputados, más que
razonado orientado por la lógica política de una "línea"
unidireccional.
El
punto es que este TPC (TLC) que,
insistimos, afectará radicalmente el futuro nacional no
ha sido presentado ni discutido por la Concertación y
peor aún se aprobará instantáneamente sin consulta
popular ni un debate democrático a fondo sobre el tema.
Insistimos en la necesidad de que las decisiones de esta
magnitud pasen por procesos de consultas y debates
democráticos.
Para
ello, es necesario conocer las propuestas de forma
transparente y objetiva. También es vital contar con el
tiempo necesario para debatir a fondo.
Debe
existir la condición dialógica que afirma que el debate
carece de sentido si no es lo más horizontal posible, en
una relación de diálogo entre diversos puntos de vista.
Se trata de construir opinión y decisión en torno a un
asunto de interés nacional, por lo que es vital la
existencia de los espacios necesarios para contrastar
los planteamientos y las razones que apoyan a las
distintas visiones o enfoques sobre tan importante tema.
La sola
reiteración mediática, a favor de la propuesta oficial,
la convierten inevitablemente en una sucesión de
monólogos. Por el contrario, el auspiciar más espacio de
diálogo y debate horizontal pluralista por encima de las
campañas masivas propagandística, debe ser el enfoque
ideal del debate público.
No podemos aceptar el
falseamiento de una determinada
realidad abusando de la débil
información o conocimiento que
puedan tener muchas personas. En
este sentido, no se puede nublar
la realidad y menos la
naturaleza de los problemas
reales. Esto llevaría a
menoscabar la participación y a
negar la corresponsabilidad
necesaria por parte de la gente.
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En
cuanto a los participantes en el debate, es importante
afirmar que todos/as los que tengan algo que argumentar
y opinar deben ser partícipes del proceso.
A pesar
de las aristas técnicas del tema comercial, el debate no
debe circunscribirse a los expertos, dejando por fuera a
la ciudadanía. Es evidente que algunos sectores y
personas participarán más activamente que otros en base
a su interés, compromiso y capacidad; pero su accionar
construye opinión pública, definido certeramente por
Maurice Oriau como "un océano de discusión". Es
decir, opinión formada en un debate abierto, constante,
heterogéneo, pues cuando ese debate falla,
evidentemente, se astilla el fundamento mismo de la
democracia.
Y ni
hablar del manejo ético de la información, por lo que es
imperativo excluir la coacción psicológica que suele
utilizar la técnica de propaganda colectiva y marketing
publicitario, orientada básicamente hacia explotar la
voluntad emotiva y a oscurecer el razonamiento.
Por
ejemplo, la saturación de eslóganes publicitarios que no
respetan la dignidad de los /las ciudadanos/as y tratan
de justificar los medios con el fin de obtener apoyo,
afirmando de manera simplista las ventajas como
absolutas y eliminando o filtrando las desventajas.
No
podemos aceptar el falseamiento de una determinada
realidad abusando de la débil información o conocimiento
que puedan tener muchas personas. En este sentido, no se
puede nublar la realidad y menos la naturaleza de los
problemas reales. Esto llevaría a menoscabar la
participación y a negar la corresponsabilidad necesaria
por parte de la gente.
Falsear
el mensaje extermina la esencia de la democracia y
retarda la madurez política de la comunidad. Por otro
lado, si queremos ser un Estado democrático de derecho
deben existir mecanismos de participación ciudadana que
le sirvan al Estado para canalizar las aspiraciones e
inquietudes de la sociedad y escuchar e interpretar sus
reclamos y opiniones. Esos mecanismos sirven de sustento
a los procesos de decisión y legitima el proceso
democrático.
Costa Rica va
a un referéndum sobre su TLC en el mes de
septiembre. También deberíamos utilizar esta forma de
consulta para definir sobre estas grandes decisiones que
conlleva cambios en modelos económicos.
El
ejercicio de la consulta sobre el TPC (TLC)
debería ser producto de la conciencia encarnada en un
voto informado y crítico, emitido sin condicionamientos
ni mediatizaciones. Si es así, sea el voto afirmativo o
negativo se profundiza la cultura política democrática,
lo que es ganancia para todos y todas. Esto expresaría
que avanzamos a una democracia semidirecta participativa
en la medida en que funcionan como mecanismo de control
ciudadano sobre decisiones importantes para el
desenvolvimiento de una sociedad.
Existen
graves cuestionamientos a lo largo y ancho de América
Latina sobre estos tratados con Estados Unidos,
pues no solamente abarcan la apertura del mercado de los
bienes, de mercados de los servicios, las compras
gubernamentales, el comercio de los servicios
financieros, las inversiones, el movimiento de las
profesiones, la propiedad intelectual, las relaciones
laborales y el medio ambiente. Un tratado como éste no
se puede imponer de ninguna forma; la salida debe ser lo
antes enunciado en camino a una propuesta estratégica de
un modelo de desarrollo equitativo e incluyente, y en
vez de TLC (TPC) buscar alianzas
latinoamericanas que potencien la capacidad negociadora
frente a los países poderosos, garantizando la
autodeterminación, el desarrollo humano, la equidad, el
ambiente y la democracia, las cinco grandes líneas de la
Visión 2020.
En
Panamá, Raúl Leis
12 de
julio de 2007 |
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* Artículo original:
Panamá América,