Los tratados de libre comercio que bajo diversos rótulos y
eufemismos Estados Unidos y la Unión
Europea “proponen” a América Latina y el
Caribe incluyen la renuncia al control
soberano de flujos de alimentos. La Organización de
Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO por su sigla en inglés), reconoce
que si bien la producción de alimentos en la región
aumentó, también lo hicieron y en mayor proporción,
los hambrientos.
Un reciente estudio comparativo de la organización GRAIN
viene a refrescar esta aparente “paradoja” del
“libre comercio” tal y como lo traducen en sus
propuestas de acuerdos globales los grandes bloques
capitalistas como los Estados Unidos y la
Unión Europea (UE).
Esta verdadera “cláusula suicida” por la cual los flujos
alimenticios entran casi sin limitaciones en la
categoría de mercancías inmunes a cualquier tipo de
restricción en cuanto a su comercialización está
presente en la letra de los tratados firmados o
actualmente en vías de negociación entre Washington
y países de América Latina y el Caribe
(pero también de otros continentes, caso de
Marruecos o Singapur), no sin generar
rechazos de parte de gobiernos y organizaciones
sociales. Y la Unión Europea, atenta a la
experiencia adquirida a la luz del proceso
librecomercial norteamericano, eleva la apuesta.
Dice el informe de GRAIN: “uno de los efectos más conocidos
de los tratados de libre comercio es la ruina de los
sistemas agrícolas y alimentarios locales, que no
pueden competir con las importaciones de alimentos.
La imposibilidad de controlar las exportaciones es
sólo la otra cara de la moneda y su efecto es que a
la ruina de la agricultura local se suma la
imposibilidad de defenderse de sus efectos”.
“la crisis alimentaria no es un
accidente en el camino del capitalismo
globalizado, sino una situación
construida por éste, y que los tratados
de libre comercio son un instrumento
fundamental para ello”. |
La organización concluye que a diferencia de lo que
habitualmente se transmite mediática y políticamente
“la crisis alimentaria no es un accidente en el
camino del capitalismo globalizado, sino una
situación construida por éste, y que los tratados de
libre comercio son un instrumento fundamental para
ello”.
Una redacción general de la “cláusula suicida” es: “...
ninguna Parte podrá adoptar o mantener ninguna
prohibición ni restricción a la importación de
cualquier mercancía de la otra Parte o a la
exportación o venta para exportación de cualquier
mercancía destinada al territorio de la otra
Parte...”.
Al firmar el tratado incluyendo esta cláusula -introducida
por Washington en las primeras negociaciones que
dieran nacimiento a la Organización Mundial del
Comercio (OMC)- los gobiernos saben que
dentro de la categoría “mercancía” entran los
alimentos, y que al rubricarlos están cerrando los
caminos a intervenir en esa materia. Dice GRAIN: “en
el caso de los tratados con Estados Unidos,
se mantiene una muy débil excepción incluida en el
acuerdo de la OMC, aplicable sólo en caso de
‘escasez
extrema’, por un periodo limitado y
sujeto a la aprobación de Estados Unidos,
quien sigue presionando para que la excepción sea
cada vez más restringida”. Una década atrás, cuando
Washington comenzó a desplegar su menú de tratados
librecomerciales en el hemisferio occidental los
negociadores rápidamente interpretaron el riesgo a
las soberanías locales encerrado en esa cláusula,
generando resistencias a diversos niveles. Aunque la
amenaza persiste ahí.
Bruselas
se muestra incluso más ambiciosa: “aunque en los
acuerdos firmados con Chile, Argelia y
Egipto permite restringir las exportaciones
en caso de escasez aguda de alimentos (sujeto a
aprobación de la UE), en los acuerdos más
recientes firmados con los países del Caribe
y los países del Pacífico la excepción ya no existe,
como tampoco existe en las propuestas de acuerdo de
la Unión Europea con Costa Rica o con
los países de África Central”, señala
el estudio.
Más cereales, más hambrientos en
América Latina y el Caribe
“uno de los efectos más conocidos de los
tratados de libre comercio es la ruina
de los sistemas agrícolas y alimentarios
locales, que no pueden competir con las
importaciones de alimentos |
A todo esto, el boletín de julio/agosto de 2008 del
Observatorio del Hambre de la Oficina Regional de la
FAO anotó el fuerte crecimiento de hambrientos en el
subcontinente producto del remonte de los precios
internacionales de los alimentos, al tiempo que daba
cuenta de un incremento en los niveles de producción
de materias primas alimenticias, por ejemplo en
cereales.
Estimaciones de la organización indican que seis millones de
personas podrían haberse sumado en 2007 a la
población que padece hambre en la región, a raíz del
aumento de los precios de los alimentos. Ello
elevaría la población total de hambrientos a 51
millones en América Latina y el Caribe, lo que
representa un retroceso en los avances logrados
entre 1990 y 2005, ya que según las nuevas cifras de
la FAO, en ese periodo la población subnutrida en la
región habría caído de 53 a 45 millones.
“El problema no es que no hemos avanzado, sino que no hemos
logrado sostener los avances y perdimos
prácticamente 15 años de esfuerzos en sólo dos años
de alza de los precios”, observó el Represente
Regional de la FAO para América Latina y el Caribe,
José Graziano da Silva.
Paralelamente la FAO señalaba en su informe anual divulgado
en su ciudad sede, Roma, que América Latina y el
Caribe y el África tropical representan las regiones
del mundo potencialmente más proclives al
crecimiento de cultivos destinados a los
agrocombustibles.
El silogismo parece tener una conclusión fatal para los
países que acceden a los acuerdos de libre comercio:
sin poder controlar los flujos comercializables de
materias primas alimenticias y en una región
agronómicamente favorable a la producción de
agrocombustibles -rubro en el cual han mostrado
particular avidez las corporaciones trasnacionales-
los países de América Latina y el Caribe
difícilmente podrán poner proa a la superación del
hambre creciente de sus poblaciones, toda vez que
las “definiciones” en torno a los rubros a
desarrollar pasarán por actores corporativos del
agronegocio (cuyo origen principal está en
Estados Unidos o en la UE) los cuales,
además de detentar el poder económico y de
inversión, cuentan con el marco jurídico que le
brindan los Tratados de Libre Comercio (como en el
caso de Estados Unidos) o los Acuerdos
Globales de cuño europeo
“la crisis |