La victoria de la derecha chilena se gestó apelando al
“cambio”, como al cambio llamaba
también la heteróclita alianza
conducida por MEO, que reúne
a ex militantes de la extrema
izquierda (Marco es hijo
biológico de uno de los fundadores
del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria Miguel Enríquez,
asesinado en 1974 por la dictadura,
e hijo adoptivo de otro ex mirista,
Carlos Ominami, que abandonó
el PS junto a su ahijado), a ex
socialistas, a jóvenes
asociacionistas pero también a
neoliberales como su referente
económico Paul Fontaine,
que en el ballotage respaldó a
Piñera.
Al cambio, al “verdadero cambio hacia una política de
izquierda”, convocaba igualmente el
Juntos Podemos de Jorge Arrate.
Hoy los que llaman al cambio están también en la propia
Concertación. Y lo que quieren
cambiar, para empezar, es la propia
naturaleza de la alianza.
El senador del Partido por la Democracia (PPD)
Guido Girardi es uno de ellos.
“Para mí no tiene sentido ser parte
de una coalición que no se
diferencia de la derecha y
administró el gobierno con un
neoliberalismo moderado y
existencialista. La Concertación,
como la conocimos, llegó a su fin en
la elección del 13 de diciembre. Y
ahora hay que superarla, generando
una coalición más amplia y
progresista que incluya movimientos
ciudadanos, animalistas, bloggeros,
redes de consumidores, científicos,
artistas, ecologistas”, dice el
legislador.
“Una coalición que se defina como de centroizquierda no puede
dejar el sistema previsional en
manos privadas, no puede rechazar
que se declare al agua bien nacional
de uso público, no puede entregar el
borde costero a empresas como las
salmoneras. Si quiere que se la
reconozca como progresista que no
actúe con el libreto de la derecha,
pero es lo que ha hecho”, agrega
Girardi.
El senador por el PPD aspira a volver a captar a lo
esencial de las huestes que se
fueron con MEO, con el cual
ya ha hablado, y no descarta atraer
a por lo menos parte del Juntos
Podemos, para conformar un “gran
polo progresista” que dejaría por
fuera a los sectores más
conservadores de la Concertación,
ubicados en su mayoría en la DC.
Por el momento, el grueso de los socialistas y del PPD
no siguen a Girardi.
Pretenden preservar a toda costa el
espacio construido veinte años atrás
y evitar que el ala más derechista
de la Democracia Cristiana se vaya
con Piñera.
“Aferrarse a alianzas del pasado es inútil. Las cosas se
están procesando a un ritmo
vertiginoso y nosotros miramos para
el costado”, alerta Girardi.
Mónica González,
directora del Centro de Información
e Investigación Periodística,
observa cómo “la fiesta de la
derecha” del domingo pasado “causó
estupor” en la Concertación. No sólo
salieron a las calles los “momios”
que la acompañan habitualmente.
Buena parte de los manifestantes se
reclutaba entre los sectores
sociales cuya emergencia favoreció
la Concertación.
“Esta vez el jolgorio no se desató sólo en los barrios altos.
Al carnaval se entregaron hombres y
mujeres que, en su mayoría, son la
nueva clase media (56 por ciento de
la población), muchos de los cuales
eran parte del 40 por ciento de
pobres que había en 1990. Los gritos
que esta vez inundaron las calles
también hablan de justicia, pero ya
no por los derechos humanos: son
víctimas de la delincuencia que
festejaron la llegada de la mano
dura prometida por Piñera”,
escribe González.
Y agrega: “Muchos de los jóvenes que el domingo festejaron
son parte de ese contingente de la
primera generación de universitarios
en sus familias (7 de 10) y de los
nuevos dueños de sus viviendas (75
por ciento de los habitantes). No le
reconocen paternidad a la
Concertación. Sienten que ha sido a
costa de un esfuerzo que ha
carcomido sus vidas cotidianas y el
derecho al placer. Y quieren
recuperarlo, pero sin detener su
ascenso social”.
Piñera
encarna como nadie a esos sectores
sociales en ascenso. “Les ofrece
seguridad, representa, con su
fortuna y su éxito, lo que ellos
aspiran a ser, no es políticamente
incómodo porque puede mostrar
credenciales de haberse opuesto a la
dictadura en algunos momentos clave,
como los plebiscitos de 1980 y 1988
y pretende cortar puentes con lo más
rancio del pinochetismo. Poco
importa a esta gente que Piñera
todavía no se haya deshecho de
empresas que como presidente tendría
la obligación de controlar y
fiscalizar, como Lan Chile o el
canal Chile Visión, y muchas otras”,
dice a Sirel un militante de
Juntos Podemos.
La ambición del presidente electo, asegura Mónica González,
es “ser el padre de la segunda
transición, creando la nueva derecha
con sello liberal que asuma la red
de protección social y la presión de
la espiral de expectativas”.
Piñera
sabe que su margen de maniobra es
estrecho, que en el parlamento no
contará con mayoría y que de
radicalizar su propuesta podría
despertar del letargo a
organizaciones sociales hoy
mayormente desmovilizadas.
La Central Unitaria
de Trabajadores (CUT), en un
comunicado difundido el lunes 18, ya
advirtió que se plantará claramente
en la vereda de enfrente de un
“gobierno que representará a nuestra
contraparte, los empleadores”.
“Seguiremos impulsando las reformas que tanto el país como
los trabajadores necesitamos para
tener un Chile más
democrático y con mayor justicia
social”, señala la central,
mencionando en primer lugar una
nueva Constitución política y una
reforma tributaria “que mejore la
distribución del ingreso”, y, en el
terreno laboral, “una ley que
garantice la libertad de
organización basada en la
sindicalización automática y
desafiliación voluntaria, una ley de
organización sindical que establezca
un sindicato único por empresa, y la
ampliación de la negociación
colectiva para que los trabajadores
puedan negociar por rubro o sector”.
Hay quienes prevén que pese al discurso conciliador de
Piñera, explicado en parte por
el hecho de que contará con un
parlamento que podría bloquearle no
pocos proyectos, las bases que lo
llevaron al triunfo, especialmente
los sectores ultra de la Unión
Democrática Independiente,
estrechamente vinculados a la
dictadura, buscarán tomarse
“revancha”.
La derecha está envalentonada, piensa el periodista, escritor
y sindicalista Ernesto Carmona.
Con su victoria electoral del
domingo, la primera desde 1958,
“acumulará de nuevo todo el poder,
esta vez por la vía pacífica: poder
económico (el presidente electo
tiene su propio grupo de grandes
empresas), poder mediático (dos
aliados son dueños de los diarios y
la mitad del país que lo rechaza no
tiene cómo ni dónde expresarse),
poder ejecutivo, simpatía militar,
eclesiástica y judicial (más los
llamados "poderes fácticos”)”.
Carmona
escribe que el domingo 17, a la
misma hora en que el presidente
electo realizaba por televisión “un
discurso conciliatorio prometiendo
un gobierno de unidad nacional y
agradeciendo a sus partidarios, la
Concertación, su familia, Dios y
otros factores”, una caravana de
vehículos pasaba frente a su casa
gritando por megáfono: "¡Allende
se siente!, Piñera
presidente". Y se inquieta: “Sentí
un olor a fascismo”.