Colombia

 

Crónica de un Calvario campesino

La indeleble memoria

de los soñadores muertos

El departamento del Caquetá es una región selvática y de ganadería extensiva, históricamente ligada a la violencia por ser geopolíticamente estratégica para la lucha guerrillera, y por esta razón es en la actualidad el epicentro de la confrontación armada entre el Ejército colombiano, la guerrilla de las FARC y los grupos paramilitares denominados “autodefensas”. En el Caquetá, municipio del Caguán, se desarrollaron los diálogos frustrados entre las FARC y el gobierno del presidente Andrés Pastrana para alcanzar un acuerdo de paz. La “Política de Seguridad Democrática” del presidente Álvaro Uribe Vélez recrudeció la guerra en la región, y los campesinos se encuentran entre dos fuegos. Así fue el caso que concluyó con la muerte del líder Reynel Duque Ramírez.

 

 

Junto a una olla grande y quemada por fuera, puesta sobre troncos en llamas, vi a un hombre de contextura delgada pero fuerte, con un sombrero deshilachado y viejo. Picaba yuca y plátano, de sus labios salían cantos de vaquería, de esos que acompañan la soledad de los llaneros. Me acerqué como queriéndole hablar. Su rostro quemado por el sol y sus ojos oscuros me miraron con el brillo propio de la hospitalidad, y de inmediato salió una pregunta:

 

-¿Cómo va el curso, profesor?

 

-Yo no soy el profesor, compañero, el de ese oficio es Sebastián Pinheiro. Yo sólo soy su acompañante y presidente de la UNAC –aclaré.

 

-Ese viejo es sabio –replicó él.

 

Con este intercambio de palabras conocí a Reynel Duque Ramírez, hombre bueno, alegre en su hablar, me contó de su entusiasmo por sacar adelante la comunidad en medio del fragor de la guerra, y de la gran esperanza de formar su propia despensa agrícola. Mientras atizaba el fuego preguntaba insistentemente sobre la UNAC, como queriendo obtener una solución rápida a tantos años de violencia y pobreza.

 

-¿De qué parte del Caquetá es usted compañero? –le pregunté.

 

-De la vereda La Luz de la Esperanza; la llamamos así para tener consuelo –dijo, y rió limpiándose el sudor con un trapo viejo que permaneció siempre en su hombro derecho.

 

Esto ocurrió en mayo pasado, durante el taller sobre agroecología que se realizó allí para los campesinos y campesinas de la zona, quienes concurrieron en familia, en algunos casos con ocho horas a caballo o por el río, pero dispuestos a pernoctar en cambuchas durante los dos días de taller.

 

El pasado 14 de septiembre, luego de su faena, Reynel llegó al atardecer a su humilde choza y descargó sus trastos: machete, calabazo sin guarapo, rejos de cuero para la lidia y el infaltable motor de la canoa. Se sentó en el madero de siempre, con la vista fija en el río Orteguaza, testigo mudo de tantas faenas, de alegrías y desdichas.

 

-Lo noté con agotamiento y extraño, silencioso –apuntó Consuelo, su esposa y madre de cinco hijos.

 

Comió como sin ganas. La noche fue oscura. La luna no iluminó el río que se perdía entre la jungla como una cinta negra.

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Colombia

22-09-2005

 

Asesinan a Reynel Duque, dirigente de UNAC en Caquetá

 

-Fue una noche de calor –recordó la mujer que al día siguiente sería viuda–. Afuera ladraban los perros como ahuyentando fantasmas, y alumbraban mi pesadilla relámpagos de luces malas. Como hacía siempre luego de una noche de mal dormir, Reynel se levantó, se sopió (lavó) en el río, tomó café amargo y marchó en silencio con dos hijos a la faena del ordeño. No silbó remedando los garrapateros, ni animó las bestias con su canto de vaquería para recibir el sol y la jornada, como él mismo decía. Algo de mal agüero asechaba y se clavaba en el corazón –relató Consuelo. Llegó con las cantinitas de leche, tan silencioso como se había ido en la madrugada, desayunó café pinta'o con leche y arepa y se marchó en la canoa. Vi cuando se lo tragó el río en la distancia, y ése es mi último recuerdo en vida –concluyó.

 

La ahora viuda Consuelo Medina, aferrada a sus hijos ahora huérfanos, escucha de labios sin caras que Reynel, su marido, fue encontrado amarrado y con varios tiros en el rostro cerca a la hacienda Rancho Grande, vereda El Tominejo. La canoa, el motor y las cantinas de leche desaparecieron con los asesinos. “Hombres uniformados de militar, pero sin identificar”, afirman campesinos sin rostro por miedo a morir.

 

Los cantos de vaquería y los silbidos remedando los garrapateros que salían del alma alegre de Reynel Duque Ramírez, forman ahora parte de la corte fantasmal que en la noche se siente en las praderas y selvas del Caquetá. Su nombre pasa a la lista interminable de líderes campesinos mártires que quisieron hacer realidad sus sueños de paz y redención social. Su asesinato pasará a los archivos judiciales para “UNA INVESTIGACIÓN EXHAUSTIVA”, al común decir de las autoridades de un Estado que nunca encuentra culpables en el reino de la impunidad.

 

La Asociación Agroalimentaria y Pecuaria del Caquetá levantó su voz de protesta, presentó una denuncia ante la fiscalía, más de dos mil organizaciones del mundo respondieron al llamado de solidaridad de la UITA, pero el silencio igual continúa. Sólo queda la sentencia de los colegas de dirigencia campesina de Reynel, como una bandera y una consigna: “Mataron a Reynel, pero sus sueños viven en nosotros, y si también nos toca morir, nuestros nietos se encargarán de hacerlos florecer”.

 

Queda una viuda y cinco huérfanos, sin canoa ni motor para trabajar, sólo con la solidaridad de los vecinos de la vereda La Luz de la Esperanza, quienes redistribuyen en la pobreza.

 

-Todos les llevamos algo de comer –comentó una anciana.

 

-Porque el dueño de las vacas que ordeñaba Reynel vino y se las llevó, pa' no meterse en problemas –remató otra mujer, mirando y rayando la tierra con un palito, como queriendo encontrar algo.

 

 

En Bogotá, Luis Alejandro Pedraza

© Rel-UITA

20 de octubre de 2005

 

 

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