Brasil
Campaña
Contra la Violencia en el Campo
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Violencia en el campo
El
sistema agrícola industrial depende de asesinos, hipócritas y esclavistas |
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En
la próxima “Marcha das Margaridas” que cumplirá la
Confederación Nacional de Trabajadores en la Agricultura de
Brasil (CONTAG) entre el 21 y 22 de agosto, seguramente será
recordada la lucha y la personalidad de la religiosa Dorothy
Stang, asesinada en 2005 en el estado de Pará. Ahora sus
asesinos también están acusados de esclavizar trabajadores.
Una manera de poner en evidencia que la violencia rural no
es una práctica individual, sino fruto de un sistema
productivo que la promueve y la protege
En el amanecer del 12 de febrero de 2005, Dorothy Stang,
religiosa estadounidense de 73 años afincada en el estado
brasileño de Pará desde hacía tres décadas, abandonaba el
asentamiento rural donde había pasado la noche internándose
en la densa vegetación por un sinuoso y angosto camino
vecinal. Nunca llegaría al otro lado. Raifran das Neves,
alias “Fogoió”, y Clodoaldo Batista, conocido
como “Eduardo”, la acechaban ocultos en un recodo del
camino y la asesinaron por la espalda, disparándole seis
tiros.
La noticia del asesinato de Stang recorrió el mundo
poniendo sobre la mesa global por un momento varios temas:
la violencia rural en Brasil, la deforestación de la
Amazonia, la impunidad de los poderes locales y la
complicidad o la indiferencia de las autoridades nacionales,
las rudas y riesgosas condiciones en las que luchan los
sindicalistas, los activistas de los derechos humanos y los
defensores de la ecología en esa región. Pero también develó
el duro conflicto por la tierra que en Brasil
enfrenta a masas de campesinos sin tierra con pequeños
grupos de terratenientes dispuestos a todo para defender y
ampliar sus privilegios, y sobre todo dejó en evidencia la
lógica económica y productiva que promueve y consolida estas
relaciones de desigualdad, sometimiento violento, lucro
inmediato a sangre y fuego: la agricultura industrial
dedicada a la producción de commodities.
Por una vez, justicia
En diciembre de 2005, “apenas” nueve meses después de que
cometieran el delito, y estableciendo todo un récord de
eficiencia en los anales de la justicia brasileña con
respecto a este tipo de casos, Fogoió, de 29 años, y
Eduardo, de 31, ambos “capangas”* de los hacendados
locales, fueron condenados a 27 y 17 años de prisión
respectivamente. En realidad, ninguno de los dos tenía una
razón personal para matar a Stang. Lo hicieron por
dinero -24 mil dólares- y la promesa de un trabajo en las
estancias de los hacendados que encargaron el crimen:
Reginaldo Pereira Galvao, alias “Taradao”, de 40
años, y Vitalmiro Bastos de Moura, llamado “Bida”,
de 35 años; ambos habían encomendado al comerciante Amair
Feijoli da Cunha, alias “Tato”, de 37 años, la
tarea de contratar a los sicarios.
Dorothy Stang llevaba muchos años
enfrentando las amenazas de muerte
de los feudalistas locales |
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Las motivaciones de estos acaudalados fascinerosos fueron
obviamente económicas: la “hermana Dorothy”, como la
llamaban todos, era una muy activa promotora del Programa de
Desarrollo Sustentable (PDS) de la Amazonia que
obliga a las instituciones oficiales a implementar el
asentamiento de las familias rurales. Esto implica otorgar
la propiedad de la tierra a miles de campesinos que la
reclaman, en el marco de una reforma agraria. No obstante,
al frente de estas oficinas federales habitualmente se
encuentran funcionarios corruptos que venden sus servicios a
los terratenientes locales de forma que sean éstos quienes,
finalmente, terminen apropiándose de las tierras que debían
ser entregadas a las familias desposeídas.
Un asesinato anunciado
En este caso, Dorothy Stang llevaba muchos
años enfrentando las amenazas de muerte de los feudalistas
locales, y la aprobación del PDS por parte del
gobierno de Inacio Lula da Silva le había entregado
una herramienta formidable para profundizar y fundamentar su
lucha junto a miles de campesinos de la zona de Anapú, en el
estado de Pará.
Munidos con la nueva legalidad establecida por el PDS,
diversas organizaciones sociales venían incrementando sus
acciones para obligar a las instituciones locales a cumplir
la ley. El 12 de febrero de 2005, este “consorcio del crimen”
concretó la amenaza contra Stang, y de esta manera
creyó despejar el camino para seguir desarrollando el
proyecto agrícola de las transnacionales.
Estos aventureros, secundados por funcionarios corruptos de
diversas instituciones oficiales, son la punta de lanza de
un sistema agrícola con base en la explotación insustentable
de los recursos naturales y de los seres humanos con el fin
de producir soja, caña de azúcar o carne en cantidades
industriales destinadas al mercado mundial. La mayor parte
de esta producción lograda merced a la utilización masiva de
agrotóxicos es absorbida por empresas transnacionales que, a
su vez, la exportan a los países del Norte y ahora a
China.
Este otro “consorcio del crimen”, más
difuso, aunque de dimensiones globales, es el verdadero
asesino de Dorothy Stang, el responsable de tantas
otras muertes de sindicalistas y activistas que no
alcanzaron la difusión de ésta, de la devastación sin freno
de la selva amazónica y la expulsión de campesinos y
habitantes originarios de esas regiones, de la violencia y
la impunidad, de la imposición de un sistema social con base
en el miedo de los pobres y la hipocresía de los cómplices.
Estos aventureros son la punta de
lanza de un sistema agrícola con
base en la explotación insustentable
de los recursos naturales y de los
seres humanos |
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La violencia es sistémica
Recientemente se conoció la
noticia (ver
artículo) de
que los hacendados que financiaron y ordenaron el asesinato
de Stang, Bida y Taradao, fueron acusados por el Ministerio
Público Federal de mantener a 28 trabajadores en condiciones
de esclavitud en la hacienda Río Verde, a 60 kilómetros de
Anapú, en la cual son socios.
“De acuerdo con la Fiscalía de la República en
Pará -detalla un artículo de Infodecom-, el delito flagrante
fue descubierto por el Grupo Especial de Fiscalización Móvil
del Ministerio de Trabajo.
Los 28 trabajadores fueron encontrados en medio del bosque
cerrado y tenían como único refugio una barraca de paja y
plástico, con suelo de tierra batida. Ellos fueron liberados
y se les pagaron sus derechos laborales.
El campamento no contaba con sanitarios, fosas, instalación
de agua potable, o artículos de primeros auxilios y los
trabajadores no recibían equipos de protección individual.
El servicio hospitalario más próximo del área queda a 60
kilómetros, y algunos estaban heridos y no habían recibido
ningún tratamiento médico.
‘Ninguno de los trabajadores estaba registrado en ficha o
libro propios, ni tenía cartilla de trabajo y seguridad
social regularmente anotada y firmada. La jornada de trabajo
diaria era abusiva y no tenían descanso semanal remunerado,
pagándose los fines de semana sólo si trabajaban. No había
censo, ni aportación a la seguridad social del empleador’,
denunció el Ministerio Público Federal”.
Se termina de diseñar así el cuadro completo de la violencia
intrínseca en el sistema agrindustrial financiero impuesto
por las transnacionales, con la complicidad de los
sobrevivientes de las antiguas oligarquías que se supieron
adaptar a los tiempos actuales, y de los nuevos oligarcas
que ya no son serviles de un imperialismo con nacionalidad,
sino de un capital globalizado, transnacional. Las
condiciones de desigualdad que se profundizan en todo el
mundo, reposan actualmente en la explotación salvaje de los
recursos naturales del Sur y el sometimiento humano a sangre
y fuego, o mediante técnicas de mercadeo, según la región
del mundo de la que se hable, y de las subzonas más o menos
“calientes”. La enorme concentración y acumulación de
riqueza a la que asiste el planeta en un cada vez más
pequeño grupo de personas tiene, como condición sine qua non,
todas estas formas de violencia: desde las burdas seis balas
que mataron a Dorothy Stang hasta la negación de la
soberanía alimentaria de quienes estamos obligados a nutrir
los puercos o los tanques de combustible del amo con la
erosión de nuestros recursos naturales.
Carlos Amorín
©
Rel-UITA
13 de agosto de 2007 |
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*
Pistoleros
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