La
décima Marcha del Silencio, que se llevó a cabo el fin de
semana en Montevideo en reclamo de verdad y justicia para
los desaparecidos durante la última dictadura militar
uruguaya, fue la más numerosa de las realizadas hasta ahora.
El presidente de la república, Tabaré Vázquez, que participó
en ella, espera que sea la última; los familiares de
desaparecidos piensan que debe mantenerse.
Más de
setenta mil personas llenaron el viernes 20 por la noche, y
pese al muy intenso frío, unas diez cuadras de la avenida 18
de Julio, la principal de Montevideo encabezados por un
enorme cartel que decía “Para el pasado, verdad. Para el
presente, justicia. Por siempre, memoria y nunca más”.
“Aunque se sepa toda la verdad y se llegue a la justicia, las marchas
deben seguirse haciendo para que las generaciones futuras
sepan lo que pasó en este país”,
comentó la infatigable Luisa Cuesta, fundadora de la
Asociación de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos y
Desaparecidos.
Vázquez, en
cambio, desea que la décima edición de esta marcha, que
comenzó a organizarse en 1996, “sea la última” porque
confía en que en el correr de este año “se aclare qué fue
lo que sucedió con los detenidos desaparecidos y todos
reconozcamos nuestros errores”, según dijo a medios de
comunicación.
Y es que
sobre el futuro del reclamo por los desaparecidos no hay
unanimidad entre quienes hasta hace muy poco se ubicaban del
“mismo lado”. El acceso al gobierno de la izquierda, en
marzo pasado, en vez de acallar puede incluso acentuar esas
diferencias.
Vázquez,
que participó en un tramo de la marcha –siempre lo hizo,
desde su primera edición en 1996, pero se convirtió en el
primer presidente de la república en desfilar con la gente–
es partidario de “dar vuelta la página” cuando se sepa “la
verdad”, aplicando a rajatabla la ley que en 1986 eliminó
cualquier posibilidad de sanción penal contra policías y
militares acusados de violaciones a los derechos humanos
bajo la dictadura (1973-1985).
Las únicas
excepciones a la ley que admitiría el presidente son las de
los asesinos de los ex legisladores Zelmar Michelini y
Héctor Gutiérrez Ruiz, ejecutados en Buenos Aires el 20 de
mayo de 1976, hecho en cuya conmemoración se realizan
precisamente las Marchas del Silencio. En su discurso de
asunción, el 1 de marzo, el presidente se comprometió a que
esos casos queden por fuera de la ley que fuera aprobada
diez años después y ratificada en un plebiscito en 1989.
Por
supuesto están también fuera del alcance de la ley, que sólo
abarca a los uniformados, los civiles que ocuparan cargos en
la dictadura. En estos momentos se están sustanciando ante
la justicia procesos contra el ex presidente Juan María
Bordaberry y el ex canciller Juan Carlos Blanco. A ambos la
fiscal Mirtha Guianze les imputó el delito de “homicidio muy
particularmente agravado” por su responsabilidad en los
asesinatos del 20 de mayo de 1976. A Blanco también se lo ha
procesado por la desaparición, en junio de 1976, de la
maestra Elena Quinteros.
Sectores de
la Asociación de Familiares, de los partidos de izquierda y
la central sindical única PIT-CNT consideran por su lado
que, pese a la ley “de impunidad”, pueden abrirse
posibilidades de hacer justicia, en parte porque desde esa
fecha Uruguay suscribió tratados internacionales que
estarían por encima de la legislación nacional y que
habilitarían sanciones penales contra culpables de “delitos
permanentes” como las desapariciones.
“Ni olvido
ni perdón”, decía uno de los carteles –de los pocos
distintos al “oficial” que encabezaba la marcha– desplegados
en la manifestación del viernes 20.
Sobre lo
que unos y otros están de acuerdo es que desde que llegó la
izquierda al gobierno se ha abierto un panorama mucho más
favorable para el esclarecimiento de lo sucedido con los más
de 210 detenidos uruguayos desaparecidos, en particular con
la treintena de casos ocurridos en territorio nacional.
En ese
sentido, manifestantes de distinto perfil entrevistados por
Rel-UITA coincidieron en que esta décima “Marcha del
Silencio” fue “especial”.
“Notoriamente ha habido un avance sustancial en el tema de derechos
humanos. Estamos entrando en las unidades militares para
buscar restos de desaparecidos, está actuando la justicia,
hay una sensibilidad de las autoridades públicas. Es más que
una marcha, es un momento muy especial para todos los
uruguayos”,
dijo el senador de izquierda Rafael Michelini, hijo de
Zelmar y uno de los impulsores originales de esta
manifestación.
“Siento una gran alegría porque las causas se van encausando por el buen
camino. Me acordaba cuando, antes de la marchas, con las
Madres veníamos a este mismo lugar (la céntrica Plaza
Libertad de Montevideo, donde culminan estas
manifestaciones) y grandes señores que pasaban nos decían
que estas cosas no sirven para nada. Y somos miles y miles y
cada vez más”,
agregaba Elisa Dellepiane, viuda de Zelmar Michelini.
“Diez años marchando es mucho, ¿no?”, dijo a su vez Javier Miranda, otro integrante de la
Asociación de Familiares de Desaparecidos. “Lo que tiene
de particular ésta es que hemos podido avanzar mucho en
materia de investigaciones y eventualmente de
enjuiciamientos a los responsables de violaciones a los
derechos humanos”, subrayó.
“Como todos los años, la marcha reúne a muchísima gente, pero esta vez
hay una diferencia: se desarrolla bajo un gobierno
progresista que resolvió investigar y no bajo los gobiernos
conservadores que se sucedieron desde 1985 y que, con alguna
excepción, ocultaban hasta los indicios que tenían sobre lo
sucedido”,
señaló también a Rel-UITA el ministro de Trabajo Eduardo
Bonomi, uno de los miembros del gabinete de Vázquez que
acompañaron a los 70.000 manifestantes.
Bonomi
agregó de todas maneras una idea que en algún plano puede
llegar a ser cuestionable: “Hoy la marcha no es de
presión hacia el gobierno sino que está en línea con los
objetivos del gobierno”.
El
periodista Gerardo Bleier, hijo del militante comunista
desaparecido Eduardo Bleier, estimó por su lado que “esta
no fue una marcha más, primero que nada porque se ha
producido un cambio cultural en la sociedad uruguaya que
terminó por resquebrajar la impunidad. Y también porque las
investigaciones actuales se están realizando con rigor, con
profesionalidad y seriedad. En los diez años anteriores,
además del dolor colectivo y la reafirmación de la memoria
había también un sentimiento terrible de soledad frente a la
exposición de una verdad que no era reconocida. Hoy todo eso
cambió”.
Como muchos
otros, Bleier estima de todas maneras que uno de los puntos
de inflexión de los últimos años respecto al “tema
desaparecidos” fue la difusión, en abril de 2003, del
informe final de la Comisión para la Paz instituida por el
anterior presidente Jorge Batlle. En ese documento se
reconocía, por primera vez desde el Estado, la
responsabilidad de los poderes públicos en la desaparición,
tortura y eventualmente asesinatos de uruguayos dentro y
fuera del país. No obstante, aun reconociéndole ese alcance,
la Asociación de Familiares y sectores de izquierda
calificaron de muy insuficiente al documento.
Entre otras
cosas, el voluminoso informe, que pretendía ser presentado
como base para una fórmula de “punto final a la uruguaya”
para el tema de los desaparecidos, se sostenía que no podía
quedar rastro alguno de los desaparecidos en territorio
uruguayo porque sus cuerpos, enterrados en un solo lugar,
habían sido desenterrados, cremados y las cenizas esparcidas
en el Río de la Plata. La responsabilidad de la operación
era atribuida a un oficial ya muerto.
Esa
versión, dada por militares pero en los hechos asumida como
propia por la Comisión, ya contradicha por numerosos
testimonios puede llegar a ser definitivamente desmentida
por las investigaciones ordenadas por el actual gobierno en
el predio del Batallón 13 del Ejército, donde se presume que
puede haber restos de varios desaparecidos.
Uno de los
miembros de la Comisión para la Paz, en representación del
entonces líder de la oposición de izquierda Tabaré Vázquez,
era el actual secretario de la Presidencia Gonzalo
Fernández.
A Fernández
algunos miembros de la Asociación de Familiares e
integrantes del Secretariado de Derechos Humanos del PIT-CNT
le atribuyen la intención de querer cerrar “cuanto antes” y
a como dé lugar el “tema desaparecidos”.
Sobre la
marcha del viernes último planeaba la duda de si todos los
que participaron en ella, y cuya inmensa mayoría lo hizo en
sus anteriores ediciones, se encontrarán desfilando por la
avenida 18 de Julio el 20 de mayo de 2006 o si algunos ya
habrán decidido que esta vez fue “la última” para no
entorpecer la gestión del gobierno.
En la otra
punta, hay quienes piensan que la marcha debe seguirse
realizando por lo menos hasta que haya habido algunas
sanciones penales lo suficientemente numerosas y fuertes
contra responsables, civiles y militares, de las violaciones
de los derechos humanos. O incluso, como sostiene Luisa
Cuesta, aunque llegue un momento en que se pueda considerar
que la justicia haya sido “total”, en tanto acto de memoria.
De esta
última manera piensa también la legisladora y dirigente
tupamara Lucía Topolansky, quien dijo a Rel-UITA que “a
esta altura las del 20 de mayo son manifestaciones que
trascienden los resultados a los que se arribe en las
investigaciones. Van a seguir estando porque son un símbolo
en sí mismas. La gente se autoconvoca, sin propaganda y pese
al frío, y sabe que todos los años, los 20 de mayo, a las 19
horas, de la plaza en honor a los Desaparecidos en América
Latina arranca una nueva Marcha del Silencio”.
© Rel-UITA
23 de mayo de
2005