Argentina
POR PRIMERA VEZ
HABLA EL UNICO SOBREVIVIENTE CONOCIDO
DEL CAMPO LA POLACA
Un inocente en el mundo de la tortura |
Luis Rolón era un chico de campo con buena mano para
dibujar cuando fue enrolado en 1978. Le tocó
entrenar en lucha antisubversiva y un ejercicio era
hacer croquis. Hizo uno de su cuartel y lo tomaron
por “guerrillero”. Siguieron días de tortura y años
de prisión.
El campo de
La Polaca fue prisión secreta y centro de
torturas en Paso de los Libres, Corrientes. |
Su vida
había transcurrido en el campo, en un paraje ubicado a 30
kilómetros de la ciudad correntina de Bella Vista. Luis
Rolón siempre tuvo un don natural para el dibujo, pero esa
virtud se convirtió en su karma. En marzo de 1978, a los 18
años, fue convocado al Servicio Militar Obligatorio y el
perfecto croquis que hizo sobre el trazado de la Compañía de
Ingenieros 3 de Monte Caseros, donde cumplía destino, hizo
que los propios jefes que le habían ordenado el ejercicio lo
acusaran de ser miembro de un grupo guerrillero. En diálogo
con Página/12, en su casa del barrio Los Pinos, rodeado por
su madre, su esposa y sus cuatro hijos, Rolón hace un
dramático relato de los dieciséis días bajo tortura, con
picana eléctrica, golpes y amenazas de fusilamiento. Ese
terror lo vivió en el centro clandestino de detención que
funcionó en la estancia La Polaca, en Paso de los Libres,
del cual es –hasta ahora– el único sobreviviente conocido.
“Todavía me siguen torturando”, afirma Rolón cuando alude a
la forma en que se siente discriminado “por haber estado
desaparecido y preso durante la dictadura. Si hablás mal de
los militares sos un guerrillero. Y si estuviste preso ‘por
algo habrá sido’.”
Rolón pasó casi 28 años sin contarle a nadie, ni siquiera a
su familia, lo que le había pasado en La Polaca. Sus padres
sólo sabían que había estado detenido, acusado de pertenecer
a una organización armada y de participar en un supuesto
plan de ataque a la unidad de Monte Caseros donde hacía el
servicio militar. “Estuve estaqueado al piso durante 16
días, en agosto de 1978. Me torturaban con picana eléctrica
dos, tres y hasta cuatro veces por día. Sólo me daban agua.
Tenía una capucha y cada vez que me movía escuchaba ladrar a
un perro. Nunca lo vi, pero lo sentía cerca mío, como si
esperara que intentara escapar para atacarme.”
Rolón estuvo preso hasta 1980, cuando un tribunal militar lo
absolvió de culpa y cargo. Hoy está sin trabajo estable, se
dedica a hacer changas como albañil y reniega de los
políticos: “En Bella Vista me piden que me afilie al partido
gobernante para poder conseguir un empleo en la
Municipalidad. Por eso pienso que hay muchas formas de
tortura y no siempre hace falta la picana”. Rolón se ha
convertido en uno de los principales testigos de cargo en la
causa por La Polaca, que está a cargo del juez federal de
Paso de los Libres, Juan Angel Oliva. Hasta el momento hay
cuatro militares y dos civiles detenidos (ver aparte). En la
causa se investiga la desaparición, entre otros, de los
militantes de la organización Montoneros Lorenzo Viñas,
Carlos Marcón y el sacerdote tercermundista Jorge Adur.
Todos habrían sido secuestrados en la frontera de Libres con
la ciudad brasileña de Uruguayana y llevados a La Polaca.
"La Polaca", a estancia do pavor
|
A los 18, Luis Rolón era un campesino que trabajaba la
tierra y cuidaba animales de granja en la casa de sus padres
en un pueblito a 30 kilómetros de Bella Vista. En marzo de
1978 le llegó la citación para alistarse como soldado
conscripto en la Compañía de Ingenieros 3 de Monte Caseros,
una ciudad que años después se hizo conocida a nivel
nacional por el levantamiento carapintada encabezado por el
entonces teniente coronel Aldo Rico. Luego de finalizar el
período de “orden cerrado” de tres meses y del juramento a
la bandera, el 20 de junio, Rolón y sus compañeros
comenzaron a ser instruidos para “combatir a la guerrilla”.
El entrenamiento era intensivo y cada semana tenían que
rendir un examen para evaluar los conocimientos que iban
adquiriendo. “Nos enseñaban el manejo de las armas, la forma
de tomar posiciones en el campo (de batalla), el
reconocimiento del terreno sobre el que nos teníamos que
mover”. Como parte de las prácticas tuvieron que realizar
tareas de espionaje sobre un objetivo y después, en uno de
los exámenes semanales, a Rolón le ordenaron que hiciera un
croquis del lugar elegido. Fue su ruina. “Como yo no conocía
otro lugar, me puse a hacer un croquis de la compañía donde
yo estaba. Uno de mis jefes se me acercó, cuando yo estaba
dibujando, y me preguntó qué era lo que estaba haciendo. Le
dije que era la compañía donde yo estaba viviendo. Ese fue
mi peor error”, recuerda Rolón, a casi treinta años de los
hechos. El jefe de instrucción, el sargento Cresceri, cambió
el tono de voz y empezó el interrogatorio: “Me preguntó para
qué grupo guerrillero estaba haciendo el croquis, a qué
grupo armado pertenecía, qué regimiento pensábamos atacar.
Cresceri fue el que me llevó a la guardia y de ahí en más
comenzó la tortura”.
La primera medida fue ponerlo prisionero e incomunicado, en
el sector de calabozos de la Compañía de Ingenieros 3. Eso
ocurrió cerca del mediodía y esa misma noche llegaron al
lugar “personas vestidas de civil que me llevaron al
Servicio de Mayoría, que es un lugar donde están todos los
jefes, y ahí ya me empezaron a moler a palos. Ese fue mi
primer castigo (corporal). Siempre me preguntaban a qué
grupo guerrillero pertenecía, cuándo pensaba atacar el
regimiento y me preguntaban los nombres de mis supuestos
compañeros”. Fue en vano que Rolón repitiera, una y otra
vez, que sólo estaba realizando el ejercicio militar que le
habían pedido. Recibió “patadas, trompadas, puntazos,
codazos”. Salió “con un ojo hinchado y con la boca rota”.
Esa noche lo devolvieron al calabozo, donde siguió
incomunicado, y al día siguiente lo vistieron de civil, lo
sacaron de la celda y lo subieron a un auto. “Los que me
llevaban eran civiles y el auto era un típico Falcon verde.
Al salir del puesto número uno me pusieron una capucha en la
cabeza y ya no pude saber hacia dónde me llevaban. Sólo me
di cuenta de que habíamos salido de la ciudad, porque no se
escuchaban ruidos de autos que pasan cerca. Era claro que
íbamos a campo abierto, pasando muchos tramos por caminos de
tierra.”
Ese día, por primera vez, le pasaron electricidad por el
cuerpo. “Me bajaron del auto, me pusieron a un costado de la
ruta, me colocaron cables en los dedos y me daban corriente
utilizando la batería del Falcon. Me golpeaban, me decían
que no gritara y aceleraban el vehículo para que pasara más
energía. Eso era terrible. Después me volvieron a subir al
auto y una hora y media más tarde llegamos a un lugar donde
me hicieron bajar, me metieron en una casa, en una especie
de galería cerrada donde estaba yo solo. Me estaquearon en
el piso, me ataron con los pies y las manos abiertas, de
espaldas al suelo, siempre con la capucha puesta.”
Rolón escuchaba los ruidos propios de una casa y por la
ventilación se dio cuenta de que estaba en una habitación
grande, más fría que los otros ambientes por los que había
pasado al ingresar a la vivienda, por entonces desconocida
para él. “Estaba vestido con pantalón y ropa liviana. Hacía
mucho frío en ese patio o galería en la que me dejaron. Era
el mes de agosto y el invierno se hacía sentir. Yo no sabía
dónde estaba.” La única guía que tenía, para medir el paso
del tiempo, era el canto de los pajaritos que anunciaba el
amanecer de un nuevo día.
El calvario duró dieciséis días, del 2 al 18 de agosto,
según pudo determinar después. Siempre estuvo estaqueado,
vendado y sólo le daban agua. Estuvo todo ese tiempo sin
recibir alimentos sólido. La picana eléctrica era la única
“medicina” que recibía Rolón. “Dos, tres y hasta cuatro
veces por día me daban picana. Yo te estoy contando todo lo
más tranquilo, pero es terrible. Si no pasás por eso, no
podés imaginar lo que es. Hay que vivirlo para saber lo mal
que te hace. Y cuando no había picana, te pegaban, te
pateaban, te pisaban encima. Te hacían todo lo que no tenían
que hacerte. En los peores momentos me alzaban a una cama,
me ataban y le pasaban corriente a la cama. Eso es la
muerte. Yo les pedía que me mataran, que era mejor la muerte
que pasar por todo eso.”
El interrogatorio siempre apuntaba hacia el mismo lado: sus
supuestos contactos con la guerrilla. “Yo les pedí que
averiguaran mis antecedentes, que fueran a la policía de
Bella Vista y que comprobaran que yo era un campesino, que
nunca había tenido una participación política.” Rolón ignora
si lo escucharon o no, pero lo cierto es que lo llevaron a
su pueblo natal, en el baúl del mismo Falcon verde. “Linda
forma de viajar”, se ríe Rolón, por primera y única vez en
la entrevista. “Tenías que hacerun gran esfuerzo para
economizar el oxígeno porque si no te ahogabas. Me dejaron
en una celda de la comisaría y al otro día me volvieron a
llevar al otro lugar de detención. Creo que estuvieron
averiguando mis antecedentes, pero no fueron a ver a mi
familia.”
En el viaje de regreso lo sometieron a simulacros de
fusilamiento y amenazaban con arrojarlo al vacío desde un
barranco. Los verdugos se “divertían” a su manera. “Les
volví a pedir que me mataran. Ya no podía seguir así. Cada
vez que escuchaba pasos empezaba a temblar. Trataba de
controlarme, pero el miedo que tenía era tan grande que no
lo podía dominar.” Después de 16 días de tortura, como no
encontraron ninguna prueba que lo vinculara a la guerrilla,
lo sacaron de la prisión clandestina. “Me llevaron de nuevo
a la Compañía de Ingenieros 3 y ahí seguí preso un año y
medio. Cuando me llevaron no podía mantenerme en pie. El
haber estado estaqueado y sin comer me había dejado muy
mal.”
Durante su detención de 16 días bajo tortura permanente,
Rolón nunca fue liberado de las cuerdas que lo tenían
amarrado al piso. “Para hacer mis necesidades me soltaban
las manos y los pies no. Me tenía que arreglar para hacer en
un tarrito sin ensuciarme todo.” Aunque no había pruebas en
su contra, igual fue llevado a un juicio militar en la
ciudad de Córdoba. Allí obtuvo la absolución y recién pudo
recuperar la libertad en 1980.
Rolón, mientras estuvo detenido, sólo pudo ver una vez parte
del interior y la silueta externa de la estancia La Polaca.
Fue suficiente para que la reconociera, 28 años después de
lo sucedido. El día en que dejó de estar estaqueado lo
desataron, lo levantaron y lo curaron. “Estas cicatrices
(muestra la muñeca derecha) son de las esposas. Los ojos los
tenía hinchados por el tiempo que no me lavaba. Me sentaron
en una cocina, que estaba al lado del lugar donde me
tuvieron. Me sacaron la capucha y me sentaron de cara contra
una pared, con la orden de no sacar la vista de la pared y
del suelo.”
Lo sacaron con la condición de que sólo mirara hacia el piso
y hacia adelante. Cuando subió al coche, que esta vez no era
el Falcon verde, el camino tenía varias curvas y eso le
permitió observar la fachada de la estancia en la que había
estado. “En esos movimientos que hacía el auto, que incluía
un giro de casi 90 grados, levantando un poco la vista, pude
ver el edificio en el que estuve. Lo único es que todavía no
sabía cómo se llamaba el lugar y en qué zona estaba.” Rolón
iba solo en el asiento trasero. Sus dos guardias le habían
dejado dos armas al lado, se sospecha que descargadas. “Uno
de ellos me dijo: ‘Si querés agarrá una de las pistolas y
matame si querés porque nos equivocamos con vos’.”
Cuando llegó al regimiento de Monte Caseros, le tomó
declaración un teniente coronel de apellido Blanco. “¿Y en
Paso de los Libres cómo te trataron?”, le preguntó el
militar. Así tuvo el primer dato cierto sobre el lugar de
detención. A fines de 1980, con la libreta y la absolución
en la mano, Rolón volvió a ser un campesino. Sus padres se
habían enterado de su detención y lo habían visitado una
sola vez, cinco minutos, mientras estuvo preso en la
Compañía de Ingenieros 3. Rolón –incluso hasta hoy– nunca
les contó todo lo que le pasó mientras estuvo en La Polaca.
“Nunca quise hablar del tema. Con mi mujer hablo un poco, no
mucho. La tortura me dejó mal. La frustración de que no me
creyeran. Eso me llevó a pensar que si te callás, ganás,
aunque sé que no ganás y tenés que hablar.”
“La misma sociedad, la gente de Bella Vista, me sigue
señalando y me dice: ‘Este fue guerrillero’. A veces me lo
dice como en broma, pero yo siento que me marginan, que me
siguen torturando, aunque a veces sólo se trate de una
broma. En la época de la dictadura todos creían en los
militares y ahora siguen creyendo. Si vos hablás mal de los
militares sos un guerrillero y si vos caíste preso, ‘por
algo ha de ser’. Yo sigo teniendo miedo a ese rechazo.
Después de tanta tortura, cuando te tratan así te siguen
torturando. Y por eso vos preferís callarte. Todo parece ser
normal y la gente deja de preguntarte eso que vos no querés
recordar.” Rolón volvió a hablar este año, cuando se
presentó ante el juez Oliva. Reconoció La Polaca aunque la
había visto una sola vez sin capucha. “Cuando vi un programa
de la TV correntina, dije: ‘Allí estuve yo’. Hay imágenes
que no las podés borrar nunca en la vida. Todavía hoy me
despierto gritando, como si estuviera en La Polaca,
estaqueado, picaneado y con un perro vigilándome para que no
me escape.”
Por Carlos Rodríguez
Página 12
29 de mayo de 2006
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