Con todo respeto a su cargo, deseo expresarle el
pensamiento de muchos ciudadanos del Paraguay que seguimos
cada día más preocupados por la falta de respuesta al
problema campesino. La fuerte represión, que integra el uso
de la fuerza de policías y militares en grado extremo
(golpizas, heridas de bala de acero y de plástico,
destrucción sistemática de los pocos bienes y ropas de los
campesinos y sus familias, algunas violaciones, detenciones
y malos tratos en ellas...) no soluciona nada. Más bien
están enconando el problema. Y las mentiras o verdades a
medias de mucha prensa oral, escrita y televisada tampoco
contribuyen a un clima pacificador.
Los campesinos del Paraguay profundo, son
también, ciudadanos de primera categoría, aunque relegados
durante siglos y explotados siempre. Y precisamente en el
gobierno de usted hoy, como antes, parecen no tener sitio en
nuestra Patria. Se ha optado por un modelo agroexportador de
cultivos sin campesinos. Y ahora están haciendo lo único que
les queda: movilizarse para exigir justicia.
Que, entre ellos, existan algunos inadaptados
sociales, puede ser. ¿Pero, dónde no los hay? Que, fuera de
ellos, "pescadores de río revuelto" quieran hacer su agosto,
no empaña su causa.
El campesinado pobre del Paraguay, tal vez el 40%
de la población, no tiene tierra suficiente, tampoco ayuda
técnica, ni rutas para sacar sus productos cuando los hay,
ni mercados a donde llevarlos cerca, ni organización del
estado para llevarlos fuera. Tampoco tiene créditos baratos
ni precios justos. Los jóvenes campesinos no tienen, en las
circunstancias actuales, posibilidad de conseguir tierras
para cultivar, ni aun los que estudiaron en escuelas
agrícolas. De los 135.000 niños que este año no fueron a
clase, la mayoría eran del campo.
Señor Presidente: todo esto usted lo sabe mejor
que yo. Ellos, como todos los que vivimos en este Paraguay,
somos iguales en dignidad y derechos. Pero, para ser iguales
–los menos iguales en bienes– por equidad han de recibir un
trato preferencial que los equiparen al resto de los
ciudadanos. Al que tiene menos hay que ayudarle más. Usted
tiene en sus manos el dar un principio de solución a todo
este desafío.
Y como la esperanza es lo último que se pierde,
queremos ver ya un gesto. Haga poner en libertad a todos los
campesinos presos. Envíe de vuelta a los militares a sus
cuarteles. Presida personalmente una mesa que resuelva con
"equidad" la falta de tierra, créditos, rutas, apoyo técnico
y mercados del campesinado. Todavía estamos a tiempo antes
de que venga un peligroso estallido social que nadie quiere
y que a nadie hará bien.
Hacer todo esto sería celebrar una verdadera
Navidad cristiana.
Atentamente,
Sacerdote Francisco de Paula Oliva (Paí Oliva)
7 de diciembre de 2004