Las
condiciones de detención privilegiadas
de los
represores rioplatenses no cesan de
generar protestas
de
parte de las organizaciones de defensa
de los derechos humanos de ambos países.
Se trata de reos acusados de los peores
crímenes, pero buena parte de ellos vive
en recintos que se pueden considerar “de
lujo”. En Argentina esto quedó
una vez más en evidencia con el episodio
del asesinato del ex prefecto Héctor
Febres, responsable de gravísimas
violaciones a los derechos humanos
cuando revistaba en la Escuela de
Mecánica de la Armada de Buenos Aires (ESMA),
en los años setenta.
Febres murió
el mes pasado en su celda de la sede
Delta de la Prefectura Naval Argentina,
envenenado con cianuro que alguien -no
se sabe aún quién- le administró cuatro
días antes de que el juez que entendía
en su caso le fijara condena por la
apropiación de bebés nacidos en
cautiverio en la ESMA.
“Las prebendas de que gozaba eran
escandalosas. Nunca vimos algo así”,
comentaron los investigadores del caso.
En su lugar de detención Febres
tenía balcón con vista al río, baño
privado, y disponía de teléfonos
celulares, una televisión con DVD y
acceso a Internet. El ex prefecto
también utilizaba la piscina y la cancha
de tenis del predio, gozaba de visitas
sin límite, que le suministraban
libremente todo tipo de alimentos y
bebidas, y hasta daba órdenes a sus
custodias.
Pocas semanas antes de su asesinato,
llegó a celebrar en el recinto el
bautismo de una de sus nietas, en una
fiesta que contó con 50 invitados y fue
rociada con abundantes bebidas
alcohólicas.
En Uruguay, la decena de
militares procesados hasta ahora por
delitos de lesa humanidad están
recluidos en una cárcel especial
construida en un cuartel ubicado en las
afueras de Montevideo.
En su lugar de detención
Febres tenía balcón con
vista al río, baño privado,
y disponía de teléfonos
celulares, una televisión
con DVD y acceso a Internet. |
No tienen tantos lujos como los que
contaba Febres, pero están muy,
muy lejos de padecer las condiciones
infrahumanas y el trato brutal que debe
soportar la enorme mayoría de las
personas detenidas en el país y acusadas
de delitos de mucho menor entidad.
Cuentan, por ejemplo, con frigobar,
muebles propios, televisión por cable
(pagada por el Comando del Ejército).
“¿Acá no hay mucama?”, fue la primera
pregunta que formuló a sus carceleros el
ex dictador Gregorio Álvarez,
último “presidente” dictarorial
uruguayo, apenas pisó la cárcel especial
a la que fue enviado el lunes 17 de
diciembre tras ser procesado por
crímenes de lesa humanidad.
No había mucama, pero el solo hecho de
que Álvarez formulara esa
pregunta habla de la idea que de la
“cárcel VIP”, o “cinco estrellas”, como
la llaman las organizaciones
humanitarias uruguayas, se hacen los
propios represores y el conjunto de la
sociedad.
“No queremos que esta gente sea sometida
a situaciones denigrantes similares a
las que ellos infligieron a sus
víctimas, pero tampoco que se beneficien
de tratamientos privilegiados”,
comentaron a Sirel integrantes
del Servicio Paz y Justicia (Serpaj).
“¿Por qué habrían de ser tratados con
esa deferencia si cometieron los delitos
más graves que se pueda imaginar, como
torturas particularmente aberrantes,
secuestros, violaciones, apropiaciones
de niños?”, agregaron.
El principal argumento que esgrimen las
autoridades de ambos países para
encerrar a este tipo de delincuentes en
cárceles especiales es que en centros de
detención comunes sus vidas correrían
peligro.
El asesinato de Febres en el
predio de la Prefectura argentina echa
por tierra esa línea de argumentación. A
tal punto la desbarata que en un
petitorio presentado esta semana por la
organización humanitaria Abuelas de
Plaza de Mayo se exige que los
represores sean enviados a cárceles
comunes, no sólo en virtud de
“elementales razones de justicia” sino
para preservarles la vida...
El homicidio del ex prefecto constituyó
un punto de quiebre, ya que sirvió para
que un juez dispusiera el traslado
inmediato de otros 16 marinos
involucrados en la misma causa que
Febres de sus actuales lugares de
reclusión en dependencias militares a
una cárcel común bajo jurisdicción del
Servicio Penitenciario Federal (SPF).
En esa situación se hallan represores
emblemáticos como el ex capitán
Alfredo Astiz, responsable, entre
otros, de los secuestros de dos monjas
francesas y de una adolescente danesa,
así como el ex jefe de la ESMA
Jorge “Tigre” Acosta.
De acuerdo a un informe publicado a
mediados de diciembre por el diario
Página 12, de Buenos Aires, que cita
datos del Centro de Estudios Legales y
Sociales (CELS) de ese país, de
los 339 militares y policías actualmente
detenidos por violaciones a los derechos
humanos bajo la última dictadura
argentina, el 70 por ciento goza de
prisión domiciliaria o están recluidos
en cuarteles.
“Hay
que cambiar toda una cultura
de impunidad que hasta hace
muy poco protegía a los
represores”, dijeron voceros
del CELS. |
El otro 30 por ciento fue a parar a
cárceles comunes, pero en estas últimas
se incluye una ubicada en el predio
militar de Campo de Mayo, aunque bajo
custodia de personal del SPF.
Según Página 12, militares
acusados de la masacre de Margaita
Belén -en la que fueron torturados y
fusilados 22 militantes de izquierda
presos en esa localidad- “viven plácidos
en la Base de Apoyo Logístico de
Resistencia (provincia de Misiones).
Toman aire en la plaza donde exhibieron
los cadáveres y son servidos por
soldados y suboficiales”.
“Irregularidades” del mismo tipo son
moneda corriente en todo el interior del
país, incluso en las cárceles comunes.
En la de Marcos Paz, dependiente
del SPF, “los genocidas allí
detenidos recibían trato privilegiado
desde que una orden en ese sentido fuera
emitida en marzo por el ex jefe de
seguridad de ese centro. Los consideraba
‘presos políticos’. Cuando eso se supo,
fue pasado a disponibilidad”, señala el
informe de Página 12.
Ese diario subraya además que “un fiscal
denunció al SPF por obstaculizar
la investigación para esclarecer la
segunda desaparición de Julio López”,
un ex militante peronista que fuera
secuestrado una primera vez en los años
setenta, luego liberado, y vuelto a
secuestrar en 2006, pocos días antes de
que testimoniara en el juicio seguido al
represor Miguel Etchecolatz.
“Hay que cambiar toda una cultura de
impunidad que hasta hace muy poco
protegía a los represores”, dijeron
voceros del CELS.
De la misma opinión es el Serpaj
uruguayo. “Más allá de los lugares en
que esta gente esté detenida, lo que hay
que cuidar es que no gocen de
privilegios inadmisibles”, prerrogativas
“expresamente prohibidas por la
Convención Interamericana sobre
Desaparición Forzada de Personas”, según
recuerda el petitorio presentado por
Abuelas de Plaza de Mayo.