Uruguay

 

El virus de la impunidad

  

Entre los años setenta y ochenta, el cono sur de Latinoamérica sufrió, en forma simultánea, regímenes dictatoriales que aún hoy manifiestan sus secuelas políticas, económicas y sociales. Una de ellas, es el virus de la impunidad, una enfermedad común que en cada país tiene diferente tratamiento, y en Brasil comenzó a diagnosticarse. La justicia es el “antivirus”.

 

Las dictaduras

 

La mayoría de los historiadores coinciden en señalar que las dictaduras fueron un instrumento norteamericano en el marco de la guerra fría, ya antes de que la revolución cubana trajera a la región un conflicto que hasta entonces tenía de escenarios a Asia, África y las fronteras del muro que separaba a Europa.

 

El general Alfredo Stroessner dio el golpe de Estado en Paraguay en 1954, Brasil derrocó a João Goulart en 1964, el general Hugo al general Juan José Torres en Bolivia en 1971, Juan María Bordaberry en Uruguay y Augusto Pinochet en Chile en 1973, y la junta militar regresó a Argentina en 1976.

 

Hasta mediados de los años ochenta, la bota militar aplastó toda oposición en la región. Los comunistas, los guerrilleros nacionalistas, los socialistas, los religiosos, los trabajadores, los estudiantes, los campesinos, los intelectuales, los docentes, los pensantes… todos fueron subversivos.

 

El saldo aún no se puede terminar de estimar. Decenas de miles de desaparecidos y muertos y cientos de miles de torturados y encarcelados. Cementerios clandestinos que aún no se han ubicado y niños sin identidad, hijos de esas víctimas que no saben que han sido criados por los victimarios.

 

La transición

 

En la mayoría de los países en los que hubo dictaduras, al retirarse, los militares dejaron establecidas -por negociación o por imposición- leyes (amnistía, punto final, obediencia debida, caducidad, etc.) o reformas constitucionales que les aseguraran impunidad ante la revisión de lo ocurrido.

 

Todas las salidas de las dictaduras implicaron procesos de "transición" que de una u otra forma se han extendido a lo largo de veinte años, en los que los países que antes habían sufrido a los militares, pasaron a ser víctimas de las políticas económicas recetadas por los organismos financieros internacionales.

 

Las leyes de impunidad fueron defendidas por los mismos gobiernos que pusieron en práctica las recetas neoliberales de privatización de las empresas estatales, la apertura del mercado interno, la dolarización de la economía y la obtención de créditos para reducir un déficit fiscal cada vez más dependiente.

 

La impunidad, creada para amparar a los militares que habían protagonizado las violaciones a los derechos humanos durante las dictaduras, se extendió por ósmosis a los dirigentes políticos corruptos que cobraron coimas en adjudicaciones o facilitaron lavado de dinero de distintos tipos de negociados.

 

La impunidad

 

Sobre la base del silogismo de que: si aquellos militares que cometieron crímenes de lesa humanidad no fueron enjuiciados por qué se va a castigar a los políticos y empresarios que cometieron actos de corrupción, la impunidad se extendió como un virus en toda la sociedad.

 

En Argentina, Carlos Menem impuso leyes de obediencia debida y punto final, a la vez que se pagaba coimas a IBM, se triangulaban armas o se lavaba dinero. En Brasil, la dictadura se otorgó la amnistía de 1979 y los escándalos se suceden desde Fernando Collor de Melo y P.C. Farías al "jogo do bicho"*

 

En Bolivia, se entregó la producción de gas natural y la explotación de minerales y Banzer llegó a ser reelecto democráticamente. En Chile la reforma constitucional permitió a Pinochet ser senador vitalicio a la vez que la modernidad transnacional expoliaba a campesinos y trabajadores.

 

En Paraguay, la serie de golpes "sucesionistas" ha continuado a la larga dictadura de Stroessner y recién se comienza a conocer el genocidio sufrido y la corrupción que lo amparó. En Uruguay la ley de caducidad cubrió crímenes de antes y después de la dictadura y escondió delitos y negociados financieros.

 

La enfermedad

 

Los gobiernos “progresistas” que finalmente han llegado a la región, no terminan de aplicar un "antivirus" a esta enfermedad que, padecida durante dos décadas, ha mutado a una cultura de la impunidad que parece haberse instalado como un concepto enquistado en la sociedad.

 

La Argentina kirchnerista aparece como una excepción: se anularon las leyes de punto final y obediencia debida e iniciaron juicios por los derechos humanos en los que medio millar de criminales ha sido encarcelado, aunque aún quedan por aclarar los negociados económicos y políticos de los años noventa.

 

La Bolivia de Evo Morales procura recuperar sus recursos naturales y se enfrenta a una oligarquía activa que le impide profundizar en lo ocurrido durante dictaduras que parecen lejanas, mientras el Paraguay de Lugo por primera vez comienza a abrir una caja de Pandora cerrada por medio siglo.

 

En Uruguay una campaña de firmas intenta anular la Ley de Caducidad, aún vigente en el gobierno de Tabaré Vázquez, pese a que los dictadores Bordaberry y Gregorio “Goyo” Álvarez están presos junto a represores que se niegan a decir donde fueron enterrados los cuerpos de los desaparecidos.

 

Las decisiones

 

En Brasil, recién durante el segundo gobierno de Ignacio Lula Da Silva, el Estado, la prensa y la sociedad comienzan a comprender que hubo crímenes de lesa humanidad durante los operativos de exterminio de la guerrilla y de la oposición política, campesina, obrera y estudiantil a la dictadura.

 

Una intensa lucha social contra la Ley de Amnistía que en 1979 autoimpuso la dictadura, ha logrado que el tema llegue al Supremo Tribunal Federal (STF), máximo órgano judicial, ante quien la Orden de Abogados de Brasil (OAB) pide se interprete si la norma ampara por igual a las víctimas y los victimarios.

 

Recientemente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se pronunció en contra de esa y de todas las normas de impunidad aún vigentes en la región, pero en Brasil aún son poderosos los intereses políticos y económicos que no quieren que el pasado reciente sea revisado.

Un ministro del STF, Eros Grau, es quien estudia el tema para que la justicia brasileña tome posición sobre la amnistía. Grau tiene también un voto decisivo para resolver la demorada extradición de coronel uruguayo Manuel Cordero, requerido por sus crímenes contra la humanidad en Argentina y Uruguay.

 

El “antivirus”

 

La valiente decisión de algunos jueces y fiscales ya se ha demostrado como uno de los “medicamentos” que las sociedades posdictatoriales han encontrado ante el virus de la impunidad, pero averiguar lo ocurrido y probarlo para penalizar a los represores no ha sido hasta ahora una tarea fácil.

 

El juez Adolfo Bagnasco llevó a que la Corte Suprema argentina declarará inconstitucionales las leyes de obediencia debida y punto final. El juez Alejandro Madrid aplicó la cadena perpetua a los mandos militares chilenos. La fiscal Mirtha Guianze acusó a los dictadores procesados en Uruguay.

 

La responsabilidad que ahora tiene el ministro Eros Grau en Brasil, no es diferente a la que tuvieron esos antecesores en los vecinos países de la región. Una decisión judicial basta para que se abra el camino de las indagaciones y otros fiscales y jueces comiencen actuar hasta encontrar la verdad.

 

Es que la verdad es el único “antídoto” confirmado contra el virus de la impunidad, una enfermedad política y social que mata la memoria de los pueblos y los expone a recaer en el pasado. La verdad cura la impunidad y alivia sus peores síntomas: el individualismo, la corrupción y la hipocresía.

 

 

 

En Montevideo, Roger Rodríguez

Rel-UITA

1 de diciembre de 2008

Roger Rodríguez

 

 

 

 

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