La ceguera en millones de ojos,

y en algunas concepciones arcaicas

 

 

Salvador Allende y Ernesto Guevara fueron médicos. A partir de esa vocación, entendieron que para asistir a los más heridos por la adversidad debían pugnar por cambios sociales profundos.

 

 

 

Pocas horas después de la entrada del ejército rebelde en La Habana, Allende visitó al Che en el cuartel La Cabaña. Guevara “luchaba contra el asma en un camastro de campaña, en una gran sala cuajada de libros habilitada como dormitorio, tendido, con el torso descubierto y sólo con sus pantalones verde oliva” contó años después Allende, en el Senado de su país. “Me hizo un gesto -relató- para que lo esperara mientras él (inhalador en mano) trataba de calmar su intenso ataque de asma”.

 

En cinco oportunidades posteriores volvieron a conversar, horas y horas, sobre los problemas de América y las tareas de la construcción del socialismo. A la muerte del Che, en el discurso póstumo que pronunció Allende en el Senado recordó, con orgullo, que Guevara le había obsequiado su libro “Guerra de guerrillas” con una dedicatoria que decía: “A Salvador Allende que, por otros medios, trata de hacer lo mismo. Afectuosamente, Che”.

 

Ambos líderes, que habían optado por vías distintas, tuvieron un destino común, cercados por sicarios del imperio.

 

Por estos días, el recuerdo de estos hombres, unidos en una misma lucha, quizá resulte útil para reflexionar sobre la medicina, la defensa de la salud y el valor de cambios sociales profundos para la defensa de la vida. Cambios en la sociedad y en el alma de cada uno: en el esfuerzo individual por anticipar, en uno mismo, algo del hombre nuevo de la sociedad libre con la que se sueña.

 

Guevara, que había ingresado a las filas de la revolución en su condición de médico, al inaugurarse en 1960 un curso en el Ministerio de Salud Pública, explicó su concepción sobre el papel de la medicina y cómo había evolucionado en su espíritu esa vocación.

 

 “Cuando empecé a estudiar -explicó- la mayoría de los conceptos que hoy tengo como revolucionario estaban ausentes en el almacén de mis ideales”. El joven Guevara pensaba, obviamente, en sus primeros años, en el ejercicio y los horizontes de la profesión: “Quería triunfar, como quiere  triunfar todo el mundo”; “ser un investigador famoso”, “conseguir algo en beneficio de la humanidad”, admitió. Como hijo del medio (todos lo somos) pensaba esos días en el éxito personal.

El recuerdo de estos hombres, unidos en una misma lucha, quizá resulte útil para reflexionar sobre la medicina, la defensa de la salud y el valor de cambios sociales profundos para la defensa de la vida.

 

Antes y después de terminar su carrera, como se sabe, cursó viajando (por carreteras, campos, montañas  o caminos de herradura) la universidad de nuestra América profunda. Entró así “en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por falta de medios, con el embrutecimiento que provocan el hambre y el castigo continuo hasta hacer que para un padre perder a un hijo sea un accidente sin importancia, como sucede muchas veces en las clases golpeadas de nuestra Patria americana”, escribió.

 

Ante estas realidades sintió que había algo más importante que el sueño de investigador famoso: ayudar a esa gente. “Pero yo seguía siendo como siempre lo seguimos siendo todos, -explicó- hijo del medio, y consideraba posible ayudar a aquella gente con mi esfuerzo personal”.

 

Por 1954, estando en Guatemala donde presenció las luchas lideradas por Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, que apuntaban al sueño de que Guatemala fuera de los guatemaltecos, porque hasta el agua de los arroyos estaba en manos de la codicia extranjera, se planteó qué necesitaba para ser un médico revolucionario, como siempre se había propuesto. Y concluyó: “De nada sirve el esfuerzo aislado, el esfuerzo individual, la pureza de ideales, el afán de sacrificar toda una vida, una vida al más noble de los ideales, si ese esfuerzo se hace solo, solitario en algún rincón de América, luchando contra los gobiernos adversos y condiciones sociales que no permiten avanzar”.

 

Doña Celia, la madre del Che, nos contó en una entrevista para el semanario El Sol, que en Guatemala, “sin duda Ernesto se juró algo a sí mismo” cuando presenció la acción del imperialismo: “Metían 50 hombres en un pozo, tiraban ocho granadas, luego una tapadera, y nada más”.

 

Hoy se conoce hasta por escritos y memorias de Alan Dulles, de su hermanito Foster Dulles y del propio presidente Eisenhower, que la invasión estadounidense de 1954 fue preparada en apoyo a la United Fruit y contra el entonces presidente Jacobo Arbenz, cuyo proyecto nacionalista fue destruido por el poder imperial.

 

A partir de esa experiencia Guevara llegó a las conclusiones que, en la definición de la salud, han llegado las organizaciones más avanzadas del mundo: la estrecha relación entre la salud y el medio social. Che explicó cómo la tarea de educar, la tarea de dar tierra al que la trabaja, las leyes sociales en beneficio de los más necesitados, la tarea que se iniciaba en Cuba, era una gran obra de medicina social. “Paralelamente es necesario -señaló- organizar la salud pública de tal manera que sirva para dar asistencia al mayor número posible de personas, para prevenir todo lo previsible en cuanto a enfermedades y para orientar al pueblo”.

 

La concepción de la acción individual, presente en los comienzos de la vocación por la medicina, ya había pasado a una etapa superior. Sin negar la persona, del individualismo había evolucionado hacia la conciencia de la acción en beneficio de la colectividad. “Llegamos a la conclusión -explicó entonces- de que casi todo lo que pensábamos en épocas pasadas debía archivarse para tender a la creación de un nuevo tipo humano. Y si cada uno es el arquitecto propio de ese nuevo tipo humano, mucho más fácil será para todos crearlo...”.

 

El propio Che pudo observar cómo esa experiencia se iba generalizando. “Hace un tiempo -explicó- un grupo de médicos recién recibidos (ndr: corría 1960) no querían ir al campo y, para hacerlo, exigían ciertas retribuciones superiores. Desde el punto de vista del pasado -expresó el Che- es lógico que así ocurriera. Pero el cambio revolucionario hará que se comprenda que mucho más importante que una buena retribución es el orgullo de actuar solidariamente sirviendo al prójimo. Mucho más definitivo, mucho más perenne que todo el oro que se pueda acumular es la gratitud del pueblo. Y cada médico en el círculo de su acción puede y debe acumular ese preciado tesoro”.

 

Estos son, apenas, algunos conceptos que Guevara predicaba extender entre los médicos de la nueva Cuba. Hoy sabemos que miles de médicos cubanos están dispuestos a ofrecer asistencia solidaria allí donde se la solicite. “El ejemplo de ustedes perdurará en el corazón del pueblo paquistaní”, expresó el presidente de Pakistán al despedir a médicos cubanos que atendieron a más de 1,7 millones de pacientes víctimas del terremoto de 2005. Más de 130 de esos profesionales (médicos y personal hospitalario) partieron hace poco hacia Java, para asistir a las víctimas de un terremoto que ocasionó cerca de 6 mil muertos y decenas de miles de heridos.

 

A la hermana República de Haití, donde Cuba y demás vecinos del Caribe que conocen la realidad de lo ocurrido allí no enviaron tropas, el propio Presidente electo, René Preval, ha destacado que “los doctores de Cuba trabajan en sitios donde los haitianos no se atreven a llegar”.

 

Un testimonio más, entre muchos: es admirable, ha dicho el presidente de Bolivia, Evo Morales, que Cuba, a pesar de estar bloqueada por Estados Unidos desde  hace más de 40 años, brinde su  apoyo solidario a Bolivia y a otros países. Y destacó la diferencia entre la labor de los médicos cubanos, que han atendido más de medio millón de pacientes y operado a más de 12 mil, y la de militares estadounidenses que años anteriores eran recibidos en Bolivia para tareas de represión.

 

Una información de la Organización Mundial de la Salud (OMS) destaca que hay, actualmente, unos 50 millones de personas ciegas en el mundo. De ellas, un millón y medio son niños. Y la cifra de personas que padecen ceguera prevenible alcanza, en su mayoría, a personas impedidas de atenderse por falta de recursos. Hay médicos en nuestros países que sufren la imposibilidad de asistir a sectores carenciados. Muchos de ellos sienten, como suprema injusticia, que la medicina sea, en los hechos, una mercancía. Son los que se sienten solidarios, sin duda, con sus colegas cubanos dispuestos a concurrir, con sacrificio, allí donde se les necesite.

 

 

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

14 de diciembre  de 2007

 

 

 

Ilustración: "On his Blindness": Borges, Milton y la ceguera,

                  tomada de www.ucm.es

 

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