Las perversidades se complementan. En los
EEUU se pretende introducir una ley que criminaliza a los inmigrantes
sin papeles. Es paradójico que el país de la inmigración por excelencia,
pretenda ahora penalizar la inmigración, que fue y es el motor de su
desarrollo. Sin ella no se habría industrializado. Sin la masiva
inmigración habría sido impensable la colonización de su basto
territorio, mientras se exterminaba a su población aborigen. Y sin los
actuales inmigrantes su economía no crecería tan rápido y su sociedad no
sería ese conglomerado cultural tan multifacético.
La contribución de la inmigración es
diversa, incluso sirve para completar la tropa invasora en Irak… Sólo
algunos simplones apoyan la respuesta de Washington porque los
inmigrantes indocumentados constituirían un lastre para los servicios
sociales. Desconocen o les cuesta reconocer que justamente esos
inmigrantes, portadores de una mano de obra barata y sin derechos,
representan una especie de regalo de capital humano que permite
resucitar varias actividades productivas en las ciudades y en el campo,
que facilita la ampliación de muchos servicios con trabajos considerados
como sucios y denigrantes, que posibilita la atención de ancianos y
personas marginadas de los debilitados servicios sociales, que paga
impuestos y pensiones que nunca las reclamarán, que justamente esos
seres humanos representan una inyección de culturas y creencias que
enriquecen a la sociedad estadounidense.
Para comprender el alcance de la migración
es preciso establecer un vínculo entre los flujos inmigratorios y las
demandas de revalorización del capital, nexo que constituye el núcleo
central y la matriz de las relaciones sociales. Aunque los flujos
humanos no son una novedad del capitalismo, sí se fortalecieron con él.
Así las actuales migraciones, con características propias de la nueva
época, son similares en esencia a las anteriores migraciones: siguen
siendo una opción para que los seres humanos mejoren sus condiciones de
vida.
John Kenneth Galbraith, influyente
economista fallecido hace un par de días, fue preciso en su apreciación:
"la emigración es la acción más antigua contra la pobreza. Es buena para
el país al que van; ayuda a romper el equilibrio de la pobreza en el
país de donde vienen. ¿Cuál es la perversidad que hay en el alma humana
que provoca que la gente se resista a un bien tan obvio?"
La emigración puede no ser capaz de
erradicar todas las pobrezas, incluso puede exacerbarlas en algunos
casos, pero limitar o restringir la emigración no es ni productivo ni
democrático. Menos aún cuando se aplican políticas económicas que
-inspiradas en el libre comercio- generan más pobrezas en los
países de origen de dicha emigración. Esa es la perversa paradoja del
TLC ecuatoriano con los EEUU, pues busca establecer condiciones de
libertad en el mercado de capitales y también, aunque en menor medida,
en algunos mercados de bienes y servicios, mientras Washington aumenta
brutalmente sus barreras inmigratorias.