Brasil,
pongamos por caso: paradójicamente, el
Aleijadinho, el hombre más feo de
Brasil, creó las más altas
hermosuras del arte de la época
colonial; paradójicamente, Garrincha,
arruinado desde la infancia por la
miseria y la poliomielitis, nacido para
la desdicha, fue el jugador que más
alegría ofreció en toda la historia del
fútbol; y paradójicamente, ya ha
cumplido cien años de edad Oscar
Niemeyer, que es el más nuevo de los
arquitectos y el más joven de los
brasileños.
O, pongamos por caso, Bolivia: en 1978 cinco
mujeres voltearon una dictadura militar.
Paradójicamente, toda Bolivia se
burló de ellas cuando iniciaron su
huelga de hambre. Paradójicamente, toda
Bolivia terminó ayunando con
ellas, hasta que la dictadura cayó.
Yo había conocido a una de esas cinco porfiadas,
Domitila Barrios, en el pueblo
minero de Llallagua. En una asamblea de
obreros de las minas, todos hombres,
ella se había alzado y había hecho
callar a todos.
-Quiero decirles estito -había dicho-. Nuestro enemigo
principal no es el imperialismo, ni la
burguesía, ni la burocracia. Nuestro
enemigo principal es el miedo, y lo
llevamos adentro. Y años después
reencontré a Domitila en
Estocolmo. La habían echado de
Bolivia, y ella había marchado al
exilio, con sus siete hijos. Domitila
estaba muy agradecida de la solidaridad
de los suecos, y les admiraba la
libertad, pero ellos le daban pena, tan
solitos que estaban, bebiendo solos,
comiendo solos, hablando solos. Y les
daba consejos:-No sean bobos -les
decía-. Júntense. Nosotros, allá en
Bolivia, nos juntamos. Aunque sea
para pelearnos, nos juntamos.
Y cuánta razón tenía. Porque, digo yo: ¿existen los
dientes, si no se juntan en la boca?
¿Existen los dedos, si no se juntan en
la mano?
Juntarnos: y no sólo para defender el precio de
nuestros productos, sino también, y
sobre todo, para defender el valor de
nuestros derechos. Bien juntos están,
aunque de vez en cuando simulen riñas y
disputas, los pocos países ricos que
ejercen la arrogancia sobre todos los
demás. Su riqueza come pobreza, y su
arrogancia come miedo. Hace bien
poquito, pongamos por caso, Europa
aprobó la ley que convierte a los
inmigrantes en criminales. Paradoja de
paradojas: Europa, que durante
siglos ha invadido el mundo, cierra la
puerta en las narices de los invadidos
cuando le retribuyen la visita. Y esa
ley se ha promulgado con una asombrosa
impunidad, que resultaría inexplicable
si no estuviéramos acostumbrados a ser
comidos y a vivir con miedo.
Miedo de vivir, miedo de decir, miedo de ser. Esta
región nuestra forma parte de una
América Latina organizada para el
divorcio de sus partes, para el odio
mutuo y la mutua ignorancia. Pero sólo
siendo juntos seremos capaces de
descubrir lo que podemos ser, contra una
tradición que nos ha amaestrado para el
miedo y la resignación y la soledad y
que cada día nos enseña a desquerernos,
a escupir al espejo, a copiar en lugar
de crear.
Todo a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, un
venezolano llamado Simón
Rodríguez anduvo por los caminos de
nuestra América, a lomo de mula,
desafiando a los nuevos dueños del
poder:
-Ustedes -clamaba don Simón-, ustedes que tanto
imitan a los europeos, ¿por qué no les
imitan lo más importante, que es la
originalidad? Paradójicamente, era
escuchado por nadie este hombre que
tanto merecía ser escuchado.
Paradójicamente, lo llamaban “loco”,
porque cometía la cordura de creer que
debemos pensar con nuestra propia
cabeza, porque cometía la cordura de
proponer una educación para todos y una
América de todos, y decía que “al
que no sabe, cualquiera lo engaña y al
que no tiene, cualquiera lo compra”, y
porque cometía la cordura de dudar de la
independencia de nuestros países recién
nacidos:
-No somos dueños de nosotros mismos -decía-. Somos
independientes, pero no somos libres.
Quince años después de la muerte del
“loco” Rodríguez, Paraguay
fue exterminado. El único país
hispanoamericano de veras libre fue
paradójicamente asesinado en nombre de
la libertad. Paraguay no estaba
preso en la jaula de la deuda externa,
porque no debía un centavo a nadie, y no
practicaba la mentirosa libertad de
comercio, que nos imponía y nos impone
una economía de importación y una
cultura de impostación.
Paradójicamente, al cabo de cinco años de guerra
feroz, entre tanta muerte sobrevivió el
origen. Según la más antigua de sus
tradiciones, los paraguayos habían
nacido de la lengua que los nombró, y
entre las ruinas humeantes sobrevivió
esa lengua sagrada, la lengua primera,
la lengua guaraní. Y en guaraní hablan
todavía los paraguayos a la hora de la
verdad, que es la hora del amor y del
humor.
En guaraní, ñe’é significa “palabra” y también
significa “alma”. Quien miente la
palabra, traiciona el alma. Si te doy mi
palabra, me doy.
Un siglo después de la guerra de Paraguay, un
presidente de Chile dio su
palabra, y se dio. Los aviones escupían
bombas sobre el palacio de gobierno,
también ametrallado por las tropas de
tierra. Él había dicho:
-Yo de aquí no salgo vivo. En la historia
latinoamericana es una frase frecuente.
La han pronunciado unos cuantos
presidentes que después han salido
vivos, para seguir pronunciándola. Pero
esa bala no mintió. La bala de
Salvador Allende no mintió.
Paradójicamente, una de las principales
avenidas de Santiago de Chile se llama,
todavía, 11 de Septiembre. Y no se llama
así por las víctimas de las Torres
Gemelas de Nueva York. No. Se llama así
en homenaje a los verdugos de la
democracia en Chile. Con todo
respeto por ese país que amo, me atrevo
a preguntar, por puro sentido común: ¿No
sería hora de cambiarle el nombre? ¿No
sería hora de llamarla avenida
Salvador Allende, en homenaje a la
dignidad de la democracia y a la
dignidad de la palabra?
Y saltando la cordillera, me pregunto: ¿por qué será
que el Che Guevara, el argentino
más famoso de todos los tiempos, el más
universal de los latinoamericanos, tiene
la costumbre de seguir naciendo?
Paradójicamente, cuanto más lo
manipulan, cuanto más lo traicionan, más
nace. Él es el más nacedor de todos.
Y me pregunto: ¿No será porque él decía lo que
pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será
que por eso sigue siendo tan
extraordinario, en este mundo donde las
palabras y los hechos muy rara vez se
encuentran, y cuando se encuentran no se
saludan, porque no se reconocen?
Los mapas del alma no tienen fronteras, y yo soy
patriota de varias patrias. Pero quiero
culminar este viajecito por las tierras
de la región evocando a un hombre
nacido, como yo, por aquí cerquita.
Paradójicamente, él murió hace un siglo y medio pero
sigue siendo mi compatriota más
peligroso. Tan peligroso es que la
dictadura militar de Uruguay no
pudo encontrar ni una sola frase suya
que no fuera subversiva, y tuvo que
decorar con fechas y nombres de batallas
el mausoleo que erigió para ofender su
memoria.
A él, que se negó a aceptar que nuestra patria grande
se rompiera en pedazos; a él, que se
negó a aceptar que la independencia de
América fuera una emboscada
contra sus hijos más pobres, a él, que
fue el verdadero primer ciudadano
ilustre de la región, dedico esta
distinción, que recibo en su nombre.
Y termino con palabras que le escribí hace algún
tiempo: “1820, Paso del Boquerón. Sin
volver la cabeza, usted se hunde en el
exilio. Lo veo, lo estoy viendo: se
desliza el Paraná con perezas de lagarto
y allá se aleja flameando su poncho
rotoso, al trote del caballo, y se
pierde en la fronda. Usted no dice adiós
a su tierra. Ella no se lo creería. O
quizás usted no sabe, todavía, que se va
para siempre. Se agrisa el paisaje.
Usted se va, vencido, y su tierra se
queda sin aliento.
¿Le devolverán la respiración los hijos que le nazcan,
los amantes que le lleguen? Quienes de
esa tierra broten, quienes en ella
entren, ¿se harán dignos de tristeza tan
honda? Su tierra. Nuestra tierra del
sur. Usted le será muy necesario, don
José. Cada vez que los codiciosos la
lastimen y la humillen, cada vez que los
tontos la crean muda o estéril, usted le
hará falta. Porque usted, don José
Artigas, general de los sencillos,
es la mejor palabra que ella ha dicho”.
Eduardo Galeano
Tomado de Brecha
7 de julio de 2008