Nicaragua
XXV
aniversario de la revolución sandinista
La
revolución que no fue (II) |
Al principio, el gobierno sandinista pretendió
organizar unidades de producción estatal con la tierra
reformada, donde los campesinos serían huéspedes
productores, aunque durante la lucha armada se había
prometido entregarla en propiedad; aquello trajo agudas
inconformidades, tales que muchos se sumaron en el campo a
las fuerzas de la contra. La rectificación vino tarde,
cuando la guerra había recrudecido, y vino mal, porque los
títulos de propiedad no permitían ni heredar ni vender la
tierra.
Sólo tras la derrota electoral, antes de la
transferencia de poder al gobierno de Violeta Chamorro,
estos títulos vinieron a ser otorgados de manera completa,
pero caótica, dando pie a un enredo descomunal en cuanto a
los derechos de propiedad, entre antiguos y nuevos
propietarios, que aún no termina de resolverse. Pero los
campesinos, abandonados a su propia suerte, sin créditos ni
recursos productivos, fueron vendiendo sus tierras a precios
de remate a los antiguos propietarios, o a nuevos
propietarios, voraces también, muchos de ellos surgidos de
las filas del propio sandinismo.
Y la ética revolucionaria, ¿adónde fue entonces a
parar? Junto con el caos en la distribución de tierras a los
beneficiarios de la reforma agraria, se dio durante el
período de transición un masivo reparto de bienes del
estado, que favoreció a dirigentes y partidarios del Frente
Sandinista en todos los niveles, la rapiña que llegó a ser
conocida como "la piñata" y que venía a contradecir los
principios éticos proclamados por la revolución. En todas
partes de América Latina existen los corruptos, pero sólo en
Nicaragua había habido una revolución.
Y peor que esa primera piñata fue la segunda, cuando
el Frente Sandinista consintió en que el gobierno de Violeta
Chamorro privatizara el grueso de los bienes y empresas
estatales, a cambio de un 30% de esos bienes y empresas que
pasarían a mano de los trabajadores, una operación que nunca
se dio. Los verdaderos beneficiarios fueron líderes
sindicales corruptos, que en su mayoría vendieron luego su
participación, y dirigentes del propio Frente Sandinista,
ahora parte de la elite de nuevos ricos de Nicaragua.
¿Qué ha quedado entonces de toda aquella empresa
histórica? Lejos de los ideales de origen, y sin ninguna de
las ilusiones de transformación de la realidad del país
cumplidas, pareciera no haber ninguna herencia de aquellos
años dramáticos que conmovieron al mundo. Pero los logros y
las consecuencias verdaderas de la revolución, sino se
advierten, es porque son hoy parte de la sustancia del país.
Haber terminado con la obscena dictadura militar de
Somoza, es el primero de los logros. Fue el Frente
Sandinista el que logró movilizar al pueblo en aquella
lucha, sobre todo a los jóvenes de todas las clases
sociales, y a su habilidad política se debió la unidad de
todas las fuerzas del país, la formación de un frente
internacional de respaldo, y las exitosas negociaciones con
el gobierno del presidente Carter para que Estados Unidos
aceptara la salida de Somoza, lo que dio paso también, en
última instancia, a la desaparición de la Guardia Nacional
creada por los mismo Estados Unidos en 1927.
Y si el primer hecho trascendente de la revolución fue
el fin de la dictadura, el último fue la admisión sin
condiciones de la derrota electoral de 1990 la misma noche
del 15 de febrero, y la entrega del poder tres meses después
al nuevo gobierno electo en las urnas. Se necesitó valentía
para sacar a Somoza, y también se necesitaba valentía para
dejar el poder conquistado con las armas aceptando sin
vacilaciones el mandato de los votos, porque el Frente
Sandinista no estaba renunciando simplemente al ejercicio
del gobierno, sino al ejercicio del poder revolucionario
concentrado bajo su égida de partido hegemónico.
Aceptar la derrota fue clave en un país en donde las
elecciones habían sido una rareza, y los fraudes y golpes de
estado la regla común, y la democracia se volvió
irreversible a partir de aquella noche. Otros dirán que hay
democracia porque la guerra de los contra forzó al Frente
Sandinista a realizar las elecciones que perdió. Pero
tenemos hoy una democracia sin apellidos, lejos de aquella
línea divisoria ideológica entre democracia burguesa y
democracia proletaria, y el Ejército Nacional y la Policía
Nacional, instituciones creadas por la revolución, responden
a esa democracia, sometidas al poder civil. No existe ningún
espionaje de la vida de los ciudadanos, ni hay detenciones
arbitrarias, ni desapariciones, ni cárceles secretas, ni
escuadrones de la muerte. Vivir libres del temor, y del
terror, es ya un avance inapreciable.
Nadie a estas alturas, cualquiera que sea su color
político, cambiaría esa democracia ni por una dictadura
militar de derecha, ni por otra de izquierda inspirada en la
majestad omnímoda de un partido. Imperfecta como es,
envilecida desgraciadamente por la corrupción tantas veces
sin castigo, y amenazada por el autoritarismo, la democracia
se ha vuelto insustituible, pero necesitará una nueva vuelta
de tuerca que la libere de sus cerrojos. Y el cerrojo es
doble.
Las figuras de Daniel Ortega, caudillo sandinista, y
la de Arnoldo Alemán, caudillo liberal, oscurecen las
perspectivas democráticas de Nicaragua porque conformen sus
pactos vedan toda participación política que no sea la de
sus propios partidos; y porque esos mismos pactos alimentan
los repartos de poder, facilitan la manipulación de los
tribunales de justicia, e impiden el desarrollo
institucional, vienen a ser también responsables de la
corrupción.
¿Herencia también de la revolución un caudillo que se
reparte con otro cuotas de poder, y estorba el desarrollo
institucional? No sólo la cultura autoritaria de origen del
sandinismo, inspirada en el marxismo ortodoxo, sino la
cultura política del país toda, desde el siglo XIX, favorece
la figura del caudillo que se alimenta, precisamente, del
atraso democrático y sigue representando a la vieja sociedad
rural que aún domina en Nicaragua pese a los amagos de
modernización. ¿No fue, entonces, la revolución un factor de
modernización? Su impulsos de transformar la sociedad lo
fueron, pero no el esquema político vertical al que en
términos ideológicos algunos de sus dirigentes militares se
aferraron hasta casi el final. Estos esquemas fueron
derrotados por la realidad, pero no fueron derrotados en sus
mentes, de allí que aquel acto trascendental de aceptación
de la derrota electoral en 1990 se haya convertido luego en
motivo de arrepentimiento, bajo aquella proclama inmediata
de Daniel Ortega de "gobernar desde abajo".
La convivencia democrática en Nicaragua ha dependido
hasta ahora del entendimiento tácito de la mayoría del
electorado de que el partido que sigue representando en la
sociedad a la vieja revolución de hace un cuarto de siglo,
el Frente Sandinista, puede participar del poder, pero no
volver a él; y su propio caudal electoral, fuerte como es,
lo deja siempre en minoría. Pesa más el recuerdo del partido
que tras expropiar primero los bienes de Somoza terminó
confiscando a otros de manera indiscriminada, no sólo a los
terratenientes, y que causó con el servicio militar tantos
temores como para enviar a miles al exilio, que el recuerdo
del partido que un día quiso afirmar la identidad nacional,
recuperar el sentido de soberanía, enseñar a leer a todos y
distribuir justamente la tierra.
Esto ha hecho que a partir de las elecciones de 1990
la voluntad electoral se haya definido siempre con sentido
negativo, es decir, votando en contra de la persona de
Daniel Ortega como candidato, y de todo lo malo que en la
memoria del pasado representa, y no a favor de ningún
programa de gobierno, por muy atractivo que sea. La memoria
del miedo, y la desconfianza, terminan imponiéndose, y todo
se vuelve un asunto de credibilidad.
Porque pese a la calidad de sus ideales, la revolución
dividió a la sociedad, no entre ricos y pobres, como alguna
vez he insistido, sino de arriba abajo, un desgarramiento
que atravesó todos los sectores sociales y llevó a una
guerra de toda una década. Un recuerdo siempre persistente
que sólo un Frente Sandinista diferente, con una dirigencia
proveniente de una nueva generación de jóvenes, con ideas
nuevas, podría borrar.
Por el momento, este Frente Sandinista de líderes
envejecidos, aunque dueño de un respetable poder de
convocatoria popular, ha dejado de encarnar ninguna idea de
revolución. La revolución que llevó a empeñar su vida en
acciones audaces a héroes anónimos como Manuel Salvador
Gómez, "El Chirizo".
Sergio Ramírez
Convenio La Insignia / Rel-UITA
21
de julio de 2004
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