Perú

V Encuentro Nacional de la Mujer Cafetalera
La esencia femenina del café

 

  

Días atrás, un grupo de mujeres cafetaleras llegó a Lima para compartir las experiencias e iniciativas que les han permitido superar muchas carencias. Su temple se ha reforzado con el cultivo, los negocios y su manera de organizarse. El mundo las está conociendo

 

Hay un feminismo del café. En los valles donde se cultiva la planta es posible ver las dimensiones de este movimiento: mujeres que controlan las chacras, las cosechas, las ganancias, los negocios, que viajan para enterarse se lo que pasa en el mercado mundial de los cafetaleros y regresan a sus pueblos para contar lo que vieron en asambleas también salpicadas de mujeres. La propia esencia del café replica en ellas porque algunas tienen el gesto grave, como si vinieran de amargores pasados; otras lucen una tranquilidad fragante, que es el alivio de quien se ha hecho desde el polvo. Días atrás, varias de ellas tuvieron un cónclave en Lima.

El Quinto Encuentro de Mujeres Cafetaleras fue un concentrado de historias intensas, como una taza recién servida.

 

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24-11-2006

 

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V Encuentro Nacional
de la Mujer Cafetalera


Por
Mariela Jara

 

El ímpetu femenino vino desde San Nicolás, un pueblo de la provincia Rodríguez de Mendoza, en Amazonas, donde María Gregoria Tafur educa sola a dos hijos con el beneficio del café. Sus padres ya eran cafetaleros organizados cuando ella empezó a jugar de niña cerca de las chacras, de modo que nadie puede desmentir esa memoria suya que atribuye al grano la redención de su pueblo: "Antes vivíamos en casas de palos y maderas. Ahora hay viviendas de adobe, que son más seguras. Y desde hace cuatro años algunos se han hecho las suyas de material noble".

 

Cuando a mediados de los noventa se formó la asociación de productores de la zona, María Gregoria ya estaba empapada de café. La inquietud por participar de la organización le salió natural, por legado familiar y sentido de tierra, pero enfrentó, como muchas, las taras de una legislación que daba todos los derechos a los varones y la restringía --a solo por parentesco con el socio-- a las mujeres. "Todavía estamos luchando por cambiar ese tipo de normas", dice. Ahora ella es miembro del comité de Educación y su reto es mostrar la eficiencia femenina en el territorio del café.

 

El peso de estar asociados permitió a los productores negociar mejores precios con los compradores, evitar el regateo excesivo, pero también ha dado espacio a un tejido social en que las mujeres saben hacerse imprescindibles. "Organizamos talleres de capacitación a los socios y a toda la comunidad en salud, alimentación, participación ciudadana e incluso en autoestima", refiere María Gregoria. Trabajan en paralelo a sus propios negocios, que no descuidan, y con los ojos y emociones puestas en el cuidado de sus familias.

 

María Gregoria, por ejemplo, se da tiempo para manejar su cosecha de veinte quintales y cumplir con el comité. Parte de su responsabilidad ha sido el viaje a Lima para compartir experiencias con otras mujeres dirigentes y productoras, que luego deberá contar a los 601 miembros de su asociación. Ha anotado todo, con escrúpulo de estudiante. La incertidumbre es la misma: problemas de salud, educación precaria, episodios de violencia familiar que agregan dolor y angustia a unas vidas ya bastante cargadas.

 

El ramal de soluciones, pese a todo, es auspicioso. Aquí ha podido escuchar de otras mujeres cafetaleras que el secreto del progreso está en diversificar: Janet Vilca, una hija de cafetaleros de Puno, con título de ingeniero industrial, le explicó que si la tierra da una cosecha de café, luego puede dar frutas como la naranja, que servirá para hacer néctares mientras viene la siguiente cosecha; Lucila Quintana, de Amazonas, le comentó de sus negocios paralelos, como la crianza de chancho, montados con las ganancias del café. "Me llevo buenas ideas de otras zonas del país, que nos van a servir mucho", comenta María Gregoria.

 

Café Pasado

 

Lucila Quintana es una muestra del efecto edificante del café. Alguna vez, recién casada, tuvo que decidir con su esposo qué tipo de cultivo trabajarían en las seis hectáreas cedidas por los padres del hombre. Optaron por el café. Hasta esa época, la única experiencia que ella tenía en el tema era que su padre había tenido un negocio de acopio de café en Cajamarca. "Fue una apuesta para ver si agarraba. Ahora esas chacras botan 120 quintales de café", explica.

 

Sus tierras están a 1.600 metros sobre el nivel del mar. Tuvo que aprender a trabajarlas en la reciedumbre de la vegetación amazónica. "Uno tiene que conocer desde lo mínimo para saber cómo funcionan las cosas", precisa con el gesto ese de quien ha salido adelante desde el polvo. Se metió a sembrar, a conocer sus plantas y a cosechar con manos inexpertas. Ha superado todo, incluso una incursión de Sendero Luminoso, que se llevó el rancho de todos los peones y varias bolsas de grano. Ni en ese momento, asegura, perdió el temple para seguir.

 

Lucila, cuyo temperamento recio se trasluce en unos gestos de café cargado y sin agua, es casi una embajadora de la Central Cafetalera del Nor Oriente (Cecanor). Su voz suele representar a 2.041 productores, entre los cuales hay 721 mujeres. Su defensa de los intereses cafetaleros la ha llevado a varios países para encuentros internacionales. Uno de los más importantes fue el de hace dos años, cuando participó en el trigésimo sexto Congreso Mundial de Agricultores (2004).

 

Aquella vez, pudo cumplir un viejo deseo que la inquietó durante años: quería conocer la tumba de John F. Kennedy. Entonces se dio un tiempo para visitar el cementerio de Arlington, vio la lápida del ex presidente estadounidense, presenció el cambio de guardia que hacen los custodios cada hora para deleite de visitantes. "Nunca pensé que por dedicarme al negocio del café podría haber hecho ese viaje", recuerda. La importancia de ese viaje, sin embargo, es que realizó contactos que a la larga han dado origen a un concepto fundamental: el café femenino.

 

Aroma De Café

 

Los cafetaleros de Amazonas han llamado así, Café Femenino, a un producto que se mueve por manos de mujeres, desde la chacra al paquete. El mercado principal está en Estados Unidos, donde una compradora consciente de sus problemas se ofreció a impulsar el producto peruano. Ocurrió después de un primer intento, en que los productores nacionales intentaron abrirse paso con la frase "Café con aroma de mujer". Pero desde EE.UU. les advirtieron de inmediato que eso traería problemas con los creadores de una famosa telenovela colombiana. Una acusación de plagio podía sepultar el futuro del producto. En cambio, sugirieron mantener el concepto bajo un nuevo nombre.

 

Entonces, tras una lluvia de ideas, quedó como Café Femenino. Y se le agregó un lema que sirviera de gancho moral, más allá del buen gusto de la bebida. "Mujeres apoyando a mujeres a resistir la pobreza". Es una cadena solidaria. "Lo vendemos a esta compradora en Estados Unidos y ella lo distribuye a empresas u organizaciones de mujeres", comenta Lucila.

 

La experiencia ha sido tan exitosa que se ha repetido en República Dominicana y pronto llegará al África, según tiene entendido. En Centroamérica sí pudo comprobarlo personalmente, a propósito de otro viaje por temas cafetaleros. La vocera del café amazónico ha caminado también por las calles de Argentina, Uruguay, Corea del Sur y hace unos días partió a Quito. "Esto me ha cambiado la vida totalmente. Estoy aprendiendo mucho. El conocimiento es la herramienta básica para acceder a derechos y obligaciones, para estar al día con el mundo".

 

No es palabreo, Lucila estudia actualmente la carrera de Derecho en una universidad de Lambayeque. Está en el séptimo ciclo. "Esto me va a servir para defender a las mujeres cafetaleras. Es necesario", dice. Se da tiempo para llevar sus cursos cuando no tiene que atender la cosecha o los negocios paralelos con la venta de animales. Cuando viaja fuera de su pueblo, como en esta ocasión, mantiene vigilados a sus ayudantes por celular.

 

Que el café --en combinación con la sensibilidad femenina-- tenga ese poder transformador es casi un tópico entre estas mujeres. De hecho, muchas prefieren contratar a buen número de señoras para el trabajo de recoger el grano. "Uno les pide que lo hagan con mucho cuidado y ellas cumplen, a diferencia del hombre que puede ser muy tosco o hacerlo de mala gana", comenta Lucila. Es la misma idea que maneja Nelly Peralta, de la Central de Cooperativas del Valle de Sandia (Cecovasa), en Puno.

 

Los gestos tímidos de esta mujer esconden un carácter aguerrido para dominar su territorio. Nelly tiene tres hectáreas que producen 60 quintales. Empezó a cultivarlas desde que se casó, pues la familia de su esposo sí estaba metida en el negocio del café. "A pesar de que no sabía nada, empecé a recoger y me gustó. Además, era un ingreso asegurado para la familia", recuerda.

Ella es presidenta del Comité de Desarrollo de la Mujer en su organización, en la que existen 766 socias entre más de cinco mil socios. Quiere decir que está acostumbrada a hacer notar su trabajo en medio de la competencia de géneros. Y si algo le queda claro, como a sus compañeras, es que las mujeres son más eficaces en el trabajo con el café. No se trata de un sexismo a la inversa, sino de una convicción de sentido común, adquirida en el campo.

 

También tiene un matiz de supervivencia, y este encuentro ha servido para comprobarlo, porque alguna de ellas se animó a contar que hace años enfrentó la incomprensión del esposo frente a sus actividades y más de una se sintió identificada. Y otra comentó cómo tenía que darse abasto para no perjudicar a su organización ni descuidar a los hijos, y ocurrió lo mismo. El feminismo del café está más allá del sabor, el olor y los eslóganes. Es una cuestión de instinto, se diría.

 

David Hidalgo Vega

elcomercioperu.com

11 de diciembre de 2006

 

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