Priorizar la igualdad
entre mujeres y hombres en la cooperación al desarrollo es
una forma de lograr la eficacia y eficiencia de la ayuda
pero, sobre todo, es un principio de justicia social.
Esto no se logrará únicamente
con declaraciones políticas, acuerdos y compromisos
internacionales, también es necesario cambiar hábitos y
actitudes en nuestro entorno, generar una conciencia
política de género que implique cambios en la forma de ver
la realidad, voluntad política institucional que implique
asignación de recursos humanos y financieros y, por encima
de todo, consultar y escuchar a las propias mujeres.
Las mujeres ganan
espacio
Han transcurrido tres décadas
desde las primeras voces en contra de la exclusión de las
mujeres en los procesos de desarrollo y hoy podemos decir
que, tanto las mujeres del Norte como las del Sur, han
ganado un espacio como protagonistas. Ha habido avances,
pero también retrocesos, en un contexto mundial marcado por
el proceso de globalización, las políticas neoliberales y
por conflictos que generan mayores desigualdades.
Paralelamente nos encontramos
con los compromisos firmados en la Cumbre del Milenio
convocada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en
el año 2000. En esta Cumbre se marcaron los objetivos del
desarrollo para las primeras décadas del siglo XXI,
adoptados por países receptores y donantes que son la
referencia de lo que se considera posible y deseable para el
mundo en desarrollo. Entre los objetivos figura el
compromiso de superar las desigualdades entre mujeres y
hombres que constituye una responsabilidad internacional ya
desde la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing de
1995.
Tampoco es nada nuevo que desde
hace algunos años la integración de las mujeres en el
desarrollo ocupa un lugar primordial entre las
preocupaciones de las organizaciones no gubernamentales. Sin
embargo, resulta un poco ambiguo porque, de hecho, las
mujeres siempre han estado integradas en el desarrollo de
sus países, pero su contribución ha sido sistemáticamente
ignorada lo que repercute en la práctica de políticas,
acciones, proyectos y programas de cooperación.
Una historia que sigue
siendo realidad
En los años 70 se constata que
las mujeres no se benefician de igual forma que los hombres
de los programas de ayuda puestos en marcha después de la
Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, el proceso de
modernización y mecanización colocaba a las mujeres en una
posición de marginalidad siendo las primeras en perder su
empleo.
Corriente Tradicional. Los
proyectos de cooperación, incluso los formulados por las
ONGD, más que combatir esa tendencia la reforzaban. Se
consideraba a las mujeres sujetos pasivos del desarrollo,
reconociéndoles únicamente su papel reproductor, como madres
y cuidadoras a las que había que asistir como grupo
vulnerable. Su objetivo era la capacitación de las mujeres
para un desempeño más eficaz de las tareas domésticas. En
general, se promovían todo tipo de proyectos relacionados
con salud materno-infantil, ayuda alimentaria, costura o
artesanía, sin incorporar a las mujeres en nuevo sectores
laborales.
Corriente Mujer en Desarrollo
(MED). Hacia mediados de la década de los 70, surge una
nueva moda de la mano de expertos en desarrollo: "proyectos
de generación de ingresos" dirigidos a las mujeres. En todos
los lugares del mundo las mujeres han intentado buscar la
forma de ganar dinero para sobrevivir pero lo curioso o
nuevo era el interés internacional por este tipo de
actividades y el hecho de que fueran reconocidas como un
fenómeno económico. A menudo se consideró que era la
solución ideal sin tener en cuenta las leyes y las
restricciones culturales y económicas a las que las mujeres
están sometidas.
Si procedemos a un análisis
general de los proyectos de generación de ingresos, vemos
que la mayoría son de corta duración, rara vez se extienden
a otros productos, requieren trabajo intensivo, son
económicamente viables para un número restringido de mujeres
y generalmente éstas conciernen al sector informal.
Estos proyectos de generación de
ingresos sin otros componentes como capacitación en gestión,
contabilidad, etc., pueden reforzar las desigualdades de
género y quitarles a las mujeres el control sobre el
beneficio de los mismos
A principios de la década de los
80 se hizo evidente el papel crucial de las mujeres
considerándolas contrapartes e interlocutoras
imprescindibles para cualquier proyecto. Fueron consideradas
como sujetos activos o agentes de desarrollo. Este
reconocimiento coincide con la crisis económica mundial,
deuda externa y programas de ajuste estructural del FMI, así
como con el auge de una filosofía de libre mercado en las
agencias de donantes. Se considera que es mano de obra
desperdiciada con un potencial productivo a explotar. Al
mismo tiempo, se afirma que con su incorporación al mercado
laboral y a la obtención de ingresos se logrará superar la
desigualdad de género.
Esta estrategia considera a las
mujeres piezas clave para llegar al desarrollo y esto se
plasma en proyectos y programas de microcréditos,
microempresa, mano de obra en las manufacturas para la
exportación y agricultoras que podrían solventar la crisis
alimentaria en el África Subsahariana, trabajo comunal
gratuito, comedores populares, etc.
En general, estos proyectos han
promocionado acciones asistencialistas, sin tomar en
consideración posibles soluciones para terminar con la
subordinación de las mujeres. Si bien hay que reconocer la
importancia de su acción social, muchas veces contribuyen a
incrementar el trabajo no remunerado de las mujeres. En la
actualidad sigue siendo muy popular este tipo de estrategia
de proyectos.
Corriente Género en el
Desarrollo. En esta misma década de los 80 surgieron las
críticas feministas a las estrategias de desarrollo y a los
fracasos de las intervenciones dirigidas a mejorar las
condiciones de las mujeres. Constataban una cierta
acomodación, un reconocimiento simbólico, carente de
presupuesto y compromiso político que generaba marginación
en sus vidas y relaciones. En definitiva, que no era
suficiente que las mujeres se integraran en el mercado
laboral o accedieran a un ingreso para conseguir su
autonomía y acceder a las mismas oportunidades que los
hombres.
El nuevo enfoque surgió a
iniciativa de las mujeres del Sur y tiene como objetivo el
reparto y mayor acceso de las mujeres al poder. En
definitiva, propone la mejora de la condición (situación
material en que viven: salarios bajos, escasa nutrición y
falta de servicios de salud, educación y capacitación) y
posición (status social, político y económico) de las
mujeres.
Esta nueva corriente considera a
las mujeres como agentes de su propio desarrollo y está
vinculado al concepto de “Desarrollo Humano Sostenible”
centrado en las personas que reconoce la desigualdad de
derechos y oportunidades entre mujeres y hombres como
obstáculos para el desarrollo. Una noción de desarrollo que
tiene que ver con el empoderamiento, la participación
política, la ciudadanía, los Derechos Humanos.
En la actualidad, todos estos
modelos o enfoques coexisten, se siguen realizando proyectos
como los anteriormente mencionados. En una misma ONG se
pueden estar desarrollando proyectos en los que se mantenga
la tradicional división de roles entre mujeres y hombres y
proyectos que estén trabajando por cambiar las relaciones de
desigualdad.
Itziar Hernández
Zubizarreta*
Agencia de Información
Solidaria
4 de junio de
2004
*
Especialista en género y desarrollo del Instituto Hegoa
Colaboradora de la Revista Sur
de la ONG Medicus Mundi