Bolivia

Trabajadoras del hogar

Poco reconocidas y discriminadas

 

"¿Quién limpiaría?, ¿quién cocinaría?, ¿quién lavaría?, ¿quién cuidaría de sus hijos…?" eran algunas de las frases escritas en la pancartas que portaban trabajadoras del hogar, en 1996, cuando exigían una ley que regulara sus actividades, ante jornadas de hasta 16 horas al día, sin derecho laboral alguno -ni siquiera a la maternidad- y con salarios bajos.

 

En 2003, el sindicato de trabajadoras del hogar logró la promulgación de una normativa que les brindaba mayor estabilidad y respeto a sus derechos laborales. Sin embargo, hasta hoy, el gremio, netamente femenino, se enfrenta a una serie de obstáculos que las mantiene discriminadas y poco reconocidas.

 

"Hecha la ley, hecha la trampa, no siempre se cumple la ley en su totalidad (…) hasta ahora la maternidad es excluyente para nuestro sector, para nosotras siempre ha sido discriminatoria la ley", declara Amelia Ticona (40 años), integrante del Sindicato Sopocachi de trabajadoras del hogar.

 

Al hablar con SEMlac, esta mujer explica que los derechos que les corresponden como a cualquier otro trabajador les son negados, porque a la empleada doméstica se la subestima y muchas veces no se la valora.

 

"Enfrentamos eso siempre, pero estamos con ganas de seguir luchando y hacer respetar nuestros derechos como mujeres. Derechos que nos corresponde como a cualquier trabajador", agrega Ticona.

 

Las trabajadoras del hogar son un sector al cual no se les permitía embarazarse y, de ser así, eran despedidas inmediatamente sin indemnización.

 

Supuestamente ahora es diferente, pero en muchos hogares son despedidas si se encuentran embarazadas.

 

Por otra parte, el fenómeno de migración femenina, desde zonas rurales hasta las urbes, para trabajar en Bolivia, es una realidad a la que se enfrentan niñas y adolescentes debido a la pobreza.

 

Virginia Saucedo (28) es una joven trabajadora del hogar que migró a la ciudad a temprana edad. Ella narra a SEMlac que el proceso de salir de su casa, dejar lejos a su familia, trabajar y vivir dentro de una vivienda y familia nueva es realmente muy complicado y hasta doloroso. 

 

"Migrar del campo a la ciudad es duro. Al principio, ni los fines de semana nos dejaban salir los jefes, ni ir a la escuela y menos estar embarazadas. Luego conseguimos vacaciones, porque una queda preocupada por la familia que está en el campo y nosotras aquí, pero aún hay jefes que entienden y otros que no", se lamenta.

 

En su libro Bricholas, la socióloga Silvia Rivera analiza que el trabajo doméstico reviste un empleo que sirve de ayuda a los progenitores, por parte de las hijas, para "aliviarles la carga del mantenimiento de una boca" que alimentar.

 

Al migrar, las niñas y jóvenes tienen una sola opción: trabajar como empleadas domésticas, y muchas no acceden ni siquiera a la escuela primaria.

 

"Nuestros papás en el campo no tienen un salario, están discriminados. Hemos venido a trabajar, a apoyar a nuestra familia", acota Virginia, quien ahora cumple el cargo de secretaria general de uno de los Sindicatos de Trabajadoras del Hogar de La Paz-Bolivia.

Sin embargo, aparte de la migración, el proceso biológico de envejecer afecta a este gremio.

 

"Este trabajo es duro, cansador, pero invisible y eso nos preocupa porque cuando ya somos mayores de 35 años nos discriminan pues piensan que ya no servimos para trabajar", agrega Amelia Ticona, secretaria de Hacienda de su sindicato.

 

A pesar de los obstáculos, como no gozar ni de jubilación, y el poco reconocimiento social a este gremio; estas mujeres se han organizado y en la actualidad, a través de los sindicatos, siguen en pie de lucha para hacer respetar sus derechos y lograr ser reconocidas.

Liliana Aguirre

SEMLac

13 de noviembre de 2008

 

 

 

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