Una de cada
siete personas en el mundo no tienen suficiente para alimentarse
cada día. Lo que supone que en la actualidad sean más de 800
millones de seres humanos los que pasen hambre: 792 millones en
los países pobres y 34 en los países del Norte. De ellos, la
Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones
Unidas (FAO) estima que 200 millones de niños sufren
malnutrición y once millones mueren anualmente por causas
relacionadas por al falta de una correcta alimentación.
Hace cinco
años se celebró una Cumbre Mundial sobre Alimentación y los
líderes de 186 países hicieron la solemne promesa de reducir a
la mitad el número de personas que padecen hambre llegado el año
2015. Sin embargo, la situación actual no hace ser optimistas.
Según la FAO, el número de personas hambrientas disminuye a
ritmo muy lento. Cada año dejan de pasar hambre seis millones de
personas cuando para cumplir el objetivo deberían ser 22
millones los que cada año contaran con alimentos suficientes
para vivir.
Con este
panorama se van a encontrar los líderes políticos cinco años
después en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación que se
celebra en Roma desde el 10 hasta el 13 de junio. El objetivo:
analizar la situación y ver en qué han quedado los compromisos
adquiridos en 1996.
Naciones
Unidas explica que para poder cumplir el objetivo de reducir a
la mitad el hambre en el 2015 serían necesarios 24.000 millones
de dólares. Si este esfuerzo no llega, tan sólo se resolvería el
hambre en 200 millones de casos, un cuarto de lo prometido.
La FAO y las
ONG no han dejado de denunciar la falta de responsabilidad de
los gobiernos en un problema tan serio y que afecta a la vida de
tantas personas. La alimentación no es sólo un imperativo moral,
debe ser considerado un derecho primordial. Incorporar el
derecho a la alimentación a las estrategias nacionales e
internacionales de seguridad alimentaria sería una garantía para
que se produjera una mayor atención al problema del hambre en el
mundo. La opinión pública internacional ya se ha acostumbrado a
las hambrunas y a las imágenes de niños malnutridos, y ha dejado
de exigir una solución rápida y eficaz para miles de seres
humanos que también tienen el derecho a comer. Erradicar el
hambre, además, facilitaría la consecución de otros derechos,
como la higiene, la salud o la educación, y mejoraría su calidad
de vida. Por ello, debería convertirse en un objetivo principal
de la política mundial.
Durante la
próxima cumbre de Roma, la FAO realizará una serie de propuestas
prácticas que ayudarían a paliar el hambre:
§
Procesos de renovación e innovación en las explotaciones
agrícolas del Sur. Más de 60 millones de familias podrían
beneficiarse en todo el mundo, mejorando sensiblemente su
situación económica y nutricional.
§
Desarrollo y conservación de los recursos naturales: sistemas de
riego, recursos genéticos para las plantas, explotaciones
sostenibles de bosques y acuíferos...
§
Mejora de la infraestructura rural y modernización de las
estructuras más básicas.
§
Desarrollo de la investigación, formación, educación y
comunicación en materia agraria.
§
Acceso de alimentos a los escolares, a través de comedores
escolares, y a mujeres embarazadas.
Sin duda,
falta sensibilidad social y voluntad política para hacer frente
a un problema que lejos de resolverse se puede agravar en los
próximos años. Hay que tener en cuenta que el cambio climático y
el aumento demográfico no ayudarán a que el hambre
desaparezca. Además, la escasez de alimentos irá pasando de las
zonas rurales a las ciudades. La ONU estima que en 2005 más de
la mitad de la población mundial vivirá en núcleos urbanos.
Olivio Argenti, especialista de la FAO, explica que hay que
tomar medidas ya mismo para mejorar los canales de distribución
y transporte para que no se saturen y los alimentos sean
accesibles para todos.
Sin embargo,
no se trata de ser alarmistas. La producción agrícola y ganadera
supera hoy las necesidades mundiales. Ya la producción de
alimentos de 1986 podría haber alimentado, bien distribuida, a
6.000 millones de personas. En los países ricos la
sobrealimentación es un problema, pues por término medio se
ingieren un 30% más de calorías que las necesarias. Esto produce
exceso de peso, aumento de enfermedades como la diabetes o
desarreglos del sistema circulatorio... Asimismo en muchos
países -por ejemplo, en la Unión Europea-, se subvenciona la
reducción de la producción de alimentos por motivos económicos.
Mientras tanto hay más de 800 millones de personas que no toman
las calorías mínimas necesarias para llevar una vida normal y
aproximadamente la mitad toma menos del 80% necesario por lo que
están condenados al raquitismo, el hambre y diversas
enfermedades.
Autora:
Ana
Muñoz
Periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias
7 de junio
de 2002
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