La malnutrición se ha convertido en una importante amenaza para
la población de muchas ciudades de los países del Sur, según
señala la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), en un informe hecho público
a principios del mes de junio.
Alrededor del 50% de la población urbana de África vive en
condiciones de pobreza; en América Latina, la pobreza afecta
alrededor del 40% de los hogares de las zonas urbanas. En
algunas ciudades como Calcuta y San Pablo de Filipinas el
porcentaje de pobres urbanos ronda el 70%.
Según la FAO, uno de los grandes problemas para alimentar a las
ciudades es que se necesita aumentar la producción de alimentos,
transportarlos y distribuirlos en las zonas de expansión urbana,
lo que genera más vehículos, mayor congestión de los mercados,
depósitos de basura más grandes, y mayores peligros de
contaminación alimentaria y del medio ambiente. Muchas ciudades
están perdiendo los terrenos adecuados para la producción
alimentaria, y cuentan con medios de transporte, mercados y
mataderos escasos y poco eficientes. Así, las condiciones
alimentarias se están deteriorando. El hambre en las zonas
urbanas crece, en la medida en que la población de las ciudades
también se incrementa. Por ende, la concentración y el aumento
de personas con pocos recursos en las ciudades hacen de la
inseguridad alimentaria una alarmante cuestión social y
política. El número de desempleados sigue creciendo y la pobreza
deja huella cada vez más profunda en mujeres, ancianos y niños.
Sin ir más lejos, 100 millones de niños viven o trabajan en las
calles de las grandes ciudades. Al carecer de un hogar propio,
estas personas viven en zonas donde el acceso a alimentos en
buen estado se hace cada vez más difícil.
En la década de los ochenta en las metrópolis de los países no
industrializados se llevaron a cabo políticas de estabilización
que desembocaron en un mayor estancamiento económico y en un
menor bienestar social. De hecho, con el objetivo explícito de
controlar y de pagar la deuda externa, se dio un severo recorte
presupuestal que redujo sustancialmente el gasto público
dedicado a desarrollo social. Para ilustrar este hecho, basta
con acudir a los datos de la ONU: durante el período 1970 a
1985, cuando el pago de la deuda externa aumentó
significativamente, el número de pobres en los países pobres se
incrementó un 22%. En el caso de América Latina el aumento fue
aún mayor: un 26%. Por otro lado, en ese mismo período, el
aumento de la pobreza en las zonas rurales fue del 11%, mientras
que en las urbanas alcanzó el 73%. Una vez más, en América
Latina las cifras eran superiores: la población pobre urbana
creció un 117%.
Durante el siglo XX, las ciudades cumplieron eficazmente varias
tareas en el sostenimiento del sistema: generaron mercados,
concentraron fuerzas de trabajo, permitieron la acumulación de
capital, por la heterogeneidad de su población se atenuaron los
conflictos sociales, y permitieron la coexistencia de una
diversidad de ideas y el intercambio de actitudes y creencias.
Pero, la urbanización también ha generado problemas. El
creciente flujo migratorio hacia las ciudades ha incrementado la
demanda no atendida de bienes y servicios básicos (la
alimentación, vivienda, salud, educación,...), a lo que se ha
sumado el alto nivel de desempleo y el impacto de las crisis
económicas. El resultado es una desigualdad que aparece cada vez
más radicalizada en los informes de Naciones Unidas. Por eso,
situaciones tan extremas como el hambre, ya no son raras en
ciudades aparentemente ricas.
Un caso paradójico es el de New York. A causa del auge económico
de EE.UU., la tasa de desempleo es una de las más bajas de su
historia. Sin embargo, la mayoría de los nuevos trabajos son
remunerados con salarios insuficientes para sostener a las
familias de los trabajadores, en su mayoría inmigrantes.
Personas que, generalmente, tienen otro empleo para poder cubrir
sus necesidades, lo que implica que lleguen a trabajar entre 60
y 80 horas semanales. Desde 1993, el número de empleos
con salario mínimo creció un 22%.
En definitiva, la malnutrición padecida, por
los habitantes de ciudades de los países pobres y por los
“homeless” de los países ricos, es algo que podría solucionarse
con las medidas propuestas por la FAO: mejoras en los sistemas
de abastecimiento, controles de seguridad alimentaria, reducción
de precios, etc. Sin embargo, estos pasos serían básicos si
antes se hiciera frente a otros problemas de solución más
complicada: la corrupción gubernamental, la condonación de la
deuda externa, las guerras y el reparto desigual de la riqueza.
Autor:
Miguel Jiménez
Periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias
25 de junio de 2001
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