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Siempre hubo piedras en el camino...

Pero siempre se superaron

Rodolfo Wettstein

El artículo de Eduardo Galeano "La era de Frankenstein" ha tenido la virtud de generar un espacio de opinión que BRECHA ha abierto generosamente al importante tema de los transgénicos, al cual se refería.

Importante desde el punto de vista de los adelantos científicos, pero importante también desde el punto de vista económico y social, por sus proyecciones en las áreas de la salud y la alimentación. Llamativo también por las coordinadas y bien financiadas reacciones y campañas en contrario que ha generado.

Es curioso que los 25 años de transgénicos en los laboratorios, que son los que han hecho posible generar la brillante etapa actual de los estudios genómicos, o los 15 años de transgénicos en el campo farmacológico, muchos de cuyos productos ya están en los mercados hace tiempo, hayan sido aceptados prácticamente sin reparos por los mismos grupos que hoy agitan muchos países.

Este espacio de opinión ha permitido recibir opiniones tan disímiles como las personas que las han generado (y los criterios por ellas empleados), con diferente formación, con bases fácticas o carentes de ellas, algunas con planteos racionales y respetuosos, otras con una evidente carga emocional y de agresividad (reemplazando argumentos) para con quienes tienen opiniones diferentes.

Cuando envié mis líneas anteriores a BRECHA (véase edición del 18-IV-01, págs. 18-19), previa consulta con el propio Eduardo Galeano, no era mi interés (y aún no lo es) polemizar ni sentirme contendor de nadie, sino dar mi opinión (diferente a la planteada por Galeano), básicamente técnica, como científico trabajando en este campo de la biología, pero también como ciudadano de un país del Tercer Mundo.

Sin embargo, el triste artículo de señor Luis E Sabini (véase BRECHA, 11-V-01) me enfrenta a la necesidad de volver a escribir, no sólo porque creo que no comprendió el sentido de mis palabras sino por su visceral y radicalísimo rechazo hacia la mayoría de los aportes que la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas han hecho a la humanidad.

No es de extrañar pues que esa actitud despectiva e irrespetuosa para quienes no comparten su opinión, sea precedida de una especie de declaración de principios, basada en una anécdota familiar-personal, en la que se precia de haber rechazado los aportes de la medicina moderna en el proceso del parto ("posición matizada", como lo autodefine el autor).

Es un doble motivo de tristeza, o de vergüenza, en un país que se enorgullece de los aportes que la "escuela de Montevideo" realizara al campo de la fisiología obstétrica y la neonatología, basados en los trabajos pioneros de los profesores Hermógenes Alvarez y Roberto Caldeyro Barcia, cuya contribución ha salvado la vida de cientos de miles de niños, y cuyo reconocimiento internacional resultó plasmado en los homenajes que decenas de especialistas del mundo entero, representando a los 300 becarios que pasaran por el clap, hicieran a Caldeyro Barcia, afortunadamente en vida del mismo.

Los planteos que yo expusiera en mi artículo no se basan en un "optimismo con impronta didáctica", sino en una reflexión personal sobre el desarrollo histórico de la ciencia en general y de la biología en especial y de las dificultades que repetidamente ha debido enfrentar y superar, a causa de la incomprensión de algunos sectores de las sociedades en cada momento histórico. Más que matices, hay tinieblas.

Quizás, la más evidente de las dificultades ha sido la incapacidad que muestran algunas personas de separar claramente lo que es la generación de conocimiento original (que es el producto de la investigación científica) de la aplicación tecnológica de esos conocimientos y del contexto político y económico donde estas aplicaciones se realizan.

Muchos de los conocimientos generados por la ciencia podrán ser potencialmente aplicados para bien o para mal, con fines altruistas o con fines salvajemente comerciales. Vivimos en un mundo predominantemente capitalista, donde reinan los mercados, naturales o impuestos.

Como científico, pero como cualquier otro miembro de la sociedad en que vivo, tengo mi propia opinión sobre la organización política y social en que estamos inmersos y tengo claras qué cosas tengo que hacer para intentar contribuir a modificar y cambiar para hacerla más solidaria y mejor. ¡Pero no será oponiéndonos al desarrollo de la ciencia que se contribuirá a ese fin!

Mis opiniones se basan en: la información científica disponible (no en citas periodísticas cruzadas); en mis 30 años de experiencia personal en los que creo haber contribuido con los estudios pioneros en el país sobre biología molecular de ácidos nucleicos; en los 15 años de actividad pionera para contribuir a la introducción de las biotecnologías al país, y finalmente, en los diez años de experiencia internacional con organismos genéticamente modificados, sin evidencias o demostración de daño para la salud humana o impactos catastróficos sobre el entorno.

Afortunadamente estas opiniones son plenamente coincidentes con las de instituciones como la Academia de Ciencias del Tercer Mundo, la fao, las academias de ciencias de países como China, México, Cuba, Reino Unido, la comisión especializada de la Asociación Médica de Estados Unidos (ama), etcétera.

Se podrá tener dudas respecto de la ecuanimidad y transparencia de la Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos (fda), pero hablando en su favor y de su eficiencia existe una larga lista de medicamentos y productos alimenticios que han sido rechazados por la misma, a pesar de las cuantiosas inversiones que representaron muchos de esos productos. Ojalá que existieran instituciones de ese nivel técnico y profesional respaldando la seguridad de los consumidores en muchos otros países, incluido el nuestro.

Pretender culpar del "genocidio de la migración rural" a los fitomejoradores y responsabilizarlos de la existencia de los "agrotóxicos" significa ignorar olímpicamente el proceso de tecnificación e industrialización de la explotación agropecuaria, que ha permitido generar los alimentos necesarios para la creciente población mundial, y suena particularmente retrógrado en un país como el nuestro, donde todavía aceptamos amplias zonas de explotación extensiva de base latifundista. Si por algo se ha destacado la primera generación de ogm, además del aumento del rendimiento, lo ha sido por la disminución del uso de plaguicidas de amplio espectro, tal como lo demuestra la experiencia argentina.

El ejemplo citado del injusto manejo de la producción de alimentos en la India por el colonialismo inglés es justamente eso: un problema de ética en el manejo de la producción y no debido al hecho de producir más. Esos problemas de injusticia y falta de equidad en la distribución siguen pasando hoy en día con muchos productos alimenticios, farmacéuticos, u otros bienes y servicios. Pero que la situación de hambre mejoró en amplias zonas del planeta es un hecho indudable. Recordemos las ondas migratorias de europeos que recibiera el Río de la Plata a fines del siglo xix y principios del xx.

Si la información no llega hoy, o llega mezclada con propaganda de desodorantes, es culpa de quienes aceptamos la presión de un mercado consumidor. Si la información que llega entra por una oreja y sale por la otra, eso es de su propia responsabilidad. ¡No se puede generalizar!

Se vuelve a agitar, con una liviandad irresponsable, la denominación de "comida Frankenstein", sin más fundamento que los temores personales y los eslóganes de quienes viven y viajan de esa tarea, sin evidencias fácticas demostradas e ignorando la experiencia ya colectada por las comunidades científicas de gran número de países.

Tener una opinión positiva del aporte de la ciencia a la humanidad ha sido tildado de "panglossismo", de "visión rosa" u "optimismo ingenuo" por el señor Sabini.

Frente a esta nueva onda de oscurantismo que agita algunos países, los que -financiados por nuestra sociedad- trabajamos en el campo de la investigación científica estamos obligados a dar nuestra opinión, y nos basamos en hechos y no en especulaciones.

Si se considera la opinión de científicos especialistas como un "didactismo fuera de lugar", deberemos primero saber si compartimos el concepto del papel docente que la prensa responsable debe tener y, luego, la capacitación y las calificaciones necesarias para opinar sobre temas especializados.

Reafirmamos la imprescindible necesidad de velar y obrar para que nuestras sociedades hagan un uso responsable, ético y solidario de los nuevos conocimientos y de sus aplicaciones tecnológicas, y por tanto resaltamos la responsabilidad individual en que así sea. Será la manera de contribuir a mejorar la calidad de vida de toda la población del planeta y contribuir a preservar su entorno. No es haciendo terrorismo ideológico anticiencia que vamos a lograrlo.

Sin volver a repetir algunas de las dificultades en la aceptación por las sociedades de algunos de los logros científicos y sus aplicaciones tecnológicas, producidas durante los últimos 150 años, pensemos ahora, en el inicio de un nuevo milenio, en una economía basada en el conocimiento y, usando la demostración por el absurdo, qué pasaría si renunciáramos al uso de los metales por el hecho de que con ellos se pueden fabricar armas; o si renunciáramos a la agricultura y a la ganadería porque con ellas alteramos el equilibrio de la naturaleza; o si renunciáramos al uso del lenguaje y los medios modernos de comunicación porque con ellos corremos el riesgo de homogeneizar la cultura del planeta.

La historia ha demostrado que si bien tropezamos periódicamente con las mismas piedras (antropomorfas), nada detiene prolongadamente la evolución positiva de la humanidad. Dentro de diez años conviviremos naturalmente con el uso de los organismos genéticamente modificados, lo cual constituirá una realidad de uso corriente, aceptada y compartida, y las dudas de hoy habrán sido una más de las piedras superadas en el camino.

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