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Eduardo Galeano y la biogenética

Qué lástima...

Lisette Gorfinkiel*

Con relación al artículo de Eduardo Galeano aparecido en la contratapa de BRECHA el 26-I-01 y titulado "La era de Frankenstein", quisiera hacerles llegar los siguientes comentarios:

• El autor comienza dicho artículo con referencias a la biogenética, el Proyecto Genoma Humano y las consecuencias que él cree tendrá el desarrollo de estas tecnologías sobre la sociedad en que vivimos. Escribe: "Cambiando el código genético de las generaciones venideras, la ciencia producirá seres inteligentes, bellos, sanos...". Comete allí un error, muy común por otro lado en los medios de prensa, que es confundir "el código" con el "mensaje" de los genes. El "código genético" es simplemente eso, un código que transforma los elementos constitutivos de los genes en determinados elementos que constituyen las proteínas, y la forma en que estos elementos están ordenados en los genes indica cómo serán las proteínas. Las proteínas son esas máquinas microscópicas de las que están hechos todos los seres vivos y que le permiten a la célula moverse, respirar, fabricar hormonas, piel, dar color a los ojos. Ese código es universal y es imposible cambiarlo. El autor se refiere, muy probablemente, a cambiar "el mensaje escrito en los genes" de las generaciones venideras. Suponiendo que nos decidamos a cambiar los genes de las generaciones venideras, decisión muy cuestionable, es una lástima que el autor ignore que los genes actúan en un ambiente determinado, y ese "ambiente" incluye todos los otros genes de la persona. Es una lástima que un escritor tan prolífico y leído crea que basta "introducir" dos, tres o más genes para que los niños ricos resulten inteligentes (habría que tener claro qué es la inteligencia y cómo la vamos a medir) sin que importe lo que lean, lo que estudien, la televisión y las películas que vean, las conversaciones que tengan con sus padres y con sus pares, las interacciones socioafectivas que mantengan con la escuela, el barrio, los amigos. Por otro lado, determinadas alteraciones de determinados genes, de nuevo en un ambiente dado (junto con otros genes, junto con mucho humo, mucho sol o mucho estrés), favorecen la aparición de determinadas enfermedades. Es difícil creer que cambiando uno o más genes de los niños ricos, ellos serán más sanos sin importar lo que coman, lo que fumen, el deporte que hagan, las horas que trabajen o la velocidad a la que vayan en moto. Los supuestos genes de la "inteligencia" o de la "buena salud" no actúan en el vacío.

• En otros casos existen enfermedades producidas por una sola alteración en determinado gen, y que aparecen y se desarrollan sea cual sea el ambiente. Eso sucede, por ejemplo, en determinadas distrofias musculares. Algunas de éstas hacen que el niño afectado comience a tener alteraciones motrices antes de los cinco años, alteraciones que progresan y tienen desenlaces fatales en la primera o segunda década de vida. Esta enfermedad se manifiesta cuando ambos padres, portadores pero sanos, trasmiten el gen alterado a su hijo. Estos padres tienen una posibilidad en cuatro de que cada hijo que engendren esté afectado por la patología. Es una lástima que Galeano no considere un avance para la humanidad que gracias a la "biogenética", los padres de ese futuro ser puedan enterarse del estado de salud del niño que va a nacer cuando éste se está gestando en el vientre materno. Y que puedan tomar las precauciones y/o decisiones que crean más convenientes de acuerdo a su educación, su cultura étnica, su estructura mental y su posición religiosa. La posibilidad de realizar ese diagnóstico en el Hospital de Clínicas ya no depende de los tecnólogos sino de políticas gubernamentales.

El autor escribe luego sobre los organismos genéticamente modificados (ogm) y argumenta a favor del legítimo derecho de los consumidores a saber si están ingiriendo ogm o no. Escribe sobre la leche obtenida a partir de vacas tratadas con "hormonas transgénicas", y parece interesante hacer una observación al respecto: los transgénicos son los organismos a los que se les ha introducido uno o más genes provenientes de otros organismos. No existen hormonas transgénicas. El autor se refiere muy probablemente a las hormonas obtenidas por las "nuevas" metodologías, en las que se utilizan "bacterias transgénicas". De esta manera se obtiene desde la década del 80 la insulina que necesitan los diabéticos, y desde la del 90 los interferones que sirven para tratar distintos tipos de cáncer y otras afecciones. Esta metodología abarató los costos de los medicamentos; de hecho debería haberlos abaratado más, pero los grandes laboratorios son empresas difíciles de controlar por los gobiernos.

• En cuanto a los ogm, la información manejada públicamente en torno al tema es muchas veces insuficiente y tendenciosa. La preocupación en torno al uso de organismos transgénicos está centrada fundamentalmente en riesgos para la salud y riesgos ambientales. Con respecto a los presuntos riesgos para la salud humana, su existencia no ha sido demostrada por ningún informe serio. Los ambientalistas citan estudios realizados con la papa en Aberdeen (Gran Bretaña) por el doctor Arpad Pusztai (del Rowett Research Institute). Este académico observó diferencias en el sistema nervioso de ratones alimentados con papas transgénicas y papas "normales". Después del revuelo que provocó la publicación, un comité de la Royal Society (la Academia de Ciencias británica) analizó sus datos y encontró graves errores metodológicos en sus experimentos. Nature, una de las revistas de investigación más prestigiosas, informó sobre esto con amplitud. No existen hasta el momento pruebas en contra de los transgénicos. Mientras escribía esta respuesta, una plantación de arroz transgénico en Francia, que era evaluada por una agencia de cooperación con el Tercer Mundo, fue destruida por Jose Bové y sus seguidores. Por otro lado, la Academia de Ciencias del Tercer Mundo, con sede en Trieste (Italia), ha opinado que los transgénicos deberían servir para reducir el impacto de los cultivos sobre el ambiente y que se han plantado 30 millones de hectáreas de ellos y no se han detectado problemas de salud relacionados con su uso.

• No es útil diabolizar una técnica sobre la que no se tienen argumentos reales en contra. En cambio, me parece útil pensar sobre si vale la pena producir cultivos transgénicos que solucionen problemas concretos en Uruguay. Existe la gente formada y el equipamiento necesario para hacerlo. Es una decisión de país: hay quienes opinan que se debe tomar la decisión de constituirse en "país natural y libre de transgénicos". Esto permitiría ostentar en el mercado internacional la categoría -todavía no desarrollada a un buen nivel de marketing- de "ecológicamente amigable". Pero es una estrategia comercial sin fundamentos biológicos reales.

• La imagen del tomate o el pescado con un cartel que diga "no se metan con mis genes" es casi tan patética como la de un niño africano, hambriento, al lado de una espiga de maíz "sin modificar" y el mismo niño sonriendo feliz al lado de una espiga de maíz transgénico. Los hombres se "vienen metiendo" con los genes de plantas y animales desde que comenzó la práctica de la agricultura y la domesticación de los animales. Una vaca que da 40 litros de leche por día se parece a sus antecesores naturales sólo en las cuatro patas y la rumia... Nadie calcula cuánto se debería pagar por un quilo de carne, un litro de leche o un buzo de lana si la producción fuera con "animales naturales".

• Eduardo Galeano mezcla demasiados temas en su artículo y yo mezclo demasiados en mi respuesta. La enfermedad de la vaca loca es un triste ejemplo de las mentiras descaradas por parte de los gobiernos a la gente. Pero no fue originada por ninguna "pirueta tecnocrática" sino que comenzó muy probablemente cuando las vacas comenzaron a ser alimentadas con ovejas. Esto sucedió antes de que "las obligaran al canibalismo".

• Lo que queda claro es que el debate sobre las implicancias de las investigaciones en genética no hace más que comenzar. Los científicos no deben tener un lugar preponderante en esta discusión que concierne a la sociedad entera. Deberían instaurarse comités de ética y reflexión integrados por teólogos, psicólogos, filósofos, bioéticos, médicos. Pero para que un control realmente democrático pueda establecerse hace falta que todo el mundo entienda de qué se trata, y los artículos como el publicado en BRECHA por un intelectual tan prestigioso y leído en nuestro medio no ayudan precisamente a eso sino todo lo contrario. Es una lástima.

 


* Profesora adjunta de bioquímica-biología molecular, Facultad de Ciencias, Universidad de la República.

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