Carlos Amorín
Quiero agradecer públicamente a la profesora adjunta de bioquímica-biología molecular, Facultad de Ciencias, Universidad de la República, Lisette Gorfinkiel por la iniciativa de haber escrito un artículo sobre este tema, cuando la mayor parte de los técnicos y profesionales vinculados a él aún dudan acerca de qué posición tomar, y sobre todo porque alienta un debate que por estos lares ha demorado demasiado en iniciarse.
En primer lugar, y aunque sé que Eduardo Galeano se defiende solito cuando quiere y tiene tiempo, me alegro de que "un escritor tan prolífico y leído", como lo define Gorfinkiel, haya reflexionado sobre este asunto y, sobre todo, haya asumido una posición clara y consecuente con las ideas que expone casi semana a semana en BRECHA y otros periódicos de América y del mundo, además de en sus libros, aunque personalmente no suscriba todas ellas. Hoy por hoy, disponer entre nosotros de intelectuales que valoren la importancia de comprender la evolución de la sociedad, el lugar donde se ubica el poder, las múltiples tácticas que desarrolla para seducir y embalsamar cabezas, y que además se pongan del lado de los más débiles y lo hagan públicamente es un verdadero lujo. ¿Por qué? Porque "quedan" pocos y aún no "surgen" los suficientes. Porque vivimos la misma dramática carencia entre los científicos, y el artículo de Gorfinkiel es una prueba palmaria de ello.
Veamos: Gorfinkiel se lamenta de que se haya confundido "código genético" con "mensaje genético", y eso puede ser un preciosismo técnico comprensible y hasta digno de agradecimiento, pero después se toma el trabajo de darnos una clase sobre qué es la inteligencia y para qué sirven las proteínas, entre otras cosas. El tono forzado de la explicación, tipo "mecánica popular" pero falso, no puede disimular el típico autoritarismo universitario que campea en Uruguay, como en tantos otros países, por cierto. Gorfinkiel se expresa desde un pedestal que cree inexpugnable, tan incuestionable y carente de dudas como piensa que es su saber, su "comprensión cabal" del Todo, y en el mismo envión le quita la sabiduría a los demás.
No le tiembla el pulso cuando hace acopio de dramas humanos concretos, parejas con una alteración genética que le pueden trasmitir a sus hijos, rezonga de nuevo porque las "hormonas transgénicas" son en realidad "bacterias transgénicas" que fabrican hormonas y recuerda que con esa metodología se fabrica insulina e interferones, y que gracias a ella "se abarató el costo de los medicamentos".
Hasta aquí, apenas algo de mal humor, una pizca de pedantería (después de todo, quién no comete ese pecadillo de vez en cuando), y, sí, tristes coincidencias y gruesas manipulaciones. Coincidencias con los folletines de los "comunicadores" contratados por los laboratorios farmacéuticos y las transnacionales de la química y la biogenética para dar la batalla por la conquista de la opinión pública. Un recurso al que Gorfinkiel echa mano innecesariamente, porque según lo que yo leí nadie hizo una condena genérica a la biotecnología en sí, ni a la biogenética. Inventar esa condena inexistente y adosárnosla a quienes "osamos" atrevernos a opinar de estos temas sin haber pasado por las aulas de la profesora Gorfinkiel es una simplificación, ésta sí, "muy común" entre los científicos que optan por defender el punto de vista de las trasnacionales, incluso entre los que lo hacen inadvertidamente. Ese discurso prefabricado, marquetineado, digamos, que ya se usó hasta el desgaste en Estados Unidos y Europa, pero que recién se empieza a utilizar acá.
Estoy dispuesto a firmar que la ciencia ha salvado vidas humanas, incluso que la biogenética lo ha hecho, si Gorfinkiel admite reconocer la cantidad de vidas que ha segado la ciencia, los millones de muertes que ha costado la acumulación de capital y conocimiento sobre la que se asienta el dominio de las trasnacionales de biotecnología que, contrariamente a lo que dice la profesora, "no son empresas difíciles de controlar por los gobiernos", sino que son empresas a las que les resulta muy fácil controlar a los gobiernos.
Es un recurso poco representativo de la inteligencia de Gorfinkiel (y de lo poco que sé de ella como persona) adjudicarle fanatismos fundamentalistas a los adversarios para poder manejar argumentos facilongos. Porque todos sabemos que las mismas empresas que por un lado "inventan" los interferones, medicamentos para tratar el cáncer, son responsables de una enorme cantidad de esos casos de cáncer, porque fabrican también los cancerígenos. Todo sirve cuando se trata de hacer dinero. Sólo que de lo primero hacen intensa propaganda, pero ocultan celosamente lo segundo.
La profesora toma después a los organismos genéticamente modificados y sentencia de un plumazo que "la información manejada públicamente en torno al tema es muchas veces tendenciosa e insuficiente", pero no aclara quién o quiénes son los responsables de tal irresponsabilidad, o algo peor. Y aquí surge con total claridad la "posición" de Gorfinkiel, que está lejos de ser apenas "inteligentemente científica", sino que está completamente jugada a favor de los transgénicos. Dice: "Con respecto a los presuntos riesgos para la salud humana, su existencia no ha sido demostrada por ningún informe serio". Y agrega que "los ambientalistas" citan el trabajo del doctor Arpad Pusztai, que registró alteraciones neurológicas, en el sistema inmunológico y en el tamaño de algunos órganos como el cerebro en ratas alimentadas con papa transgénica, que la Royal Society (Academia de Ciencias británica) "encontró graves errores metodológicos en sus experimentos" y que la revista Nature ya informó al respecto. Pues bien. En primer lugar, sería bueno que Gorfinkiel mostrara algún trabajo "serio" que demuestre que los transgénicos son inocuos para la salud humana. No lo va a encontrar. Sin embargo, sí hay fuertes indicios y pruebas concretas de que los transgénicos pueden resultar violentamente alergénicos para numerosas personas. Por ejemplo, el caso reciente del maíz transgénico Starlink (clasificado por la fda de Estados Unidos como no apto para consumo humano) que "se mezcló" accidentalmente con otro tipo de maíz y millones de toneladas de ese cereal debieron ser retiradas del mercado mundial. ¿Cuánta gente llegó a consumir Starlink? Nadie lo sabe. ¿Por qué un cereal que no es compatible con el consumo humano sí lo es para otros animales? ¿Por qué llega, de todas formas, hasta la mesa de la gente? Todos lo saben, pero algunos lo callan: porque desde un principio la estrategia de las trasnacionales de la biogenética fue llegar al hecho consumado, como lo hizo con miles de sustancias químicas que circulan y envenenan el mundo, como los agrotóxicos. Además la publicación científica más prestigiosa de Gran Bretaña, la revista The Lancet, aceptó publicar los resultados del trabajo de Pusztai, un hecho que la comunidad científica interpretó como un desmentido a las acusaciones infundadas lanzadas por la Royal Society contra Pusztai. Si la debilidad de ese trabajo fuera tan evidente como dice la profesora, ¿hubiese The Lancet publicado sus resultados? Y también: Gorfinkiel achica el juego (y la realidad) cuando dice que sólo los ecologistas citan el informe de Pusztai, porque ya son centenares, si no miles, los científicos como ella que se han solidarizado con él, y han denunciado la conspiración de la que fue víctima y por la cual no sólo perdió su empleo en una clara vendetta, sino que se pretendió enlodar su reputación profesional. Este caso, y sus entretelones que revelan el enorme poder de los intereses de las trasnacionales del rubro en las instituciones científicas británicas, ya fue relatado ampliamente en estas páginas (véase BRECHA, FALTA ). Después, Gorfinkiel parece lamentarse de que José Bové "y sus seguidores" -se supone que son algunos amigotes fanáticos- hayan destruido en Francia una plantación de arroz transgénico que "era evaluada por una agencia de cooperación con el Tercer Mundo", y enseguida cita a una de ellas, una tal Academia de Ciencias del Tercer Mundo (¿) cuya sede se encuentra extrañamente en Trieste (¡vengan para acá, muchachos!), según la cual los transgénicos son maravillosos y la prueba es que se han plantado ya 30 millones de hectáreas en el mundo sin que se detectaran problemas de salud relacionados con su uso.
Personalmente, me adhiero a la acción de la Confederación Campesina de Francia, que Bové integra, y hasta me alegra, porque si la agencia que estaba evaluando ese cultivo es como la de Trieste, se trata simplemente de otro satélite más de las trasnacionales, que han hecho de la fundación y sustentación de ong y asociaciones truchas uno de los pilares de su estrategia de imposición de los transgénicos.
No me sumo a quienes podrían estar intentando "diabolizar una técnica", pero tampoco a quienes pretenden "angelizarla", y mucho menos "endiosarla". En el final de su artículo, Gorfinkiel incurre en groseras manipulaciones, porque tras una máscara de racionalidad, en realidad lo que escribe es un llamado a la producción de transgénicos en Uruguay, ésa sí, "una estrategia comercial sin fundamentos biológicos reales". Y se podría agregar sin fundamentos de ningún tipo, ni económicos, ni sociales. Si quiere tener la opinión de algún colega suyo puede leer la entrevista a Gregorio Alvaro Campos, profesor del departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Complutense de Madrid y coordinador del Area de Biotecnologías de la agrupación Ecologistas en Acción, de España (véase BRECHA, FALTA ). Porque en otras partes del mundo hay personas "le´Idas" que asumen compromisos sociales y políticos, y hasta pueden hablar su mismo lenguaje sin que les tiemble la barbilla. Igualmente, hay universidades que respetan la libertad de cátedra también en estos temas. Asimismo puede consultar un reciente informe del gubernamental Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria de Argentina, que revela que los cultivos transgénicos no sólo no son más rentables que los convencionales, sino que tampoco son más productivos y contaminan más los suelos. Y ojo que Argentina es el segundo productor mundial de soja transgénica. También puede ser formativo darse una vueltita por la Pampa argentina y mantener alguna charlita con los productores que se tiraron de cabeza sobre los transgénicos y hoy están totalmente fundidos.
Gorfinkiel cae en la misma inconsistencia -¿lo es realmente?- de sonreír con sorna ante los supuestos legos al afirmar que "Los hombres se 'vienen metiendo' con los genes de plantas y animales desde que comenzó la práctica de la agricultura y la domesticación de los animales". ¿Quién dice lo contrario? El asunto es hasta dónde se mete. Transgredir las barreras que la naturaleza ha mantenido entre las especies no es seleccionar ejemplares o cruzar variedades, sino ingresar en un territorio completamente distinto del cual usted y yo no sabemos casi nada.
Además, Gorfinkiel elude los importantísimos aspectos económicos, sociales, políticos y culturales que contiene este tema. No incluye de ninguna manera en su análisis a las trasnacionales y a sus intereses, a la ruina y el desastre planetario provocado por la Revolución Verde, ideológica y tecnológicamente precursora de la actual industria "de la vida". Podrá parecerle "patético", pero el que se quemó con leche, cuando ve a la vaca llora.
Creo que Gorfinkiel está mal asesorada, o informada con demasiados prejuicios, o tiene un exceso de fe en las Royals Societies del mundo, que jamás condenaron y siempre aceptaron que parte importante de la ciencia se use para enfermar y matar a los seres humanos, para condenar generaciones enteras al hambre y al atropello de sus derechos. Por suerte hay cada vez más científicos que cuestionan los saberes y poderes abroquelados en escritorios o laboratorios, y cada vez más gente que desconfía del discurso científico dominante cuyas consecuencias le resultan nefastas. Cada día hay más gente que se da cuenta de que la investigación casi siempre es financiada por las grandes trasnacionales, que son quienes deciden quién, qué, dónde y cuándo se investiga.
Finalmente, Gorfinkiel concede que los científicos "no deben tener un lugar preponderante" en el debate sobre la biotecnología que "concierne a la sociedad entera". Y luego aclara hasta dónde llega su horizonte de la sociedad, cuando expresa que para dar esa discusión se deberían conformar "comités de ética y reflexión integrados por teólogos, psicólogos, filósofos, bioéticos y médicos". Fuera de eso, no hay sociedad, parece. Y agrega que para que se ejerza un verdadero control democrático "hace falta que todo el mundo entienda de qué se trata" y recuerda que artículos como el de Galeano no colaboran con ese objetivo.
En mi opinión, artículos como el de la profesora ayudan muchísimo. Son una colaboración inestimable para que la población conozca los valores y criterios con los cuales se toman decisiones que le conciernen, que van a influir (influyen) en su propia vida, la de sus hijos, su salud, su economía y su cultura.
Ustedes, los "sin decisión", ¿lo sabían?
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