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Eduardo Galeano y la biogenética (III)

Ni en la era Frankenstein

ni en la de Superman

El 23-III-01 BRECHA publicó, en la página 18, dos notas de respuesta al artículo "La era de Frankenstein", aparecido en la contratapa de la edición del 26 de enero último. En esta ocasión es el investigador Rodolfo Wettstein quien aporta su punto de vista.

Rodolfo Wettstein*

No es sino con cierta tristeza que, admirando como admiro a Eduardo Galeano, me siento obligado como científico uruguayo y latinoamericano a contestar dicho artículo, primero con algunas consideraciones generales y, después, aclarando y rebatiendo algunos de los conceptos que, seguramente por haber recibido información parcial o distorsionada y por compromiso emocional, presenta Galeano como verdaderos.

A lo largo de la historia las sociedades integradas por la especie humana han sido con frecuencia fuertemente resistentes a los cambios, situación que ha sido bien estudiada, tanto desde el punto de vista psicológico como sociológico.

Como ejemplos de esta actitud frente a los avances científicos y tecnológicos, bástenos recordar algunos antecedentes históricos, tales como:

• El enorme impacto crítico que generó la presentación de la teoría de la evolución por Darwin y Wallace. A la Iglesia Católica le costó un siglo y medio aceptar su base científica y aún hoy no se enseña en algunos bolsones educacionales de Estados Unidos.

• Una reacción parecida generaron en la prensa y la sociedad europea las primeras aplicaciones de la vacuna contra la viruela, por el simple hecho de ser extraída de animales.

• El descubrimiento y uso progresivo de los antibióticos, una de las causas más importantes del incremento del promedio de vida en nuestro planeta, también generó reacción negativa en ciertos sectores de la sociedad, y es bien conocido que aún hoy (¡ya entrado el siglo xxi!) ciertos grupos religiosos se oponen a las transfusiones de sangre y al uso de vacunas entre sus feligreses.

• La incorporación de los adelantos tecnológicos a la producción industrial generó, por incomprensión de su importancia, la reacción contra las máquinas en el siglo xix y contra las computadoras y los robots en el presente.

Trasladándonos a ejemplos más recientes, cuando el profesor Antonio Lima de Faría produjo en Lund, Suecia, los primeros híbridos celulares, la respuesta de buena parte de la prensa internacional fue ridiculizar el significado del logro; sin embargo, ese descubrimiento fue la base que permitió luego a César Milstein, científico argentino radicado en el Reino Unido, la producción de anticuerpos monoclonales, avance de enorme importancia, tanto como herramienta de investigación como de aplicación en diagnóstico y terapéutica en medicina, y que mereciera el premio Nobel años después.

Nosotros, los uruguayos, somos hipercríticos, generalmente resignados y un poco pesimistas, y como tantos otros pueblos, nos cuesta adaptarnos a los cambios (recordemos por ejemplo, la persistencia en el uso del nombre de algunas calles, aun después de décadas de su cambio de denominación). Sin embargo, y afortunadamente, la mayoría de nosotros -en la medida de nuestras posibilidades culturales y económicas- tratamos de adaptarnos e incorporar los aportes científicos y sobre todo tecnológicos con que somos invadidos, sobre todo por las leyes del mercado. Es así que usamos relojes y agendas digitales, teléfonos celulares y beepers, somos expertos en antibióticos y psicofármacos, y hemos (los que hemos podido) incorporado las computadoras y la maravilla que es el poder acceder a una red (casi libertaria) como lo es Internet.

La especie humana ha sido y es muy especial en el proceso de la evolución, porque como parte de su desarrollo diferencial, el del sistema nervioso central y las facultades intelectuales constituyen las bases de su éxito como especie y de haber perdurado y habernos diferenciado en lo que somos. Entre nuestras características está la curiosidad, el deseo de saber, conocer, reflexionar, la capacidad del pensamiento abstracto y el deseo de progresar. La actividad intelectual superior es lo que nos ha diferenciado.

Si hacemos un balance de las consecuencias del desarrollo científico y sus aplicaciones tecnológicas en los últimos 500 años de la vida del hombre sobre el planeta, veremos que el mismo es ampliamente positivo, que no todo ha sido catastrófico.

Tomemos algunos aspectos en particular:

• Alimentación. Hasta hace menos de cien años, zonas muy grandes del planeta sufrían hambrunas que mataban cientos de millones de personas, información que no siempre llegaba al resto del planeta. La llegada a Europa y dispersión de alimentos como la papa y el maíz, y la tecnificación progresiva en la producción de cereales hacen que hoy se produzca habitualmente la cantidad de alimentos suficiente para proveer a toda la población mundial.

Los remanentes de hambre o subalimentación que asolan algunas regiones del planeta son consecuencia de problemas políticos y económicos que reflejan la falta de moralidad y solidaridad que todavía nos afecta.

• Salud. A lo largo del siglo xx el promedio de vida de nuestra especie prácticamente se ha duplicado. La calidad de vida de esa nueva etapa de madurez ha mejorado en la mayoría de las regiones. Las vacunas, los antibióticos, la cirugía, la perinatología, basadas en conocimientos científicos nuevos, han contribuido a ese enorme logro.

Una vez más, la desigualdad en la distribución global de estos logros es producto de las desigualdades políticas y económicas y de la falta de solidaridad mundial, véase como ejemplo la lucha en Africa por los medicamentos contra el sida entre las multinacionales de la industria farmacéutica y las propuestas de India y Brasil de producción a costos muy inferiores.

• Educación. Pensemos por un momento qué porcentajes de las poblaciones de los diferentes continentes tenían acceso a la educación primaria, media y superior 500, 300, 100 años atrás y en el presente.

Sigue pendiente la contradicción no resuelta entre la culturización globalizada, cada vez más predominante, y el mantenimiento de las culturas nativas de diferentes zonas del planeta, que enriquecen el acervo cultural de toda la humanidad.

Nadie duda de que tenemos serios problemas todavía de generación, distribución y acceso a todos esos bienes, pero eso es responsabilidad sociopolítica de nuestras propias sociedades. Esos bienes han sido y son posibles hoy gracias a la curiosidad y creatividad de nuestra especie, que se concretan en la generación del conocimiento científico y su aplicación a problemas de interés social. Pensemos que los diodos y transistores surgieron como una curiosidad en los laboratorios de física, y que su aplicación dio lugar a la miniaturización y permitió el desarrollo de los microcircuitos, las computadoras, los viajes espaciales y la realidad actual de las comunicaciones y el desarrollo informático.

Vivimos la etapa de la economía globalizada del conocimiento, y esto es un hecho irreversible, al que debemos adaptarnos. Dentro de esta etapa, en el último cuarto de siglo pasado, el desarrollo de la biología ha sido espectacular y ha transformado esta rama de la ciencia en una ciencia experimental capaz de interactuar con las bases moleculares de la propia vida, con el inicio de enormes áreas de aplicación como lo son las biotecnologías.

La capacidad de ir comprendiendo progresivamente las bases moleculares y celulares de la vida es un gigantesco logro. Hoy conocemos el código de información de los seres vivos, el patrimonio genético de varias decenas de especies y comenzamos a comprender algunos aspectos de las actividades vitales que nos caracterizan.

El conocimiento de las condiciones en que se pueden manejar, cultivar y congelar células de diferente tipo (especialmente reproductivas), junto con la posibilidad de conocer, cortar y unir la molécula de adn, donde se almacena la información hereditaria, hacen posible hoy la transgénesis, es decir la posibilidad de incorporar información genética de un individuo a otro de la misma u otra especie. Esta posibilidad es una gigantesca herramienta de investigación, pero también una herramienta clave, junto con el conocimiento genómico, para sus aplicaciones biotecnológicas, especialmente en el área biomédica.

Las aplicaciones del conocimiento genómico y la transgénesis permitirán producir nuevos fármacos naturales, diagnosticar patologías o susceptibilidad a contraerlas, y finalmente, en forma lenta y progresiva, las terapias génicas, es decir la sustitución o complementación de genes alterados por las versiones correctas, a fin de prevenir o corregir patologías de origen genético.

Este mismo conocimiento, especialmente de especies animales y vegetales, permitirá generar productos biológicos, fármacos y alimentos mejorados. Si bien es un campo en el que estamos recién en el comienzo, ésta es una realidad incontrovertible cuyos resultados positivos iremos viendo progresivamente en las próximas décadas (y acostumbrándonos a ellos).

Los diez años de experiencia actual con animales y vegetales transgénicos (muy modesta por ahora) han demostrado que, sujetos a los mismos rigurosos controles que deben aplicarse a medicamentos y alimentos destinados al uso humano, no tienen consecuencias negativas en sí mismos, por el hecho de provenir de especies genéticamente modificadas. Esta evaluación no proviene de las multinacionales interesadas directamente en el mercado, sino de los organismos especializados (como la fda de Estados Unidos), y también de la mayoría de las comunidades científicas de países desarrollados y del Tercer Mundo, a través de las academias de ciencias, asociaciones científicas, etcétera (por ejemplo las academias de ciencias de México, Cuba, China y la American Medical Association de Estados Unidos).

Se reconoce en todos estos casos, y en forma unánime, el enorme potencial de aplicación del conocimiento genómico y de la transgénesis para el mejoramiento de la calidad de vida de los pueblos.

El acceso al conocimiento del genoma humano, un logro gigantesco en sí mismo, que refleja madurez en una tarea colectiva de varios gobiernos y comunidades científicas, siempre generó temores, desde décadas atrás, como lo demuestra el libro de Aldous Huxley Un mundo feliz. Sin embargo, no sólo estamos aún muy lejos de poder entender y eventualmente manipular las bases moleculares de actividades tan complejas como lo son las actividades intelectuales de nuestra especie, sino que estamos seguros de que, si algún día estuviéramos en condiciones de hacerlo, lo haremos para bien, con un sentido terapéutico y no de selección.

Es y será responsabilidad de todos nosotros, como integrantes de nuestras sociedades, el establecer los medios para controlar y regular la aplicación de los conocimientos biológicos, pero no con sentido de frenar o detener la generación del conocimiento, sino de darle un contexto ético a su aplicación.

Esta responsabilidad ya está siendo encarada por la comunidad científica y los parlamentos de varios países, y la Comisión de Etica de las Naciones Unidas propone una serie de normas que no sólo reúnen el consenso de los participantes, sino que están a disposición para ser incorporadas por las legislaciones específicas de cada país, con las adaptaciones que se estime necesarias para asegurar su buen uso.

Seamos entonces finalmente optimistas, maravillémonos de poder ser testigos de esta etapa tan interesante del desarrollo de la especie humana, la única especie con capacidad de estudiarse a sí misma y llegar a conocer las bases moleculares de los procesos vitales, y seamos también optimistas de que, a pesar de los desvíos que eventualmente puedan generar personas o grupos antisociales, el resultado, la tendencia final, será siempre tan buena o mejor de lo que ha sido hasta ahora.

 


* Investigador jefe del Departamento de Biología Molecular del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. rowetts@iibce.edu.uy.

 

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