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Eduardo Galeano y las biotecnologías (IV)

Luces y sombras de la ciencia

Julio Angel Fernández*

La discusión en las páginas de BRECHA sobre los alimentos transgénicos, originada en una nota de Eduardo Galeano (véase BRECHA, 26-I-01), ha sido muy rica e interesante, poco frecuente en nuestros medios de prensa. No soy especialista en el tema de los cultivos y alimentos transgénicos, pero creo que una discusión seria debería abordar tres aspectos: 1) sus consecuencias para la salud humana, 2) cuáles pueden ser sus efectos sobre el ambiente, y 3) aspectos económicos relacionados con el monopolio del mercado de semillas transgénicas por parte de unas pocas multinacionales. En el transcurso de la discusión se han tocado otros aspectos más globales de la ciencia y su rol en la sociedad. Siento que muchas veces se radicalizan demasiado las posiciones, presentando los temas en blanco y negro: o se está a favor o en contra de la ciencia y sus aplicaciones, cuando el tema es en realidad mucho más complejo y hay muchos grises entre ambos extremos. Quisiera contribuir al debate haciendo algunas reflexiones sobre estos aspectos más generales de la ciencia.

La novela de Mary Shelley Frankenstein. El Prometeo moderno, escrita en Inglaterra en 1818, o sea en la cuna y en los albores de la revolución industrial, advierte que la reducción de la vida a un experimento de laboratorio puede crear tanto un milagro como un monstruo. Así, la ciencia, en alianza cada vez más estrecha con la tecnología, ha transitado durante los dos últimos siglos sobre el borde delgado de un muro: para un lado están todos los beneficios que puede aportar para mejorar la calidad de vida de la gente; para el otro está el lado oscuro, sombrío y perverso que puede resultar de un manejo inadecuado del conocimiento científico.

La visión de un futuro deshumanizado, totalitario, dominado por las máquinas, que trasmiten las emblemáticas novelas antiutópicas del siglo xx Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, puede parecer exagerada, pero señala un sentimiento de desencanto frente al mundo moderno, una pérdida de fe en el sueño de un progreso ilimitado, y una desconfianza frente a la promesa de felicidad en envase de plástico.

Que tanto el bien y el mal se reencarnan en cada avance tecnológico como las dos caras de una misma moneda lo ilustra el siguiente ejemplo bien reciente: observando el salto de las langostas, a un investigador de los Sandia National Laboratories en Nuevo México, Estados Unidos, se le ocurrió el diseño de un minirrobot que, en vez de desplazarse sobre ruedas, lo hace a los saltos, y que serviría para la exploración remota de superficies muy accidentadas, como las de Marte o la Luna. Hasta ahí todo bien. El problema es que los militares estadounidenses también pensaron que esa novel tecnología serviría para el diseño de minas antipersonales móviles inteligentes, uno de los instrumentos bélicos más perversos que ha matado o mutilado a decenas de miles de civiles en todo el mundo.

En una nota reciente sobre el tema, Rodolfo Wettstein (véase BRECHA, 12-IV-01) realiza un análisis interesante sobre los prejuicios y miedos con que han sido recibidas varias teorías científicas que revolucionaron nuestra visión de la naturaleza. Sin embargo, sin intención o intencionalmente, termina presentando una visión edulcorada, color rosa, de la ciencia y los científicos, augurando que "la tendencia final será siempre tan buena o mejor de lo que ha sido hasta ahora". En mi opinión debemos ser más prudentes a la hora de evaluar cómo se aplica el conocimiento científico, debemos ser más críticos (y autocríticos), manteniendo una actitud de alerta frente a posibles desbordes que pongan en peligro la vida, la salud o el ambiente. Digo esto sin perjuicio de compartir el sentimiento de asombro y admiración frente a los descubrimientos científicos que han revolucionado nuestra percepción del universo y de la propia vida.

Lamentablemente los contextos éticos en la generación y las aplicaciones del conocimiento científico se han desbordado muy frecuentemente por ambición de fama, poder o dinero, o falsos patriotismos. Pensemos por ejemplo que la conquista espacial, orgulloso ejemplo del desarrollo científico-tecnológico del siglo xx, nació a expensas de la sangre de miles de prisioneros de guerra que en barracas de la Alemania nazi construían las bombas V-2 (que se pueden definir incuestionablemente como los primeros cohetes espaciales). Los prisioneros eran ejecutados sumariamente ante el menor gesto de disenso o boicot en el trabajo. Wernher von Braun, uno de los científicos principales en ese proyecto, nunca cuestionó las atrocidades que se cometían ante sus ojos. Pues bien, finalizada la guerra, Von Braun emigró a Estados Unidos, donde fue recibido con los brazos abiertos como un científico respetable (olvidándose convenientemente su pasado nazi) y se convirtió en uno de los artífices del programa espacial estadounidense. Se ha argumentado muchas veces que las guerras y el sacrificio en vidas han sido el precio a pagar por el progreso científico. Pero este argumento, una variante de aquel otro de que "el fin justifica los medios", es inaceptable desde el punto de vista moral y ético.

De hecho, el estrecho involucramiento de muchos científicos con proyectos particularmente peligrosos para nuestra civilización y para nuestra propia supervivencia, como las armas nucleares, ha llevado a algunos científicos sensibles, como Henry Norris Russell, de Princenton, uno de los astrónomos más importantes del siglo xx, a abogar por un nuevo juramento hipocrático para los científicos que, como en el caso de los médicos, los comprometiera a no hacer intencionalmente daño con su trabajo. Por cierto tal juramento sólo puede tener fuerza moral, pero creo que sería muy importante su implementación como un recordatorio para mantener nuestro trabajo dentro de ciertas cotas éticas en una época en que estamos tan anestesiados por la frivolidad y la irresponsabilidad posmodernas. En este sentido, rechazo la tesis de que los científicos sólo hacen ciencia y es el sistema político o económico el responsable por sus aplicaciones. Los científicos debemos asumir plena responsabilidad por nuestras investigaciones. Por la misma razón, no aceptamos que un militar justifique atrocidades cometidas atribuyéndolas a órdenes superiores.

Mal le haríamos a la propia ciencia si hiciéramos una defensa ciega, corporativa de sus resultados, destacando sus logros positivos mientras que ignoramos o minimizamos sus aspectos negativos. Wettstein señala a la educación, la alimentación y la salud como tres grandes logros del avance del conocimiento científico, los que son en general compartibles con algunas reservas. En el caso de la educación, una parte importante de la población mundial es aún hoy analfabeta total o funcional. Como lo hemos comprobado amargamente el año pasado, la educación no es tema prioritario de nuestro gobierno (y tampoco lo es de muchos gobiernos en el mundo). Los bajos salarios de maestros y profesores hacen que la carrera docente no sea muy atractiva para los jóvenes de talento y es indudable que ha perdido prestigio social. La perspectiva es pues que el deterioro de la educación sea progresivo. La prevalencia de la superficialidad, las modas new age y la atracción general por todo lo esotérico, me hacen temer por el ingreso a un nuevo Medioevo de la era cibernética, más que por el ascenso a una era sublime de Ilustración. El notable aumento de la esperanza de vida en el último siglo es innegable. Sin embargo también aquí los beneficios están muy desigualmente repartidos entre las diferentes naciones y entre los ricos y los pobres de una misma nación. En algunos países de Africa azotados por el sida la esperanza de vida está decayendo a los valores que tenía un siglo atrás. En el caso de la alimentación, mientras una parte de la población dispone de alimentos hasta la glotonería, otra parte -mayor- sufre problemas crónicos de desnutrición o lisa y llanamente se muere de hambre.

Así como las aplicaciones de la ciencia abren interesantes perspectivas en beneficio de la humanidad, encierran también grandes peligros que es necesario advertir y enfrentar. Quisiera mencionar, entre los problemas cuya solución, o al menos su mitigación, resulta crucial para nuestro futuro en este planeta, a los siguientes:

• Las emisiones de gases invernadero, en particular CO2. De no modificarse la tendencia actual a su incremento en la atmósfera, la temperatura media de la Tierra se elevará en varios grados centígrados para fines de este siglo. Los cambios climáticos asociados pueden tener efectos devastadores en amplias regiones del globo.

• Contaminación del ambiente. Este tema puede dar de por sí lugar a varias notas. Quisiera referirme en particular a los desechos radiactivos generados por las centrales nucleares, por lo irónico del caso. Hace treinta años la energía nuclear se presentaba como la panacea de energía "limpia" capaz de satisfacer todas nuestras necesidades. Algunos "expertos" nos urgían a pasarnos a la energía nuclear para evitar la dependencia de los combustibles fósiles. De ese cuento hoy sólo quedan las cenizas nucleares altamente radiactivas que nadie sabe bien qué hacer con ellas. Sólo en Estados Unidos hay unas 70.000 toneladas métricas de cenizas nucleares compuestas de radioisótopos con vidas medias de varios miles de años. El gobierno estadounidense planea enterrar todo ese material debajo de la montaña Yucca, en Nevada (oeste del país), para lo cual está perforando unos 150 quilómetros de túneles a un costo de unos 25.000 millones de dólares. Sin embargo, la montaña se encuentra entre dos fallas sísmicas, y la presencia de acuíferos cercanos, potenciales fuentes de agua potable, hace que la seguridad del lugar sea más que cuestionable. Así pues los desechos nucleares tienden a convertirse en un legado maldito para decenas o cientos de generaciones en el futuro.

• Pérdida de biodiversidad. Se estima que para fines de este siglo la mitad de las especies que hoy existen estarán extintas.

• Guerras atómicas, químicas o biológicas. No es un secreto que gran parte de la investigación científica actual es financiada por los departamentos de Defensa de las principales potencias. Uno puede respirar un poco más tranquilo sabiendo que Estados Unidos y Rusia han reducido sus arsenales nucleares a la mitad en los últimos 15 años. Sin embargo, las 30.000 cabezas nucleares que aún poseen son más que suficientes para destruir toda nuestra civilización. A esto hay que agregar el lento pero inexorable incremento de los miembros del club nuclear. A las cinco potencias nucleares originales -Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China- se han agregado India, Pakistán e Israel, y nada impide pensar en nuevas incorporaciones. La insistencia de Estados Unidos en dotarse de un escudo antimisilístico no va a hacer más que profundizar la desesperación y la desconfianza de otros estados rivales, conduciendo a un rearme generalizado por los medios que sea. Como tarde o temprano -fatalmente- las armas terminan siendo utilizadas, el mundo seguirá siendo un lugar muy peligroso hasta que se logre una efectiva proscripción de las armas nucleares, químicas y biológicas.

Los potenciales beneficios o peligros asociados a cada nuevo conocimiento científico generado deben ser motivo de un análisis cuidadoso, documentado. Nada ayudan los gritos apasionados, las vocinglerías y los epítetos descalificadores. Cuando Lisette Gorfinkiel argumentaba en su nota (véase BRECHA, 23-III-01) sobre la conveniencia de que actores de diversos orígenes discutieran el tema de los alimentos transgénicos, o cualquier otro de la ciencia si viene al caso, no estaba a priori dejando a nadie de lado, como Carlos Amorín replica (véase BRECHA, 30-III-01). Su convocatoria a la discusión debe interpretarse en un sentido amplio, para que todos aquellos preocupados e informados sobre el tema, de los más diversos orígenes, participen. El estar informado es un requisito fundamental; la razón y la documentación deben imponerse a la emoción, ¿acaso no pensamos que, por ejemplo, un voto consciente en una elección nacional es el de aquel o aquella que conoce a los candidatos y sus plataformas electorales? ¿Por qué habría de ser distinto en temas científicos? Por consiguiente, creo que tanto los científicos como los periodistas tenemos la obligación de informar a la población, de participar en los debates con otros sectores de la sociedad, de la manera más objetiva posible sin caer en maniqueísmos ni sensacionalismos. Es alentador que BRECHA haya abierto un espacio para la discusión de un tema de honda preocupación como los alimentos transgénicos y la biotecnología. Esperemos que en el futuro se puedan dar otras discusiones sobre otros temas científicos de interés y preocupación.

En una cosa podemos estar de acuerdo tanto los partidarios como los detractores de la ciencia: ésta ha pasado a jugar un papel demasiado importante en nuestras vidas como para ignorarla. La evaluación crítica de los efectos del conocimiento generado, tanto positivos como negativos, requiere poseer nuestros propios recursos humanos con una fuerte formación científica básica, capaz de explorar y comprender los intrincados problemas asociados a las modernas tecnologías. ¿Será posible atender los intereses de toda la sociedad cuando una parte cada vez mayor del financiamiento de la investigación científica proviene de organismos internacionales y/o grandes empresas a las que poco o nada les importan las necesidades de la gente o la preservación del ambiente? Hay algunos voceros, seducidos por el discurso neoliberal, que abogan por que sea el sector privado, "demandante de conocimientos", el que financie la investigación. Sin negar la importancia de convenios con el sector privado, y sin negar tampoco que puedan existir filántropos que aporten dinero para investigaciones de interés social o cultural, sin perseguir el lucro, dudo de que investigaciones de hondo contenido social, como por ejemplo los efectos de la contaminación con plomo en los vecinos de La Teja, despierte el interés y el apoyo de las grandes empresas. En este sentido, es imperioso que sea el Estado, como representante de los intereses de toda la sociedad, el que provea los recursos necesarios para sostener la investigación científica. Cumpliendo con un juramento hipocrático con nuestra propia conciencia, será nuestra misión preservar los espacios de independencia académica para trabajar con responsabilidad, en beneficio de toda la sociedad.

 

 


* Profesor titular de astronomía en la Facultad de Ciencias y miembro del Consejo de dicha facultad. Investigador grado 5 del Pedeciba.

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